Edición 19: Solidaridad planetaria - Supervivencia colaborativa
Tiempo de lectura: 14 minutos
08.02.2021
Reconociendo las crisis que habitamos globalmente, la curadora y escritora Syafiatudina reflexiona en torno a la supervivencia colaborativa como sentido ético con potencial de re-organizar las prácticas artísticas y culturales más allá de la dicotomía trabajo/vida.
Este comentario fue mencionado por un asistente durante una discusión dentro de una mesa redonda en el simposio Curating Under Pressure. No puedo recordar el tema de la mesa redonda ni las discusiones siguientes. Sin embargo, este comentario permaneció en mi mente al viajar de vuelta a Indonesia e incluso hasta ahora, dos años después de dicha conferencia en Christchurch, Nueva Zelanda. La razón por la cual este comentario dejó una impresión tan profunda en mí fue porque reveló preguntas fundamentales que el simposio dejó abiertas. ¿Una situación extrema se reduce exclusivamente a desastres naturales y conflictos políticos? ¿Qué otras condiciones pueden categorizarse dentro de una situación extrema? ¿Cómo es que esta situación emerge y opera? Y, ¿qué debemos hacer al estar inmerses en ella?
Cuando el volcán Merapi explotó el 5 de noviembre del 2010 en Yogyakarta, donde había vivido durante once años, hubo semanas en las que los medios estaban inundados de noticias sobre el acontecimiento. Cada día escuchábamos actualizaciones sobre la escala de destrucción y el número de lesionades debido a la erupción. En el terreno, además de contar con el apoyo del gobierno, muchos grupos civiles organizaron refugios de emergencia con alimentos y suministros básicos para las comunidades afectadas. En la televisión nacional, les académicos y responsables de la formulación de políticas debatieron sobre cómo mitigar una situación posterior a un desastre. La mitigación de desastres se enmarca como intento de estabilización para volver a la normalidad.
La erupción del volcán Merapi en 2010 no fue el único desastre natural en Yogyakarta. En 2006, un terremoto de 5,9, escala de Richter, golpeó la parte sur de la ciudad, causando daños a más de 500.000 casas, dejando 45 mil herides y 5,744 muertos. Según los datos del sitio web de la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres (Badan Nasional Penanggulangan Bencana, BNPB), se han producido varios tipos de desastres en Indonesia: inundaciones, deslizamientos de tierra, terremotos, tsunamis, incendios, así como conflictos armados, ataques terroristas y transporte. Accidentes: desastres que también han ocurrido en muchas otras partes del mundo. Esto es lo que quiero decir con la vida precaria como una condición para sobrevivir cada día: pasar de un problema a otro. Es cuestión de sobrevivir.
The Land Beneath the Fog, dirigida por Shalahuddin Siregar en 2011, es una película que sigue la vida de familias en Genikan, un pueblo remoto en la pendiente de la montaña Merbabu, en la provincia de Java Central en Indonesia. Ambes, mujeres y hombres dentro de las familias, trabajan como agricultores utilizando el sistema del calendario javanés para decidir cuándo plantar y cosechar zanahoria, papas y col. Sin embargo, muchas cosas están cambiando a su alrededor. El clima se vuelve totalmente impredecible. La época de lluvias es más larga y la sequía llega tarde con un calor insoportable. Su conocimiento sobre la naturaleza se vuelve obsoleto. Las patatas se pudren debido al exceso de agua. Los tomates mueren por falta de agua.
Cuando me quedé en Berlín durante mes y medio el año pasado, me topé con conversaciones relacionadas a la crisis de los refugiados en Alemania. Con el flujo constante de refugiados que llega a Europa, especialmente a este país, las opiniones que circulan giran en torno a la aceptación y a preparar las facilidades necesarias para apoyar a les refugiades o para culparles de las fallas en cuestión de desarrollo o de ataques terroristas.
El mito del primer mundo estable y la incertidumbre del tercer mundo se volvieron irrelevantes. La precariedad es una condición actual que hemos experimentado a nivel global en distintas escalas y dimensiones.
Gracias a estas historias he entendido cómo los humanos y no-humanos, como los hongos, son seres resilientes. Las ruinas no son signo de muerte, donde la vida ya no está presente. Con la resiliencia que todes encarnamos, las ruinas son sitios donde emergen otras formas de vida. ¿Cómo podemos expandir nuestra imaginación viviendo entre ruinas? Para intentarlo, es importante no pensar en las crisis como excepciones al funcionamiento del mundo o como cosas que aparecen de la nada. Más bien, las crisis son reveladoras, no meramente provocadoras. Según Didier Fassin, está claro que existe una desconfianza y una antigüa hostilidad en Europa hacia los no europeos que huyen de la persecución y la violencia.[2]
En búsqueda de acción —qué podemos hacer juntes, cómo podemos expandir nuestra imaginación al vivir precariamente, entre la crisis y las ruinas—, me gustaría volver a lo que Ana Tsing aprendió de los hongos. Los hongos existen en co-dependencia. Necesitan de otras cosas para sobrevivir, como son los árboles. Viven en colaboración con los encuentros, mientras se transforman constantemente a la par de las circunstancias como modo de supervivencia. “La pureza no es una opción.” Además, Tsing elabora que lo que necesitamos para sobrevivir es una colaboración habitable, no pelear con les demás.
El ejemplo más cercano que me viene a la cabeza sobre una colaboración habitable y palpitante es la declaración de Gunanto sobre su vecino en la película de The Land Beneath the Fog. A pesar de que todes en la villa de Genikan estaban experimentando la incertidumbre a través de sus ingresos, aún existía la creencia de que pueden ayudarse mutuamente. En la experiencia de Gunato, él recibe un préstamo de parte de unes de sus vecines, Sudardi y Muryati, para pagar la educación de Arifin. A pesar de que el préstamo solo cubría el 70% de lo necesario. En otra escena, les granjeres, incluyendo a Gunanto y Sudardi, se unen y discuten si deberían invertir juntes y cultivar hongos. Desafortunadamente, ningune de elles tiene acceso a recursos para inversión. No obstante, creo que es muy importante el hecho de que se hayan juntado para hablar sobre los problemas por los que pasan y cómo superarlos juntes.
La colaboración habitable involucra la práctica de cuidarse en un sentido colectivo.
He organizado eventos con artistas y las comunidades como talleres, proyecciones; con temáticas como derechos de propiedad, propiedad de tierras o historia de las comunidades como parte de los proyectos que conforman a KUNCI. Pocxs artistas que han trabajado ahí se las han arreglado para crear una relación personal con la comunidad. Y lo mismo mi relación con les mismes artistas, se queda en un nivel profesional. Cuando iba a su área, preguntaban si iba porque tenía proyectos nuevos por ahí. Me pregunto si esto sucede porque cuando les conocí la primera vez me presenté a mí misma como curadora. ¿Será que una curadora siempre va de proyecto en proyecto? Cuando termina el proyecto, ¿termina la relación? ¿Cómo establecer una relación sin asumir el resultado? ¿Cómo ser amigues y no atorarse en la relación participante-curadora-artista?
Soy parte del centro de estudios KUNCI, un colectivo con interés compartido en la experimentación creativa y la investigación especulativa con enfoque en las intersecciones entre la teoría y la práctica. Llevamos una librería y un espacio de trabajo abierto al público. Nuestro espacio es una casa antigua localizada en un área residencial al sur de la ciudad de Yogyakarta. Durante nuestro primer año en la casa, algunes de nuestres vecines se quejaban de nosotres por ser una casa distinta a las demás. No somos una empresa comercial ni una familia. La mayoría de nosotres somos jóvenes. Trabajamos juntes hasta la medianoche. No somos artistas ni galería, pero trabajamos con arte.
¿Cómo puede una institución vivir, y no solo trabajar, junto con otros modos de vida y reunión?
Aún así, me pregunto si una bienal puede ser un buen vecine. ¿Qué tipo de bienal sería? Una bienal que comparte la misma incertidumbre de la vida que nosotres y que esté dispuesta a discutir estrategias sobre supervivencia colaborativa. La bienal como buen vecine quizás sería algo similar a lo que Raqs Media Collective imaginó al preguntar: “¿podemos imaginar que una bienal se expande para convertirse en algo que sucede a lo largo de dos años en vez de algo que pasa cada dos años?”. Una bienal que no consume recursos e introduce todo en su cuerpo, sino que lo redistribuye. Una bienal que da en vez de quitar.
Estas preguntas no sólo son relevantes para una bienal sino para proyectos artísticos, colectivos, instituciones y otras formas de organización y producción dentro del arte. Además, me gustaría extender la noción de vecine, no sólo como personas que viven cerca, sino cualquier ser vivo que vive en este tiempo-espacio, universo, junto con nosotres. Vivimos juntes en la precariedad. Así, lo que queda por aprender en este momento de precariedad, de una crisis a otra, es cómo sobrevivir en una colaboración habitable, tanto como buenes vecines como profesionales en el trabajo y la vida.
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Este texto fue publicado originalmente en inglés en febrero de 2017 como parte de On Curating.
El terremoto de Christchurch de 2011 fue un terremoto de 6,3 grados de magnitud que sacudió la Isla Sur de Nueva Zelanda a las 12:51 del martes 22 de febrero de 2011.
Didier Fassin, «From Right to Favor. The refugee question as moral crisis» in The Nation, Politics, 5 de abril de 2016. Disponible aquí.
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