Edición 24: Cabeza de tierra

Luisa Villegas G.

Tiempo de lectura: 10 minutos

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13.02.2023

Voces inmarcesibles

Duelo, resistencia y memorias vivas en Medellín

El 28 de junio de 2022, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición realizó un acto público con el que inició la entrega de los diferentes informes que produjo, resultado de escuchar durante cuatro años las historias de las víctimas del conflicto armado en Colombia. Por nombrar un solo dato, esta investigación determinó que el 20% de la población colombiana es víctima directa del conflicto en sus seis décadas de existencia,[1] el 80% de estas víctimas son civiles.

En su discurso, el presidente de la comisión dijo:

Llamamos a sanar el cuerpo físico y simbólico pluricultural y pluriétnico que formamos como ciudadanos y ciudadanas de esta nación, cuerpo que no puede sobrevivir con el corazón infartado en el Chocó, […]  la cabeza cortada en el Salado, la vagina vulnerada en Tierralta, […] el estómago reventado en Tumaco, […] el rostro quemado en Machuca, los pulmones perforados en las montañas de Antioquia y el alma indígena arrasada en el Vaupés, llamamos a liberar nuestro cuerpo simbólico y cultural de las trampas del temor, las iras, las estigmatizaciones y las desconfianzas, a sacar las armas del espacio venerable de lo público, a tomar distancia de los que meten fusiles en la política, […] llamamos a tomar confianza de nuestra forma de ver el mundo y relacionarnos, que está atrapada en un modo de guerra en la que no podemos concebir que los demás piensen distinto, hasta hacerlos enemigos y posibilitar que algunos fueran convertidos en humo.[2]

Estas palabras me han estado rondando insistentemente los últimos días. Si bien, se refieren a la historia reciente de Colombia, también hablan del uso de la fuerza, la violencia y las armas, en una palabra: la guerra, como medio para justificar el exterminio de todo aquello que no cabe en el ideal de cuerpo social del mundo occidental y occidentalizado,[3] desde el hecho colonial hasta la actualidad en todos los territorios de nuestramérica. Entender el conflicto desde enfoques diferenciales hace evidente que la especificidad de las violencias sobre les cuerpes asociades a lo femenino, negre, indígena —quienes han sido deshumanizades— profundizan los lastres históricos y estructurales de la colonialidad.

El conflicto armado contemporáneo es una expresión sofisticada y compleja de la neocolonialidad.

Mi abuela se casó con un hombre mayor a sus 15 años, coaccionada por la posibilidad de seguridad para ella y su mamá tras haber sufrido el desplazamiento forzado. El único problema que ella veía en este hombre es que era demasiado negro. Octavio la dejó después de varios años de matrimonio con cinco hijos niños, cuando el más pequeño tenía 2 años; ninguna de sus nietas lo conocimos y él murió solo y completamente empobrecido en una zona costera del país. Mi historia familiar es cercana a la de miles de familias antioqueñas. Con el tiempo he entendido que mi herida colonial tiene que ver con la imposibilidad de pertenencia a ninguna identidad con una historia, debido a la asimilación y el blanqueamiento. Provengo de un linaje de mujeres empobrecidas y abandonadas cuidando niñas, bastardas y parias en una ciudad donde el ideal de la familia, la blanquitud y la propiedad son la médula espinal de lo paisa.[4]

“¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y cómo nos podemos atrever a permitir que continúe?”. Esta fue la pregunta de cierre del discurso del presidente de la Comisión de la Verdad en la entrega del informe. A través de cinco siglos hemos sido forzadas a seguir adelante, en línea recta y en función del progreso, dejando atrás a todas aquellas condenadas a ser prescindibles, dándole cuerpe y materia a la necropolítica al desconectarnos por coacción o convicción de esos dolores antiguos y colectivos, para seguir solas y a trompicones. El borramiento constante de lo afro en las familias es un síntoma de una ciudad y una nación cimentadas en el racismo. No es gratuito que hayan sido justo las comunidades afrodescendientes e indígenas unas de las más golpeadas, reiterada y frontalmente, por el conflicto armado reciente, en continuidad con las violencias estructurales y atávicas.

La vida de pueblos enteros ha sido sistemáticamente ubicada en el nivel más bajo del orden de prioridades del Estado, los grupos armados y las políticas internacionales. Las comunidades afrodescendientes en y de Medellín, así como en muchos otros lugares del mundo, han resistido y re-existido desde memorias que exceden el tiempo racional y lineal, que se albergan en les cuerpes y son transmitidas desde la oralidad. Estas memorias móviles y vivas poco tienen que ver con la rigurosidad de los relatos históricos académicos; en su lugar, operan como estrategias artesanales para tejer las resistencias.

En 2022, además de recibir el informe de la Comisión de la Verdad, se conmemoraron 20 años de multiplicidad de hechos victimizantes que tuvieron lugar bajo la política estatal de seguridad democrática[5] que militarizó el territorio nacional, incluso los centros urbanos, con la justificación de luchar contra las insurgencias guerrilleras, el narcotráfico, el terrorismo y un largo etcétera de enemigos internos. Es en este marco de conmemoración de los 20 años de las operaciones militares llevadas a cabo en la ciudad de Medellín (2002–2003)[6] y la masacre de Bojayá (2002)[7] que, desde el Museo Casa de la Memoria (institución donde trabajo como curadora adjunta), construimos las exposiciones temporales Bocas de ceniza[8] y Alzar la voz[9] con la intención de habilitar espacios y dispositivos para la conversación y el encuentro.

La obra Bocas de ceniza[10] del artista colombiano Juan Manuel Echavarría, que de alguna manera detonó el proyecto completo y su universo de conexiones, comparte el canto de víctimas de la masacre de Bojayá y otras masacres en la región. Esta videoinstalación puso sobre la mesa la potencia del canto para decir eso que no se puede contar. En la médula de este proyecto están los alabaos, una tradición cultural en torno a cantos fúnebres y de alabanza con los que las comunidades afrodescendientes del pacífico colombiano, entre ellas las que habitan las riberas del río Bojayá en el departamento del Chocó, despiden a sus muertas y acompañan a las dolientes para tramitar colectivamente el duelo. Con sus voces y expresiones auténticas las personas que cantan en Bocas de ceniza expresan una pena que va más allá de las razones del conflicto actual y logran transmitir un duelo indecible que necesita volverse colectivo.

Fue justo la potencia del canto en Bocas de ceniza el punto de partida para pensar las implicaciones de quedar en medio del fuego cruzado de actores armados estatales, grupos de guerrillas, paramilitares y narcos, en las laderas centro y noroccidental de Medellín, a través de la música. Alzar la voz es una selección de 20 canciones que, entre 2003 y 2022, permiten hacer un recorrido por parte de los procesos de duelo y resistencia desarrollados en esta zona de la ciudad.

La selección articula producciones audiovisuales en relación con tres momentos asociados al duelo y uno más transversal en el tiempo asociado a los procesos intergeneracionales de resistencia. Los videos musicales agrupados en el primer momento responden a la interrogante: ¿qué nos pasó? En estos las líricas cuentan de forma descarnada las consecuencias e impactos de las operaciones militares, principalmente para las personas jóvenes. En un contexto de precariedad y violencia cercano, temporal y físicamente, a los hechos victimizantes, las sonoridades y la producción audiovisual son rudimentarias, beats simples, voces crudas e imágenes de archivo de hechos violentos, son reiterativos en estos videos. Un ejemplo de este tramo es la canción Lágrimas de sangre de J el capital, Nene y Sprintz, tres MCs, tres raperos adolescentes que tiempo después, en 2004, crearon los primeros proyectos que hoy integran la Corporación Afrocolombiana Son Batá,[11] desde donde a través del arte y la cultura viva (música, danza), durante 18 años, han trabajado para brindar alternativas de vida a niñes y jóvenes afrodescendientes en los departamentos de Antioquia, Chocó, Córdoba y Bolívar.

En un segundo momento se explora la pregunta: ¿por qué nos pasó? En este tramo, con más distancia temporal, las producciones musicales plantean líricas más reflexivas respecto a las consecuencias y responsables de los hechos victimizantes, aparece reiteradamente la articulación con otras organizaciones de víctimas creadas en el territorio a partir de 2002 y 2003, y las producciones audiovisuales empiezan a tener otro nivel de especialización técnica, así como a incluir otras sonoridades y a construir videoclips que cuentan historias a través de personajes del territorio. La canción INSURgentes Poesía de tierra[12] es un homenaje a Mujeres Caminando por la Verdad, una organización de familiares de personas víctimas de desaparición forzada de la Comuna 13. Esta colaboración fue realizada entre El Aka Hip Hop Agrario y Medina the Barrio,[13] el primero uno de los líderes del colectivo Agroarte[14] —organización creada en 2002 que, a través del arte y la siembra, ha propiciado espacios de duelo y resignificación de la escombrera.[15] El segundo, un productor musical e investigador que ha acompañado diferentes procesos de formación y resistencia desde el hip hop.

El tercer tramo de la selección responde la pregunta: ¿cómo seguir? Desde una escena musical que se ha profesionalizado, los procesos de resistencia y construcción de visualidades han empezado a articularse con otras luchas como los feminismos, las disidencias sexuales y de género, y las luchas antirracistas. Una muestra de ello es que organizaciones como Casa Kolacho, centro cultural de hip hop, han implementado líneas de trabajo con niñas y disidencias en sus procesos pedagógicos. Una muestra de ese trabajo colectivo es Quién elegiría[16] de la cantante trans Big Emma en colaboración con Alliizon Mc y Vero Bouquet. Este es un proyecto audiovisual que explora las violencias ejercidas sobre los cuerpos asociados a lo femenino y, particularmente, de la experiencia de las mujeres trans. Además de las líricas feministas, el video subvierte algunos símbolos nacionales desde los cuales a las mujeres trans se les ha violentado y sistemáticamente excluido: policía e himno nacional.

Por último, desde el museo realizamos la producción de videos de algunas músicas tradicionales como los alabaos de Socorro Mosquera, líder de la organización Asociación Mujeres de las Independencias AMI (Comuna 13) y la agrupación Alegrías del Atrato, y la Banda Paniagua. Experiencias de varias generaciones de personas afrodescendientes que en buena medida vinieron de zonas como el Chocó a la Comuna 13 de Medellín debido al conflicto armado y en su quehacer diario continúan tejiendo tradiciones culturales ancestrales desde sus procesos organizativos.

En medio de la radical exclusión, el abandono estatal y el riesgo inminente, las comunidades afro históricamente han dado vida a prácticas culturales como el hip hop y los alabaos, estos con la voz y el cuerpo han hecho posibles resistencias individuales y colectivas a través del tiempo y las fronteras. El canto ha sido una herramienta propia de resistencia que posibilita hacer públicos los dolores en un terreno sensible que implica la colectividad. Éste permite denunciar, rememorar, reflexionar y resignificar las memorias de todas aquellas personas que han sido condenadas a ser borradas, negadas y violentadas. La colectividad que genera el canto permite el encuentro para hacer catarsis, tejer estrategias de protección de la vida y crear un contrapeso al hecho de quedar en medio de la violencia y de las retóricas de la guerra.

Estas reverberaciones de los modos de resistencia de las comunidades afro están en todas partes, aún en un territorio que ha aspirado históricamente a la blanquitud y todo lo que ello implica.

Sanar las heridas del conflicto armado, así como las heridas de la neocolonialidad, esos dolores viejos y enquistados a través de las generaciones, implica ejercicios colectivos, hechos de cuerpes reales y no simbólicos, de vidas que laten, duelen y se emocionan con la cadencia de la voz y al son de un beat.

Notas

  1. Comisión de la Verdad, Hay futuro si hay verdad: Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Tomo 2: Hallazgos y recomendaciones de la Comisión de la Verdad de Colombia (Colombia, Comisión de la Verdad, 2022), 37. Consultado en: https://www.comisiondelaverdad.co/hallazgos-y-recomendaciones-1.

  2. Discurso del presidente de la comisión Francisco de Roux, Acto público de presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad, 28 de junio de 2022. Véase: https://www.youtube.com/watch?v=2Ap2gWBIeT0&t=2727s&ab_channel=Comisi%C3%B3ndelaVerdad.

  3. El hombre blanco, cisheterosexual, con poder adquisitivo como la medida de todas las cosas.

  4. Paisa es el calificativo para hablar de las personas nacidas en el departamento de Antioquia, este apelativo está asociado sobre todo a rasgos culturales y estereotipos que fijan una ficción de identidad regionalista.

  5. Esta fue política del gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) que aumentó la presencia de las fuerzas militares en todo el territorio y fomentó la cooperación de civiles con redes de informantes, profundizando el fenómeno del paramilitarismo en Colombia. Es en el marco de esta política que el ejército asesinó a 6,402 civiles para hacerles pasar por guerrilleres muertes en combate, fenómeno que se ha denominado “falsos positivos”.

  6. Con la intención de expulsar a milicias, guerrillas y grupos delincuenciales ubicados en zonas estratégicas de la ciudad, se implementó un proceso de militarización de ciertas comunas y barrios, que dio como resultado la ejecución de más de 30 operaciones militares durante 2002 y 2003.

  7. Se ha denominado Masacre de Bojayá (2002) al enfrentamiento armado entre Frente 58 del Bloque Noroccidental de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el pueblo chocoano de Bojayá, en la que fueron asesinades 79 civiles por la explosión de un cilindro bomba en la iglesia del pueblo. El Ejército y la Policía fueron condenados por inacción y dejación de funciones que les responsabilizan también de esta masacre.

  8. Exposición curada por la autora y Melissa Aguilar, Museo Casa de la Memoria, agosto 2022.

  9. Exposición curada por la autora, Museo Casa de la Memoria, agosto 2022.

  10. Juan Manuel Echavarría, Bocas de ceniza (2003–2004). Consultado en: https://jmechavarria.com/es/work/bocas-de-ceniza/.

  11. Véase: https://sonbata.org/mi-palenque/.

  12. Aka Hip Hop Agrario ft Medina the Barrio, INSURgentes Poesía de tierra. Consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=8fvB-lZ0pw0&ab_channel=AgroarteColombia.

  13. José David Medina participó como asesor en la selección curatorial del proyecto Alzar la voz.

  14. Véase: https://www.agroartecolombia.co/.

  15. Un vertedero de desechos de construcción donde desaparecieron los cuerpos de muchas víctimas de las operaciones militares, que nunca ha parado su actividad.

  16. Big Emma ft. Alliizon Mc, Vero Bouquet, ¿Quién Elegiría?. Consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=4jEwZbe9yl4&ab_channel=BigEmma.

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