13.05.2019
A través del análisis de la obra de Jenny Jaramillo, Karina Aguilera Skvirsky y Saskia Calderón, el curador Eduardo Carrera indaga en las exploraciones corporales en torno a las subjetividades disidentes del campo artístico ecuatoriano, producciones artísticas que dislocan conceptos de raza, identidad y género.
Uno de los objetivos centrales del movimiento de arte feminista de finales de los años sesenta y principios de los setenta fue, dentro del campo artístico, ganar reconocimiento para las mujeres artistas. Sin embargo, durante sus primeros años, el movimiento de arte feminista privilegió a artistas blancas, quienes encajaban y reforzaban los cánones occidentales del arte. La lucha por la igualdad se extendió al sur global sólo gracias a los activismos decoloniales y las reivindicaciones interseccionales de las mujeres racializadas.
Las políticas de la representación, las tecnologías del cuerpo, las post-identidades, son temas de interés en la actualidad. Los activismos del movimiento #MeToo [1] y #BlackLivesMatters [2] en Norteamérica, el Pañuelo Verde [3] y Nosotras Proponemos [4] en Argentina, la reforma migratoria y la lucha por la igualdad de las personas trans*, sin duda, han posicionado el debate sobre la libertad de identificación como una fuerza impulsora, aunque divisiva, en todo el mundo, redefiniendo los modos de hacer política.
En el Ecuador, si bien la Constitución de 2008 garantiza derechos a sus habitantes, éstos son interpretados desde una lógica patriarcal, imposibilitando la autonomía del cuerpo de las mujeres. En ese proceso, se han producido momentos importantes de ocupación de la esfera pública y participación ciudadana. Por ejemplo, la reciente marcha en contra de la violencia de género realizada a nivel nacional el 21 de enero de 2019, a la que asistieron cientos de personas a protestar por las violaciones y feminicidios ocurridos en el Ecuador a inicios de este año. Para el escritor y curador Miguel A. López, este tipo de movilizaciones ciudadanas sitúa en la esfera pública una reflexión amplia sobre cómo los espacios del feminismo hacen frente a la desigualdad social existente en distintos ámbitos de la vida, haciendo evidente una tradición patriarcal que instituye el accionar del estado, modela los discursos sobre la justicia y las leyes, define el espacio público y se inscribe en el mundo simbólico y cultural, entre otros aspectos. Interpelando también los modos en que se construyen las historias del arte en el presente. [5]
En el campo artístico institucional del Ecuador, según señala Archivas & Documentas. Mujeres Arte Visualidades en Ecuador [6], la participación de mujeres artistas es notablemente reducida frente a la presencia de hombres artistas. Según la investigación realizada durante 2017 y 2018, sólo el 0.10% de las obras que son parte de las reservas del Ministerio de Cultura y Patrimonio y de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (las colecciones más importantes del país) son de mujeres, lo mismo sucede con los salones de arte y con las exhibiciones temporales o de trayectoria. Este desbalance es una evidencia de la falta de condiciones y de desigualdad, en términos de oportunidades y reconocimiento, para el trabajo de mujeres artistas en un ecosistema cultural que responde a un sistema patriarcal.
A continuación, se propone indagar el lugar del cuerpo y las identidades en el arte contemporáneo en un momento de agitación política y de disputas culturales, a través de un grupo intergeneracional de artistas ecuatorianas que exploran el ser mujer más allá del binario heteropatriarcal, para introducir representaciones de identidades más fluidas, ambiguas, aguerridas, y que tensionan lo que se entiende por mestizaje.
Muchas veces a las artistas mujeres se las tilda de kitsch si no tienen una producción canónica, y si la tienen es una artista convencional.
Este texto se enfoca en la producción de tres artistas: Jenny Jaramillo (1966), Karina Aguilera Skvirsky (1969) y Saskia Calderón (1981); y en cómo el cuerpo ha moldeado significativamente su producción artística, particularmente en correspondencia con experiencias de racismo, clase, género e identidad cultural, y los contextos de las artistas. En este sentido, enunciar desde el cuerpo implica una forma de posicionarse en relación con el mundo. ¿Cómo han influenciado los términos de identidad racial y de género en la producción artística de estas creadoras? ¿Qué estado se otorga al cuerpo en una producción artística contemporánea que se posiciona desde el ser mujer? ¿Qué usos críticos o subversivos han encontrado las artistas para dislocar los estereotipos de raza, género y sexualidad atribuidos a mujeres provenientes del sur global? ¿Qué cuestionamientos le hacen las producciones de estas artistas al canon tradicional de la historia del arte?
Las artistas trabajan en una variedad de medios y géneros. Abrazan el uso del cuerpo como estrategia política y rechazan deliberadamente representaciones cerradas, recurriendo a lenguajes poéticos como la docu-ficción, el performance, la fotografía y el canto lírico, en relación con otras líneas de exploración como las pedagogías, las narrativas visuales, los saberes ancestrales y el cuerpo como herramienta para activar el lenguaje, compartir experiencias, articular otras formas de ver el mundo, afirmar ambigüedades y reflejar la encarnación física cambiante. Así mismo, examinan la relación entre la identidad, el espacio, la memoria, la impronta y las tensiones resultantes de la convivencia entre estos elementos.
Jenny Jaramillo
Desde los inicios de su práctica artística a principio de los años noventa, Jenny Jaramillo incursionó en un área poco explorada a lo largo de la historia del arte en Ecuador: la reivindicación del cuerpo de la mujer artista en articulación con la materialidad y espacialidad, como vehículo para su producción a través del dibujo, la pintura y, posteriormente, el performance, el video y la instalación. Los aspectos centrales de la obra de Jenny Jaramillo se refieren, según precisa la artista, a “problemáticas culturales relacionadas con representaciones de género y diferencia, lo kitsch y la cultura popular; [teniendo] como objetivos prioritarios, tanto el adelantar un conocimiento y comprensión de elementos culturales y procesos históricos constitutivos de operaciones subjetivas vinculadas con la producción y consumo de imágenes; como el apropiar herramientas y metodologías adecuadas para el desarrollo de nuevas posibilidades de producción y educación artística”. [7] Dichas cuestiones son abordadas a partir del estudio de los mecanismos y procesos relacionados con la producción y consumo de las imágenes y la subjetividad de quien las mira.
En Sin título (1999), Jenny Jaramillo devela la imposibilidad de producir espacios para que determinadas corporeidades puedan habitarlos en temporalidades específicas a través de gestos ligeros y sutiles. Por un lado, evoca la imagen de una mujer que reposa en una silla desnuda fumando un cigarro de marihuana y deambula en una silla de oficina móvil. El otro video muestra, en primer plano, un baile en el que la artista mueve su cuerpo al ritmo de la música, con un pecho descubierto y el otro cubierto por una camisa quemada. Ambas acciones tienen como escenario un paisaje artificial de playa al atardecer, instalado a manera de papel tapiz. El video está acompañado de música tropical latina para reforzar el arquetipo de mujer que la cultura occidental impone. El cuerpo de la artista se envuelve de símbolos que remiten a distintos estereotipos otorgados al cuerpo femenino/latino: la vinculación cultural analógica de la mujer con la tierra, la naturaleza, el exotismo, el caribe, la fecundidad; referencias a partir de las cuales se abre un juego de significación que relaciona identificaciones sexuales, roles de género, experiencias, tecnologías de representación y sistemas de producción artística.
En su trabajo, la acción y la experiencia son elementos que se identifican íntimamente con otrxs o con alguna realidad en particular, y al mismo tiempo afirma la diferencia, sustentándose en la observación de sus vivencias y la manera en la que éstas son transformadas simbólicamente. Se trata, sin duda, de una producción artística distanciada de formalismos y criterios modernistas en relación a la calidad, para inscribirse en una práctica contemporánea y conceptual que busca visibilizar inquietudes sobre las sensibilidades estéticas y sus posibles materialidades. Muchas veces a las artistas mujeres se las tilda de kitsch si no tienen una producción canónica, y si la tienen es una artista convencional.
Operando también desde el campo de la educación artística y con un sentido dadaísta en su práctica performativa, Jaramillo desnaturaliza categorías construidas socialmente —el cuerpo, el tiempo, la mirada, entre otras— que normalizan nuestras existencias, invitándonos a imaginar otras formas de ser y estar, que transgreden los perfiles precisos de representar al cuerpo. A través de su obra, exploramos una seductora fascinación por las ambiguas capas de representación de las identidades y los cuerpos femeninos.
Karina Aguilera Skvirsky
La memoria puede ser usada como un recurso que contrasta espacios, geografías, fronteras, rutas, desplazamientos y diásporas, entre sí y en distintas temporalidades. Dicho contraste puede ser considerado como un uso lúdico de la memoria, ya que lxs sujetxs se deslizan entre diferentes momentos de la historia individual y colectiva a partir de lo que se es en la actualidad. En consecuencia, se vislumbran virtualidades futuras, posibilitando un movimiento imprevisto para lograr dislocar el relato que da coherencia al espacio. El espacio, el cuerpo, y la relación particular entre sujeto y paisaje son parte constituyente de la práctica artística de Karina. En su producción, ha trabajado sistemáticamente con enfoques de género, matizados con temáticas de discriminación racial y migración, asociados a su propia condición de ser mujer migrante.
En El peligroso viaje de María Rosa Palacios (2016), Karina Aguilera Skvirsky se embarca en la realización de un video performance, en el cual reconstruye —tanto como le es posible— la ruta tomada por su bisabuela, quien en 1905, a los 15 años, dejó su pueblo natal (El Valle del Chota [8], Ecuador) con destino a Guayaquil, atravesando durante varias semanas un arduo camino con el propósito de trabajar para una familia adinerada en el gran puerto. Al recorrer el pueblo donde vivió su bisabuela, la artista explora sus raíces ancestrales y repasa la travesía que inició desde el Ecuador rural hasta la ciudad más grande y prospera del país. La relación que entabla la artista con su bisabuela es fundamental para comprender procesos generacionales a los que el cuerpo femenino ha sido sometido: económica, social, e históricamente.
La centralidad del cuerpo en su trabajo está íntimamente relacionada con el deseo que tiene de comprender su propia identidad, mezclando la memoria íntima y un contexto social más amplio, vinculado a sus ancestros, y que ha definido su lugar en la sociedad. Karina examina con frecuencia lo que significa tener un cuerpo negro y migrante en tensión con el constructo del mestizaje. La artista afirma que estos vínculos “están relacionados con haber crecido en un hogar bicultural. [Está] en una situación transterritorial, ya que [ha] internalizado la experiencia de [su] madre. No sé por qué se volvió realmente importante, pero de alguna manera tuvo un impacto en [su] forma de pensar, [su] vida y [sus] intereses dentro del arte”. [9] El resultado es un trabajo que trae a la superficie reflexiones sobre los procesos de aculturación colonial y mestizaje, un proceso en el que la artista interioriza su cultura afroecuatoriana y a través de la memoria del cuerpo construye un relato divergente.
Hoy se reconoce la “feminidad” como una construcción social y como un proceso a la hora de concebir sus creaciones, desterritorializando el cuerpo femenino hacia una multiplicidad de identidades.
Saskia Calderón
Saskia Calderón es una artista conocida por interpretar cantos funerarios de las comunidades de la amazonia ecuatoriana al estilo de la gran ópera, recurriendo a la lengua de los grupos indígenas para expandir el campo de acción de sus luchas. Su formación académica le ha permito enlazar la música, el canto lírico y las artes plásticas para producir performances, video-performances y arte sonoro. Saskia emplea la opera como una herramienta que tensiona el blanqueamiento criollo que forjó la ideología del mestizaje como una identidad que amalgama lo ancestral y lo occidental. Retoma saberes ancestrales e invoca prácticas próximas al olvido. Realiza traducciones visuales encontrando posibilidades sonoras, utiliza el cuerpo y el sonido como herramientas narrativas para abordar problemáticas socio-ambientales y etno-culturales. [10]
Saskia Calderón trae al presente, desde el locus que ocupa su voz, elementos naturales y místicos; el agua, el petróleo o el espíritu de los bosques, adquieren lenguas propias en un acto de traducción a través del canto lírico y sus partituras. Se produce el reaparecimiento simbólico de la naturaleza dentro de espacios humanizados por lógicas coloniales; y en esta ocasión, desde los performances realizados por la artista, estos elementos obtienen un significado actualizado desde lo propio de su ser, pero atravesados por los valores del entorno identitario, cultural y ambiental.
En Requiem Huao, Calderón interpreta cantos funerarios de la cultura amazónica ecuatoriana, con la cara pintada con tintes vegetales, un peinado característico de la mujer en la comunidad Huaorani [11] y un vestido negro elegante; el conjunto de accesorios contrasta con la amenaza del desarrollismo moderno que enfrentan pueblos indígenas ante la explotación de la naturaleza y el extractivismo, resultado de la intervención por parte de petroleras y mineras en territorios amazónicos del Ecuador. Al igual que otros performances de Saskia, su voz pronuncia con fuerza problemáticas ambientales, sociopolíticas e identitarias, tales como los derechos de los pueblos indígenas y de la naturaleza; además de hacer evidentes procesos de occidentalización al cantar una melodía étnica con voz lírica. Al mismo tiempo, Requiem Huao comunica tensiones sobre la identificación para mujeres racializadas, invitando a cada una a cuestionar las nociones de belleza.
Dentro del campo de la historia del arte, la tensión entre el reconocimiento de la diferencia y la demanda de igualdad es quizás más visible cuando se reflexiona sobre el impacto del género en la producción y recepción de arte hecho por mujeres. Artistas como Jenny Jaramillo, Karina Aguilera Skvirsky y Saskia Calderón, se muestran abiertas sobre la relación entre su trabajo y sus experiencias personales como mujeres. El estereotipo de que toda producción artística hecha por mujeres tiene necesariamente características comunes, tales como la sensibilidad, los lenguajes estéticos y la construcción normativa del gusto, ya perdió vigencia. Hoy se reconoce la “feminidad” como una construcción social y como un proceso a la hora de concebir sus creaciones, desterritorializando el cuerpo femenino hacia una multiplicidad de identidades. Este proceso supone una resistencia ante los procesos de normalización, una producción de identidades que se resisten, que desconfían del poder totalitario de la masculinidad. Como señala Paul Preciado, “se trata de atender identidades tradicionalmente dejadas al margen y de combatir las causas que producen las diferencias de clase, raza y género”. [12] Frente a un mundo de territorios masculinizados y patriarcales, estas artistas proponen visiones de mundos posibles, no hegemónicos, que parten de modos alternativos de pensar sus entornos y sus cuerpos.
Es el nombre de un movimiento iniciado de forma viral como hashtag en las redes sociales, en octubre de 2017, para denunciar la agresión sexual y el acoso sexual, a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein.
Movimiento político internacional que realiza campañas contra la violencia hacia las personas negras. BLM protesta regularmente contra la muerte de personas negras en homicidios cometidos por agentes de policía, así como por cuestiones más amplias de perfiles raciales, brutalidad policial, y la desigualdad racial.
Tuvo sus orígenes en 2003, en Rosario, y durante la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Se repartían 8 mil paliacates al año en todo el país. En 2018, su producción superó los 200 mil. Se trata de una pieza que tomó su color por casualidad y se forjó como estandarte de la lucha de las mujeres por el derecho a decidir.
Nosotras Proponemos (Asamblea Permanente de Trabajadoras del Arte) plantea expandir la conciencia acerca de los comportamientos patriarcales y machistas que dominan el mundo del arte y que regulan las formas de posicionarse de los agentes culturales. Surge en Argentina a finales de 2017.
Miguel A. López, Robar la historia. Correlatos y prácticas artísticas de oposición, Santiago de Chile: Metales Pesados, agosto 2017.
Archivas & Documentas. Mujeres Arte Visualidades en Ecuador es un proyecto que busca visibilizar la falta de presencia y participación de artistas mujeres en colecciones, archivos y exposiciones de gobiernos nacionales y locales del Ecuador; la investigación fue realizada por lxs artistas Tania Lombeida y Gary Vera.
Statement de la artista Jenny Jaramillo (Ecuador, 1962), entrevistada por Eduardo Carrera, diciembre 2018.
El Valle del Chota es una región ecuatoriana situada en la cuenca del Río Chota, en medio de la sierra andina y caracterizada por tener una población de habitantes de origen africano.
Entrevista con la artista Karina Aguilera Skvirsky (Ecuador, 1969) por Gabriela Rangel y Christina de León en Review: Literature and Arts of the Americas, 2013.
Statement de la artista Saskia Calderón (Ecuador, 1982), entrevista por Eduardo Carrera, diciembre 2018.
Los huaorani o waorani son un pueblo amerindio que habita al noroeste de la Amazonia, al oriente de Ecuador y que conserva su aislamiento y lengua.
Beatriz Preciado, “Multitudes queer. Notas para una política de los ‘anormales’”, en Revista Nombres del Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichón”, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, núm. 19, 2005.
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