Edición 2: Las cosas

Steven Shaviro

Tiempo de lectura: 15 minutos

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01.06.2015

Speculative Realism - a primer

Una conferencia llevada a cabo en Goldsmiths College en Londres en 2007 es hoy considerada como el momento fundador del Realismo Especulativo; sus protagonistas tempranos eran Ray Brassier, Iain Hamilton Grant, Graham Harman y Quentin Meillassoux. En el siguiente texto, Steven Shaviro expone las teorías de un grupo emergente y percibido desde afuera como una nueva escuela de pensamiento o hasta como un exclusivo «boy’s club». ¿Qué tienen en común sus aproximaciones y en dónde divergen? ¿En dónde se localiza el momento especulativo de esta filosofía y cuáles son las premisas a las que se opone?

Grant-Harman-Meillassoux-BrassierIzquierda a derecha : Iain Hamilton Grant, Graham Harman, Quentin Meillassoux, Ray Brassier

Realismo especulativo – un manual introductorio
(Alemán: Spekulativer Realismus für Anfänger)
Fuente: TEXTE ZUR KUNST #93: Spekulation/Speculation, Marzo 2014, pp. 40-51

Se considera que el momento fundacional del realismo especulativo tuvo lugar en una conferencia realizada en Goldsmiths College en 2007; sus protagonistas más tempranos fueron Ray Brassier, Iain Hamilton Grant, Graham Harman y Quentin Meillassoux. En el siguiente texto, Steven Shaviro hace un retrato de las teorías de un grupo emergente, percibido desde afuera como una nueva escuela de pensamiento o incluso como un exclusivo “club de muchachos”. ¿Qué tienen en común sus aproximaciones y en qué aspectos divergen? ¿Donde se encuentra el impulso especulativo de esta filosofía y a qué premisas se oponen? 

Un punto destacado que comparten estas posiciones es que recurren a, o revisan, el pensamiento kantiano. Argumentan que la primacía de la epistemología sobre la ontología que ha dominado la filosofía desde Kant la ha dejado atrapada en un escrutinio perpetuo de las condiciones del pensamiento. Los realistas especulativos, en contraste, asumen que el mundo es en cierto sentido independiente  de nuestras conceptualizaciones de él. El mismo hecho que “la cosa en sí misma” sea imposible de conocer, como lo declaró Kant, supuestamente la convierte en un objeto de especulación apropiado. Se trata de una operación que Shaviro describe como un salto hacia una incertidumbre fundamental.

La filosofía moderna occidental —al menos desde que Immanuel Kant publicó su Crítica de la razón pura en 1781— ha tendido a privilegiar la epistemología sobre la ontología. La ontología trata de la naturaleza del ser; define, en el nivel más básico, qué es. En contraste, la epistemología trata de cómo sabemos lo que sea que sepamos. Examina las bases y límites de nuestra capacidad de conocer el mundo. Decir que la epistemología debe venir antes que la ontología es simplemente señalar que, para poder hacer afirmaciones sobre cómo es el mundo, debemos poder dar unas bases para estas afirmaciones, explicar cómo sabemos que son ciertas. Kant señaló que la filosofía de su época era incapaz de ofrecer tales bases. Podía ser o bien dogmática, declarando el descubrimiento de la necesidad metafísica a través de la deducción lógica pura, o bien escéptica, anclada en hechos empíricos y en la experiencia subjetiva, pero incapaz de generalizar más allá de estos hechos particulares y esa experiencia inmediata. Enfrentándose a estas dos tendencias, Kant insistía que la filosofía debe comenzar escudriñando y, por lo tanto, reconociendo sus propias bases. De no lograrlo, y si se lanzaba directamente a especulaciones metafísicas, el único resultado sería el sinsentido. Para Kant y la mayoría de filósofos desde entonces, solo podemos declarar conocer algo (en vez de simplemente creer ciegamente algo) cuando podemos explicar cómo hemos llegado a conocer y qué justifica nuestra declaración de que es cierto. En principio, esta prioridad de la epistemología sobre la ontología parece normal. Pero en la práctica ha llegado a ser bastante problemática pues implica que terminemos hablando no de las cosas que encontramos en el mundo sino sobre nuestros propios procesos para encontrarlas. Kant insiste que las “cosas en sí mismas” son imposibles de conocer; de lo único que podemos estar seguros es de fenómenos —la manera en que las cosas aparecen ante nosotros—. En los siglos que han pasado desde Kant, es algo que se ha convertido en una especie de sentido común. Hoy damos por sentado que nunca podemos ver las cosas como son realmente, porque nunca podremos escapar el lente distorsionado de nuestras propias imposiciones sobre el mundo. Hoy, estas imposiciones han ido más allá de las categorías de Kant para incluir cosas como el lenguaje, nuestros mecanismos cognitivos y nuestros prejuicios e ideologías culturales.

La reflexión epistemológica es importante porque nos hace conscientes de nuestros prejuicios y de las suposiciones que, de otra forma, quedarían sin cuestionarse. Pero al mismo tiempo, irónicamente, tales reflexiones hacen casi imposible escapar de estos prejuicios y suposiciones. Estamos encerrados dentro de nuestra propia perspectiva, incapaces de acceder a una mirada desde cualquier otra parte. Ahora, es verdaderamente importante y necesario preocuparse por el peligro de recrear todo —otra gente, otros entes vivos y otras cosas en el universo— a nuestra imagen. Pero el precio que pagamos por evitar este peligro es que terminamos hablando solo acerca de y solo a nosotros mismos. Cuando empujamos este proceso lo suficiente, llegamos a creer que el mundo es apenas una construcción arbitraria social o lingüística, que consiste solo en lo que nosotros mismos hemos puesto en él. Para la filosofía postmoderna de fines del siglo XX, como Richard Rorty y, de forma más sutil y compleja, Jacques Derrida, no es posible escapar de esta camisa de fuerza: lo único que podemos hacer es señalarla y deplorarla. Nunca podemos ir más allá de nosotros mismos para encontrar algo genuinamente diferente.

El resurgimiento en el siglo XXI de la especulación filosófica es un esfuerzo para liberarse de este dilema. Esta busca deshacer el privilegio kantiano de la epistemología pero lo hace con motivos muy kantianos. La misma promoción de la epistemología de parte de Kant y su prohibición a la especulación metafísica surgieron de su esfuerzo de evitar tanto la Escila del racionalismo dogmático como la Caribdis del escepticismo empirista. La inversión actual de Kant, con su degradación de la epistemología surge de una inspiración similar: evitar la Escila del etnocentrismo y logocentrismo ciego, y la Caribdis de la autocrítica y la deconstrucción infinita. Kant denunció la especulación por superar los límites de cualquier conocimiento posible. En contraste, para los pensadores especulativos de hoy, la especulación es necesaria justamente a causa de los límites del conocimiento: hay tanto que es real y que no podemos llegar a saber. La especulación del siglo XXI comienza donde termina nuestro conocimiento sólido. Lejos de hacer afirmaciones dogmáticas, esta nueva forma de especulación paradójicamente explora el espacio de lo incomprensible y el tiempo de lo impredecible.

Emmanuel-Kant-et-ses-invitesLOWKant y sus invitados en una cena, 1892/1893

En 2007, cuatro filósofos presentaron su trabajo en Goldsmiths, Londres, bajo la bandera del realismo especulativo: Quentin Meillassoux, Graham Harman, Ray Brassier e Iain Hamilton Grant. En parte se conocían entre sí y a sus investigaciones. Aunque ocasionalmente han sido considerados como un grupo relativamente homogéneo, varios de ellos han renunciado desde ese entonces al rótulo de realismo especulativo y, de hecho, las diferencias entre estos pensadores son tan grandes que es imposible decir que den forma a una sola escuela filosófica. Aún así, el rótulo de realismo especulativo sigue siendo útil para indicar que estos pensadores por lo menos comparten un punto de partida importante. En palabras de Harman, “todo lo que se necesita para ser un realista especulativo es oponerse al ‘correlacionalismo’, un término de Meillassoux para la clase de filosofía (dominante aún hoy) que basa toda filosofía en la interacción mutua entre humanos y mundo”.

El realismo especulativo insiste en que el mundo y las cosas en el mundo son independientes de la conceptualización que hacemos de ellos. Rechaza la tesis kantiana de que el orden del mundo depende de la forma en que nuestras mentes (o nuestros lenguajes o nuestras culturas) funcionan para estructurarlo. También rechaza la conjetura fenomenológica de una reciprocidad o correspondencia primordial entre el ser y el mundo, o entre sujeto y objeto, o entre conocedor y conocido. La realidad es mucho más extraña de lo que podemos imaginar. Las cosas nunca concuerdan con las ideas que tenemos de ellas. Siempre tienen algo más que lo que podemos entender. El mundo no cabe en nuestros paradigmas cognitivos o en los modos narrativos de explicarlo. El “hombre” no es la medida de todas las cosas. Por eso es necesario especular. Debemos especular, para escapar de nuestro inveterado antropocentrismo y tomar en serio la existencia de un mundo fundamentalmente ajeno, no humano.

No hay una forma predeterminada de especulación, es un viaje a lo desconocido, sin garantías de un final apropiado. En este sentido, uno puede contrastar la especulación filosófica, que no llega a conclusiones, con la especulación financiera, que siempre se hace con el fin último de lograr una ganancia. La especulación por los fondos de protección en los mercados de derivados del presente está concebida como una forma de calcular y cuantificar el riesgo. Al tener en cuenta las leyes de probabilidad, los inversionistas son capaces de tener una ganancia sin importar lo que suceda en el mercado. La especulación financiera es, entonces, una forma de administrar y controlar el futuro. Se basa en la suposición no cuestionada de que el futuro será proporcional al presente. En contraste, la especulación metafísica confronta no el riesgo sino la incertidumbre irreductible. Es una distinción realizada por primera vez por el gran economista John Maynard Keynes. El riesgo está gobernado por reglas estadísticas que dividen las probabilidades entre un número fijo de resultados posibles: se podría pensar en lanzar monedas o dados. Pero la incertidumbre no puede cuantificarse en términos de probabilidades. No tenemos forma de saber qué resultados son posibles, mucho menos cuántos hay o qué tan probable sea alguno de ellos. Hoy, la mayoría de economistas y expertos financieros ignoran el análisis de Keynes y asumen erróneamente que los derivados y mercados de futuros pueden entenderse en términos de riesgo más que de incertidumbre. Sea como sea en economía, la especulación filosófica es enteramente cuestión de incertidumbre básica, más que de riesgo manejable. No hay fórmula para guiar el proceso de una especulación así. Cada uno de los pensadores realistas especulativos propone una forma distinta de especular acerca del mundo, dado que existe como incognoscible, aparte de nosotros.

kasselLOWIzquierda a derecha : Markus Gabriel, Robin Mackay, Reza Negarestani, Iain Hamilton Grant, Armen Avanessian en un simposio en el Fredericianum, Kassel, Alemania

Ray Brassier en su libro Nihil Unbound, no rechaza por completo las preocupaciones epistemológicas de Kant, su insistencia en categorías e ideas reguladoras —o lo que hoy posiblemente llamaríamos normas de racionalidad— que gobiernan las formas en que podemos hablar legítimamente acerca del mundo. Pero Brassier va más allá de Kant y entabla una especie de especulación radical al separar estas normas del énfasis humano implícito en Kant. Para Brassier, las categorías de Kant, como la causalidad, no son estructuras que nuestras mentes imponen al mundo para darle algún orden inteligible. Más bien, estamos obligados a asumir estos métodos y suposiciones por fuerzas externas, a medida que buscamos aproximarnos a cosas extrañas y opacas para nuestra mente. La racionalidad es terroríficamente inhumana. Las ciencias físicas nos permiten conceptualizar un mundo que en ningún sentido está hecho a nuestra medida. Pero el proyecto científico nunca puede completarse o concluir, ya que el mundo es en último término no conceptual e imposible de ser conceptualizado. Nuestras ideas de las cosas nunca pueden igualar a las cosas en sí mismas. Para Kant, esto significa que estamos relegados a —pero también a salvo dentro de— la esfera de los fenómenos, o las meras apariencias. Pero para Brassier, dado que nos acercamos incesantemente (sin llegar a alcanzar) las cosas en sí mismas, eso nos lleva a despojarnos de todo lo que solíamos dar por sentado. El cosmos es radicalmente neutro e indiferente, una vez removemos todos los significados, valores y narrativas que hemos tratado de imponerle en vano. Nuestros supuestos factores tranquilizantes se disuelven y solo nos queda la especulación sin ancla.

En su importante libro Après la finitude, Quentin Meillassoux, quien estudió con Alain Badiou en París, le da la vuelta a Kant y renueva la necesidad por el tipo de especulación ontológica que Kant rechazó, de una forma totalmente distinta a Brassier. Meillassoux emprende un ataque frontal contra los supuestos “correlacionistas” del kantianismo y la fenomenología. Insiste en lo que llama ancestralidad: la existencia indudable del universo antes de la humanidad, o de cualquier forma de vida, y, por lo tanto, antes de cualquier posibilidad de ser observado, interpretado o evaluado. Kant establece “condiciones trascendentales de experi­encia” que deben preceder lógicamente a (por estar siempre presupuestas por) cualquier forma de existencia. Pero Meillassoux argumenta que estas mismas condiciones solo podrían haber existido en algún momento de la historia del mundo; antes de su surgimiento, el universo ya existía, pero no en ningún sentido del término “dado” a nosotros u organizado según nuestras categorías. En otras palabras, la correlación entre la mente y el mundo establecida por Kant es, en sí misma, contingente y no necesaria. A partir de esta percepción, Meillassoux deduce que la contingencia radical es la única necesidad universal. Es absolutamente necesario, dice, que el mundo tenga la capacidad de ser otro al que es actualmente. Las cosas pueden suceder sin razón alguna. De esta forma, Meillassoux dice descubrir la verdad a través de la especulación o, mejor, establecer la verdad de la especulación. Donde Kant dice que las “cosas en sí mismas” eran imposibles de conocer por las limitaciones de nuestras propias capacidades de entender, Meillassoux dice que esa imposibilidad es en sí misma una característica positiva de las cosas y que podemos saber que es así con absoluta certeza.

speculative_realistsLOWAnuncio de una conferencia sobre Realismo especulativo en Bristol, 2009, circulando en internet

La versión del realismo especulativo de Graham Harman, que él llama ontología orientada al objeto, tiene otra aproximación la existencia de las cosas como separadas de nosotros, haciendo referencia a pensadores como Bruno Latour y Manuel De Landa. En un número de textos especulativos, entre los que están Guerilla Metaphys­ics y The Quadruple Object, Harman revisa a Kant y reintroduce la necesidad de especular extendiendo y explotando una de sus afirmaciones más básicas. Donde Kant dice que no podemos conocer las cosas en sí mismas porque sólo las experimentamos en términos del marco que nosotros mismos les imponemos, Harman generaliza esta situación a todas las entidades del cosmos. No son solo los seres humanos o los seres racionales quienes comprenden el mundo de maneras particulares y limitadas. El mundo contiene una multitud de objetos y ninguno de estos tiene acceso a otro objeto (ni siquiera a sí mismo) más allá de lo superficial. Para Harman, Kant tiene razón al insistir en la finitud o en los límites insuperables de nuestro conocimiento. Pero Kant se equivoca al afirmar que puede establecer estructuras centradas en lo humano que sean completas y certeras, al menos dentro de esos límites. No le imponemos condiciones al mundo, lo que sucede más bien es que estamos encerrados dentro de nuestra limitada habilidad de encontrar el sentido del mundo. Kant dice que no debemos especular sobre cosas que no podemos saber. Harman contesta que, precisamente por no poder conocer las cosas en sí mismas, lo único que nos queda es especular. No podemos entender objetos de manera cognitiva, pero podemos aludir a objetos a través de metáforas y otras prácticas estéticas. De esta forma podemos apreciar cosas, aún si no las entendemos por completo. Ese es el camino de la especulación: “lo real es algo que no puede saberse, solo amarse”.

Iain Hamilton Grant, quien, como Brassier, estudió con Nick Land, presenta otra versión más de la especulación en sus Philosophies of Nature After Schelling. En la misma filosofía de Kant, las “condiciones transcendentales de experiencia” son estructuras preexistentes a las cuales deben apegarse todas las necesidades de conocimiento. Pero Grant, siguiendo al filósofo postkantiano Friedrich Schelling, insiste que estas estructuras en sí mismas no pueden darse simplemente por sentadas, sino que necesitan generarse de alguna forma. Lo trascendental —aquello que viene antes de toda experiencia y establece las condiciones de la experiencia— debe ser también un proceso continuo más que un producto estático. Por lo tanto, para Grant y Schelling, lo “trascendental” solo puede identificarse con la productividad infinita y continua de la naturaleza misma, y no tanto con la mente humana finita, que es apenas un producto de la naturaleza. Según todos estos pensadores, la especulación es necesaria porque es la única manera en que podemos buscar delinear las fuerzas, poderes y eventos que generan a nuestros cuerpos y mentes, pero que se mantienen siempre fuera del alcance de nuestros cuerpos y mentes.

Para resumir, todos los realistas especulativos encuentran maneras de eludir la prohibición de Kant acerca de la especulación metafísica. Trabajan para resistir el antropocentrismo resultante cuando Kant privilegió la epistemología frente a la ontología. Para Meillassoux y Brassier, las limitaciones de la epistemología kantiana pueden superarse al descubrir que las limitaciones de los posibles conocimientos descubierta por Kant no están grabadas en nuestras facultades cognitivas sino que son características de las cosas en sí mismas, que son irreduciblemente contingentes (Meillassoux) o no conceptuales (Brassier). Para Harman y Grant, por su lado, el privilegio dado a la cognición humana debe ser cuestionado. La percepción humana y el entendimiento son menos especiales de lo que creemos en general, pues pertenecen a un espectro mucho más amplio de procesos de relación e influencia causal. Lo que hago al contemplar una bola de algodón no es tan diferente de lo que hace la tintura al colorear la bola de algodón, o, más aún, de lo que hace el fuego al quemar una bola de algodón. Para Harman, todas estas son instancias de “contacto indirecto” entre entidades claramente separadas. Y, para Grant, son todas transformaciones motivadas por, pero que también detienen y reifican, la incesante productividad de la naturaleza. No se puede priorizar la epistemología porque las acciones de entender y conocer también están enredadas con movimientos más grandes que ellas mismas no pueden explicar. Todos estos pensadores recurren a la especulación no como una forma de descubrir verdades más elevadas y “dogmáticas”, sino como una forma de explorar lo que Meillassoux llama los “grandes espacios exteriores” de la existencia, un ámbito demasiado vasto y extraño, y radicalmente incierto, para ser subsumido en nuestros propios valores y normas.

Reimpresión cortesía de Texte Zur Kunst y del autor.
Traducción de Manuel Kalmanovitz G.

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