07.11.2023

Metápolis blanqueada bajo las 3D (Parte 2)

Invitamos al investigador, videasta y activista Pablo Gaytán a compartirnos su reflexión entorno a la gentrificación y sus implicaciones con el blanqueamiento por despojo, las industrias culturales y la modificación de lo sensible a partir de la interdependencia con las redes sociales. Esta es la segunda parte del texto comisionado.

 

Metropolitanos

Junto a este proletariado fluye otra categoría de clase: nos referimos al proletariado metropolitano, que a diferencia del submetropolitano, pervive gracias al salario garantizado del Estado de bienestar o de la libre empresa —nómina, honorarios, pago por obra determinada, becaries. Les primeres, pueden ser trabajadores de la educación, empleades en las distintas instituciones públicas del estado: burócratas, funcionaries y trabajadores de la cultura; les segundes están al servicio de la libre empresa insertes en el sector servicios de las industrias culturales y creativas, en los servicios financieros, en el sector cuaternario del arte y la economía del turismo, así como la educación superior privada.

A diferencia de la clase submetropolitana, les integrantes de la clase metropolitana por lo regular pueden movilizarse en automóvil, que pagan en abonos para sentirse parte de la clase dominante. Viven endeudades toda la vida por costear una vivienda propia, para sus hijes y nietes. Sus cadenas son las hipotecas y las necesidades creadas por el estatus social derivado del consumo y el entretenimiento (del pago de servicios de televisión y música vía plataformas, planes vacacionales, cambio de auto cada que se pueda, bicicletas y motocicletas de alta gama, conciertos de música en lugares exclusivos), pago de rentas o hipotecas en zonas residenciales y habitacionales del poniente y sur-poniente de la ciudad, o en las zonas residenciales de los estados metapolitanos.

Aunque la gran mayoría de miembros del proletariado metropolitano viven en alguna unidad habitacional de clase mediana o en algún suburbio alejado de la centralidad metapolitana, viven encadenades al automóvil, con eternas deudas de sus tarjetas digitales —por los viajes todo incluido, las cuotas de las escuelas privadas, visitas por los “pueblos mágicos”—, y asisten a todo tipo de entretenimiento para las masas metropolitanas. Encausades siempre por mantener “un estilo de vida” que se merecen. Por ello son “aspiracionistas”, oportunistas, arribistas o como quieran llamarles, pues siempre están deseantes por escalar el vértice de la pirámide social-burocrática, sea Estado o empresa, para la que laboran. Las nuevas generaciones de la garantizada o estatizada clase metropolitana desde hace tiempo buscan habitar en las zonas codiciadas de la centralidad metapolitana, en un afán de simular un alto estatus o pertenencia de clases creativas que consume y exhibe mediáticamente reproduciendo los estereotipos del éxito. En particular, les jóvenes son auténtiques EDipad1 fanatizades por el acceso a la información habida y por haber, que por cierto no saben digerir ni procesar.

Para éstes, el “capitalismo sustentable” ––ecologismo, dietas sin alimentos industrializados, huertos urbanos y comida orgánica–– les permite acceder socialmente a temáticas sostenibles o de responsabilidad social, andar en bicicletas y patines eléctricos para desplazarse por los barrios céntricos en proceso de blanqueamiento por despojo. Viven, laboran, se divierten y pueden crear comunidades de trabajadores digitales y de las industrias creativas, siempre bajo el manto del capitalismo inmaterial y el Estado-Plataforma. Hasta hace poco tiempo, esta clase muy funcional al capitalismo fungió como una clase-bebé, consentida y punta de lanza para blanquear algunas zonas de reserva urbana y territorial que propició el cartel y el Estado inmobiliarios la pasada década. Así como las industrias creativas desplazaron a les antigües urbanitas hacia el otro lado de las fronteras del apartheid social metapolitano, como anteriormente se ilustra con la primera oleada de blanqueamiento de la calle Regina en el Centro Histórico en 2003, y ahora la tendencia está en la colonia Obrera, la colonia Guerrero, el barrio de Tepito, Santa María la Ribera, Anáhuac, y las zonas grises de la San Miguel Chapultepec y Avenida Constituyentes, rumbo a la Cuarta Sección del Bosque de Chapultepec y el CETRAM Observatorio, y de ahí al Tren Interurbano hacia la ciudad de Toluca.

Pero el gusto de pertenecer a un artificial primer mundo se le vino abajo a la emergente clase metropolitana, particularmente a les jóvenes que intentaron vivir la época dorada de la clase creativa CDMX en las alcaldías Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez. Con los tiempos pandémicos, estes jóvenes tuvieron que emigrar a los hogares paternos, y ese fue el momento para reconvertir a ese proletariado metropolitano hacia una realidad capitalista cuando estes jóvenes regresaron “a la normalidad”. El aumento de rentas y el incremento de precios en los bares, cafeterías y restaurantes impactó considerablemente sus ingresos, y ello motivó su migración hacia los barrios de la colonia Guerrero, Tepito, La Obrera o Santa María la Ribera. Esta sustitución o desplazamiento forzado aplicado a los antiguos “buldócer” blanqueadores fue operado por el monopolio de las estancias temporales Airbnb.

La crisis pandémica y post-pandémica fue aprovechada para provocar la llegada de miles de nómadas digitales de otros países (cognitariado o trabajadores de las industrias creativas y las empresas financieras de los países “desarrollados”) a ocupar ahora esos barrios fértiles en “engorda” de viviendas y lugares idóneos para explotar la renta y el valor del suelo, por parte de las empresas globales que practican el nearshoring o relocalización de empresas. En este caso fue el sector industrial y creativo del capitalismo de plataformas. Les blanqueadores fueron blanqueades. El tiempo histórico corto les volvió a desclasar. Si bien una de las características de esta clase es precisamente la negación a reconocerse como integrantes del proletariado y su insistencia a las fluctuantes modas del consumo, vestimenta, música, entretenimiento y demás nichos de mercado, se siguen aferrando a una realidad ficticia.

Una clase mercenaria y convenenciera muy cercana al lumpen-proletariado delincuencial, callejero o sindical. Están cosificades e identificades con el capital, muy a pesar de su elevado capital social y cultural. Y aunque algunos de sus miembros han intentado colectivizarse mediante proyectos colectivos o comerciales, como lo fue el tianguis ubicado hasta hace algunos días en la Glorieta de los Insurgentes, no logran reponerse del declive de la escala social. Hoy día este proletariado metropolitano convive con el proletario submetropolitano en barrios como Tepito, la Guerrero, la Obrera. Viven en la submetrópoli central.

Ahora algunos grupos o colectivos intentan resistir oponiéndose a la política de “higiene social” de la alcaldía Cuauhtémoc que comenzó con el borramiento de los rótulos de los puestos fijos y semifijos, y continuó cubriendo de pintura los grafitis murales, desalojando a les jóvenes de las plazas públicas y con la persecución policíaca por atreverse a denunciar estas políticas. Lo cierto es que surge el interés de algunes por apoyar y unirse a las organizaciones que luchan desde hace años contra los procesos de blanqueamiento por despojo en las zonas poniente, en los pedregales de Coyoacán o en Xochimilco.

Metapolitanes, les invisibles del poder

En la punta del vértice de la gran pirámide clasista de la metápolis se encuentra la clase metapolitana. La clase en el poder, esta burguesía que vive en determinados barrios del poniente de la metápolis, en municipios y zonas habitacionales en medio de los bosques convertidos en zonas exclusivas para les dueñes de las infraestructuras, el capital y el estado-plataforma. En la urbe, estas clases se mueven en vehículos lujosos impenetrables a las miradas urbanitas, rodeades de convoyes policiales que abren paso a su privilegiado flujo vehicular. Cuando les es necesario desplazarse con el fin de visitar o negociar con sus pares en algún espacio de la metápolis o en las ciudades vecinas, lo hacen mediante el servicio de transporte aéreo que, al caer la noche, se confunde con las luces de cientos de drones vigilantes.

Desde sus torres de cristal o sus viviendas en medio de los bosques, les metapolitanes se comunican con sus subordinades mediante innovadores sistemas virtuales multimedia hiper-privadas de comunicación. Su tarea no es trabajar para sobrevivir como lo hace el proletariado submetropolitano o metropolitano, sino para definir el futuro de esos mismos millones de seres que trabajan para alimentar sus urbes financieras. Desde sus despachos y consultorías crean leyes y se regularizan normas aprovechando las investigaciones universitarias, científicas y artísticas. A través de ellas ponen en marcha infraestructuras de todo tipo; hacen y realizan planes de negocios; promueven gobernantes, jueces, legisladores; intensifican proyectos de entretenimiento o deciden cómo deben ser explotadas las clases proletarias, cómo deben divertirse, qué deben consumir, dónde deben vacacionar o en qué lugares pasar sus tiempos de ocio, si es que tienen tiempo para esa extraña sensación de no hacer nada.

Descubrieron desde finales del siglo pasado que el blanqueamiento por despojo es la mejor herramienta para poner en engorda el suelo de reserva y, para ello, los vacíos legislativos son la mejor forma de apropiarse del suelo rural y urbano. Las maneras de ejercer las variadas formas de blanqueamiento van desde la apropiación del dinero proveniente de las empresas criminales para lavarlo hasta la búsqueda de expedientes de las viviendas de las y los adultos mayores, o sobre los terrenos supuestamente baldíos para despojar a familias o comunidades dueñas por generaciones de esas propiedades. Sobre todo, han descubierto con ayuda de algunes de sus consultores que un yacimiento interminable para el blanqueo por despojo es la cultura, en sus diversas expresiones: desde la barrial hasta la originaria o indígena, pasando por las memorias colectivas y el arte.

 

Salida

Las diferentes estrategias del blanqueamiento por despojo pueden ser combatidas desde una perspectiva de clase si se intenta penetrar desde un proceso seminal barrial y comunitario, ya que quienes hacen la metápolis tienen una inmensa conexión subalterna y subterránea para obtener información y con ella se pueden crear iniciativas de todo tipo para detener la “engorda” del suelo de reserva. Es necesario evidenciar las zonas de apropiación de las economías barriales y comunitarias diseñando alternativas de utilidad para ese espacio público. Buscar las grietas legales para arrebatarle el privilegio a las empresas privadas de invadirlas, y regulaciones normativas que defiendan a les inquilines de las rentas que desbordan la economía de cualquier proletariado.

Recuperar una vivienda digna se puede lograr con regular el aumento de la superficie y que se incluyan nuevas formas de propiedad como la colectiva-urbana. El mayor reto de las clases metapolitanas o subalternas es rehacer la metápolis desde el barrio, desde el territorio, desde la comunidad manteniéndose alejades de la opinión catártica de las redes sociales. La metápolis vista como un inmenso barrio de barrios donde se pueda prevalecer humanamente desde el arte de la improvisación colectiva y la creactividad del habitar fuera de los encuadres colonizadores de les especialistas académicos, estatales o empresariales. El destino de les urbanitas sólo lo pueden construir las clases submetropolitanas y metropolitanas.

Referencias

Asher, Francois. Métapolis ou I´avenir des villes (1995). Odile Jacob. París.
Fisher, Mark (2016). Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? Caja Negra. Buenos Aires, Argentina.
Gaytán, Santiago, Pablo (2020). “Blanqueamiento por despojo: una categoría polisemántica descolonizadora”. Págs. 262-269. En Ciudad en disputa. Política urbana, movilización ciudadana y nuevas desigualdades urbanas, coordinada por De la Torre, Galindo, Javier y Ramírez Velázquez Blanca (Coordinadores), UAM. México.
______________________(2004). Apartheid social en la ciudad de la esperanza cero. Ediciones InterNeta. Distrito Federal, México.


[1] El neologismo se refiere al iPad como un dispositivo digital edípico, usado por les jóvenes consumidores. Lo tomo de Mark Fisher en la obra referida en el presente ensayo.

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