23.03.2024

Perdiendo el Sur: retomando la brújula ética que apunta hacía la vida

En medio de la crisis ética que atravesamos en nuestra región y el mundo entero, expuestos como testigxs del fortalecimiento de la brutalización y la crueldad como elementos que sostienen las democracias fascistas, el curador y artista Duen Neka’hen Sacchi nos comparte su urgente reflexión sobre el contexto argentino.

 

Hace unos meses, en Argentina, en medio de la definición de candidaturas de todos los espacios políticos para las elecciones generales de 2023, en Jujuy, provincia ubicada al norte del país, una amplia manifestación fue brutalmente reprimida. Con el correr de las horas sería evidente que las personas no estaban siendo detenidas al azar: artistas, defensores de derechos humanos, docentes, discapacitados, adolescentes, sindicalistas y, de manera singular, mujeres y personas LGBTQIQ+ serían las marcadas, buscadas y encerradas. La manifestación multisectorial y multitudinaria fue en reacción a una modificación constitucional que criminalizaba la protesta social y atentaba sobre los derechos de los pueblos originarios a la tierra. Esto sucedió en un contexto de protestas por los bajos salarios docentes y una inflación que, en nuestra tierra, no solo es un índice económico, una modulación política del capitalismo colonial sino, además, un arma de guerra.

Mientras sucedía todo esto, en Salta, la provincia del lado, yo cocinaba unas piezas en el horno de barro de mi casa familiar y avisaba a mi compañero que no podría viajar porque, preventivamente, el gobernador saliente de la provincia de Jujuy cortaba tantas o más rutas que las protestas. Para salir de la yunga salteña hacia el sur de Argentina hay que atravesar la yunga jujeña. Así de enervados están nuestros caminos. También nos angustiábamos junto a mis xadres por el reavivamiento del terrorismo de Estado, al ver en televisión las imágenes de la persecución a personas con camionetas blancas sin identificar, mientras los chats del teléfono comenzaban a sonar actualizando el número de detenides y una larga noche de llamadas y pedidos de ayuda solidaria a diferentes niveles se avecinaba. La imagen de familiares frente a un centro de detención pregnaba nuestras retinas en la mañana siguiente. Días después, sabríamos que la docente, defensora de los derechos de las mujeres y bailarina Camila Müller, había sido torturada brutalmente en su propia casa.

Esa brutalidad fue un anuncio de campaña. Una promesa, una muestra de lo que “ya” se puede hacer para imponer agendas antiderechos, antidemocráticas y extraccionistas. En esos días pensé mucho en compañeros y compañeras del continente que venían denunciando la específica persecución a artistas y escritores, al campo de la cultura y a la prensa independiente, en general, así como a las comunidades originarias, en particular. Sucedió en Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Panamá; sucedía hace mucho en Colombia, Chile, Paraguay, Guatemala, México… En Jujuy, al igual que en Santiago de Chile, se apuntó a los ojos. La imagen de un adolescente con su ojito parchado recorrió las redes sociales, no lo vieron todos, porque los algoritmos son privados y responden a multimillonarios, y no son democráticos, porque no responden a ningún tipo de regulación donde las personas puedan reclamar, por ejemplo, por los efectos en su salud mental. En esa provincia también ganó con amplia mayoría Milei (como en casi todo el país, principalmente porque dijo que iría contra “la casta”). Las personas llenaron ese significante con diferentes sentidos: desde la envidia llana contra el vecino que se hizo una casa más rápido que otro; la novia que se hizo feminista y ya no se erotizó con el maltrato del noviecito de turno; hasta la bronca hacia los gobiernos provinciales o nacionales, enojos legítimos por sus accionares como ficcionales debido a la desinformación planificada como modo de control social.

Esa vez también pensé que era bastante obvio por qué se apuntaba a los ojos: ¿A dónde más apuntarían las dictaduras de la imagen?

 

Al corazón subjetivo, por supuesto, a las emociones y a los ojos: “Solo verás cuándo y cómo yo te lo diga. Y sufrirás”. No es casual que el lema del movimiento conservador de ultraderecha argentino que dirige el presidente actual sea “No la ven”. Las derechas occidentales colonialistas no son muy originales, enarbolan un oculocentrismo dogmático y después disparan a los ojos que no ven como ellas quieren que se vea. En ese sentido, no hay nada nuevo; la misma respuesta una y otra vez es arrasar con las miradas torcidas, con les no-videntes. Seguir las noticias en Argentina en este momento supera cualquier previsión de las teorías del capitalismo del desastre, pero no hay duda de que es contra las mayorías minorizadas contra quienes arrasa el despojo organizado y sistemático. Especialmente contra las personas discapacitadas, niñes con cáncer y enfermedades raras, mujeres, LGBTIQ+, trabajadores de la economía popular, defensores de derechos humanos, pueblos originarios, ancianes y contra cualquier vulnerabilidad humana; es un programa racista, misógino, cruel y sin horizonte humano.

Una de las últimas acciones del Gobierno fue prohibir en la administración del Estado el uso “excesivo” del femenino, del lenguaje inclusivo y de la “perspectiva de género” (la distinción no la hago yo, sino el Gobierno).

La organización social, política y cultural contra la embestida de la ultraderecha en Argentina comenzó alrededor del 2015. Muches nos dábamos cuenta de que algunos síntomas de la violencia política de las agendas ultraderechistas terminarían de solidificarse por las vías del terror —ese miedo que actúa sin nombre no es muy identificable ni dentro ni fuera de uno mismo; por las vías de la desinformación, de la “post-verdad”, de la inflación, del individualismo, de la codicia de grandes y ricos operadores políticos y de la construcción de la otra/otre/otro como enemigo. Esto último se acentuó con crudeza en la pandemia del COVID-19. Un cóctel explosivo que en estos parajes del mundo estallaría desde el streaming, en horario estelar, ante nuestra mirada atónita, cuando un joven gatilló un arma al rostro de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el 1 de septiembre de 2022. Sí, hubo un silencio estremecedor.

La repercusión de semejante acto de violencia política fue mayor en el exterior que en el país. Han sido años de desinformación a cargo de los conglomerados de comunicación. La estigmatización de movimientos sociales, organizaciones políticas y dirigentes ha sido devastadora; vamos rumbo a ser el ejemplo en las investigaciones futuras de cómo se pudo instalar un totalitarismo supremacista blanco y masculinista en un país donde las mujeres, personas LGBTIQ+ no solo son mayoría, sino que imaginaron y pusieron a funcionar políticas públicas y sociales antipatriarcales que cambiaron radicalmente la vida y la esperanza de vida de sus propias comunidades. Un país también brutalmente racista, cuyo porcentaje de personas de piel clara es minoritario y concentrado solo en las grandes capitales, lo que desenmascara el poder de la colonialidad interna a lo largo de los años. La imagen de jóvenes de piel oscura, descendientes indígenas y afros en Salta, que gritan consignas que van contra su propia vida y anhelan que esos ojos celestes del candidato electo a presidente se posen sobre sus rostros es elocuente en este sentido.

Los fascismos también germinan desde el deseo

La ultraderecha neoconservadora no comenzó en Argentina. En 2012, en Grecia, hacía su aparición pública Amanecer Dorado, partido de extrema derecha que accedía mediante voto democrático al parlamento con 21 representantes. Las comparaciones entre Grecia y Argentina saltarían a las tapas de los diarios por la imposición de un “corralito” bancario en ambos países, es decir, la incautación de la totalidad de los depósitos bancarios de les ciudadanes, que dejaría hermanados en la desgracia a los dos países en los procesos inflacionarios creados por endeudamientos sin control, propulsados por entidades como el FMI o los fondos buitres. Argentina había sido la prueba. El Fondo Monetario Internacional es una institución de postguerra que responde a la repartición colonial de territorios de África y América que se realizó después de la Segunda Guerra Mundial; el endeudamiento de los países “subdesarrollados” siempre financió el crecimiento de los “países desarrollados”

Teniendo en cuenta las enormes diferencias, existen algunas coincidencias entre ambos “acorralamientos” como lo son la relación entre las agendas radicales de enriquecimiento del norte global con la financiación de partidos como Amanecer Dorado o La Libertad Avanza; la singular retórica antisistema de estos partidos y el ataque coordinado de sus miembros a las culturas públicas, materializados en violencia contra dirigentes políticos, mandatarias en el caso de Argentina, artistas, ataques a quienes reivindican derechos culturales, de las personas LGBTIQ+, de las mujeres, migrantes, antirracistas, indigenistas, feministas, escritores, periodistas y una larga lista de señalamientos. Desde una mirada más clásica, estos partidos coinciden en aglutinar socialmente demandas por la ausencia o impericia de las instituciones del Estado al garantizar derechos básicos como el acceso digno a la tierra, al agua, al consumo, promoviendo situaciones de shock social y económico con promesas de estallidos, amenazas, persecución y violencia contra “la casta”, “los migrantes”, “los vagos”, “las fuerzas del mal”, etc., a partir del uso de las instituciones del Estado y autoencarnándose como “los que volverán a hacer de la patria lo que era”, “las fuerzas del cielo”, “la gente de bien”, “los contribuyentes”, “los hombres de verdad”, etc. El ABC del capitalismo del desastre: “Destruir desde dentro”, una contra cara de las propuestas de los años 90 del siglo pasado de “transformar desde dentro las instituciones”. Y en modo 2.0, la utilización de sus estructuras de acumulación de datos para suspender el Estado de Derecho. Algo que es difícil de explicar, porque muchas veces las personas no disciernen Gobierno de Estado, y menos aún terminan de comprender su posición extremadamente vulnerable en el caso de un Gobierno que decide volver al Estado un aparato de guerra contra su propia población. Tanto en Argentina como en Grecia, la experiencia de Estados terroristas es parte de la memoria reciente y tiene complejidades similares en relación con los efectos del trauma, los conflictos políticos y la relación con el endeudamiento. En el caso argentino, la dictadura cívico militar de 1976-1983 (aunque podríamos hablar de casi un siglo de dictaduras con intermedios democráticos, actualmente el más largo de 40 años), y en el caso griego, la triple ocupación y el gobierno de colaboración con las potencias fascistas del Eje de 1940 -1945. También compartimos los problemas de negacionismo en relación con los crímenes de lesa humanidad perpetrados por estos regímenes.

En una mirada un poco más desviada, estos partidos y movimientos reconocen y toman para sí demandas emocionales tan difusas como: ¿Porque el/la/le otre sí y yo no? Proponen sujetos políticos como “el contribuyente”, “el inversor”, “la influencer”, y monstruos como “el zurdo”, “la campora”, “el vago”, “la planera”, “el comunismo”. Y respuestas pragmáticas: “cárcel o bala”; “él/ella/elle o tú se lo merecen” (no ambes). Mientras tanto, las políticas del señalamiento propias de los regímenes totalitarios se han vuelto molares, encarnadas en identidades que no son ni estratégicas, ni críticas, sino sensiblemente reactivas, donde incluso la desidentificación implica muchas veces exclusión, abuso y muerte. Estos movimientos exigen unas productividades que ningún cuerpo puede soportar; proponen la obediencia como un fin ético en sí mismo; refuerzan la envidia como un sentimiento competitivo útil y, por supuesto, la idea del dinero como único fin y medio, así como el castigo y el sufrimiento, muchas veces propuestos como la única vía erótica de desarrollo personal.

Por supuesto que un “corralito” en Grecia, en el centro histórico-filosófico, político, cultural de la civilización occidental, no es lo mismo que en Argentina. Pero su pueblo saldría a las calles como cualquier otro, resistiría y sufriría como el que más. Quizás por eso, por no ser cualquier lugar en la historia occidental del arte, la razón y la democracia, es que en 2017, Documenta 14 se desdobla y se des-territorializa en Atenas. En Aprendiendo de Grecia, el filósofo Paul B. Preciado, propone la asamblea como dispositivo curatorial, le llama Assembly of the bodies, haciéndose eco, de las formas de organización y participación propia de uniones sindicales, movimientos sociales, feministas, migrantes, indígenas, discas, trans, desplazados forzados, afectados por el corralito y la deuda en resistencia (a los dos lados del Atlántico), acciones de democratización directas y desviadas en medio de la avanzada del capitalismo del desastre. Un ensamble necesario que venía proponiéndose, pero no siempre había cuajado. Y, por otro lado, imbuido de una serie de herramientas conceptuales alrededor de las ideas de ensamblaje y prótesis que viene elaborando el filósofo hace años. En Argentina, durante la revuelta de 2001, y ahora también, las asambleas son la herramienta política-social de algunos extractos sociales y políticos, mientras en 2001, fueron generalizadas a todo el espectro social y las imágenes de los piquetes, el corte de las vías públicas, las puebladas y los cacerolazos dieron la vuelta al mundo, y actualmente siguen siendo parte de las formas de organización de la resistencia; pero la pandemia y la violencia política instalada desde el intento de asesinato de la expresidenta y promovida por voceros públicos, desde el presidente y los periodistas hasta tuiteros, aún no nos permite pensarnos en las calles como antes; la sensación de orfandad atraviesa todo el arco social.

En 2015, ante el primer Gobierno del capitalismo del terror, fue diferente: los movimientos de mujeres, trans, travestis, LGBTIQ+, migrantes, discas, putas, abolicionistas, movimientos populares, partidos políticos, periodistas, artistas, madres, hijas, religiosas, trabajadoras de la salud, científicas, estudiantes feministas lograrían una transversalidad histórica, en una serie de manifestaciones multitudinarias sostenidas en una larga historia de encuentros, en políticas asamblearias y articulaciones múltiples, con organicidades viscosas, lubricadas por el deseo y el placer de lo comunitario, lo comunal, lo colectivo, lo solidario; con verticalismos, estructuras más o menos sólidas, complicidades, contradicciones, manos robóticas, aparatos políticos y religiosos, algoritmos, chats, chismes, perifoneo, comunicación radial, individualidades. ¿Una prótesis de lucha? ¿Un ensamblaje? ¿La gran asamblea de las, los y les desviades? Quizás. Algo cuajó y la soñada articulación del pueblo que hace falta encarnó en la calle. Nuestro país vivió un profundo y singular proceso de democratización en plena embestida de las agendas ultraconservadoras del mercado global y de la aplicación de políticas de colonización por endeudamiento neoliberales. En medio del desastre y el despojo, el hito más conocido fue la aprobación de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE); pero no fue solo eso, la movilización de estas resistencias implicaría una transformación radical (aún en curso y con un horizonte amplio de reivindicaciones de derechos sociales y culturales de las formas de entender el cuerpo, las identidades, la memoria, los territorios y el pensamiento); aunque ahora, en post pandemia, en medio de la hambruna dictada por el presidente Milei, nos preguntamos: “¿Lo lograremos?” ¿Cómo nos comunicamos con ese pibe trans del interior del país que gracias a la lucha por el reconocimiento del derecho a la identidad, la salud y la educación pudo acceder a acompañamiento psicológico público, a hormonas gratuitas, a cirugías en instituciones públicas y obras sociales; quien votó con rabia y gritando “Viva la libertad carajo” a un Gobierno que cierra universidades, suspende la atención pública de salud, no producirá hormonas y quien reglamenta la prohibición del lenguaje inclusivo? Y quien además creyó que se merecía el reconocimiento de sus derechos, pero por alguna razón profundamente individualista y fóbica les demás no.

La guerra comunicacional y económica es el modo privilegiado actual del sometimiento. En Argentina, todos los medios y voceros públicos llevan hablando de inflación todos los días aproximadamente desde hace medio siglo (y quizás antes, no importa si está baja o alta, podríamos decir que la inflación en el sentido de un aumento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios en un país durante un periodo de tiempo sostenido, normalmente un año, no existe en Argentina, porque no hubo un año en que no se haya considerado que esa relación no fue inflacionaria por más de que no lo haya sido). En este sentido, ya no es un índice económico, y menos aún desde la coalición de las derechas y extremas derechas en Argentina: es un arma de control social, y como toda arma de control social tiene efectos materiales y simbólicos, hambrunas y fascinaciones. Pero a su vez, es una tecnología que ha ido variando, y en este momento adquiere las modulaciones algorítmicas, y específicamente las formas del Estado de excepción que propone el capitalismo actual, ese que llamamos neocolonial, neoliberal, neofascista, del shock, pero que, desde hace un tiempo, por sus características singulares, diferentes investigadores lo definen como capitalismo del terror.

Esta modulación del capitalismo se define a partir de la relación con el uso de las tecnologías de comunicación de fibra ancha y satelitales, biómetricas y de vigilancia, para el disciplinamiento de la población. En Argentina (pero no solo, ya que es un fenómeno global que se inicia en EE. UU.) es evidente: la relación ampliamente publicitada entre el dueño de “X” y el presidente Milei, más allá de evidenciar sus intereses por el “oro blanco”, el litio (recurso fundamental para estas tecnologías comunicacionales), para dicha relación fue fundamental la utilización de la red de comunicación social para su ascenso político y así justificar la discriminación, el señalamiento, la demonización (y, por lo tanto, la subyugación) de sectores específicos y discriminados de la población, definiéndoles como posibles “riesgos” económicos, “amenazas” a la propiedad privada, a la seguridad, como “enemigos” del orden, “delincuentes” “corruptos” que roban al Estado o como posibles “terroristas”, en el caso de comunidades originarias, feministas o personas trans y travestis.

Investigadores coinciden en mínimo tres características del capitalismo del terror: la concesión de estructuras de comunicación del Estado a empresas privadas para que controlen y vigilen a grupos objetivo, o el traspaso de datos recopilados por las mismas estructuras del Estado al ámbito privado; a su vez, el uso de datos biométricos y de redes sociales que se extraen de esos grupos permiten que las empresas privadas mejoren sus tecnologías y dispositivos para vender sus productos a otros Estados e instituciones (públicas o privadas); finalmente, estas operaciones convierten a los grupos objetivo en una fuente de mano de obra barata, ya sea mediante coacción directa o indirecta a través de la estigmatización: “vagos” “planeros”, refiriéndose a quienes reciben cualquier subvención del Estado, especialmente por acceso económico, discapacidad, discriminación racial o perspectiva de género; “kirchos” “kukas” refiriéndose a opositores políticos asociados a los espacios que se vinculan con Néstor Kirchner y Cristina Fernández ; “viejos meados”, refiriéndose a jubilades; “traidores”, al referirse a los trabajadores de medios públicos o que no pertenecen a los monopolios de medios, y un largo etcétera.

Fue también en Jujuy, nuestro laboratorio del capitalismo del terror vernáculo, donde encarcelaron durante 60 días a Nahuel Morandini y Roque Villegas, dos profesores universitarios, por escribir mensajes irónicos en la red social “X” sobre la posible infidelidad de la esposa de Gerardo Morales ex gobernador de la provincia. También pesa sobre la arquitecta Lucía González una orden de detención por los mismos rumores en un grupo de WhatsApp. Es evidente que hay una vigilancia coordinada y organizada a través de estas redes sociales. Por otro lado, son el mismo presidente Milei y su vocero presidencial quienes amedrentan públicamente, especialmente en la red “X” (pero no solo), a mujeres artistas, políticas, periodistas, sindicalistas, gobernadores y al pueblo en general. Últimamente se mofan de personas discapacitadas, festejan el cierre de instituciones donde trabajan y se burlan de personas que quedan sin empleo, entre los cientos de interacciones diarias violentas; la última fue el festejo por el cierre de la agencia nacional de noticias Telam. El vocero presidencial escribió: “Ese es Telam que se va”. El día anterior el presidente había anunciado el cierre en cadena nacional, aplaudido por un palco lleno de sus principales “tuiteros”, ahora empleados y funcionarios públicos del Estado. Ya sabemos que actualmente no se necesitan comprar granjas de trolls para conseguir interacciones; hemos trabajado lo suficiente para los dueños de las redes sociales para que les permita posibilitar ganancias individuales por medio de baits. Ya sabemos que cuanto más cruel el posteo, más interacciones, más ganancia. Usuaries de redes sociales argentines colaboramos en crear la mano de obra más barata del planeta.

 

Los fascismos se engendran desde lo sensible 

El 19 de marzo de 2015, se produce uno de los casos de censura en el arte contemporáneo más graves del Estado español, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) suspende la exposición La bestia y el soberano, coproducida por el Württembergischer Kunstverein (WKV), de Stuttgart. La suspensión pone de manifiesto la centralidad en la agenda que cobran el arte, la crítica política y las culturas públicas que generamos las comunidades queers, cuirs, trans, migrantes, afros, indígenas, populares, intelectuales, escritores, favelades, desplazades para la “revuelta” conservadora y de extrema derecha globalizada. El director del museo, Bartomeu Marí, pide que se retire la obra Haute Couture 04 Transport, de Ines Doujak, por considerarla “inapropiada”. Los curadores, Hans D. Christ, Iris Dressler, Paul B. Preciado y Valentín Roma se niegan, y la inauguración es suspendida unas horas antes, se cierran las puertas, el público queda fuera. El conflicto y la censura gira alrededor de la escultura en papel maché en la que la dirigente social Domitila Barrios es sodomizada por un perro pastor alemán, y a su vez ella “penetra” al Rey de España, que está en cuatro patas (que es el único personaje vivo y contemporáneo a la escultura). Me refiero a este hecho no solo por la singularidad de los efectos de la censura: el cierre del Programa de Estudios Independientes y la suspensión de profesores, directivos y trabajadores, sino porque es en medio de toda esa situación que tengo por primera vez la sensación de que eso ya no es o no es solo neoliberalismo. El mundo del arte había tenido una convivencia con el neoliberalismo sin demasiadas fisuras, incluso las identidades queers y diaspóricas éramos funcionales a su capital, “nuevos nichos de mercado”. ¿Qué fue lo especial para justificar la censura? ¿Un rey en cuatro patas? ¿Un montón de estudiantes desviados? ¿Un director y curador trans? Puede ser, y seguramente todo eso era insostenible para el nuevo régimen, aunque no tanto para el viejo régimen neoliberal. Tres efectos fueron cruciales: la estigmatización y la amenaza como forma de resolución del conflicto, la precarización laboral y el deterioro de la salud mental de quienes estuvimos. Este nuevo régimen iba directo a los ojos y azuzaba un sentimiento que no era ya la ansiedad neoliberal. La bestia y el soberano proponía, entre otras, una crítica a la sacralización de la economía neoliberal y de la deuda, y con su censura y reapertura de alguna manera dejaba expuesto un régimen que caía. Recuerdo que los seminarios que fueron anulados por el cierre del PEI eran justamente referidos a la deuda. Años después no me parece ninguna casualidad. Allí estamos inmortalizados en una foto con una bandera que dice: “Todo está en orden”, la frase que las autoridades dirían luego de cerrar el programa de estudios y reabrir la exposición.

En Argentina, la respuesta de artistas y referentes de la cultura a la embestida del capitalismo del terror, capítulo Milei, ha sido sostenida en todo el país, incluso cuando solo era un candidato más. En la calle y en redes sociales, en las fiestas populares, en los barrios, todo debidamente censurado y sin repercusión, en medios masivos como la televisión, las radios locales y las redes, que fueron sesgadas a su vez, no solo por la función algorítmica, sino por, otra vez, la censura lisa y llana. Lo cierto es que en todo el país aún se sostienen plataformas multisectoriales como Unidxs por la Cultura, Comunidad de Artistas Visuales, La Carpa Rosa, y cientos de asambleas de artes, estudiantes y públicos, asambleas barriales, de investigadores, docentes, amigues, colectivas disidentes, obreras, ollas populares y un sin fin de encuentros. Esto está sucediendo y a la vez está siendo oculto a la vista. El gobierno de Milei cercó el Congreso, su plaza, los alrededores, e instaló un inhibidor de drones y de señal celular en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias; en la transmisión oficial se escuchaban de cualquier manera las cacerolas y los insultos, y por más orquestada que estuvo la campaña de noticias falsas, la magnitud de las manifestaciones en todo el país durante el último paro general fue aplastante. Pero no nos vemos; la especularidad del individualismo es ahora una política de Estado. Un sentimiento similar a la angustia del duelo nos toma por asalto.

Fue noticia en Argentina que referentes de la Revolución federal, organización que participa del partido político La Libertad Avanza, de Javier Miliei y Victoria Villaruel, y que formó parte del intento de magnicidio de la expresidenta Fernández de Kirchner, ingresaron al Congreso mientras se votaba la polémica ley “Bases u ómnibus”, invitados por una diputada del oficialismo. El presidente y la vicepresidenta en funciones negaron los crímenes de lesa humanidad de la dictadura cívico militar argentina en campaña y lo volvieron a hacer en el último discurso, burlándose de las personas desaparecidas por el terrorismo de Estado y de los muertos en la pandemia del COVID-19; en las últimas semanas se han viralizado honores a genocidas, al mismo tiempo que el represor Alberto Rey Pardellas, acusado de crímenes de lesa humanidad, dijo que las desapariciones de niñes en la dictadura tuvieron un “sentido humanitario”, porque «muchos de estos, al igual que sus padres, tienen la sangre maldita”. Todos los días el Gobierno del capitalismo del terror se supera en alguna afrenta a los derechos humanos como la anulación de medicación a personas con cáncer, especialmente niñes; el abandono alimentario de millones en todo el territorio, y la estigmatización, persecución y criminalización de cualquier persona, especialmente mujeres que disientan públicamente de sus políticas o su ideología.

Y la justicia acompaña: Pierina Nocchetti está enjuiciada por escribir: ¿Dónde está Tehuel?, grafitti sobre la desaparición forzada del joven trans Tehuel de la Torre.

En el caso de Amanecer Dorado, luego de un crecimiento exponencial en la escena política y cultural griega, culminó su derrotero como organización criminal, luego de un proceso judicial por los ataques de grupos vinculados al partido contra personas migrantes, de la comunidad LGBTIQ+, mujeres y artistas, que van desde las amenazas hasta el asesinato. Los seguidores de “La libertad Avanza” siguen el mismo patrón: amedrentamientos, amenazas y agresiones “al boleo”. Durante mucho tiempo, consultores, abogades y psicologues afirmaban que las amenazas en redes virtuales pocas veces pasaban a la “vida real”; lo cierto es que eso ya no es así: periodistas exiliadas, feministas desplazadas, artistas amenazados y agredidos, trabajadores insultados, amenazas de bombas en exposiciones de arte, una docente lesbiana golpeada en el trasporte público, un presidente que ejerce violencia institucional desde las redes sociales dan cuenta de que el régimen del odio ha comenzado en Argentina.

Y unas preguntas finales: ¿Quizás en esa pasión por señalar a quién no era suficientemente cuir, originario, original, mujer, ancestral o demasiado blanco, poco marrón o negro estaba el huevo de la serpiente? ¿O fue el deseo de ser reconocide y valorado, pero luchando a brazo partido por no ser une del montón sino deluxe? ¿Cuántas canciones repitiendo Bitch better have my money más se van a producir? ¿Desde cuándo el dinero es signo de rebeldía? ¿Acaso no disputaremos el sentido de lo humano instalado por los regímenes del terror; cederemos a crear nuevos horizontes éticos comunes?

Mientras este artículo se encontraba en proceso de edición final, la red nacional H.I.J.O.S, organismo histórico por la defensa de los derechos humanos en Argentina, publicaba un comunicado oficial denunciando el abuso y la amenaza de muerte a una militante de ese colectivo; los perpetradores, tras el ataque, escribieron en la pared de su casa «VLLC» (“Viva la libertad carajo”).

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