El antropólogo Pedro de Niemeyer Cesarino escribe alrededor de dos mitos Amerindios, los cuales ilustran la razón detrás de la fuerza destructiva del modernismo colonizante.
Bob Wolfenson, Sin título, de la serie: A Caminho do Mar (2007). Filme Fujichrome, 20 x 25. 2 cm. Imagen cortesía del artista.
Para el pueblo amerindio, el futuro ha sido entendido a partir del pasado como una sombría proyección derivada de la catástrofe impuesta por la invasión y destrucción de sus mundos originales por parte de los europeos. Como dice el antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro, los pueblos amerindios son sobrevivientes de este proceso de destrucción y genocidio. Tal vez, ellos serán capaces de enseñarnos cuando nuestro mundo moderno finalmente colapse. La aceleración del cambio climático y la profundización de una crisis política global producida por las versiones contemporáneas de los fascismos y los nacionalismos, después de todo, convergen en una especie de guerra generalizada. Lévi-Strauss instruyó hace mucho tiempo que el mundo moderno y su civilización no podrían existir sin el saqueo de los recursos minerales indígenas, lo que equivale a aniquilar el nexo establecido por los pueblos indígenas entre los seres humanos y la tierra. Hoy en día, la catástrofe inminente probablemente dará forma a otra condición de existencia, derivada de la transformación radical de la ontología moderna moribunda así como de los pueblos no modernos.
Sin embargo, las poblaciones amerindias siempre fueron conscientes del potencial destructivo de los blancos y de sus consecuencias catastróficas. Proyectaron al futuro esta posibilidad de destrucción: una especie de prefiguración, que no puede concebirse exactamente como profética, aunque las predicciones de un cataclismo global también pueden encontrarse entre los amerindios contemporáneos. Como Lévi-Strauss mostró en su libro History of Lynx, la conciencia de la llegada de extranjeros codiciosos y peligrosos debería ser entendida como la lógica contraparte de la aparición de los ancestros en los viejos tiempos. De hecho, las mitologías amerindias postulan la existencia de una cupla desequilibrada de gemelos o hermanos, el primero concebido como un benefactor demiurgo responsable de la formación de los aspectos positivos del mundo antiguo; el segundo y más joven como un engañador que trae confusión, enfermedad y muerte.
Paulino Joaquim Marubo, Gente blanca (Noa michô), 2006. Cortesía del autor.
Debido a esta prefiguración, los Amerindios (especialmente sus ancianos y chamanes) no ven los logros tecnológicos de los blancos como una novedad, sino mucho más como una producción que sus antepasados conocían ya en los viejos tiempos, pero que luego decidieron abandonar para quedarse con un modus vivendi basado en una tecnología más versátil. Es por ello que es imposible entender sus concepciones de la temporalidad a través de la evolución lineal moderna, como si la tecnología blanca y su comportamiento fueran una adquisición posterior que una gente supuestamente prístina no conocía antes del advenimiento de la colonización y la aculturación. Por el contrario, la gente blanca se deriva de una humanidad anterior, como podemos entender a través del mito Krahô de Aukê, recopilado hace mucho tiempo por Curt Nimuendaju. Aukê era un muchacho prodigioso que fue perseguido por su tío celoso. Después de intentar matar a Aukê con varias estrategias fallidas, el tío decide quemarlo. Algunos días después de la muerte de Aukê, sus familiares decidieron visitar el lugar donde sus cenizas fueron esparcidas. Allí encontraron que vivía en una plantación y se transformó en Dom Pedro II, el emperador brasileño del siglo XIX.
Bob Wolfenson, Sin título, de la serie: A Caminho do Mar (2007). Filme Fujichrome, 20 x 25. 2 cm. Imagen cortesía del artista.
El Marubo, un pueblo hablante de Panoan de la Amazonía Occidental con el que he vivido y trabajado, también produce reflexiones acerca de este afán característico del poderoso invasor blanco. En los primeros tiempos, Shoma Wetsa, una mujer de hierro dotada de cuchillas afiladas en sus brazos, canibalizó y aterrorizó a los antepasados de la gente de Marubo. Era casi imposible escapar de la voracidad de esta monstruosa mujer, la cual podía identificar a sus potenciales enemigos por el olor de sus flatulencias. La narración dice que Shoma Wetsa estuvo una vez disgustada con su hijo, Rane Topãne, quien tuvo tres hijos con una mujer de dudosa conducta moral. Mientras estaba lejos cazando, Rane Topane dejó a sus hijos al cuidado de su abuela. A su regreso, el hombre encontró muertos a sus hijos y nunca estuvo satisfecho con las excusas de Shoma Wetsa. Dándose cuenta del hecho de que su propia madre era la asesina de sus hijos, decidió matarla. Después de varias pruebas fallidas, dado que la mujer estaba hecha de hierro y ninguna flecha u otra estrategia podría matarla, él percibió que ella le tenía miedo al fuego. El hijo hizo una hoguera en medio de su hogar común y, fingiendo una danza ritual, empujó a su madre a las llamas. Después de decirle a su hijo que su espíritu doble volvería en el futuro, su cuerpo explotó. El hígado, los huesos y los dientes fueron luego transformados en hierro, martillos y pepitas de oro.
Una de las cuplas de Shoma Wetsa fue al oeste y originó el imperio Inca, la otra fue al este y se convirtió en el pueblo blanco.
Bob Wolfenson, Sin título, de la serie: A Caminho do Mar (2007). Filme Fujichrome, 20 x 25. 2 cm. Imagen cortesía del artista.
Separados por al menos setenta años y por otras distancias lingüísticas, culturales y geográficas, la narrativa Krahô recogida por Nimuendaju y la historia de Shoma Wetsa son en realidad transformaciones del mismo mito sobre el origen de los extranjeros. Pero la precaución dentro de la noción del “mito” es más que necesaria. Aunque lo que llamamos mito es, de hecho, una especie de especulación narrativa dotada de características específicas (las más importantes siendo las transformaciones lógicas prácticamente presentes bajo la superficie del discurso, como demostró, de nuevo, Lévi-Strauss), la noción nunca debe confundirse con simbolismo místico e irracional. Por el contrario, el pensamiento especulativo narrativo es constantemente empleado por los amerindios para resolver dilemas prácticos y filosóficos.
Hace años traje a São Paulo a uno de mis amigos Marubo, el joven chamán y maestro Robson Venãpa. Después de algunos días en la ciudad, tomamos la carretera que baja por la Serra do Mar, las montañas que separan las tierras altas de São Paulo de la costa atlántica. La carretera atraviesa la ciudad apocalíptica de Cubatão, uno de los centros industriales brasileños más importantes. Nos detuvimos en la carretera para tomar algunas fotos de las fábricas y las centrales eléctricas semi-cubiertas por el smog industrial. En contraste con su compañero de viaje más joven Marubo, quien estaba emocionado y aterrorizado por estos aspectos del mundo exterior, Robson no estaba exactamente asombrado, sino más bien convencido de que sus especulaciones anteriores eran, de hecho, correctas. Vio con sus propios ojos el lugar de origen de vei koin, el humo mortal que constantemente afecta a sus parientes, exigiendo acciones chamánicas para neutralizar los efectos de los motores, la gasolina y otras tecnologías hoy en día usadas muy a menudo en el bosque. Más que eso, se dio cuenta de que Shoma Wetsa realmente se transformó en la gente blanca y en sus implementos, dado que Cubatão se encuentra exactamente en la costa atlántica, lo que corresponde a una de las direcciones que tomó una de sus cuplas después de la explosión de su cuerpo. Ahí estaban los “huesos de Shoma Wetsa”, concebidos por nosotros como instalaciones industriales.
Bob Wolfenson, Sin título, de la serie: A Caminho do Mar (2007). Filme Fujichrome, 20 x 25. 2 cm. Imagen cortesía del artista.
De regreso a casa, Robson podía contarle a sus compañeros chamanes sobre el viaje y su confirmación de las transformaciones de Shoma Wetsa. Tal vez ahora podrían tener más éxito, o no, en la neutralización de una amplia gama de enfermedades que amenazan a las poblaciones indígenas amazónicas contemporáneas, como los Yanomami, cuyo líder, el chamán y activista Davi Kopenawa, también señala los efectos devastadores de xawara, el humo metálico derivado de la explotación de los recursos minerales. Los chamanes como Kopenawa y Robson Venãpa están cada vez más involucrados en la formación de una especie de alianza, necesaria para hacer frente a la expansión de esta era antropocénica y/o era del capital. Cuando una vez le presenté a Kopenawa mis libros y le conté sobre las actividades y el conocimiento chamánico de Robson, él respondió que él ya lo conocía, no en esta referencia visual, sino en otras posiciones virtuales donde las personas espirituales como ellos parecen reunirse.
Bob Wolfenson, Sin título, de la serie: A Caminho do Mar (2007). Filme Fujichrome, 20 x 25. 2 cm. Imagen cortesía del artista.
La última vez que lo vi, Robson (o en realidad sus cuplas espirituales) estaba remodelando el camino cósmico de los Muertos, lo cual, según él, no era suficiente para resolver el problema de la multiplicidad de cuplas que se acumulan en su entrada. El objetivo era entonces limpiar esta tierra de muertos no deseados, que constantemente acosan a los vivos, causando sus malos y destructivos comportamientos. Espero sinceramente que sus legiones espirituales y otras puedan tener éxito, antes de la completa destrucción de la Amazonia por las lombrices de Brasilia. De hecho, es una clasificación muy conveniente y precisa (proporcionada por Manuel Sebastião, otro chamán Marubo) de la mayoría de nuestros políticos, que atraviesan con impaciencia los túneles subterráneos del Congreso Nacional, una de las joyas podridas de la capital futurista de Oscar Niemeyer.
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