01.11.2021
El curador Patricio Majano repara en la obra de Mario López Vega y destaca la importancia de generar una estética Nahua como forma de resistencia a la aniquilación histórica de los pueblos originarios en El Salvador.
En Latinoamérica, los pueblos originarios han estado en lucha y resistencia constante. Esto se puede percibir a través de sus imágenes y prácticas estéticas, así como a través de las formas en las que estos pueblos son representados. En el caso de El Salvador, creaciones como las del artista Mario López Vega se presentan como una plataforma desde la cual es posible reflexionar sobre la colonización de los lenguajes visuales. Éstas reflexiones también permiten reafirmar la resistencia de los pueblos indígenas al reivindicar las formas de producción que les son propias, sin necesidad de asimilar las formas de producción occidentales.
La obra de Mario López Vega está situada en un entorno complejo. A pesar de que en el continente «americano» muchos pueblos comparten historias similares de colonización y opresión, cada región tiene sus matices particulares. Por lo tanto, es necesario revisitar a manera de preámbulo la historia del país y de los pueblos originarios del territorio ocupado por el estado salvadoreño. Esta región, que era conocida como Kuskatán antes de la colonización española, era habitada principalmente por los pueblos Nahuas, Lencas y Cacaoperas. La historia de estos está fuertemente marcada por la eliminación sistemática y el blanqueamiento de sus manifestaciones culturales. En 1932, se llevó a cabo en El Salvador un genocidio que dejó entre 5,000 a 35,000 víctimas pertenecientes a los pueblos originarios.[1] Este hecho fue perpetrado por el gobierno, entonces liderado por el general Maximiliano Hernández Martínez, presidente entre 1931 y 1944. El exterminio fue continuamente negado y minimizado por el estado, a tal punto que el número exacto de víctimas nunca ha sido esclarecido. Fue acompañado, además, por medidas coercitivas que resultaron en el abandono de muchas manifestaciones culturales y costumbres indígenas por parte de la población. Como resultado, según el último censo realizado en el país, solamente el 0.23% de la población de El Salvador se considera a sí misma como indígena.[2] Esta cifra tan reducida en una región que claramente tiene una herencia indígena significativa deja ver la eficacia de la estrategia gubernamental de racismo internalizado en la población salvadoreña.
De esta manera, el estado salvadoreño contribuyó a la construcción de la idea de un “héroe indígena” coherente con la idea del estado salvadoreño y enfocando la idea de opresión vinculada únicamente a España.
De forma simultánea fueron invisibilizadas figuras históricas importantes como Feliciano Ama, uno de los líderes Nahuas que en 1932 lideró la insurrección campesina. En efecto, las representaciones de esta época en relación a este y otres personajes históriques promovidas por el estado fueron nulas o muy escasas. Por otro lado, en las artes visuales, les indígenas fueron representades desde una mirada occidental, en muchos casos desde corrientes europeas como el primitivismo o arte naif. Al considerar las creaciones de los pueblos originarios es importante también problematizar los conceptos de arte y artesanía, ya que existe la tendencia —en buena parte también promovida por el estado— de considerar a la mayoría de los objetos producidos por nativos como “artesanías”, y de jerarquizar a esta categoría por debajo de las “bellas artes”, o de las formas de producción provenientes de europa. Por esta razón, muchos nombres de artistas indígenas[5] no gozaron de la visibilización que sí tuvieron otres artistas trabajando dentro de los cánones europeos.
Además del fuerte vínculo con su comunidad, las esculturas de Vega tienen una relación muy fuerte con el entorno que habita. Por un lado, el artista inició su producción en su pueblo. Participó en simposios de escultura que se llevaron a cabo en Panchimalco en los cuales realizó obras de gran formato, muchas de las cuales han quedado ubicadas en espacios públicos. Por otro lado, López utiliza como materia prima para su trabajo piedras provenientes de canteras locales, o las recolecta de lugares cercanos. Tanto la estética sobria como el nivel de abstracción que tienen sus piezas, se relacionan a las esculturas y petrograbados que están diseminados en diversos sitios arqueológicos en el territorio salvadoreño. Si bien se puede argumentar que algunas de sus piezas guardan similitud con la escultura abstracta moderna de Europa y EE.UU., es sumamente importante y es un ejercicio descolonizante el reconocer las verdaderas referencias de su trabajo.
Trazar genealogías estéticas a contrapelo de Europa y EE.UU. es una forma decolonial de historizar para imaginar futuros situados, en este caso, alrededor de la memoria material Nahua.
Los contenidos que le interesan a López están fuertemente vinculados a la historia y memoria de las comunidades locales. En su obra aborda conceptos y contenidos relacionados con la cosmovisión y tradiciones de los pueblos Nahuas. Por ejemplo, en la serie Yawal, se inspira en el nombre y la forma de un objeto tradicional de la región y las ideas y creencias que se relacionan a esta imagen. Yawal es el nombre que se le da en El Salvador a un objeto de forma circular, generalmente hecho de fibras o telas orgánicas, comúnmente utilizado para sostener contenedores, como por ejemplo cántaros de barro. La forma circular en el Yawal está vinculada dentro de la cosmovisión Nahua a la idea de ciclos vitales, por ejemplo, a la vida y la muerte. Esto es algo que el artista aprendió a partir de conversaciones con les ancianes de Panchimalco. Es algo cautivador el considerar estas conversaciones como parte integral de estas obras, y pensar que su proceso de creación es parte de una genealogía que se expande a muchos años atrás, una genealogía que se mantiene a partir de la transmisión oral de creencias y conocimientos que pasaron de una generación a otra.
El abordar estas posibilidades es importante para poder hacer un ejercicio de reapropiación de la herencia e identidades Nahua, Lenca y Cacaopera con el fin de considerarlas más allá de estereotipos y anacronismos.
Es igualmente importante reconocer que estas identidades son diversas y maleables, y que no deben ser consideradas como categorías fijas que funcionen para clasificar y racializar personas, o determinar lo que es y lo que no es indígena. La obra de López Vega puede ser vista como un ejercicio de reconciliación con un pasado que ha sido tergiversado y parcialmente ocultado por el oficialismo. A su vez, es una práctica matérica que existe en el futuro. Es un hacer estético que se sitúa dentro de luchas históricas y temporales que reclaman espacio para los pueblos indígenas, afrodescendientes, y otras identidades subalternas que se han visto relegadas dentro de las estructuras del arte actual.
Carlos Felipe Osegueda Osegueda, Miguel Ángel Hernández, Charles Clayton Arévalo Coronado, Fátima Lisbet Mejía Rosales, Brian Antonio Moz Mendoza y
Georgina Lorena Soriano Aguilar, «Los derechos humanos en El Salvador: una retrospectiva analítica del etnocidio de 1932” en Entorno, no. 64 (octubre 2017), 57–64. Disponible en: https://doi.org/10.5377/entorno.v0i64.6061 (Consultado el 5 de octubre de 2021).
DIGESTYC, Censo de Población y Vivienda 2007 (Población). Disponible en: http://www.digestyc.gob.sv/index.php/temas/des/poblacion-y-estadisticas-demograficas/censo-de-poblacion-y-vivienda/poblacion-censos.html (Consultado el 5 de octubre de 2021).
Mariella Hernández Moncada, “Pueblos Indígenas de El Salvador: La visión de los invisibles” en Centroamérica Patrimonio vivo | Acer-VOS (2016), 138-157. Disponible en: https://www.upo.es/investiga/enredars/wpcontent/uploads/2017/03/138-157.pdf (Consultado el 5 de octubre de 2021).
Max Mojica, “Atlacatl el indio inexistente” en elsalvador.com, publicado el 5 de diciembre de 2015. Disponible en: https://historico.elsalvador.com/historico/172157/atlacatl-elindio-inexistente.html (Consultado el 5 de octubre de 2021).
Hay algunas personas como María Dominga Herrera o Pedro Ángel Espinoza, que por lugar de origen podrían haberse identificado como parte de los pueblos originarios, sin embargo, no hay registros sobre ello. Creo que esto es en parte por las estrategias del estado. Muchas personas tenían miedo de mostrarse como parte de estos pueblos. Alrededor de los ochenta, hubo artistas que sí se identificaron abiertamente como parte de pueblos originarios, como Francisco Jiménez.
Comentarios
No hay comentarios disponibles.