Edición 22: Resplandeciente

Joseph M. Pierce

Tiempo de lectura: 9 minutos

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21.03.2022

El giro de Dayunisi

Dayunisi es el protagonista de un mito de origen cheroqui, Joseph M. Pierce propone a este pequeño escarabajo, capaz de navegar entre mundos, como guía ancestral para entender nuestros devenires queer/cuir/cuyr y disidentes

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En el pueblo cheroqui tenemos un relato de origen que me gustaría compartir. El texto que traduzco abajo fue contado por Sequoyah Guess a Christopher Teuton, ambos ciudadanos de la nación cheroqui, y es una versión abreviada de lo que suele ser un cuento más largo y detallado.[1] Igual, me parece importante relatar esta versión para dejar constancia de los elementos cruciales de éste. Va así:

Hace mucho tiempo
la tierra estaba cubierta de agua
Y sobre esta agua
una tortuga gigante
voló.
Y en la espalda de la tortuga estábamos
nosotros,
la gente.
Y, la población siguió creciendo,
hasta que había tanta gente que comenzaron a caer por los costados.
Bueno, Unetlvnv, el Creador,
vio lo que estaba pasando y le pidió
al escarabajo acuático lanzarse al agua
y volver con un pedacito de lodo.
Entonces el escarabajo acuático se
lanzó al fondo,
y volvió con un pequeño pedazo de
lodo.
Pero cuando tocó el aire,
el pedazo de lodo comenzó a
expandirse.

Y la gente envió
al buitre gigante
Suli.
Para volar y encontrar un lugar seco.
Y Suli voló sobre todo el mundo.
Y cuando se cansaba,
bajaba y bajaba hacia la tierra.
Y cuando batía sus alas cuando bajaba,
allí se formaron los valles.
Cuando se levantaba en vuelo
allí se formaron las montañas.
Entonces, finalmente, Suli volvió a la tortuga.
Y le dijo a la gente que todavía no había tierra seca.
Y ellos esperaron un tiempo más
y finalmente enviaron un cuervo.
Y cuando salió, estuvo ausente por mucho tiempo.
Finalmente, volvió y tenía
una rama en su pico.
Y para la gente eso significó que el lodo se había secado
lo suficiente
para descender.
Así que la tortuga aterrizó y la gente desembarcó.[2]

El escarabajo acuático se llama Dayunisi en tsalagi o el idioma cheroqui. Tiene la capacidad de descender al mar primordial y volver con un pequeño pedazo de lodo que se expande para crear el territorio que habitamos ahora. Cuando la tierra finalmente se solidifica, y tanto la gente como los animales pueden dejar la espalda de la tortuga, comienza la vida en lo que se llama Elohi, la tierra —el mundo entremedio, que queda suspendido entre el mundo de arriba, Galunlati, y el mundo de abajo, Elati.

Me pregunto lo que sintió Dayunisi cuando se lanzó al agua. ¿Comienza a dudar de sí cuando la luz se disipaba hasta quedar en la oscuridad elemental, fulminante? O, quizás, sabía que en su cuerpo tenía todo lo que necesitaba para cumplir con lo que le habían pedido, lo que necesitaba el pueblo para sobrevivir.
Vivimos con gratitud al saber que dependemos de los animales, los no-humanos y los más que humanos. No sólo dependemos de ellos para nuestra sobrevivencia, sino porque la misma tierra que nos dio origen es un regalo de Dayunisi. La tierra, Elohi, no existe sin Dayunisi. Los seres humanos (nos llamamos aniyunwiya) no existimos sin Elohi.

Nuestra historia de creación tiene variaciones, pero siempre depende de un momento crucial: el giro de Dayunisi. Es este momento el que quiero enfatizar aquí; rescatarlo como una ráfaga cuir, disidente, en el centro de nuestra cosmogonía. Digo cuir (o cuyr, como plantea Diego Falconí), sabiendo que es quizás una traducción imposible, inconmensurable; sabiendo que la historia de origen cheroqui no aparenta invocar una práctica, una realidad o un deseo disidente.[3] Pero digo cuir también pensando que a veces las epistemologías se sobreponen, generando fricciones que reverberan más allá de un sólo momento, un sólo cuerpo. Digo cuir, entonces, pensando que cuando Dayunisi se lanza al agua, genera así ondas capilares que rompen el silencio primordial, murmuraciones de un futuro por venir. Ese gesto, cuando lo miramos refractado por la utópica emergencia de Dayunisi del mar, podría ser el comienzo de un entendimiento parcial, en proceso, de nuestras propias historias indígenas, pero también nuestros devenires minoritarios (diría quizás Perlongher), queer/cuir/cuyr o disidentes.[4]

Sin embargo, la crítica disidente latinoamericana, tanto como los acercamientos queer del mundo angloparlante, son insuficientes para captar el gesto de Dayunisi. El mundo cheroqui es producto de una yuxtaposición que no tiene correlato con el paradigma occidental. El gesto de Dayunisi cuando toca el fondo de todo lo que existe rompe con las taxonomías y los binarismos occidentales. (Si no queda claro el gesto al que me refiero es el momento preciso cuando Dayunisi toca el fondo del mar, agarra el lodo y da vuelta, girando hacia arriba —un retorno que es a la vez un comienzo). No hay forma de explicar lo que significa ese momento de cambio, cuando el mundo de arriba y el mundo de abajo se constituyen mutuamente, y comienza a generarse la balanza del mundo entremedio. Lo que tengo pues son sugerencias parciales, insinuaciones. Pero con eso tam poco quiero decir que es imposible pensar con y a través de las fricciones, las ondulaciones, que genera Dayunisi con su cuerpo. Por eso estoy, quizás, pensando en una mirada refractaria, un acercamiento que pueda poner en tensión —como la tensión del agua que rompe Dayunisi—diferentes mundos que a primera vista no se tocan, pero que, a la vez, se necesitan.

Hay en el cuento una pulsión hacia lo desconocido, hacia el porvenir. Pero ese porvenir es producto de una serie de mediaciones entre fuerzas en relación, una relacionalidad constitutiva, que es más que una diferencia sexogenérica, es más que lo queer/cuir/cuyr.

Y, sin embargo, las relaciones que establece Dayunisi generan conocimiento que no se limita simplemente a un pueblo, un momento, un cuerpo. Se expande.

En la tradición cheroqui, la relación entre formas primordiales —agua, tierra, aire— se muestra a través de Dayunisi, quien vive entre mundos. Traspasa los límites de las particiones occidentales en las esferas de la vida. Dayunisi transgrede la normatividad. No vive solamente en el agua, ni tampoco en la tierra, sino, cosmológicamente, entremedio. Dayunisi, quien nos hizo posible que viviéramos en la tierra, es una criatura de frontera, del umbral entre mundos. Transita esa liminalidad no porque tiene que hacerlo, sino porque es, precisamente, su naturaleza. Vivir entre mundos es su norma.

Si es así cómo nació el mundo, imaginemos entonces que Dayunisi es un modelo para quienes transitamos las esferas de géneros, deseos, o simplemente la vida. Es un modelo que está en el centro de todo, en el momento crucial cuando todo lo que existe comienza a ser lo que es —lo que va a llegar a ser. El elemento clave es la capacidad de transitar, liminalmente, entre formas de vida, densidades y materialidades. Somos resultado de lo que soñó Dayunisi en el momento exacto, cuando su mano tocó la materia básica que era mundo antes de que hubiera posibilidad de imaginarse como tal. Un mundo en proceso de creación. El giro de Dayunisi es un recordatorio de la promesa del tiempo ancestral, abriéndose hacia el futuro, un glissando luminoso entre mundos.

El giro de Dayunisi, por debajo del agua, instancia un proceso que no obedece a la temporalidad normativa (ni cis ni hetero ni capitalista ni patriarcal), sino al devenir mundo que caracteriza este relato sagrado. En ese sentido, propongo:

Dayunisi es un guía ancestral para quienes no cumplimos con las normas de género coloniales; quienes, en nuestros cuerpos, deseos, sueños y entremedios, también generamos mundos.

¿Cuándo, en el fluir histórico, traspasado por el devenir corporal, se termina un gesto que nunca comenzó, sino que venía comenzando desde siempre? Lo que quiero decir es esto: nosotros somos esa finalidad, la continuación de aquella emergencia que no es en realidad un final, sino un transcurrir —somos las ondulaciones que expanden en el mar.

Mi intención aquí no es redundar en lo opaco del relato, sino preguntarnos por las lecciones que nos está dejando Dayunisi con su esfuerzo por crear el mundo.

Nosotres, les herederes efervescentes, debemos entender que con nuestros cuerpos generamos mundos.

Mi pensamiento aquí se ve influenciado por una valiosa crítica de las corporalidades disidentes, en donde el crítico literario cheroqui Daniel Heath Justice detalla una “teoría de lo anómalo”. Se refiere a las entidades (tanto humanos como no-humanos) dentro del sistema cultural cheroqui que transitan más de un mundo o más de una categoría social o corporal. Dice Justice, “ni bueno ni malo, potencialmente benéfico o dañino a las categorías y jerarquías establecidas, para las tradiciones tanto pre (y a veces post) cristianas del sureste [de los EE.UU.], el cuerpo anómalo representa un poder profundo y posibilidades transformativas”.[5] Por anómalo, Justice se refiere a animales como el murciélago y el zorro volador (mamíferos que pueden volar), el oso (que puede caminar en dos patas como los seres humanos), o seres híbridos como la serpiente voladora (Uktena en tsalagi) que es parecida al Queztalcóatl mexica. Lo anómalo de estos seres reside en su capacidad de vincular mundos, cuerpos y saberes a través de su liminalidad o multiplicidad.

A pesar de que Justice no mencione a Dayunisi en su texto, claramente cumple con los requisitos de un ser anómalo. Su naturaleza es, precisamente, poder transitar entre dos mundos; agua y tierra, e incluso entre la nada y el todo. Podríamos añadir que Dayunisi es el primer ser anómalo, el primer ejemplo de la transitoriedad fundamental y necesaria para la fundación del mundo. Elohi, vale subrayar, emerge de la nada cósmica porque Dayunisi pudo hacer lo que los otros seres no pudieron: transitar entre mundos.

Recalco una vez más que la existencia del mundo depende de un ser que tiene la capacidad de transitar entre mundos, y en su transitar, en su giro entre el arriba y el abajo, entre la nada y el todo, reside el poder de nuestros cuerpos también anómalos, inexorables en su diario mutar, en su devenir.

Este ensayo insinúa una posibilidad; la posibilidad de pensar que todo depende de un giro, de un momento preciso cuando la tierra emerge del agua, tocando aire, volviéndose Elohi, el mundo. Sin embargo, si el origen de todo es resultado de la anomalía, de un ser que puede transitar entre mundos, la transitoriedad liminal debe tener un lugar privilegiado en la política tanto como en la cultura. (No siempre lo tiene, pero debe, quiero decir.) Si hay algo que nos enseña el relato sagrado sobre los orígenes cheroqui, es que la creación misma es producto ineludible de una continuidad, gesto, devenir. Somos testigues de la constante transformación; un proceso transitorio, fugaz y luminoso de creación.

Dayunisi: ancestre no binarie, liminal, humilde y a la vez, esencial para la creación misma del mundo que habitamos.

Notas

  1. La versión del cuento coleccionada por el antropólogo James Mooney a fines del siglo XIX es quizás la más popular y estandarizada ahora. Véase Mooney, James. Myths of the Cherokee. Nueva York: Dover. 1995 (1900), pp. 239-240.

  2. En Cherokee Stories of the Turtle Island Liars’ Club, Ed. Christopher B. Teuton. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2012, pp. 38-40. La traducción es mía.

  3. Véase Falconí Trávez, Diego. “La heteromaricageneidad contradictoria como herramienta crítica cuy(r) en las literaturas andinas.” Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México, 7(1). 2021: 1-39. https://doi.org/10.24201/reg.v7i1.587.

  4. Véase Néstor Perlongher, “Los devenires minoritarios” en Prosa Plebeya: Ensayos 1980-1992, Ed. Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria. Colihue: Buenos Aires, 1997, pp. 65-75.

  5. En Justice, Daniel Heath. “Notes toward a Theory of Anomaly.” GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, 16(1-2). 2010: 207-242. Lo citado está en la página 220.

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