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15.08.2022

Cultura otaku y un reloj que se adelanta

La erótica de la resistencia del post pop otaku antineoliberal y ¡más allá!

1.

Un bloque de sentido se disipa. Durante la revuelta de 2019, en el centro de Santiago de Chile y en las cercanías de Plaza Dignidad, son muchos y diversos componentes que intervienen, banderas, carteles y consignas, activismos y militancias, pueblos, naciones, sociedades, cosmopolíticas y otros mobiliarios ontológicos,[1] figuras de contornos definidos y estables, otres imperceptibles y poroses, todo tipo de señales. Los aparatos fónicos cantan estribillos de Víctor Jara, Los Prisioneros, Bella Ciao, Quilapayún, Inti-Illimani, o el pueblo unido jamás será vencido. Las tradiciones políticas de la izquierda, sus performances y sus arraigadas normativas erótico-sexuales. Los modos de protestar, de territorializar el espacio público y los códigos culturales implícitos en este legado: una determinada masculinización blanca expansiva de las calles, de las marchas y mítines. A esa cultura de izquierda, a sus códigos culturales, estereotipos normativos y su genealogía erótica le sobreviene una agitación desbordante, una danza molecular: coreografías y muchos pasos de baile, algún peinado otaku y el drag de personajes Cosplay, la parafernalia del manga, pines, tinturas de cabello flúor y mucha referencia televisiva del animé.

2.

Adolescencias límpidas, de uniformes escolares, cargan con un estilo marinero (seifuku). Una pintura al óleo, muchos cuadros, más pinturas, dibujos a grafito sobre papel diamante, de colores lisos y planos, en tonos grisáceos y negros. Son japonesas albas que representan cuerpos feminizados. La obra es Triángulo de amor bizarro, autoría de le chilene Wladymir Bernechea (2017).

Un sentido propio se legitima. La canonización de la alta cultura, la hegemonía del arte moderno y el establishment estético, o sus versiones alternativas más experimentales (en algún reducto de lo exquisito y los nichos aislados de lo kitsch); o dentro de esta tradición, la complicidad de la vernácula cultura de izquierda que desacredita estas prácticas por su falta de compromiso político con la realidad. Pero aquí el gesto es otro. Como vemos en los óleos de Wladymir Bernechea, los cuadros de Marco Arias o la performance mapuche-cuyr Millaray Calfuqueo Aliste: Nombre para un posible nacimiento, de Seba Calfuqueo. Un gesto menor, mínimo, o apenas gesto (anotan Marie Bardet y Elian Chali). Iconoclastas de la cultura heredada, del mundo del espectáculo, lo masivo y lo degradado, un arte devaluado y minorizado, no hay inversión oponible sino los recuerdos compartidos que habitan en algún lugar del subfondo cultural. A la inversa, el gesto es amplificar y agrandar el pop (o más bien, su retorno recursivo, el post-pop), exagerarlo, usarlo perversa o paranoicamente, esta es una manera de salir de la sumisión, ver por encima del hombro de la cultura legitimada lo que fue el problema en toda esta historia reciente: toda una micropolítica subterránea del arte que confronta con el sensorium neoliberal y las gramáticas emocionales del neocolonialismo vigente. En las calles y barricadas: un laboratorio, en las grandes alamedas, plazas y consignas, salidas, sumisiones y blasfemias al aire libre. Abrir el callejón sin salida, ese clima de agotamiento estilístico y de cansancio erótico, desbloquearlo. Pero para eso era necesario amplificar el pop-animé hasta el absurdo, hasta lo cómico, volverlo una consigna, un cántico y una vestimenta, tornarlo arte popular después y luego del pop.

El animé post-pop produce algo y no es sólo reflejo, teatralización o representación, son movimientos vitales y libidinales que se vuelven sensibilidad común, se forman en colectividad o en desvío plebeyo y se convierten en algún tipo de agrupamiento.

Otro agenciamiento erótico emerge desde el imaginario mediático regional de Abya Yala y el sur periférico, desde Chile y los cuerpos marrones, tan abigarrado como masivo (un nombre posible, el post-pop otaku), una erótica indígena. Mapuche y Rapanui, descolonialidad del género, son les machi hueye, chamanes weye o weyun (parientes de Claudia Ancapán Quilape y Seba Calfuqueo). Una tradición superpuesta con la otra, Chile de post-dictadura, les espectadores de la década de los años 90 y 2000. Anacronismo estético generacional, aunque las líneas temporales se rozan en un repositorio de imágenes y se entrelazan en coaliciones insospechadas. Las tribus urbanas de pokemones de los años 2000, la revolución pingüina de les estudiantes que recurrían a Fotolog en 2006, les Sailor Moon saltando las vallas en el subte durante las movilizaciones estudiantiles en 2011, y el resurgimiento de estos códigos adolescentes desterritorializados como estandarte popular de las protestas de octubre de 2019.

3.

Un soporte, un contenido temático-expresivo y un conjunto de procedimientos formales. Sailor Moon, Neon Genesis Evangelion, Naruto, One Piece, Dragon Ball y la tía Pikachu (que luego fue electa como constituyente en su personaje de Giovanna Grandón). Repositorio de imágenes, signos y nichos de mercado, videojuegos, series, películas, cartas, juegos de rol y toda clase de merchandising. Robots gigantes piloteados por seres humanos, fantasías de ciencia ficción tecnofílicas, futuros distópicos y monstruos radioactivos. Los géneros son múltiples y maleables, indisociables de la apropiación mercantil y el tráfico cultural, el fanatismo otaku reconoce conjugaciones vinculares como Shônen, Shôjo, Seinen, Josei, Ecchi, Yuri y Yaoi. Los sujetos y objetos pueden variar, desde el joven masculino adolescente aguerrido o la chica femenina que se involucra en algún tipo de romance, comedia o acción, o el hombre adulto o maduro que ejerce la violencia extrema, las escenas sexuales, de desnudos y gore, inclusive las narrativas pervertidas, la picaresca sexual y los gags cómicos, el antecedente histórico en las estampas xilográficas ukiyo-e del periodo Edo (con escenas de sexo explícito, conocidas como shunga) o las posibles relaciones sexo-emocionales entre dos o más personajes, sean humanos, animales, no humanos, alienígenas, robots, seres con tentáculos y dioses, seres anómalos y liminales. Se trata de la producción animada japonesa, las tiras cómicas y el manga que fueron un código de acceso a una diferencia sexogenérica y a un mundo antinormativo para toda una generación, tiempo antes de la masificación del internet (y de la queer theory y el postporno), husmeando entre identidades maleables (como en la serie Ranma ½ o en Cardcaptor Sakura) y el destape sexual permitido, películas en VHS reproducidas en televisores comprados y a fuerza del endeudamiento social.[2]

4.

El animé post-pop produce algo y no es sólo reflejo, teatralización o representación, son movimientos vitales y libidinales que se vuelven sensibilidad común, se forman en colectividad o en desvío plebeyo y se convierten en algún tipo de agrupamiento. La cultura animé se torna una herramienta democratizante durante las jornadas de revuelta durante 2019 en todo Chile, algo emerge y se convierte rápidamente (como efecto epidérmico de contagio que atraviesa los cuerpos) en una erótica de la resistencia. Un cambio en el imaginario político se produjo, a nivel de la sensibilidad y las tradiciones visuales (capacidad de afectación y vibración de los cuerpos), a nivel de la erótica sexo-afectiva, y a nivel de las consignas y los discursos articulados (son otros valores en juego que contrastan con la dieta neoliberal imperante).

La cultura animé se torna una herramienta democratizante durante las jornadas de revuelta durante 2019 en todo Chile

De los televisores a las grandes alamedas, una política cultural que transita la pantalla desde el living al museo, o una tecnología de la erótica corporal que se mueve desde las pantallas, los museos y las calles hacia cualquier territorio. La colectiva Otaku Feminista Antifascista y Otakus Antifascistas L7 Ñuñoa se organizan al calor de la agitación popular (“Pelea como Sailor” o “Femininjas juntas combatamos las fuerzas del mal”). Extensión polívoca, Pikachu, la épica de Neon Genesis Evangelion y Tsunade Senju (la diputada Pamela Jiles devenida abuela Hokage en referencia al universo de Naruto) se escenifican en las protestas al emplear el jutsu para crear la Genkidama más grande de la historia; cada une ha acelerado su serie, su segmento de castillo o de proceso. Muestras y exposiciones colectivas se suceden: primero Depresión post-pop, curada por el artista y periodista Marco Arias en Casa Parque Villaseca (en agosto de 2017); seguida por Genkidama, sobre el imaginario de la serie Dragon Ball Z, en abril de 2018 en Centro Cultural España; también en abril de 2018, la muestra Prisma lunar, sobre el imaginario de la serie Sailor Moon, de autor homónimo y curada por Diego Maureira, en Galería Posada del Corregidor; seguida por ADIOSPIKACHU, también de Arias en el Museo de Arte Contemporáneo (en diciembre de 2021); y simultáneamente, Hijes del bullying. Arte chileno otaku en postransición (diciembre 2019–enero 2020), curada por Aliwen, que reúne a un grupo de artistas como Wladymir Bernechea, Leonora Pardo, Pablo Suazo, Enrique Flores, Marcos Arias, Paulina Kim Joo y Sebastián Calfuqueo Aliste.

5.

Animé, otaku, hentai y manga, herramientas que son fuga colectiva, una sensibilidad artística expresa un mecanismo de resistencia, una potencia de lo naive y de la ternura (kawaii, adjetivo japonés de bonito o tierno) que se despliega como flujo corrosivo. En lo inmediato, a un paso intensivo y en un ritmo de vértigo acelerado, las tradiciones disponibles se vuelven caducas y desmovilizantes. Las izquierdas legitimadas, los activismos gay-friendly y los recursos culturales progresistas encuentran una pared, sus estéticas son tan lisas como policromas y, sobre todo, des-erotizantes, ya no calientan y agitan les cuerpes. Aquí lo queer y su experimentación post-porno (e incluso la deriva pornoterrorista) es también un índice de blanquitud colonial porque las condiciones revolucionarias son otras. Otra termostática. Para eso: encontrar un punto propio, su jerga, su tercer mundo, su promesa de les monstruos. Ensamblaje y desvío, el animé post-pop chilene se carga de chakra/ ki/nen. Otra traza que hace agujeros, una huella oriental nipona, un tipo de exotismo orientalista que irrumpe, pero sin historia previa o largas genealogías ni relato continuo más que la educación sentimental disponible (series de tv, manga, películas y peluches que remiten a la industria cultural de masas, pero también a la cultura fan, gamer, geek y nerd).

Animé, otaku, hentai y manga, herramientas que son fuga colectiva, una sensibilidad artística expresa un mecanismo de resistencia

6.

Vemos una pintura al óleo de un monocromatismo declarado, de colores grises y negros con excepción del rojo ladrillo. La técnica procedimental es de una prolijidad pictórica. Al centro, con una expresión temerosa de arrojo y ataque, el rostro de Seiya de Pegaso (de la serie Los caballeros del Zodiaco); a su derecha, recortado en mitad del rostro se ubica Finn, el humano (de la serie animada Hora de aventura); debajo de éstos, una calavera y rostros orientales; debajo de estos también, en capas que se solapan y más pliegues que se acumulan, nos encontramos con la figura de Condorito (de la historieta cómica de René Ríos Boettiger) en señal de frustración y en un gesto que denota desgano o apatía. La obra es Resurección de Lázaro, de autoría de le chilene Marco Arias (2017).

“Para ver claro, lo mejor es encerrarse en una habitación oscura”, apunta le escultore Leonora Pardo. Y agregamos: “Para ver claro, lo mejor es encerrarse en una habitación oscura y ver manga”. Les ninjas del post-pop son, como predica Naruto, quienes perciben en la noche cerrada y a través de la decepción. Así, pues, el impacto del animé a través de la educación sentimental de les artistas (y por generalidad, como pedagogía cultural disponible) conlleva un modo preciso de colectivizar el descontento.

Volver sobre otras superficies. La textura del otaku se convierte en lengua pública. El manga y el animé van a funcionar como un desmontaje, un análisis y un pronóstico de las fuerzas y de las corrientes sociales. Prosperidad y apertura, el consumismo alimentado a fuerza de crédito y deuda, la fórmula de la aceleración neoliberal en Chile de finales de siglo precede y arrastra el genocidio colonial en curso.

Un cortocircuito al interior del sensorium neoliberal compartido, el post-pop otaku se constituyó como un modo de desvío frente a la subjetividad caucásica occidental. Más que reflejar un estado de ánimo de la sociedad de su época, mete una realidad en un bloque de sentido que se disipa. No hay buenas intenciones, sino constitución de flujos, dispersión de estratos y la vitalidad de la fuerza, se trata de incrementar la potencia afrontando la desilusión —reivindicando el fracaso y la depresión.

El manga y el animé van a funcionar como un desmontaje, un análisis y un pronóstico de las fuerzas y de las corrientes sociales

La rugosidad del fracaso abre grietas en la planicie. Fracasar, perder, deprimirse, no llegar a ser y no participar. Más allá de lo que se entiende por éxito y por deseo de futuro, el esfuerzo de intentar y lograr vidas prósperas, entre nosotres una erótica se ha plantado en los cuerpos, tan episódica como fugaz, son caprichos y fantasías, alegorías políticas dispersas y fragmentarias, son un modo de habitar lo sombrío de forma más creativa y cooperativa.

Notas

  1. Duen Sacchi (ed.), Terremoto: Resplandenciente, n. 22 (Ciudad de México, febrero–mayo 2022). Consultado en: https://terremoto.mx/edicion/resplandeciente/.

  2. Véase el trabajo de Sasha Hilas, especialmente en los artículos: “El anime como refugio: un archivo disidente” (marzo 2021) y “Entre la complicidad que nos une: animé y culturas queer” (noviembre 2021), en Nadie es cool. Consultado en: https://nadieescool.com/ensayos/generos/.

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