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13.11.2019

Somos la noche y el día

Vigil Gonzales Galería, Lima, Perú
3 de octubre de 2019 – 12 de noviembre de 2019

Una poética de las transiciones permanentes

En los más diversos imaginarios culturales los viajes son fuente inagotable de metáforas para representar travesías subjetivas, tránsitos existenciales y desplazamientos identitarios. De igual modo, las fuerzas telúricas, los movimientos ciclícos y las dualidades propias de la naturaleza y el cosmos también dan origen a imágenes metáforicas para referir a las paradojas que determinan inexorablemente la condición y la experiencia humana.

En Somos La Noche y El Día, C.J Chueca (Lima, 1977) pone en escena una poética de las transiciones permanentes. Derivada de uno de sus principales intereses como han sido los desplazamientos y las migraciones —tanto geográficas como biográficas e identitarias— sin embargo esta producción reciente ha sido motivada por una necesidad más instropectiva. En este sentido el lugar de enunciación de la artista es ahora más intimista. El deseo reivindicativo de acento en lo social que caracteriza su práctica se transmuta en una propuesta en torno a las dualidades estructurales e inherentes a la condición humana, así como en relación a la consciencia de la vida como efímero viaje. Resumida en la conocida frase latina Memento mori, esta exposición es también la elaboración sensible del duelo por una reciente pérdida.

Cierto tipo de viajes y experiencias migratorias trastocan, reconfiguran los paradigmas de la identidad individual/colectiva. No solo se trata de las transformaciones inherentes a las vivencias en un contexto social y cultural distinto al propio, sino del íntimo encuentro/desencuentro de cada persona con su alteridad. En este sentido una vida puede ser narrada y leída como un recorrido desde y a través de la otredad.

La pulsión que ha guiado a C.J. Chueca en el desarrollo de su práctica ha sido fundamentalmente la de recuperar y reconstruir identidades, memorias, historias de vida y herencias culturales —en apariencia contradictorias, fragmentadas, híbridas o en conflicto— que han sido desdibujadas, marginadas o negadas por distintos factores individuales y sociales. Desde esta perspectiva la artista ha buscado hacer visibles límites, fronteras, intersticios, y espacios residuales —tanto físicos como simbólicos— de los sistemas sociales. De este modo ha construido un imaginario poético autoreferencial en el que conviven: sujetos descentrados; muros que son cuerpos que dialogan; ríos y cascadas que fluyen trasmutando su materialidad; paisajes reconstruidos a modo de ejercicios de posmemoria (memorias familiares recuperadas); paredes fragmentadas, con texturas y capas de sentido superpuestas como palimpsestos; objetos en apariencia insignificantes o enigmáticos, cargados de tiempo y de relatos; frases que enuncian y reafirman identidades multiculturales.

En Somos La Noche y El Día el rico universo de la artista antes descrito se expande con distintas elaboraciones formales y conceptuales. Así como también con nuevas narrativas visuales y ejercicios memorialistas de fuerte carga afectiva. Las técnicas, los materiales, los recursos y referentes propios de su lenguaje se conjugan en una serie de metáforas que reiteran el leit motiv en el espacio.

Los días fugitivos es una obra in situ que recrea el interior de un avión. Una serie de piezas cerámicas figuran las ventanillas abiertas desde las que pueden verse paisajes con horizontes en los que se contraponen la noche y el día. Cada una de estas piezas está titulada con los números de asiento de viajes aéreos realizados por la artista. Asimismo, El caminante es una escultura cerámica que representa un pequeño avión fragmentado. Con ricas texturas visuales logradas con esmaltes de color azul cobalto y blanco. La idea del avión como habitáculo puede asociarse por contraste con un interés fundamental de la artista como es la dimensión simbólica de la casa.

El mural cerámico Somos La Noche y El Día reitera como un eco el título de la exposición. Esta pieza, con letras esmaltadas en azul cobalto y blanco, propone un juego visual de figura y fondo que es al mismo tiempo un juego lingüístico. Ya que los textos solo pueden leerse desde cierta distancia.

En dos espacios independientes de la galería se presentan dos obras (acrílico sobre tela) que traducen al lenguaje pictórico fotografías de paisajes tomadas por la artista. La Entrega (KM), es una vista brumosa e imprecisa, de atmósfera nostálgica, de las catarátas del Niágara, con un arcoíris. Es una obra cargada de memorias afectivas que parece referir a aquello que manteniéndose igual cambia constantemente. Como los ríos y cascadas recurrentes en el cuerpo de obra de la artista.

De igual manera, La noche que no es, cada vez, en absoluto la misma traduce a una pintura de gran formato una fotografía hecha por la artista de una pista de aterrizaje en la que resaltan las luces indicadoras del umbral. La imagen parece un flashback de la memoria fragmentaria de un viaje (de un viaje específico o de cualquiera) y también recuerda a un fotograma fílmico. Refiere en primer término a los aeropuertos como los no-lugares o espacios de paso y de anonimato por excelencia. Y de igual modo este paisaje podría leerse como una representación alegórica del inconsciente, los sueños, lo insondable, lo inefable: la noche. Iluminada relativa y parcialmente por la consciencia, la palabra y la razón: el día.

Texto y curaduría por Fabiola Arroyo

https://www.vigilgonzales.com/

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