30.03.2017
por Yara Patiño Estévez, Museo de Arte Raúl Anguiano, Guadalajara, México
24 de noviembre de 2016 – 2 de abril de 2017
Matria
8. Melodía de sombras
Primero se calcula. Hay un muro que raciona la entrada y obliga a elegir una de dos posibles direcciones. Uno de los caminos está semi-bloqueado por un montículo de cabezas casi idénticas. Casi, porque aunque son reproducciones en yeso de un primer modelo, cada una tiene una colocación distinta: se inclinan en su propia dirección, una sobre otra, en derrumbe. Cada una tiene raspones y resquebrajamientos particulares, la mayoría invisibles a simple vista pero presentes como huellas dactilares; otras, por lo que se entiende del derrumbe y la fuerza de gravedad, han sufrido golpes que les dejaron huecos y fisuras. También comparten las cicatrices del modelo: a todas les falta un pequeño trozo en la mejilla y el cuello está desgarrado, por ejemplo. El modelo resulta ser la cabeza de Hera, diosa madre, en mármol. Las cabezas apiladas contra el muro que limita la entrada amenazan el paso en una de las posibles direcciones y hay que girar.
1. Patria
Del otro lado el camino parece libre y el primer hallazgo es un socavón en la pared. Hay que inclinarse un poco para descubrir la perforación de alrededor de un centímetro de diámetro que atraviesa el muro. Hubo fuerza: la pared se desgaja. Luego una operación fina: medir, apuntar. El pequeño túnel deja ver que se han calculado cuidadosamente el ángulo y la ubicación; es una mirilla que apunta a un objetivo: la parte superior de un monumento. Resulta ser la Madre Patria, erecta y de espaldas. Un círculo la encuadra con precisión, la abertura permitiría que un disparo llegara justo a su cabeza. Si el disparo viniese desde fuera, y estuviésemos parados en el mismo punto, podría dar en el corazón de alguno, o en los pulmones, el estómago o la garganta, dependiendo de la estatura. El hueco es garantía y también una amenaza: ha vulnerado la seguridad del muro y las inversiones ocurren. Y los derrumbes pueden dejar la trinchera al descubierto. La luz del exterior enceguece al regresar la vista hacia adentro.
2. Espectro visible
Al ir ajustando la pupila, como en una caverna, se distinguen cuatro misteriosos capullos pegados a la pared. Son cuadrados, su la silueta es reconocible. Están apresados contra el muro cubiertos con tiras de papel engomado de diferentes longitudes y corte manual que se han colocado de una en una hasta ocultar cada cuadro y su imagen casi por completo. Casi, porque las tiras cubren pero dejan entre sí algún pequeño hueco en forma de paralelogramo que permite un atisbo. Se distingue un poco de la textura, colores y trazos, algo que puede ser un paisaje, algo que puede ser un ala. Los cuadros resultan ser pinturas desentrañadas del acervo que las resguarda, tres de ellas están firmadas por nombres masculinos, la otra está firmada por un nombre femenino que da cuenta de su pertenencia a uno masculino; nada de eso es visible, pero resultan. Las crisálidas quedan inmóviles mientras ocurre la metamorfosis.
3. Aliento suspendido
Para continuar hay que girar, así lo indica el muro. Un poco más lejos se vislumbra un rastro de fragmentos irregulares. Al dar la vuelta se descubre otro paisaje.
5. Soportando el abismo
En medio un laberinto de polígonos volumétricos de alturas diversas. Los más altos se inclinan en ángulos tales que no podrían resistir la gravedad si no tuvieran una buena parte bajo tierra o un contrapeso. Los más pequeños parecen haberse desprendido de los más grandes. Parecen, porque recuerdan las ruinas de una civilización que fuera importante. Recuerdan la forma que tiene el tiempo de hacer caer las estructuras que una vez fueron firmes, rectas, sólidas, altas. La forma que tiene el tiempo, o la fuerza, cualquier fuerza. Gravedad. Parece así, mirando desde arriba y lejos, ahora, que se contiene el suspiro, resistiendo, pero no por mucho.
3. Aliento suspendido
Entonces se llega al rastro de fragmentos. Son 130 y resultan ser de bronce. Están fijos al muro siguiendo una línea horizontal que se quiebra en una esquina y continúa. Pertenecen a la misma figura, son trozos de la efigie de un águila al vuelo: plumas, garras, alas, ojos, pico, cresta. Restos que, por su disposición, parecen dejados para indicar un camino recto, pero obligan a dar un giro. El águila es Zeus, el padre, marido de Hera, y es la que está a los pies de la Madre Patria y sobre los hijos que murieron por ella, y es la que está convertida en añicos dispuestos en una línea recta que no puede evitar el giro. El vuelo desmembrado es la caída. La suspensión, ballesta.
4. Nebulosa V
Y la vuelta lleva a un cuadro que parece reflejar el socavón junto a la entrada. Parece la huella del agujero que atraviesa el muro. En medio hay una mancha oscura de alrededor de un centímetro de diámetro, pero las marcas porosas sobre fibras resultan ser los contornos de los 130 fragmentos del ave. Con un giro del observador sobre su eje, a 180 grados, se comprueba la similitud con el socavón; con uno de 45 a la derecha, la dirección del rastro de bronce. De los fragmentos se hace un nuevo mapa. Se les recorre, se les perfila. Luego los mapas tienen un punto en común, son el socavón y la mirrilla. Son espejo, reconstrucción. No hay perforación pero hubo un disparo y una muerte. Es el recuento de heridas, los trazos de la escena del crimen. Las nebulosas son los restos de las estrellas que mueren. Las nebulosas reconstruyen el desmembramiento.
6. Columnas vacías
Hacia la izquierda sigue el muro que de nuevo dobla y continúa; su blancura queda discretamente interrumpida por rectángulos amarillentos que resultan ser hojas de papel envejecidas con restos de pegamento y nada de lo que estuvo adherido. Lo que hubiese sido fue importante, seleccionado, resguardado. Pero se sabe que la conservación tiene sus límites y las sustancias caducidad. Nebulosas. Los residuos son testimonio de la pérdida del poder de adhesión que resulta inevitable con el tiempo, o con mayor fuerza que aquella adherente. Gravedad, historia o patria. Nuevas cicatrices que son nuevos relatos. Es de los restos que se puede reescribir. Hay que arrancar las costras y partir de la cicatriz: el tejido anterior debe ser retirado.
7. Paráfrasis del estrago
Antes de salir, el muro-bloque que limita la entrada revela otras marcas que, al acercarse, se distinguen como letras que forman palabras y frases que estuvieron ahí, engomadas, luego arrancadas, dejando la impronta de sus contornos y desgarros. Es posible, desde cierto ángulo, reconocer algunas de las letras, tratar de reconstruir las palabras e hilarlas. No todas: se desdibujan algunos de los bordes, mezclándose con las cicatrices de un desprendimiento violento. El texto, así, es casi indescifrable. Casi, por la confusión o el tiempo que toma. Casi, porque el recuerdo será reconstrucción. El texto resulta ser paráfrasis del estrago. Su lectura: huella borrosa. El estrago resulta ser el adherente que permanece y desde donde se desprende la posibilidad de reescritura. El texto ahora es lienzo.
8. Melodía de sombras
Al final el derrumbe de cabezas de Hera interfiere con la salida. Madre falseada que no escribió su historia. Hera fue antes otra. Diosa transformada por el destrozo de su historia. Lejana, borrosa, arrancada, arruinada. Reescrita. Hera es otra.
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