Marginalia - Perú

L. Emperatriz Plácido San Martin

Tiempo de lectura: 2 minutos

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03.07.2023

Marginalia #92

Emperatriz Plácido San Martín

El tiempo, el gran maestro

El otro día estuve pensando en quién soy; pensé en muchos nombres y en muchas personas. Los nombres de quienes me llamaron y con los que me han nombrado. Entonces pensé que todas esas veces la vida ha sido fugaz y se sintió eterna. Me pregunto si acaso realmente lo fue. ¿Acaso a ti te han llamado siempre igual o con la misma voz? ¿El nombre por el que te llaman sigue sonando en la casa donde te dieron de lactar?

Yo conocí el distrito de Tauca desde bebé por la historias de mi abuelita Esther, pero fue hasta que cumplí 30 años que la virgen me recibió en sus tierras para entregarle el alma de mis abuelos. Conocí este lugar en los ojos de mi abuela porque este cuerpo no es sólo mío y menos determina quién soy, porque soy muchas vidas. Este cuerpo es un artefacto más para entender que el tiempo dispone de la vida a su orden y deseo. Quién soy y quién fui y quién seré me sobrepasa de formas inexplicables. El tiempo, al igual que mi cuerpo, que mi nombre y que mi amor, no tiene una explicación lógica, y menos es una identidad sólida o inmutable. Todo lo que sé, pienso, siento y creo ya no existe, pero al mismo tiempo sigue existiendo en algún rincón de este mundo que es un espiral eterno de deseos.

En ese proceso, ¿qué es la seguridad? ¿Qué es la tranquilidad y la calma? ¿Quiénes pueden poseerlas? ¿Acaso no son mentiras que buscan esconder el caos y el miedo para aspirar a la vida y negar la muerte? ¿Acaso la calma y la tranquilidad no son estados efímeros que se mueven como la marea? ¿Acaso en este ritmo de vida citadino nuestra abundancia y belleza no están sostenidos bajo la explotación de otros cuerpos? ¿Qué cuerpos son aquellos? ¿Pueden acceder a esa supuesta calma a la que hemos aprendido a aspirar?

La rabia, la ira, la cólera, el odio son castigados cuando van en contra de las reglas de las buenas costumbres, siendo la muerte la justificación para el orden. La violencia sólo se les permite a quienes se creen dueños de la vida y de la muerte de otros cuerpos.

“Yo no voy a morir para que otros vivan”, decía mi abuela la Emperatriz; y ahora yo, con y en su nombre, lo repito y siento su vida recorrer mi cuerpo. Dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio, pero es necesario recordar que ningún cuerpo es cerrado y no sólo somos cuerpo. Somos más que nuestros límites y somos mucho más que los límites que nos imponen los estados creados para reprimirnos. Basta que sientas la vida y la muerte en tu cuerpo para que entiendas que una ya es una fantasía eterna, para bien o para mal, que eso, sólo el tiempo, el gran maestro, lo dirá.

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