26.11.2020
Curaduría por Nat Varo y Virginie Kastel
Monterrey, Nuevo León, México
24 octubre, 2020 – 31 noviembre, 2020
El matrimonio es una institución social presente en una variedad de culturas. En nuestro contexto judeocristiano, con influjo de la ética protestante, esta institución ha resultado suelo fértil para la perpetuación de un esquema de coerción que condiciona a las mujeres.
Desde niñas, se determinan todo un conjunto de factores que encarrilarán sus deseos y aspiraciones al cumplimiento de un único ideal normalizado. Este ideal es el de la realización personal mediante el amor romántico y su consumación en el matrimonio. Hay toda una serie de mecanismos implícitos que desde muy pequeñas condicionan a las niñas a elegir lo prescrito como femenino y a adoptar ciertos comportamientos para competir por la atracción varonil, hasta culminarse en una boda. El matrimonio moviliza todo un aparato educacional que tiene por función preservar otra institución, la familia, haciendo legítima la herencia y continuidad patriarcal.
Para las mujeres el matrimonio es “una sentencia” que se revela como verdad y destino en su experiencia individual. En 1949, Simone de Beauvoir publica El Segundo Sexo, libro de referencia cuando queremos pensar la categoría de la mujer. En este estudio, De Beauvoir dedica un análisis laborioso al examen de la educación social y sentimental de la mujer para concluir que el fin de casar a las mujeres es llevarlas a consumir su destino de inmanencia, es decir, asentar su existencia y su significado a los quehaceres de la casa, a lxs hijxs, a ser la acompañante de un hombre que sí trasciende y se desempeña en la vida pública y en una profesión, mientras ella se desenvuelve en las beatitudes del entorno familiar.
Esto se vuelve un factor psicológico que afecta el desarrollo personal de las mujeres, perpetuando ideas obsoletas respecto a las relaciones amorosas y los roles sociales dentro de las mismas. Este esquema resulta internalizado por incontables personas y llega el momento en que aquella que ya tiene su vida prescrita, sabe que no tendrá que desempeñarse en la fuerza de trabajo, entonces opta por una carrera universitaria ya no por una cuestión de utilidad, sino por gusto propio. Impera la presión social por ser capaces de mostrar la sensibilidad que complementaría al perfil del esposo ideal, que es dedicado a su trabajo y se desempeña en cuestiones fríamente técnicas. Son estas preconcepciones respecto a los roles sociales y una vida digna, que coercionan a los miembros más jóvenes de una sociedad a perpetuar una tradición de desconocimiento personal y de imperativos sociales.
Por ello, convocamos a dos artistas a cuestionar esta noción de la espera y del imaginario que acompañan la expectativa del matrimonio para una mujer joven. Paola de la Peña explora el eterno femenino mientras Fernanda Sandoval desarrolla a cerca de sus impulsos una sublimación carnal que contrasta con la evocación celestial presentada por Paola de la Peña.
Ambas artistas nos sitúan ante preguntas abarcadoras de la experiencia: ¿Qué es un compromiso? ¿Por qué lo sublimamos? A lo que podríamos contestar que cualquier compromiso, a fin y al cabo, es una decisión estética antes de ser una ética de vida.
—Texto y curaduría por Nat Varo y Virginie Kastel
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