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Danie Valencia Sepúlveda

Tiempo de lectura: 4 minutos

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17.06.2023

Escapar con las sombras

Las líneas que se desvanecen bajo el sol de Andrea Martínez en Lateral

“La metáfora lumínica guió la epistemología de la modernidad con sus requisitos de transparencia y claridad para todos los órdenes de la vida. Este régimen de luz impuso la visión como sentido hegemónico […] No solo nuestros cuerpos fueron objeto de gobierno, también nuestra mirada se hizo dócil al ponerse todo a la vista, omitiendo las faltas, las fallas, los equívocos, las penumbras”, escribe val flores en Romper el corazón del mundo1.

Esto nos permite pensar en la oscuridad como la condensación de formas sensibles que escapan del régimen escópico, y a su vez reflexionar no sólo en aquello que no puede ser visibilizado y registrado por el ojo [mecánico] y la fotografía, sino, además, en otras formas de vinculación con lo sensible dentro de los distintos espacios en los que transitamos, a la vez que podemos replantear nuestro diálogo con los entornos que sustentan el paisaje y su abstracción.

Por otro lado, pensar en la luz y el régimen visual en el que ésta se inscribe nos lleva a delimitar el campo de las narraciones visuales y los relatos espaciales que se sostienen a partir de lo lumínico, como una relación simbiótica y compleja entre la luz y el paisaje. ¿Cómo se sostiene el relato visual dentro de la complejidad del paisaje que se subordina ante la mirada? ¿Puede el paisaje escapar de la fetichización de la imagen? ¿Cómo evitar el vacío de la imagen en aras de la compulsión escópica? ¿Quién construye el paisaje?

El trabajo presentado por Martínez con la curaduría de María Paz Amaro nos permite llevar la reflexión mucho más allá de la retina. A través de los intereses sobre la forma, las líneas, el cuerpo, las erosiones geográficas y la luz, el trabajo de Andrea Martínez nos invita a desdoblar la imagen en búsqueda de la complejización del paisaje:

Abarcar lo inabarcable es el reto que propone desde anteriores series relativas al mundo natural. Para ella, el accidente geográfico bien puede ofrecer más poesía que error. En función de su propia silueta y las escalas que ésta le permite, remonta búsquedas vitales en la historia de la humanidad: ubicarnos en la inmensidad, ella misma como herramienta de agrimensura, misma que reactiva aquello que contemplamos en el resultado final: un eje ficticio por medio del doblez, la mano como herramienta y, detrás de ella, la cadencia del cuerpo entero2.

Quizás, la imagen presentada por Martínez, más que ser una invitación a retomar ficciones coloniales sobre los relatos en relación a la humanidad, la tierra y la naturaleza, sea una invitación a la fricción entre estos —priorizando la descentralización del foco, así como lo podemos presenciar en meridiano magnético (observatorio); asumiendo la proliferación de la materia mientras que, a su vez, nos propone repensar el accidente geográfico desde lo poético3, retomando así toda posibilidad de resemantización de categorías que vuelven la imagen inocente.

Si la imagen inocente no existe, tampoco el ojo mecánico de discursos post-humanistas; la mirada es, además, un ejercicio político que se tensiona con las sombras, las texturas y los relatos que dan forma a las líneas trazadas por horizontes ficcionales. Un ejercicio corporal, como lo menciona la artista. Ahí, en donde los cuerpos se encuentran, se cruzan y se afectan a través de las distintas coreografías que se pautan por los andamiajes del ordenamiento territorial. Esas coreografías que además nos invitan a reimaginar formas alternativas de la arquitectura que limita y condena al paisaje a la eterna fetichización.

El conjunto de obras presentadas en Lateral Ltrl nos sugiere las danzas ya trazadas por la proyección de la luz sobre superficies complejas, danzas que se vuelven a trazar desde otras suavidades planteadas por la artista y su investigación alrededor de la materia, el paisaje y la complejidad de asumir la oscuridad como un campo para ser rehabitado pese a la luz. Asumiendo el peso de la abstracción, podemos decir que ésta nos permite reconfigurar la imagen, de tal forma que las líneas no se desvanecen bajo el sol, sino más bien se fugan en un intento delirante de no permitirse ser capturadas por aquello que con ansias se guarda en la retina.

Así, la abstracción del paisaje está mucho más cerca de la fuga que de las certezas planteadas por la luminosidad omnisciente y su resplandor.

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