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28.08.2015
Machete, Ciudad de México, México
24 de junio de 2015 – 4 de septiembre de 2015
Los cuadros de Hulda Guzmán son por demás poderosos. Su punto de vista como de un “ Peeping tom” caribeño hace que cada cuadro parezca un secreto, una escena robada a los personajes o a los espacios que retrata. En ninguno de ellos la presencia de la artista está evidenciada si no que pareciese que ella se escondió entre las plantas a espiar momentos que no le pertenecen pero que gracias al poder realista de su pintura se apropia y los vuelve ciertos, tangibles.
Logra transportar al espectador al punto de meterlo dentro de la escena y uno siente la música, los olores, el filo de los pastos en el cuerpo, el deseo.
Como un hechizo, uno de repente está “ahí” a un lado de Hulda, espiando en cofradía, pasándose el binocular de mano en mano, o compartiendo el espacio reducido que suele ser siempre un escondite.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras pero en realidad pareciera que ninguna palabra ni la suma de todas a veces puede describir con exactitud la sutileza de un instante decisivo, lo que pasa en el cuerpo cuando el tiempo de una imagen transforma nuestro tiempo personal y nuestros sentidos. Las imágenes de Hulda ponen en duda nuestra propia realidad uno quiere saber cómo llegar a ese territorio costeño (escenario de todos los cuadros de la exposición) que está repleto de magia y donde parece que todo es posible, la brújula solo la tiene ella.
Cortesía de Machete, Ciudad de México
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