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01.08.2020

"Hombre, demasiado humano" en Portaespacios, Venezuela

Portaespacios:_Taller de Proyectos, Valencia, Venezuela
12 de junio de 2020

Muchas de las peores ataduras de la humanidad son invisibles, aunque no por ello menos fuertes. Como anclas, estas cadenas someten al relato histórico a través de la palabra, hecho que trasciende como programación naturalizada al comportamiento cotidiano, hasta lograrse un lugar en el establecimiento de juicios sobre lo moral y lo inmoral, las prohibiciones y límites individuales, e incluso la separación dicotómica de aquello que corresponde al hombre y a la mujer, entre otros muchos estándares arrastrados tras siglos de imposición heterosexista y falocéntrica. En medio de este proceso histórico, “El Hombre” —en mayúsculas— se posiciona como protagonista del estudio y relato de la especie humana iniciado en el siglo XIX, para presentarse desde el inicio de los tiempos y en cualquiera de las versiones occidentales como epicentro de los eventos, pues bien sea con Adán o con el cavernícola, toda narración parte de la figura biológica del varón.

Como invención reciente, “el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano” (Foucault, 1966). Sin embargo, cuando Michael Foucault enuncia esta máxima del pensamiento contemporáneo en masculino genérico, abre una brecha inconsciente que permite coincidir con dicha idea, pues tras siglos de dominio, “El Hombre” como individuo moderno (idealmente blanco, masculino y heterosexual) ha dejado de ser el foco central de las discusiones sociales, filosóficas y académicas para dar paso a reflexiones a profundidad sobre los planteamientos feministas que se atomizan en múltiples desplazamientos hacia la diversidad sexual, étnica y racial comprendida en las teorías de género, el movimiento Queer y LGBTTI+, entre otras vertientes hasta hace poco marginadas de toda visibilidad. Reivindicación de una deuda histórica en la que algunos otros caminos conceptuales y teóricos retoman la idea del hombre —en minúsculas— ahora como construcción social, lejos de los discursos dominantes del otrora.

Bajo esta premisa, la muestra virtual Hombre, demasiado humano organizada por Portaespacios y curada por Raúl Rodríguez, reúne un conjunto de 18 obras de artistas de distintas nacionalidades que versan sobre la separación y tangencialidad de la representación universal, viril, fuerte e invencible del varón, que mientras se aleja de cualquier tipo de mayúsculas se presenta y acerca al hombre como ser humano —en demasía— que autoafirma su voluntad de liberarse de fórmulas morales y sociales, ficcionadas y espectacularizadas desde tiempos inmemoriales (y por ello cuestionables) en los que “El Hombre” cazaba y “La Mujer” reproducía. Roles impresos en el imaginario colectivo universal, presentes desde la Antigüedad e inmortalizados en la dureza y la solidez del mármol, materia pétrea con la que Rubén Montini se mimetiza, cubierto y resguardado en su performance Did you ever fall in love again (2019), en el que el cuerpo frágil, escondido y protegido del artista se ubica entre ruinas de columnas jónicas, esa representación de la esencia femenina en la arquitectura heredada de la Grecia Clásica. Y es allí, en pleno Mediterráneo donde la belleza del hombre se establece en un ideal atlético, musculado y trabajado por el entrenamiento físico, tema abordado por Cristian Guardia Jacinto en su obra Hyperbolae (2018), donde segmentos de columnas de fuste estriado se convierten en discos de mancuernas en los que el Orden, ese sistema canónico de proporciones (y por ende de belleza) se eleva y desciende según sea el ritmo del ejercicio muscular que deviene en hipérbole y metáfora, pues así como la materialidad de la obra pesa en exabrupto, parece ser la historia y sus estructuras una carga tan maciza como el mármol.

En compañía del músculo, el vello facial es otro de los códigos que conforman la construcción estereotípica del hombre desde tiempos remotos, espacios temporales en los que barbarie y civilización se disputaban la razón humana. En el videoperformance Barbarie (2019), el artista MAx Provenzano reflexiona sobre estos antónimos absolutos, estados del comportamiento colectivo que hablan de la naturaleza pendular y ambivalente de una especie propensa a la beligerancia, desde la época en que la barba funcionaba como un protector natural del rostro del varón, hasta una actualidad en la que, como elemento protésico se adhiere para ‘completar’ una hombría hecha a través de constantes reconfiguraciones y negociaciones. De esta forma, la barba como prótesis, accesorio y signo es utilizada también por Felipe Rivas San Martín en su acción para cámara Post Drag (2010), en la que el vello eliminado del cuerpo y luego adherido al mismo se convierte en auxiliar en el proceso de definición de lo que un hombre “es”, a partir de la reiterada confirmación de lo que “no es”: no es mujer, no es niño, no es homosexual, sumado a la fatigante repetición de prácticas de género asociadas por costumbre a lo masculino.

Sin embargo, con el pasar de los años y gracias a los logros de los movimientos feministas y queer, junto a sus sólidas bases teóricas que demuestran la posible variedad del triedro sexo/género/sexualidad, la figura del hombre homosexual adquiere otra percepción, en la que son ahora “aceptados” dentro de una “normalidad” en la que El Hombre aún continúa imperante en su mundo capitalista. En este, el negocio del milenio es “la gestión política y técnica del cuerpo, del sexo y la sexualidad” (Preciado, 2011) en cuyo mercado se inscribe el cuerpo gay comparable a las fantasías heterosexuales creadas por Playboy en los años 50: esbelto, terso y atractivo, pero sobre todo rubio. Como objeto de deseo e imagen de un ideal para muchos inalcanzable, Leonardo Almao establece una relación conceptual entre el título de la novela de Isaac Chocrón, Se ruega no tocar la carne por razones de higiene (2018), y la imagen de la que se apropia: un fotograma de Flesh, la película de sello warholiano convertida en ícono y culto que relata las desventuras de un apuesto joven que se prostituye para pagar el aborto de su pareja, evidencia de la era fármaco-pornográfica explicada por Paul B. Preciado, bajo el entonces nombre de Beatriz. Así, cosificado y convertido en objeto comercial, el cuerpo masculino toma forma en el S0L0 (2018) de MAx Provenzano, en el que lecturas al margen del objeto nos permiten cavilar sobre las prácticas de exclusión que llevan a un individuo a realizar actos de agalmatofilia, aquel placer sexual obtenido de los pensamientos de ser transformado o transformar a otro en el objeto deseado, pero que, por otro lado, permite establecer relaciones con la economía no sexual de un cuerpo susceptible a la donación y el tráfico de órganos, en la Organolepsia (2018) de Lechedevirgen Trimegisto.

—Texto por Manuel Vásquez-Ortega (fragmento)

Artistas

Fabian Rodríguez (Mérida, Venezuela), Cristian Guardia Jacinto (Maracay, Venezuela), Felipe Rivas San Martín (Valdivia, Chile), Kenny Lemes (La Habana, Cuba), MAx Provenzano (Caracas, Venezuela), Ruben Montini (Oristano, Italia), Leonardo Almao (Valencia, Venezuela), Los Picoletos (Fabro Tranchida y Dante Litvak, de Argentina), Mischa Badasyan (Rostov on Don, Rusia), Johan Mijail (Santo Domingo, Rep. Dominicana), Leche de Virgen Trimegisto (Felipe Osorio, de Querétaro, México).

https://www.instagram.com/portaespacios/

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