27.11.2021
En exhibición hasta enero del 2022
Las pinturas de Brooke Alfaro están pobladas de personajes extraños. Unos enormes y perturbadores rostros femeninos en colores estridentes contrastan con pequeños ‘íconos’ revestidos con pan de oro que asemejan, pero no son, objetos para la devoción. Entre las pinturas al óleo hay paisajes monumentales, marinas peligrosas, escenas de muchedumbres y tragedias humanas, pero también unos mini-lienzos con retratos de personas raras que se proyectan engañosamente inocentes.
Sean pequeñas o épicas, las composiciones de Alfaro presentan metáforas visuales y referencias artístico-históricas, así como una constante sensación de angustia existencial. A través de su humor oscuro, subversión de las tradiciones y deseo de asombrar, Alfaro revela su visión particular del mundo y su actitud mordaz hacia las costumbres de la iglesia y la sociedad. Por su destreza técnica también nos hace conscientes del proceso mismo de pintar. Su manejo virtuoso de diversos medios está patente en su facilidad con los óleos, sus brochazos meticulosos, los trazos limpios y dinámicos de sus pasteles, y su fineza en la aplicación de las laminillas de oro.
Alfaro es un creador contemporáneo comprometido con la pintura figurativa y académica, cuyas obras se enfocan principalmente en la condición humana. En su proceso creativo, usualmente emplea un estilo realista para representar personas y lugares irreales, que se convierten en los actores de escenas fantasiosas. Aunque su impecable técnica refleja admiración por los llamados viejos maestros, las obras de Alfaro se caracterizan por una calidad perturbadora, un juego con lo absurdo y una extrañeza deliberada que lo vinculan con movimientos como el surrealismo. Es un artista que se alimenta intelectual y visualmente de diversas fuentes, pero sus obras siempre despiertan sentimientos sobre la vulnerabilidad de los seres humanos.
Los paisajes marinos de Alfaro no son pacíficos. A menudo muestran barcas repletas de seres humanos de tamaños y proporciones incongruentes, rodeados por olas enormes y mares peligrosos, de cuya superficie emergen las mandíbulas abiertas y aletas de depredadores. Aunque las composiciones nacen de su imaginación, las embarcaciones y el sentido de tragedia recuerdan a las balsas llenas de migrantes –en el Mediterráneo o en Darién— escenas pavorosas que aparecen en tantos periódicos actualmente. Aunque niega querer transmitir mensajes específicos, Alfaro es un provocador en constante rebeldía. A pesar de su carácter narrativo, es imposible entender cabalmente lo que parecen contar.
Los pasteles de Brooke Alfaro muestran los semblantes impactantes e insinuantes de personajes femeninos con facciones distorsionadas que el artista dibuja con colores intensos. En el canon histórico, los retratos suelen dar testimonio de la apariencia de personas específicas, pero aquí nos encontramos ante unas híper-féminas ficticias. Aparecen aisladas, presentadas en un atrevido primer plano, con rostros que llenan el campo pictórico. En este sentido, evocan las caras ampliadas en las portadas de revistas o en los carteles publicitarios. Sin embargo, también contrastan con aquellas porque, a pesar de los cabellos rizados, ojos grandes y labios pintados, en estos pasteles no hay una búsqueda por representar la belleza femenina, sino de parodiarla; de cruzar la línea entre lo hermoso y lo grotesco. La mayoría de estas mujeres Cenen los ojos desiguales: un ojo abierto y el otro caído, bizco o desorbitado. Los colores son antinaturales: azules o verdes ácidos contrastados con tonos de rojo, sobre todo en los labios y en las llamativas narices, que dan una apariencia bufonesca a las mujeres. Sus rasgos fisionómicos parecen insinuar algo de su personalidad o sentido moral. Evidentemente, hay un interés mayor por la autoexpresión (que nace inevitablemente de una mirada masculina particular) que en la representación realista o idealizada de estas mujeres. Son mujeres extrañas que, a pesar de aparecer en imágenes poco halagadoras, transmiten una sensación de vulnerabilidad.
Además de los ya mencionados óleos y pasteles, Brooke Alfaro ha creado una serie de pinturas en tamaño miniatura, a las que él llama “íconos” por su formato y la técnica de óleo sobre pequeños bloques de madera en combinación con la aplicación de laminillas de oro. Aunque recuerdan los íconos de la iglesia cristiana ortodoxa, estas obras no se adhieren al estilo ni al simbolismo característico de aquellas imágenes tradicionales. No invitan a la oración ni tienen nada de religioso, más bien son una suerte de pequeños entretenimientos con los que el artista se burla del arte sacro.
A través de sus diferentes estilos y técnicas, Alfaro explora temas como la lucha entre el bien y el mal, entre los placeres y las catástrofes de la naturaleza, la honradez y la hipocresía, entre lo razonable y lo ridículo. Alfaro busca conmocionar y escandalizar al público, constantemente tratando de cruzar la línea de lo “aceptable”. Es una actitud que ha caracterizado su obra desde que se inició como pintor en la década del ochenta, en sus inquietantes obras de videoarte después del año 2000, y nuevamente en sus pinturas y pasteles del año 2008 en adelante.
La obra que presta su título a esta exposición, que declara que “Gracias a Dios no fue peor”, resuena de manera especial en nuestros tiempos de pandemia global, de tragedias migratorias y de guerras religiosas incomprensibles. Hace eco de la necesidad de comprender las desgracias, de tratar de asimilar la catástrofe que representan tantas vidas perdidas, a la vez que se burla de la naturaleza humana y la ligereza con que un dicho popular interpreta y excusa situaciones devastadoras.
Curaduría Mónica Kupfer
Comentarios
No hay comentarios disponibles.