Ongoing - CDMX - México

Ana Gabriela García

Tiempo de lectura: 5 minutos

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06.10.2022

Después del estrago: "Negra espalda del tiempo" en El cuarto de máquinas

A propósito del proyecto paralelo a la Galería Hilario Galguera, El Cuarto de Máquinas, Ana Gabriela García recorre la exhibición «Negra espalda del tiempo» y observa cómo las artistas Vanessa Enríquez y Concepción Huerta evocan procesos de memoria y ficción: representaciones de lo irrepresentable.

Plataforma satélite de la Galería Hilario Galguera, El cuarto de máquinas surge en 2010 como iniciativa de la galería para dialogar con proyectos de índole experimental e independiente, con un énfasis en los trabajos de sitio específico. Si bien el proyecto comenzó en Berlín, sin duda su traslado a la Ciudad de México situó al espacio como una de las plataformas cuyas propuestas artísticas introdujeron a la escena local una posibilidad de expandir los diálogos entre práctica artística, curaduría e investigación. Así, El cuarto de máquinas contribuyó a detonar esa cosquilla por volver a mirar procesos artísticos y dinámicas de exhibición que a manera de laboratorio entablaron una discusión sobre los otros circuitos de la escena joven del arte, no sólo a través de la vinculación de agentes culturales locales sino también internacionales. Con ese espíritu efervescente, El cuarto de máquinas vuelve a la Ciudad de México con un espacio físico en la colonia Centro. Me gusta pensar, en este sentido, que el proyecto se reanuda con un fuerte deseo de conectar con el pasado histórico del recinto, el cual también fungió como punto de encuentro entre artistas, gestores y literatos, pero que además reconoce las capas urbano-políticas que se inscriben en el inmueble. Se dice que un cuarto de máquinas es ese sitio cuyos cuatro muros están destinados a contener todo eso que permite el funcionamiento de las cosas. A propósito de  los espacios que ocupa el tiempo y los modos en que une puede situarse en ellos, el primer proyecto con el que reanuda sus actividades se articula como una pieza de rompecabezas.

En la espalda llevamos una intriga sobre el olvido como condición de posibilidad para el recuerdo; sobre si la memoria es su ponzoña, o todo lo contrario, un contraveneno. Los tiempos se nos escurren de las manos, en ellos todo viaja hacia su propia desaparición, pero también en ellos nos destilamos. ¿Cómo nos situamos ante los vacíos de la memoria? Negra espalda del tiempo parte de esta fuga. Curada por Gabriela Mosqueda, esta muestra pone en diálogo el trabajo de las artistas visuales mexicanas Vanessa Enríquez y Concepción Huerta.

Camino por un suelo de loza: una blanca, una negra, una blanca y una negra, como tablero de ajedrez. Levanto la mirada hacia la pared, y en ella veo cómo el ritmo bicromático continúa, ahora de otra manera. Los dibujos de Vanessa se despliegan sobre los muros. Sus distintos formatos y composiciones guardan un gesto común: una materia negra que se desvanece —¿o se resiste a aparecer? Se trata de cinta fílmica cuya impronta sobre una superficie adhesiva deja el registro del material magnético sobre papel de manera irregular. Su constante transferencia desautorizada en la superficie nos habla del potencial de la acumulación, de eso que se archiva, eso que se documenta, y que a su vez nos hace.

Al centro, en la estructura expuesta, los dibujos se desbordan del plano. La instalación de sitio específico de Vanessa supone un dibujo espacial trazado con cinta fílmica sobre las columnas centrales de la sala. La trama negra se vuelve una materia oscura que estruja los pilares para luego soltarlos. Como un trazo que se desdibuja, el dibujo expandido evoca la materia en desuso y su acumulación.

Es inevitable ignorar la contradicción que en estos registros se esconde: la obsolescencia del material vela el contenido, pero esto no significa que no esté ahí. Las cintas que resguardan un momento pasado —desde un film de Hollywood hasta una película casera— ya no son reproducidas como imagen-movimiento en la pantalla. Casi como un nuevo código, ese contenido encriptado se segmenta para reescribirse en el papel y, como micronarrativas —pequeños fragmentos aleatorios de archivo en disputa—, traman dibujos hechos de memoria. En su repetición, el accidente va vaciando poco a poco el contenido para inscribir sobre la superficie otro lenguaje y, de la mano, hace aparecer un estado meditativo que permite agenciarse, por un instante, de los flujos de contenido y de información que guarda la materia. Dicho de otro modo, eso que se archiva y cómo se archiva —y lo que nos junta y a su vez nos separa— no es unilateral ni está del todo dicho.

Entre tanto, una ola de sonidos envuelve el lugar, me llevan a través de él. Estos no se percibirán igual una vez que dé un paso hacia adelante, o uno hacia atrás. A ocho canales, la pieza sonora de Concepción resuena en el espacio. Lo que se escucha es una composición de casetes, señales de sonido reflejadas en la cinta magnética, y algo más. Concepción se interesa por los procesos análogos del sonido y cómo dialogan con la digitalidad. A través de esta pieza, Concepción comparte una cartografía sonora de memoria personal: sonidos que la artista ha resguardado, procesos, recuerdos y experimentaciones sintetizados. Me dice que tiene un especial interés en las frecuencias graves y cómo éstas inciden en quien las escucha —esas sensibilidades que se sienten dentro, en el pecho, con las que coincidimos con otres y con el espacio, situándonos. Resulta curioso que es una memoria —¿el pasado?— aquello que nos hace vibrar en tiempo presente al desplazarnos por el espacio.

Y ahí, cuando todo se esfuma, Gabriela recuerda las potencias de la ficción dentro de los procesos de memoria, sobre la paradoja de recordar para olvidar u olvidar para recordar y cómo el recuerdo se transforma en narrativa y viceversa. Así, más allá de una aproximación a la veracidad, lo que sucede en esta transmisión es una búsqueda por precisar lo ininteligible, sabiendo que la única certeza es que no hay tal. Así, Vanessa y Concepción comparten ficciones del sonido, representaciones de lo irrepresentable y un juego que reconfigura materiales de archivo para pensar lo que evoca el sonido y los procesos meditativos; imaginar los espacios perdidos de la memoria y corporalizarlos, haciéndolos aparecer aunque sea sólo por un instante.

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