19.12.2021
Jaime González Solís reflexiona sobre la polémica en torno a la obra de Sofía Taboás en el Museo Jumex, y cómo ésta ha sido un punto de partida para repensar el estatus y las fronteras ontológicas del arte.
Estos momentos álgidos en una discusión esencialista, sacuden la dinámica de la circulación de opiniones sobre el arte y desbordan las fronteras de sus públicos habituales. Los descontentos encuentran fácilmente reverberación y se reproducen exponencialmente hasta convertirse en un reclamo de grandes proporciones en la esfera pública, entre diversas poblaciones y contextos. Su postura replica argumentos que ponen en tela de juicio la existencia de las formas de producción artística que, según su percepción, “se disfrazan de arte” y tienen como único objetivo burlarse de todo aquel que se cruce en su camino.
Si bien este texto no pretende argumentar por qué la Línea térmica de Táboas merece –o no– ser exhibida en un museo, sí vuelve la mirada sobre el fenómeno de la condena pública en el campo del arte, para intentar sacar algún provecho de la reflexión, desde la perspectiva del trabajo en museos. Vale la pena advertir que sólo puedo articular estas opiniones desde mi experiencia, marcada por configurarse al interior de una institución legitimada de circulación del arte y al calor de sus dinámicas diarias.
Desde las instituciones, podría considerarse que el esquema de valoración que niega la genealogía histórica del arte y sus formas de experimentación material –entre otras cosas–, es difícil de abordar desde una acción concreta. También se tiene la conciencia de que la búsqueda por algún tipo de interlocución con esa opinión fracasaría frente a una postura colectiva que tiene entre sus principios fundamentales no escuchar para no dejarse engañar. ¿Cómo interesar por el arte contemporáneo a quienes lo aborrecen? ¿Es algo que la institución puede, o debe lograr? ¿O, en contraste, es más viable que enfoque sus esfuerzos en abonar a un campo estable y especializado que da por aceptadas sus convenciones?
No es común, entre las discusiones de la política cultural, reflexionar sobre las posibles respuestas a esta paradoja. En gran medida se evita porque, al siquiera considerar hacerlo, uno puede fácilmente caer en el peligroso lugar de enunciación que procura “iluminar” paternalmente a quienes no tienen lo necesario para apreciar al arte y reproducir valoraciones de superioridad e inferioridad en bagajes de los diversos públicos.
Sin embargo, la recurrente presencia de ese elefante en el cuarto, abre la posibilidad de aventurarse a quitar el sello de la caja de pandora para ensayar elucubraciones al respecto. Si bien estas no terminan por ser concluyentes, suelen identificarse con las labores de lo que se ha denominado “creación de públicos”. ¿Vale la pena preguntarse de qué manera compartir valores y nociones que, de inicio, se dan por sentado? ¿De qué manera hacerlo si no se quieren predisponer a las personas a los resultados?
El interés por la expresividad contemporánea suele darse a partir de un acercamiento paulatino a sus códigos, similar al proceso de aprender un nuevo juego de mesa. Si no conoces sus reglas, no es posible diseñar una estrategia para seguir el paso a los demás jugadores. Una vez asimiladas sus dinámicas, se pueden predecir jugadas, interactuar con las fuerzas del azar y la intuición para entrar en un estado de entendimiento, e incluso de diversión –aunque no siempre sea el caso–. Si se trata de la primera vez que se juega, lograr fluidez en el desarrollo dependerá de las maneras en que se descubra su funcionamiento, pero esto sólo es posible si se decide prestar atención cuidadosa y poner a prueba del ensayo una nueva lógica de acción y reacción.
Volviendo al caso de Sofía Táboas, me parece relevante destacar, entre la saturación de quejas, algunos comentarios que ponen en perspectiva la invalidación instantánea. Algunos sugieren leer a la pieza, más que como un objeto individual, en el marco de otras producciones de la artista. Asimismo, esta perspectiva propone situar la lectura de Línea térmica en el marco de la exposición completa, que aborda metafóricamente la trascendencia de nuestra experiencia como especie con respecto a los cambios de temperatura y los espacios de transición. Esta reflexión, se encuentra enmarcada en la conciencia de la crisis planetaria del colapso ambiental ocasionado por el cambio climático.
Desde hace tiempo, las divisiones entre alta y baja cultura se han venido poniendo en crisis, este es precisamente una de los principios que permite la pluralidad de medios contemporáneos. También, esta diversidad pretende alejarse de una ilusión de consenso en cuanto al juicio estético, ¿Por qué a todos nos debería de gustar lo mismo? La falta de interés por abrirse a la experiencia del arte contemporáneo, también es síntoma de una condición estructural, que dificulta la experimentación con la sensibilidad. En un contexto en el que la adversidad de la vida diaria apremia ¿Qué prioridad se le puede dar a experimentar una obra que exige ponerse en crisis para comprenderla? ¿En qué medida podemos ser conscientes de ello y proponer acciones desde ahí?
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