03.02.2023
A través de esta sección, invitamos mensualmente a agentes del sistema artístico a compartir una selección de imágenes relacionadas con su práctica o intereses. Las imágenes se publican diariamente en el encabezado de nuestro sitio web y se comparten a través de nuestro perfil de Instagram. Al final del mes, la selección completa de imágenes es publicada junto con un texto que las contextualiza. Aquí la selección de enero del 2023.
Oráculo manual hacia el fin de todo
Todo permite presagiar que la historia pasará y, con ella, también el ser en detrimento del cual se edificó.
E. M. Cioran[1]
Existen mundos imaginarios tan decadentes que conviene escapen a la lógica para evitar ser llevados a cuestas. Tal es el caso del universo de suciedad atávica que plantea Gustavo Abascal en su serie de roedores 一unas veces despreciables, otras más adorables y sugerentes. Sin embargo, como todo mundo ficticio incapaz de sostenerse, es mejor dirigirlo hacia lo absurdo, lo ominoso y, de ser posible, hacia su fin. Lo peligroso de esta cosmogonía es, si acaso, que pueda resultar demasiado real.
Las ratas de Gustavo Abascal surgen de la imposibilidad de aceptar aquello que simbolizan: la perturbación de un sistema, de un orden. Será porque reflejan un infortunio incansable de autocomplacencia, de adulación, donde plagas y seres humanos parecen intercambiables. Son una especie de Yo dilucidado en el vértigo contemporáneo, o tal vez un mecanismo de defensa para sobrellevar las ansiedades del mundo y, simultáneamente, dejarse llevar por ellas.
Pero, tras el engaño de la representación, viene el hartazgo. El problema fundamental de estos roedores radica en que han devorado el mundo que debía acogerlos. Frente a esta enorme pérdida, sólo les queda confiar en delirios que huyen a la razón: Dios, la libertad, los genitales, el arte, el capital, Milton y Bataille. La patología ilumina la norma y el resultado es consecuente: desasosiego social e idearios insoportables con los cuales debe lidiar nuestra idolatría. ¿Cómo perdurar por más tiempo?
Víctimas de una doble atrocidad, los roedores de Abascal se congregan en madrigueras, merodean, copulan y matan, constatando su habitual comportamiento; encima, también se conviertan en dioses, monarcas o jerarcas, plagando así el terreno inhóspito del que se apoderan para la proliferación de su especie. Algo que nos resulta repugnantemente familiar, pues sólo es posible reconocer un reino como este cuando se vive en él.
Como siguiendo un oráculo entre la resignación y la esperanza de tiempos mejores, de tiempos del fin[2], la pregunta es inevitable: ¿acaso pudiera ser diferente? Mientras tanto, nos encontramos en el umbral de una realidad grotesca donde no sólo se necesita imaginación desoladora para aproximarnos a estas ratas, sino de una destreza particular 一 ya sea el poder de la transfiguración o, quizás, una sensibilidad más sofisticada para olvidarnos de nuestra especie y, paradójicamente, acercarnos más a ella.
Tal vez el ejercicio antropomórfico de Abascal es una suerte de culmen poético para habitar una distopía donde la repugnancia es, al mismo tiempo, emblema de devoción. La alternancia entre lo sublime y lo abyecto caracteriza, a su vez, lo que resulta tan desgarrador como luminoso de cualquier especie: su existencia misma.
Cioran, E. M. Desgarradura. México: Tusquets, 2013, p. 55.
Ibid
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