Marginalia - México

Pablo Helguera

Tiempo de lectura: 2 minutos

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04.03.2020

#57: Sobre los Artoons

Marginalia consiste en la invitación mensual a unx artista, curadorx o proyecto a escoger una serie de imágenes para el fondo de la página de Terremoto en relación con su práctica e intereses del momento. A final de cada mes se revela el conjunto de las imágenes publicadas y un texto que las contextualiza. Aquí la selección de febrero de 2020.

Dibujo desde que tengo memoria. No hubo edad alguna en la que no haya dibujado. Recuerdo, por ejemplo, a los cinco o seis años, ilustrar las partituras de piano de mi hermana, poblando una Mazurka de Chopin con gestos de todo tipo. Dibujaba caricaturas, inspirado por los dibujos de Steinberg y de Quino, así como de los libros de Tintín y Astérix y de las historietas de Editorial Novaro que mis hermanos y yo comprábamos cada semana en la esquina de nuestra casa. A los doce años, cuando mi abuela me llevó a Guadalajara a ver los murales de José Clemente Orozco, decidí que sería muralista. Desde ese momento mi meta fue el de hacer obra seria, y esconder el humor y la caricatura del público por completo. Nunca dejé de dibujar caricaturas, aunque sólo las compartía con familiares y amigos muy cercanos. Eventualmente, mi obra gravitó hacia el performance, procesos participativos y estrategias conceptuales.

Pasaron muchos años. En el 2008, ya en Nueva York, cuando finalmente ingresé a los territorios misteriosos de las redes sociales, y no queriendo compartir demasiadas de mis fotos personales, tuve el impulso de hacer un dibujo al estilo de la revista New Yorker en un formato que se conoce como single panel —una imagen con pie de foto. El dibujo generó interés, y esto me impulsó a hacer otro. Y otro. Y otro más. El proceso tenía un aspecto de terapia para mí, y a la vez se convirtió en una oportunidad para compartir mis observaciones sobre las complejas dinámicas sociales del mundo del arte —un interés que siempre he tenido y que a su vez inspiró mi primer libro: Manual de estilo del arte contemporáneo.

Tiempo después, comenzaron a llegarme invitaciones para reproducir estos dibujos en otras publicaciones. El escritor Andras Szanto, quien me invitó a contribuir en una de éstas, fue el que sugirió que estas invenciones, que hasta ese momento no tenían nombre, se denominaran artoons, dada su temática y formato. Los dibujos adquirieron una viralidad casi absurda. Comenzaron a llegarme correos de lugares como El Cairo y Nueva Delhi, diciéndome que los artoons eran muy famosos en el ámbito artístico local. Me sorprendió que estas escenas y comentarios sobre las interacciones sociales en torno al arte contemporáneo tuvieran tal resonancia en lugares en los que nunca había estado. La reacción fue prueba para mí de que, en realidad, las dinámicas que vivimos en el arte son realmente predecibles y se replican en varias latitudes. Son acaso muestra de que, si bien el arte es una disciplina que se precia de radicalidad y constante transformación, su contexto social y económico es en extremo rígido y conservador. Algo que por supuesto se presta a un tratamiento humorístico.

 

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