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25.04.2024

Habitar el colapso: Atravesar la historia de un volcán para llegar aquí.

EXTRACTO es una sección online donde compartimos algunos de los textos publicados por Temblores Publicaciones, el sello editorial de Terremoto. Presentamos «Atravesar la historia de un volcán para llegar aqui.» de Paulina Ascencio Fuentes y Sandra Rozental, de Habitar el colapso. Una revisión de la exposición del mismo nombre de Cynthia Gutiérrez aquí.

Atravesar la historia de un volcán para llegar aquí.

Por Paulina Ascencio Fuentes y Sandra Rozental.

En los archivos del Museo del Instituto de Geología de la UNAM, está documentada un acta de nacimiento muy particular. Mediante un registro burocrático como el que le corresponde a cualquier miembro de la ciudadanía, y con el sello oficial de la Presidencia Municipal de Parangaricutiro, Michoacán, el documento da cuenta del advenimiento de un nuevo ser y lo reconoce como parte de la comunidad. Sin embargo, a diferencia de los humanos, este ser no respira aire, sino fuego. Se trata de un ser que escupió lava hirviendo, un dragón de tierra y de piedra que emergió en medio de una milpa en la Meseta Purépecha el 20 de febrero de 1943: el volcán Parícutin. El acta, un registro insólito para dar cuenta del nacimiento de un ente geológico en clave burocrática, nos permite vislumbrar cómo el Estado y sus instituciones lo transformaron en un espejo en el que mirarse y desde el cual reflejar una imagen de México
para el resto del mundo.

Emergiendo de los efectos de otro volcán, éste de orden metafórico —la Revolución mexicana—, con sus propias consecuencias materiales y topográficas, el Estado mexicano, lejos de una catástrofe ambiental y social, vio en el nacimiento del Parícutin un feraz símbolo nacional. El volcán que nació de un maizal pronto se convirtió en un espectáculo, en escenario y telón de fondo de una trama épica que reflejaba los ideales del proyecto de transformación y modernidad posrevolucionarios.

 

Los pueblos de San Salvador Combutzio (conocido como Parícutin) y San Juan Parangaricutiro quedaron sepultados bajo la lava y sus habitantes y los de otras comunidades afectadas, como Zacán, Santa Ana Zirosto y Angahuan, fueron paulatinamente desplazados y reubicados de sus territorios ancestrales a nuevos pueblos y colonias como Nuevo Zirosto, San Juan Nuevo, Caltzontzin y Doctor Miguel Silva. Mientras tanto, el gobierno promovió e incluso patrocinó el espectáculo. Turistas y científicos se dieron cita para muestrear y evaluar al recién nacido volcán. Los artistas más reconocidos del momento, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Dr. Atl, y Rufino Tamayo, fueron a la localidad para retratar al Parícutin como un gran monumento a la especificidad autóctona del paisaje nacional.

Científicos recurrieron a herramientas y tecnologías de vanguardia para capturar y diseminar impresionantes imágenes. Los constantes ciclos de erupción dieron lugar a la experimentación a través de vistas aéreas, tomas nocturnas y potentes contrastes cromáticos. Mientras los ojos ajenos pudieron admirar cada instante de la actividad volcánica, el cerro negro se comía el modo de vida de miles de campesinos y campesinas purépechas. Dos de sus pueblos fueron devorados por el mar de lava y el resto de sus tierras, cultivos, ganado, y demás fuentes de supervivencia engullidas por una espesa y oscura capa de ceniza.

Por su parte, los retablos en la iglesia de San Juan Parangaricutiro mostraban la angustia del pueblo que asumió la catástrofe como un castigo divino por malentendidos terrenales. Creadas por manos purépechas, estas pinturas devocionales son otro tipo de espejo en el que podemos intuir —si no ver del todo— destellos de cómo habitantes de la zona experimentaron el nacimiento del volcán. En uno de ellos, una cruz sobresale de la boca del volcán que escupe fuego en el horizonte. Al frente, una señora reza arrodillada delante de su casa, mientras las vacas y los bueyes corren por el corral, agitados por el susto.

 

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