10.10.2016

Scheherazade Goes West: on fractured identities, vernacular disorientalism and popular culture of the Middle East

Martha Kirszenbaum y Myriam Ben Salah navegan contextos políticos cambiantes de Occidente/Oriente y prácticas curatoriales versus experiencias personales.

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Myriam Ben Salah: Tú diriges Fahrenheit, un espacio basado en Los Ángeles que tiene fuertes lazos con Francia y la escena artística francesa. En ese contexto, ¿qué te llevó a invitar a alguien como yo para concibir una exposición acerca de las preocupaciones del medio oriente y el norte de África?

Martha Kirszenbaum: Fahrenheit es, efectivamente, un espacio de exhibición y programa de residencias centrado en artistas, curadores y escritores relacionados con Francia, que establece una fuerte conexión con prácticas internacionales. Es financiado por FLAX (France Los Ángeles Exchange), una entidad privada y sin ánimo de lucro en Los Ángeles que busca promover la cultura francesa en la ciudad. Consideré fundamental incorporar en la concepción del programa el pensamiento postcolonial, la realidad social de la migración en Francia y la integración de las minorías árabes. 

Fue una idea que cobró una urgencia particular en 2015, cuando los atentados terroristas en París generaron tantas preguntas sobre la cultura e historia árabes en Francia. Pero, de nuevo, estuve dispuesta a expandirme a un contexto internacional e invitar alguien que, como tú, fuera capaz de articular lo micro y lo macro, para construir una narrativa que incluyera artistas del medio oriente, el norte de África y la diáspora de migrantes.Eres una joven curadora que creció en Túnez y se mudó a París para estudiar y luego trabajar. ¿Cómo negocias estas identidades y experiencias personales en tu práctica curatorial?

Myriam Ben Salah: Para serte sincera, nunca me he sentido árabe o me he identificado como tunecina, ¡ni siquiera como mujer! No es que rechace nada de eso, claro, es parte de mí, pero nunca me definí principalmente así y nunca fue un prisma que usara para mirar las cosas. Ser “árabe” en Francia es mucho más un estatus social que una definición étnica. Al venir de un entorno modesto pero, aún así, “burgués”, nunca fui identificada como un “beur” [apodo en francés para personas de origen norteafricano]. Entonces siempre me sentí como una cosmopolita desarraigada con un conocimiento muy pobre de las políticas de identidad. En mi práctica curatorial exploré otros intereses, desligados de mi “esencia”. Y luego llegaron los ataques a Charlie Hebdo en Francia y, de repente, me “convertí” en una árabe para los demás. Se me pidió que hablara por “mi comunidad”, que condenara los actos de “mis pares” y habría sido ideal poder usar una camiseta que dijera “No en mi nombre”. Me pareció una locura y debo decir que me tocó profundamente. Me di cuenta de que no puedes escapar la identidad y se volvió un tema interesante de estudio en sí mismo. En realidad mi residencia en Los Ángeles, en Fahrenheit, abrió un abismo de interrogantes y un interés renovado por entender la identidad porque acá en los Estados Unidos claramente está en el trasfondo de muchos problemas sociales. Al crecer en Francia, la idea de Laïcité (secularismo) está en el centro mismo de la ciudadanía y se interpreta de forma muy singular. La situación en Estados Unidos, por ejemplo, es muy distinta y tuvimos muchas conversaciones al respecto. ¿Cómo negocias tu fascinación con la cultura árabe y cómo la afecta la satanización de la experiencia religiosa?

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MK: Debo decir que mi visión del secularismo no solo tomó forma por crecer en Francia sino por el hecho de que mis padres, inmigrantes de Polonia, crecieron en un país comunista, criados por padres muy seculares. En Israel, mi abuelo regularmente destruía las mezuzahs de su edificio con un martillo (risa). Yo tiendo a creer que las religiones dividen a la gente y oprimen a las mujeres, ya sea el catolicismo, islam o judaísmo. Obviamente, decir esto en los Estados Unidos, un país donde la gente está obsesionada con la raza y la religión, suena a provocación. Estoy de acuerdo con el principio francés de que la religión debe ser una cuestión privada y, sin embargo, creo que la ley que restringe velos y burkinis en playas públicas es un sinsentido discriminador que estigmatiza a las mujeres francomusulmanas. Pero viví una experiencia formativa cuando viajé a Irán el año pasado. Aunque se trata de una República Islámica, con muchas restricciones basadas en edictos religiosos, me di cuenta que le gente encontraba muchas formas de seguir siendo independiente en el interior de sus hogares y, en general, en su comportamiento en las calles.  Paradójicamente, aunque viven en un país religioso, no se comportan religiosamente. En particular, su cultura es persa, que es muy diferente a la árabe. En este sentido, creo que hay cierta pluralidad para desplegar una identidad religiosa en la cultura del medio oriente.

Al ver tu exposición o el ciclo audiovisual que organizamos, no hay tantos artistas que hablen directamente de la religión, sino más sobre la cultura y sociedad. Considero que estos son los problemas centrales: ¿por qué una mujer nacida en un banlieue francés decide usar burka, más allá de su posición religiosa? En Francia, la integración de las comunidades árabes se ha vuelto un tema urgente en meses recientes gracias a un contexto tenso puntuado por ataques terroristas y la polémica del burkini. En la exposición decidiste incluir el programa de variedades Téléramandan creado por Mehdi Meklat, Badroudine Saïd Abdallah y Mouloud Achour, que sigue la cultura árabe en Francia y que busca darle un giro a las narrativas acerca de sus comunidades musulmanas. ¿Puedes hablar de tu decisión y lo que está en juego?

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MBS: En su artículo The Social Turn: Collaboration and its Discontent, publicado en la edición de febrero 2006 de Artforum, la crítica de arte Claire Bishop señalaba que “el típico espectador occidental parece condenado a ver a los jóvenes árabes ya sea como víctimas o como fundamentalistas medievales”, para describir la producción y diseminación selectiva de imágenes del medio oriente en los medios de comunicación. Me parece que en Francia estamos exactamente en la misma situación, aunque el fantasma postcolonial hace que la situación sea muy particular. Ahora mismo los jóvenes árabes son o satanizados como terroristas en potencia o victimizados como individuos sumisos (o sea, mujeres). Téléramadan parte de estas dialécticas y retrata la identidad y experiencia religiosa más allá de la mirada del “otro”. Le da la palabra a los individuos que mencionaba antes, los que deben cargar con problemas que trascienden su individualidad. Téléramadan se escapa del “secular rage” actual (parafraseando la actualización que el colectivo artístico Slavs and Tatars  hizo de la expresión de Charles de Foucauld). Es una reacción aguda e ingeniosa al ambiente de imprecisión y humillaciones que rodean al islam en Francia. Nace de la frustración y es radical en su compromiso con la belleza y poesía. Y más que nada, no se excusa. Eso me parece fundamental: los árabes en Francia se han excusado demasiado.

Tú estás claramente interesada y conoces la cultura popular del medio oriente, sobre todo en términos musicales y audiovisuales. ¿Cómo llegaste a eso?

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MK: Crecí en los suburbios de París a fines de los 80s y en los 90s, cuando la cultura popular francesa incorporó muchos elementos norteafricanos, sobre todo la música. Muchos músicos de raï se mudaron a Francia en los 90s, huyendo años de violencia y terrorismo islamistas en Argelia. En Francia en los 90s no había una fiesta, una cena en restaurante o un programa de radio sin un hit de música raï. El éxito en Francia de músicos franco-argelinos como Khaled, Cheb Mami o Faudel es uno de los pocos ejemplos de la mezcla de la cultura norteafricana con la local. Es algo que recuerdo muy vívidamente. Y, claro, luego está mi experiencia personal como bailarina del vientre. Tras un viaje a Marruecos a los 16 años, comencé a hacer danza del vientre con una compañía en Versalles y luego comencé a presentarme habitualmente en restaurantes, cabarets, bodas, etc. por diversión y por el dinero. Cuando era una joven estudiante a menudo hacía el baile del vientre en París y a veces en otros países y en mi iPod pasaba de Sonic Youth a Fairuz, de post-punk a canciones de cabaret egipcias sin ningún problema. En esta época también descubrí el cine egipcio y me volví adicta a las películas árabes entre los 40s y 60s. Pensándolo ahora, me doy cuenta de la suerte que tuve al crecer en un país donde no importaba que fueras cristiano, judío o musulmán, donde una joven bailarina con apellido judío podía llegar a la pista de baile de un matrimonio árabe llevando un vestido tradicional. Hace poco, tras los ataques en Francia, han aparecido varios artículos en la prensa internacional señalando que Isis tiene en la mira precisamente esta zona gris, donde gente de distintas culturas e historias personales viven juntos y en paz. Esa fue la Francia donde crecí y este multiculturalismo definitivamente dio forma a mi visión del mundo y a cómo veo mi práctica curatorial.

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MBS: ¿Me habrías invitado a organizar esta exposición en Francia, donde el paradigma de las políticas de identidad es bastante controvertido en la curaduría?

MK: En realidad sí, ¡y ojalá pudiera! Lo interesante de trabajar en un lugar como Los Ángeles es que, de un lado, te sientes empoderado para hablar de temas como raza y género, pero al mismo tiempo rápidamente te das cuenta de lo obsesionada que está la sociedad estadounidense con estas cuestiones, en un nivel que conlleva una corrección política exasperante. Al otro extremo del espectro, en Francia, primero, si eres una joven que trabaja en las artes, tu voz no tiene mucho poder (aunque creo que nuestra generación cambiará esto), y, de hecho, las políticas de la identidad resultan ser un prisma difícil de utilizar porque la idea central del republicanismo, la de la igualdad, es una aplanadora de diferencias y particularidades. Me parecería fascinante hacer esta exposición en Francia, pues generaría preguntas e interpretaciones muy distintas. En ese sentido, me parece una idea brillante incluir Téléramandan. Uno de los objetivos principales de la exposición en Fahrenheit es deconstruir los estereotipos de representación del medio oriente a través de temas como violencia, guerra, terrorismo y sufrimiento, y examinar prácticas de artistas que incluyen humor, ironía, détournement y cultura popular. ¿Cómo se dio ese giro?

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MBS: Creo que siempre me ha fascinado y entristecido cómo una región con un patrimonio cultural tan rico pueda verse únicamente a través de los prismas del fracaso y el conflicto. Yo crecí en Túnez, donde mi abuelo participaba en política y debió expatriarse durante más de una década por la dictadura de Ben Ali. Además, la mitad de mi familia vivía en Argelia durante los 90s, una época marcada por una terrible guerra civil liderada por el Grupo Armado Islámico. Así que experimenté de lejos algo de la inestabilidad política, pero pronto me di cuenta que la representación que se mostraba al mundo de esas situaciones no tenía nada que ver con la vida cotidiana. Y eso es lo que me interesa: lo cotidiano, lo mundano. Aún en época de guerra, la gente vive, ríe, cena y hace el amor. Y me molesta cómo la representación de estos países y su situación política contagia la manera en que son percibidos los individuos. El cambio que me hizo pensar en esta exposición sucedió hace unos años mientras veía un reportaje de la BBC sobre un cantante de bodas en la Franja de Gaza que había ganado el concurso Arab Idol. La BBC reportaba que la ciudad no había visto celebraciones o demostraciones de emoción semejantes desde el fin del conflicto con Israel. Estaban transmitiendo fuegos artificiales, hombres mayores bailando el dabke palestino en las calles y grupos de jóvenes en coches entonando el nombre del cantante. Eran imágenes bastante poco comunes en la televisión, tomando la visión opuesta de las noticias cotidianas de Gaza, pero también de Egipto, Siria y hasta de Túnez. Y al final pensé que para la cultura popular, todos somos iguales. Fue un tema interesante para explorar con las obras de artistas contemporáneos. Desde antes, yo seguía y leía ávidamente la revista Bidoun, que comenzó después de 9/11 para abrirle camino a un arte irreverente, a menudo cómico, sorprendente y casi siempre personal de esa gran región. Y también estaba esta nueva generación de artistas que se alejaban de los prejuicios sobre  medio oriente y de las narrativas de “conflicto” que se esperaban de ellos.

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4MK: En una conversación en la Fundación Kadist en San Francisco el verano pasado, mencionaste que la generación de artistas que invitaste forman una especie de “desorientalismo vernáculo”. ¿Puedes elaborar esta idea y explicar por qué es relevante en tu proyecto?

MBS: Es una expresión que se refiere a cierta producción artística del medio oriente y su diáspora. Creo que hay dos batallas que enfrentar: una tiene que ver con los estereotipos mediáticos, y la otra con la estandarización artística. El académico marroquí Mohammed Rachidi acuñó la expresión “comisión tácita” para definir la mirada occidental que condiciona la producción de artistas del medio oriente y el norte de África de quienes se espera un despliegue de autenticidad a través de unas fórmulas estéticas restringidas, historias personales traumáticas o narraciones de dramas pasados. Siento que una nueva generación de artistas, que creció con internet, está rompiendo estas barreras en una época de “cosmopolitanismo digital”. Pero es un arte que no está desarraigado, sino que responde a un lugar y tiempo específicos, que no le habla a occidente ni alimenta la mirada normativa occidental. Para mí ese es el significado de “desorientalismo vernáculo”.

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