
El curador Patricio Majano repara en la obra de Mario López Vega y destaca la importancia de generar una estética Nahua como forma de resistencia a la aniquilación histórica de los pueblos originarios en El Salvador.
En Latinoamérica, los pueblos originarios han estado en lucha y resistencia constante. Esto se puede percibir a través de sus imágenes y prácticas estéticas, así como a través de las formas en las que estos pueblos son representados. En el caso de El Salvador, creaciones como las del artista Mario López Vega se presentan como una plataforma desde la cual es posible reflexionar sobre la colonización de los lenguajes visuales. Éstas reflexiones también permiten reafirmar la resistencia de los pueblos indígenas al reivindicar las formas de producción que les son propias, sin necesidad de asimilar las formas de producción occidentales. La obra de Mario López Vega está situada en un entorno complejo. A pesar de que en el continente "americano" muchos pueblos comparten historias similares de colonización y opresión, cada región tiene sus matices particulares. Por lo tanto, es necesario revisitar a manera de preámbulo la historia del país y de los pueblos originarios del territorio ocupado por el estado salvadoreño. Esta región, que era conocida como Kuskatán antes de la colonización española, era habitada principalmente por los pueblos Nahuas, Lencas y Cacaoperas. La historia de estos está fuertemente marcada por la eliminación sistemática y el blanqueamiento de sus manifestaciones culturales. En 1932, se llevó a cabo en El Salvador un genocidio que dejó entre 5,000 a 35,000 víctimas pertenecientes a los pueblos originarios.[1] Este hecho fue perpetrado por el gobierno, entonces liderado por el general Maximiliano Hernández Martínez, presidente entre 1931 y 1944. El exterminio fue continuamente negado y minimizado por el estado, a tal punto que el número exacto de víctimas nunca ha sido esclarecido. Fue acompañado, además, por medidas coercitivas que resultaron en el abandono de muchas manifestaciones culturales y costumbres indígenas por parte de la población. Como resultado, según el último censo realizado en el país, solamente el 0.23% de la población de El Salvador se considera a sí misma como indígena.[2] Esta cifra tan reducida en una región que claramente tiene una herencia indígena significativa deja ver la eficacia de la estrategia gubernamental de racismo internalizado en la población salvadoreña.
De esta manera, el estado salvadoreño contribuyó a la construcción de la idea de un “héroe indígena” coherente con la idea del estado salvadoreño y enfocando la idea de opresión vinculada únicamente a España.
Trazar genealogías estéticas a contrapelo de Europa y EE.UU. es una forma decolonial de historizar para imaginar futuros situados, en este caso, alrededor de la memoria material Nahua.Los contenidos que le interesan a López están fuertemente vinculados a la historia y memoria de las comunidades locales. En su obra aborda conceptos y contenidos relacionados con la cosmovisión y tradiciones de los pueblos Nahuas. Por ejemplo, en la serie Yawal, se inspira en el nombre y la forma de un objeto tradicional de la región y las ideas y creencias que se relacionan a esta imagen. Yawal es el nombre que se le da en El Salvador a un objeto de forma circular, generalmente hecho de fibras o telas orgánicas, comúnmente utilizado para sostener contenedores, como por ejemplo cántaros de barro. La forma circular en el Yawal está vinculada dentro de la cosmovisión Nahua a la idea de ciclos vitales, por ejemplo, a la vida y la muerte. Esto es algo que el artista aprendió a partir de conversaciones con les ancianes de Panchimalco. Es algo cautivador el considerar estas conversaciones como parte integral de estas obras, y pensar que su proceso de creación es parte de una genealogía que se expande a muchos años atrás, una genealogía que se mantiene a partir de la transmisión oral de creencias y conocimientos que pasaron de una generación a otra.
El abordar estas posibilidades es importante para poder hacer un ejercicio de reapropiación de la herencia e identidades Nahua, Lenca y Cacaopera con el fin de considerarlas más allá de estereotipos y anacronismos.Es igualmente importante reconocer que estas identidades son diversas y maleables, y que no deben ser consideradas como categorías fijas que funcionen para clasificar y racializar personas, o determinar lo que es y lo que no es indígena. La obra de López Vega puede ser vista como un ejercicio de reconciliación con un pasado que ha sido tergiversado y parcialmente ocultado por el oficialismo. A su vez, es una práctica matérica que existe en el futuro. Es un hacer estético que se sitúa dentro de luchas históricas y temporales que reclaman espacio para los pueblos indígenas, afrodescendientes, y otras identidades subalternas que se han visto relegadas dentro de las estructuras del arte actual.
El curador Patricio Majano repara en la obra de Mario López Vega y destaca la importancia de generar una estética Nahua como forma de resistencia a la aniquilación histórica de los pueblos originarios en El Salvador.
De esta manera, el estado salvadoreño contribuyó a la construcción de la idea de un “héroe indígena” coherente con la idea del estado salvadoreño y enfocando la idea de opresión vinculada únicamente a España.
Trazar genealogías estéticas a contrapelo de Europa y EE.UU. es una forma decolonial de historizar para imaginar futuros situados, en este caso, alrededor de la memoria material Nahua.Los contenidos que le interesan a López están fuertemente vinculados a la historia y memoria de las comunidades locales. En su obra aborda conceptos y contenidos relacionados con la cosmovisión y tradiciones de los pueblos Nahuas. Por ejemplo, en la serie Yawal, se inspira en el nombre y la forma de un objeto tradicional de la región y las ideas y creencias que se relacionan a esta imagen. Yawal es el nombre que se le da en El Salvador a un objeto de forma circular, generalmente hecho de fibras o telas orgánicas, comúnmente utilizado para sostener contenedores, como por ejemplo cántaros de barro. La forma circular en el Yawal está vinculada dentro de la cosmovisión Nahua a la idea de ciclos vitales, por ejemplo, a la vida y la muerte. Esto es algo que el artista aprendió a partir de conversaciones con les ancianes de Panchimalco. Es algo cautivador el considerar estas conversaciones como parte integral de estas obras, y pensar que su proceso de creación es parte de una genealogía que se expande a muchos años atrás, una genealogía que se mantiene a partir de la transmisión oral de creencias y conocimientos que pasaron de una generación a otra.
El abordar estas posibilidades es importante para poder hacer un ejercicio de reapropiación de la herencia e identidades Nahua, Lenca y Cacaopera con el fin de considerarlas más allá de estereotipos y anacronismos.Es igualmente importante reconocer que estas identidades son diversas y maleables, y que no deben ser consideradas como categorías fijas que funcionen para clasificar y racializar personas, o determinar lo que es y lo que no es indígena. La obra de López Vega puede ser vista como un ejercicio de reconciliación con un pasado que ha sido tergiversado y parcialmente ocultado por el oficialismo. A su vez, es una práctica matérica que existe en el futuro. Es un hacer estético que se sitúa dentro de luchas históricas y temporales que reclaman espacio para los pueblos indígenas, afrodescendientes, y otras identidades subalternas que se han visto relegadas dentro de las estructuras del arte actual.
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