Marginalia

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04.02.2018

MARGINALIA #32

by Kukuli Velarde
1 de enero de 2018 – 31 de enero de 2018

Marginalia consiste en la invitación mensual a un artista, curador o proyecto a escoger una serie de imágenes para el fondo de la página de Terremoto en relación con su práctica e intereses del momento. A final de cada mes se revela la identidad del invitadx y se pueden descubrir las imágenes en conjunto.

 

Durante milenios, el territorio que se conoce como Perú ha sido el escenario de muchos desarrollos culturales. Por ejemplo, Caral-Supe, que se dice es la ciudad más antigua de América, floreció 2.700 años antes de nuestra era. Cuando las pirámides egipcias de Giza, Djoser y la Gran Esfinge eran erigidas, cuando los indo prosperaban en lo que hoy es Pakistán, Mesopotamia era construida en Irak, y unos bárbaros construían Stonehenge en Gran Bretaña, Caral-Supe creaba impresionantes estructuras arquitectónicas y de ingeniería.

Así mismo, civilizaciones como Chavín, Paracas, Vicus, Moche, Nazca, Tiwanaku, Wari, Chimu, Cupisnique, Chancay o Inca, construyeron urbanizaciones con acueductos para distribuir agua en las ciudades, canales de riego para la agricultura, edificaron construcciones resistentes a movimientos telúricos y practicaron craneoplastias con resultados exitosos. También domesticaron la planta de la papa (produciendo más de mil tipos diferentes de ésta), desarrollaron cultivos como maíz, algodón, árbol de quina (quinina), varios tipos de ají, maní, quinoa y amaranto. Al hacerlo, contribuyeron al mundo con alimentos básicos que posteriormente sustentarían naciones de todo el mundo en tiempos de hambrunas y que mejorarían la gastronomía de muchas sociedades en Europa y Asia.

Desde las líneas Nazca y Pampas de Jumana en la costa sur, hasta Macchu Picchu; desde la destreza artesanal de los tejidos de Paracas hasta los relieves en piedra de Chavín de Huántar, mis antepasados inventaron su mundo, hecho completamente a su imagen y semejanza.

Hace cinco siglos, un puñado de hombres europeos cambió para siempre el curso de la historia a través de un encuentro violento. Cuando el imperio inca se consolidaba y una disputa sobre la herencia del poder provocara una división en el territorio, Francisco Pizarro, seguido por un puñado de aventureros, comenzó su viaje hacia Cajamarca, donde tomaría como rehén al Inka Atawallpa, matándolo después. Aquellos hombres europeos tomaron su reino y su universo. Mi trabajo a menudo ha girado en torno a las consecuencias de ese encuentro.

El Perú es socialmente el resultado de una colisión de dos mundos que apenas se fusionaron. En un país donde la mayoría tiene raíces indígenas, la discriminación contra nosotros mismos es palpable en actitudes y palabras que a menudo se encuentran en supuestos y creencias que nunca se cuestionan: si la ira viene a ti, «se te salió el indio”; si te casas con una persona con piel más clara, «estás mejorando tu raza»; si se profiere un insulto, probablemente aluda a una descripción racial. Perú es un país donde la estética occidental/europea es la estética predominante, exportada a América Latina y el mundo a través de imposiciones sociales, políticas y económicas. De un momento a otro, dicha estética se convirtió en el paradigma con el que medir, comparar y definir lo que es arte, y lo que es bello y sublime, en relación tanto a los objetos como a las personas. Resultamos «feos» frente al epítome occidental de la belleza, nos volvimos invisibles dentro de nuestro propio paisaje, dejando de ser el centro de nuestro propio universo.

Este estado de las cosas y el statu quo aparentemente eterno de la sociedad peruana me han llevado a buscar una correspondencia entre mi estética física, mis percepciones estéticas y la estética de mi trabajo. No pretendo liberarme de la influencia occidental, porque sería una tarea imposible. Sólo pretendo insertarme en un diálogo visual iniciado hace mucho tiempo por personas que se parecen a mí, mientras represento mi yo contemporáneo: un producto de la colonización. Soy una mujer de clase media urbana peruana con raíces indígenas. Al posicionarme en dicho diálogo, busco retratar nuestra dicotomía cultural: la cultura occidental y la herencia indígena que existen como una némesis en nuestra propia piel. Mi trabajo se basa en la pintura colonial, popular, y la cerámica precolombina, no como un acto de saqueo o apropiación sino de reconocimiento y reconexión. Intento retratar la existencia paradójica de esos dos mundos que cohabitan durante siglos, y cuestionar el racismo, el complejo de inferioridad, la injusticia social, el machismo y la marginación étnica y cultural que tanto abunda. Mi trabajo es una denuncia, un desafío, un documento que habla de lo que fuimos y en lo que nos hemos convertido.

http://www.kukulivelarde.com/

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