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03.11.2018

Los pies en el agua y la mirada en las estrellas, esperando el relámpago

Laboratorio Arte Alameda, Ciudad de México
30 de agosto de 2018 – 28 de octubre de 2018

Desde tiempos inmemoriales, el hombre alza los ojos al cielo e interroga la inmensidad. Seguramente, habiendo visto cómo las estrellas reproducen los mismos motivos noche tras noche, nuestro antepasado empezó a conocerlas poco a poco, a reconocerlas e identificarlas, e incluso a nombrarlas y a hacer de ellas sus aliadas. ¿En qué pensaría él cuando una estrella atravesaba raudamente la noche para desaparecer casi enseguida? ¿Qué sensación lo embargaba al contemplar la Vía Láctea? Podemos especular a nuestro antojo en torno a éstas y otras muchas preguntas, sin lograr aportar nunca respuestas fijas y definitivas. ¿Cuándo se percató el ser humano, por ejemplo, del retorno periódico de las estaciones? Los escritos más antiguos son registros contables sumerios, de índole pictográfica; datan de hace 5300 años y fueron encontrados cerca de Uruk, en Mesopotamia. Obviamente, no es de extrañar que el hombre haya aprendido pronto a contar y a medir. ¿Cuándo empezó a llevar la cuenta de los días, cuándo aprendió de manera más general a leer el mundo allende la simple y vital necesidad de alimentarse?

Los antropólogos transcriben las cosmogonías que los pueblos se transmiten de boca en boca, de generación en generación y cada época inventa sus rituales. Éstos se van sumando a los rituales de antaño. Artistas y sabios no se quedan atrás, por lo que muchos protocolos creativos y experiencias científicas pertenecen al ámbito de lo ritual, cuando la obra artística no es un ritual en sí, incansablemente repetido.

Los fenicios navegaban sin perder de vista la costa, por miedo a extraviarse. Las embarcaciones comenzaron a aventurarse en altamar una vez adquirido el conocimiento sobre las posiciones del Sol y de los astros. En fechas mucho más recientes, el antropocentrismo sufrió un giro radical cuando fue posible para el hombre contemplar la Tierra desde el espacio. Esa mirada externa permitió objetivar el planeta entero y, de alguna manera, le expropió al ser humano de lo que solía considerar hasta entonces como un bien propio e inalienable.

La vida de cada uno es un momento privilegiado pero también acotado —y esa limitación hace probablemente de ese privilegio algo aún más valioso—, que nos permite observar e intentar comprender el mundo que nos acoge y rodea. Hay quienes han convertido el milagro en un acontecimiento excepcional, siendo la cosa más banal del mundo. Cada instante forma parte de un milagro por todos heredado, cuya perennidad nos incumbe garantizar.

Michel Blancsubé

http://www.artealameda.bellasartes.gob.mx

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