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31.03.2018
Nos Vemos, San José, Costa Rica
February 1, 2018 – April 1, 2018
El espectáculo tardoindustrial ha subvertido todas las normas y todos los ordenes de nuestra realidad social, desde el concepto de poder o de democracia hasta la nuestra relación íntima con nuestro cuerpo.
Eduardo Subirats, Culturas Virtuales. [1]
¿Cómo repensar nuestra relación política con el nuestro contexto social y nuestro cuerpo? ¿Cómo interpelarnos sobre nuestra participación en lo que se podría llamar una especie de ciudadanía responsable y activa?
Si bien las respuestas a esas interrogantes pueden ser elaboradas desde lugares y configuraciones muy diversas, nos interesa cómo la obra de la artista argentina Gala Berger, en su exhibición titulada No tengo fuerzas para rendirme, puede funcionar como una articulación discursiva que parte de esos interrogantes para reflexionar sobre el cruce de los vectores poder, democracia y corporalidad con el de realidad social; desde una perspectiva contundentemente crítica y visual.
La lectura de esta obra enlaza las inquietudes discursivas y políticas de la artista con las palabras supracitadas de Eduardo Subirats, las cuales refieren, en un sentido más amplio, a una cultura contemporánea en la que el desarrollo industrial y tecnológico, y la entrega al diseño totalizante de las condiciones de producción de vida y la omnipresencia de la imagen electrónica nos han llevado a un “diseño virtual del espectáculo de la realidad”. Es decir, “un diseño de la existencia” individual como “una variable de una performance previamente diseñada” de la vida, pero también como expectación pasiva de una “realidad sentida” simultáneamente “como propia y ajena, y como fascinante y terrible”[2]. Subirats habla de un proceso de empobrecimiento de la experiencia humana, acerca de una especie de desrealización del sujeto como resultado de la sociedad capitalista y sus procesos de producción, de la acción de un poder enlazado con lo mediático que reconfigura y controla las formas de percibir lo real y los modos de interacción comunicativa en el ámbito social.
La desrealización del sujeto y de la sociedad (o de su alienación), el empobrecimiento de la experiencia y la desigualdad en tanto condiciones estructurales del capitalismo, y la representación crítica de los poderes públicos ejercidos desde una entidad jurídica como el Estado, son algunos de los ejes de las obras de Berger. La artista crea narrativas visuales complejas, alucinantes y frenéticas alrededor del diseño y la performatividad de personajes basados en las investiduras o cargos de las carteras ministeriales de Costa Rica. Ella explica cómo su interés por la crítica a la institucionalidad le permitió reimaginar y señalar la artificialidad a la que recurre el poder para manifestarse en arquetipos de jerarquía y supuesta gestión de la democracia. Berger elabora figuras ambiguas, reminiscencias de los retratos políticos normativos, pero que dan cuenta de la realidad como un simulacro aceptado a partir de una nueva naturaleza híbrida y tecnificada. En ese sentido, la artista se apropia de herramientas de la animación 3D como renders que vinculan modelos de lo humano, lo animal y lo objetual en un espacio que enfatiza lo indefinido y lo virtual. El resultado de todo esto es una experiencia visual que nos desplaza pendularmente entre lo temible y lo fascinante.
La artista extrapola la ambigüedad en la representación visual y puntualiza en la activación de lo absurdo: desde la indefinición entre lo biológico y lo artificial, lo sexual y en la ruptura deliberada con las condiciones normativas de la experiencia de lo racional. Las obras de Berger recuperan la fragmentación y el collage como códigos que van más allá de lo estético, para potenciar lo político (como lo hicieron inicialmente los dadaístas). En ese sentido, su obra se enlaza con una tradición que va desde Hannah Höch y que integra, entre muchas otras artistas, como Mary Beth Edelson o Martha Rosler, incluyendo también a la ética feminista.
Esto se hace evidente en la ironía de las asociaciones y su operación deconstructiva de prototipos patriarcales que representan el poder del Estado. También aparece formalmente, por un lado, en la intención de contrastar imágenes de la virtualidad y de la producción electrónica con la materialidad de los textiles, sus estampados y las intervenciones de tejido. Y por otro lado, en un montaje que utiliza a la caña de azúcar como soporte para las obras. Este último dispositivo remite a los modos de producción agraria que, en un país como Costa Rica y en toda Latinoamérica, también han sostenido formas de explotación de los cuerpos de trabajo sobre los cuales se ha construido y desarrollado el bienestar de esas figuras que detentan el poder político.
La detonación de la incertidumbre y la contradicción funciona como pivote discursivo, en tanto que nos confronta con el cuestionamiento sobre la efectividad real de esos agentes de la función pública en el ejercicio de la administración del bien común. Los personajes de Berger parecen estar más concentrados en las tensiones de sus universos personales y fantasías deseantes que en su ejercicio político. Es así como estas imágenes ambiguas se convierten en metáforas del incierto devenir de lo colectivo al interior de una sociedad neoliberal y ultra-capitalista que, para garantizar su permanencia, busca a toda costa reinventar sus formas de control sobre las bases sociales.
Así la exposición No tengo fuerzas para rendirme propone una retórica en donde el arte y su discursividad se proyectan como una observación del contexto en donde vivimos. En este caso, las obras de Berger son un activo reclamo sobre el ejercicio del poder y sus contradicciones en el ámbito colectivo, para procurar condiciones de existencia justas para todos.
Resulta importante destacar que la exposición de Berger ha sido la encargada de inaugurar el espacio NOS VEMOS del artista Sergio Rojas Chaves. Este es un nuevo lugar en San José, Costa Rica, dedicado a la experimentación y difusión de las prácticas artísticas contemporáneas. Para la escena local se presenta como una nueva opción, entre otras que recientemente están surgiendo, en las que los artistas asumen la autogestión desde espacios permeables y cuya acción se da sin presiones externas y al margen de paradigmas institucionales. Estas iniciativas son otra forma de construir ciudadanía y compromiso desde el mundo del arte contemporáneo.
Finalmente, reflexionar sobre No tengo fuerzas para rendirme de Gala Berger y la reciente apertura de NOS VEMOS nos recuerda la necesidad constante de activar espacios para la interpelación ideológica. Nos permite recordar –como diría Paul Virilio– que “la visión ya no es la posibilidad de ver, sino la imposibilidad de no ver” las condiciones y contradicciones del presente; [3] y para reconocer que los artistas más que nunca se cargan de fuerzas para ejercer formas simbólicas de resistencia.
Roberto Guerrero
[1] Subirats, Eduardo. Culturas Virtuales. México: Ediciones Coyoacán, S.A., 2001, p.13-15.
[2] Ibíd.
[3] Virilio, Paul. La codicia de los ojos. En: La velocidad de liberación. Argentina: Ediciones Manantial, 1997, p. 120.
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