Dayunisi es el protagonista de un mito de origen cheroqui, Joseph M. Pierce propone a este pequeño escarabajo, capaz de navegar entre mundos, como guía ancestral para entender nuestros devenires queer/cuir/cuyr y disidentes
En el pueblo cheroqui tenemos un relato de origen que me gustaría compartir. El texto que traduzco abajo fue contado por Sequoyah Guess a Christopher Teuton, ambos ciudadanos de la nación cheroqui, y es una versión abreviada de lo que suele ser un cuento más largo y detallado.[1] Igual, me parece importante relatar esta versión para dejar constancia de los elementos cruciales de éste. Va así:
Hace mucho tiempo la tierra estaba cubierta de agua Y sobre esta agua una tortuga gigante voló. Y en la espalda de la tortuga estábamos nosotros, la gente. Y, la población siguió creciendo, hasta que había tanta gente que comenzaron a caer por los costados. Bueno, Unetlvnv, el Creador, vio lo que estaba pasando y le pidió al escarabajo acuático lanzarse al agua y volver con un pedacito de lodo. Entonces el escarabajo acuático se lanzó al fondo, y volvió con un pequeño pedazo de lodo. Pero cuando tocó el aire, el pedazo de lodo comenzó a expandirse.
Y la gente envió al buitre gigante Suli. Para volar y encontrar un lugar seco. Y Suli voló sobre todo el mundo. Y cuando se cansaba, bajaba y bajaba hacia la tierra. Y cuando batía sus alas cuando bajaba, allí se formaron los valles. Cuando se levantaba en vuelo allí se formaron las montañas. Entonces, finalmente, Suli volvió a la tortuga. Y le dijo a la gente que todavía no había tierra seca. Y ellos esperaron un tiempo más y finalmente enviaron un cuervo. Y cuando salió, estuvo ausente por mucho tiempo. Finalmente, volvió y tenía una rama en su pico. Y para la gente eso significó que el lodo se había secado lo suficiente para descender. Así que la tortuga aterrizó y la gente desembarcó.[2] El escarabajo acuático se llama Dayunisi en tsalagi o el idioma cheroqui. Tiene la capacidad de descender al mar primordial y volver con un pequeño pedazo de lodo que se expande para crear el territorio que habitamos ahora. Cuando la tierra finalmente se solidifica, y tanto la gente como los animales pueden dejar la espalda de la tortuga, comienza la vida en lo que se llama Elohi, la tierra —el mundo entremedio, que queda suspendido entre el mundo de arriba, Galunlati, y el mundo de abajo, Elati.Y, sin embargo, las relaciones que establece Dayunisi generan conocimiento que no se limita simplemente a un pueblo, un momento, un cuerpo. Se expande.En la tradición cheroqui, la relación entre formas primordiales —agua, tierra, aire— se muestra a través de Dayunisi, quien vive entre mundos. Traspasa los límites de las particiones occidentales en las esferas de la vida. Dayunisi transgrede la normatividad. No vive solamente en el agua, ni tampoco en la tierra, sino, cosmológicamente, entremedio. Dayunisi, quien nos hizo posible que viviéramos en la tierra, es una criatura de frontera, del umbral entre mundos. Transita esa liminalidad no porque tiene que hacerlo, sino porque es, precisamente, su naturaleza. Vivir entre mundos es su norma.
Dayunisi es un guía ancestral para quienes no cumplimos con las normas de género coloniales; quienes, en nuestros cuerpos, deseos, sueños y entremedios, también generamos mundos.¿Cuándo, en el fluir histórico, traspasado por el devenir corporal, se termina un gesto que nunca comenzó, sino que venía comenzando desde siempre? Lo que quiero decir es esto: nosotros somos esa finalidad, la continuación de aquella emergencia que no es en realidad un final, sino un transcurrir —somos las ondulaciones que expanden en el mar. Mi intención aquí no es redundar en lo opaco del relato, sino preguntarnos por las lecciones que nos está dejando Dayunisi con su esfuerzo por crear el mundo.
Nosotres, les herederes efervescentes, debemos entender que con nuestros cuerpos generamos mundos.Mi pensamiento aquí se ve influenciado por una valiosa crítica de las corporalidades disidentes, en donde el crítico literario cheroqui Daniel Heath Justice detalla una “teoría de lo anómalo”. Se refiere a las entidades (tanto humanos como no-humanos) dentro del sistema cultural cheroqui que transitan más de un mundo o más de una categoría social o corporal. Dice Justice, “ni bueno ni malo, potencialmente benéfico o dañino a las categorías y jerarquías establecidas, para las tradiciones tanto pre (y a veces post) cristianas del sureste [de los EE.UU.], el cuerpo anómalo representa un poder profundo y posibilidades transformativas”.[5] Por anómalo, Justice se refiere a animales como el murciélago y el zorro volador (mamíferos que pueden volar), el oso (que puede caminar en dos patas como los seres humanos), o seres híbridos como la serpiente voladora (Uktena en tsalagi) que es parecida al Queztalcóatl mexica. Lo anómalo de estos seres reside en su capacidad de vincular mundos, cuerpos y saberes a través de su liminalidad o multiplicidad.
Dayunisi es el protagonista de un mito de origen cheroqui, Joseph M. Pierce propone a este pequeño escarabajo, capaz de navegar entre mundos, como guía ancestral para entender nuestros devenires queer/cuir/cuyr y disidentes
En el pueblo cheroqui tenemos un relato de origen que me gustaría compartir. El texto que traduzco abajo fue contado por Sequoyah Guess a Christopher Teuton, ambos ciudadanos de la nación cheroqui, y es una versión abreviada de lo que suele ser un cuento más largo y detallado.[1] Igual, me parece importante relatar esta versión para dejar constancia de los elementos cruciales de éste. Va así:
Hace mucho tiempo la tierra estaba cubierta de agua Y sobre esta agua una tortuga gigante voló. Y en la espalda de la tortuga estábamos nosotros, la gente. Y, la población siguió creciendo, hasta que había tanta gente que comenzaron a caer por los costados. Bueno, Unetlvnv, el Creador, vio lo que estaba pasando y le pidió al escarabajo acuático lanzarse al agua y volver con un pedacito de lodo. Entonces el escarabajo acuático se lanzó al fondo, y volvió con un pequeño pedazo de lodo. Pero cuando tocó el aire, el pedazo de lodo comenzó a expandirse.
Y la gente envió al buitre gigante Suli. Para volar y encontrar un lugar seco. Y Suli voló sobre todo el mundo. Y cuando se cansaba, bajaba y bajaba hacia la tierra. Y cuando batía sus alas cuando bajaba, allí se formaron los valles. Cuando se levantaba en vuelo allí se formaron las montañas. Entonces, finalmente, Suli volvió a la tortuga. Y le dijo a la gente que todavía no había tierra seca. Y ellos esperaron un tiempo más y finalmente enviaron un cuervo. Y cuando salió, estuvo ausente por mucho tiempo. Finalmente, volvió y tenía una rama en su pico. Y para la gente eso significó que el lodo se había secado lo suficiente para descender. Así que la tortuga aterrizó y la gente desembarcó.[2] El escarabajo acuático se llama Dayunisi en tsalagi o el idioma cheroqui. Tiene la capacidad de descender al mar primordial y volver con un pequeño pedazo de lodo que se expande para crear el territorio que habitamos ahora. Cuando la tierra finalmente se solidifica, y tanto la gente como los animales pueden dejar la espalda de la tortuga, comienza la vida en lo que se llama Elohi, la tierra —el mundo entremedio, que queda suspendido entre el mundo de arriba, Galunlati, y el mundo de abajo, Elati.Y, sin embargo, las relaciones que establece Dayunisi generan conocimiento que no se limita simplemente a un pueblo, un momento, un cuerpo. Se expande.En la tradición cheroqui, la relación entre formas primordiales —agua, tierra, aire— se muestra a través de Dayunisi, quien vive entre mundos. Traspasa los límites de las particiones occidentales en las esferas de la vida. Dayunisi transgrede la normatividad. No vive solamente en el agua, ni tampoco en la tierra, sino, cosmológicamente, entremedio. Dayunisi, quien nos hizo posible que viviéramos en la tierra, es una criatura de frontera, del umbral entre mundos. Transita esa liminalidad no porque tiene que hacerlo, sino porque es, precisamente, su naturaleza. Vivir entre mundos es su norma.
Dayunisi es un guía ancestral para quienes no cumplimos con las normas de género coloniales; quienes, en nuestros cuerpos, deseos, sueños y entremedios, también generamos mundos.¿Cuándo, en el fluir histórico, traspasado por el devenir corporal, se termina un gesto que nunca comenzó, sino que venía comenzando desde siempre? Lo que quiero decir es esto: nosotros somos esa finalidad, la continuación de aquella emergencia que no es en realidad un final, sino un transcurrir —somos las ondulaciones que expanden en el mar. Mi intención aquí no es redundar en lo opaco del relato, sino preguntarnos por las lecciones que nos está dejando Dayunisi con su esfuerzo por crear el mundo.
Nosotres, les herederes efervescentes, debemos entender que con nuestros cuerpos generamos mundos.Mi pensamiento aquí se ve influenciado por una valiosa crítica de las corporalidades disidentes, en donde el crítico literario cheroqui Daniel Heath Justice detalla una “teoría de lo anómalo”. Se refiere a las entidades (tanto humanos como no-humanos) dentro del sistema cultural cheroqui que transitan más de un mundo o más de una categoría social o corporal. Dice Justice, “ni bueno ni malo, potencialmente benéfico o dañino a las categorías y jerarquías establecidas, para las tradiciones tanto pre (y a veces post) cristianas del sureste [de los EE.UU.], el cuerpo anómalo representa un poder profundo y posibilidades transformativas”.[5] Por anómalo, Justice se refiere a animales como el murciélago y el zorro volador (mamíferos que pueden volar), el oso (que puede caminar en dos patas como los seres humanos), o seres híbridos como la serpiente voladora (Uktena en tsalagi) que es parecida al Queztalcóatl mexica. Lo anómalo de estos seres reside en su capacidad de vincular mundos, cuerpos y saberes a través de su liminalidad o multiplicidad.
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