
El artista Cracky Rodríguez reflexiona sobre su práctica colectiva en El Salvador, empleando el arte como herramienta para cuestionar y redefinir, a través de distintas expresiones, el imaginario salvadoreño del conflicto.
Esto permite la creación de nuevos lenguajes que no dependen de la tradición, sino que surgen de la necesidad, de una experiencia que se podría focalizar en el lenguaje de la corporalidad compartida; la (re)verbalización del cuerpo, del movimiento, de los gestos respecto a un objeto o un espacio sin remitir a un espectáculo, para ser un diálogo público que alcanzamos con los recursos con los que contamos. Si estos recursos emanan una continua nada, un algo paupérrimo que debemos utilizar y focalizar desde la ausencia y el vacío, ¿cómo podemos tratar de manipular la nada como herramienta para la comunalidad? Si la ignorancia es el recurso con el que contamos, ¿la complejizamos o la simplificamos para canalizarla, catalizarla o materializarla? La ignorancia se rige, se dogmatiza y está institucionalizada desde el clasismo como una periferia del conocimiento. Aún así, esa ignorancia se intersecta con el conocimiento para ser la capacidad o el espacio abstracto que puede fluir, crear incoherencias y posibilidades de cuestionar conocimientos hegemónicos. El fracaso heredado es un principio, tanto de mis prácticas performáticas individuales como de aquellas colectivas, que con relaciones superficiales acota la generación de los espacios para comunar. En este mundo subyugado por la miseria se comuna desde la adicción al consumo en estrecha relación con la soledad, con el espectáculo de la piratería como parte de la canasta básica que deviene forma del placer. La necesidad social por la avidez de afecto se satisface con la distancia de las redes formadas desde los aparatos móviles. Así mismo, comunamos alrededor de bebidas y comestibles artificiales que no discriminan por su precio. Sólo una cínica consciencia podría detectar, admitir y corregir el dolor y la voluntad de un cuerpo. Desde la individualidad no es fácil exponerse, pues, ¿a quién le interesaría estar fuera y dejar de participar en estas dinámicas que nos otorgan bienestar a cuenta gotas? Caminar con el fracaso heredado, por otro parte, podría acercarnos a la sintonía o la frecuencia del comunar, en estrecha relación con la necesidad del comunicador. Pero, ¿qué pasa si nuestro canal es estético? Si asumimos que la colectividad salvadoreña se identifica con nuestros lenguajes, difícilmente lograremos comunar. Es en este contexto que sucede la conformación del colectivo The Fire Theory, conformado por lxs artistas: Melissa Guevara, Ernesto Bautista, Mauricio Kabistán y mi persona. TFT es una organización que dirige su centro de acción a la práctica curatorial, investigativa y artística, basada en el desarrollo de una diversidad de proyectos desde la colaboración y la economía de la amistad. En un principio, debido a la ausencia de curadores, trabajamos en el desarrollo de exposiciones y otras actividades desde el que llamábamos “nuestro pentágono”, el Museo Municipal Tecleño (El Mute) —mismo que fue un antiguo centro para la detención de prisionerxs políticos de guerra—, lo que nos permitió generar los lenguajes con los que queríamos trabajar, así como redefinir los espacios de participación, a través de la apertura de una plataforma distinta para las artes, y de la circulación de ideas desde estrategias como el intercambio de roles entre lxs distintxs miembros del colectivo. Con los años, un cambio en la dinámica de la organización hacia la redefinición de la corporalidad en tono con los fenómenos políticos nos llevó a generar proyectos como El juego (2016), un diálogo entre excombatientes de la guerrilla salvadoreña y la Fuerza Armada de El Salvador, que en el conflicto bélico fueron rivales,[6] En esta ocasión se mezclaron entre los dos equipos en un juego de fútbol, posibilitando a través del camuflaje una reconciliación. El fútbol, uno de los anclajes más importantes del consumismo cultural, fue el escenario para que surgiera un reconocimiento de posibles lenguajes entre “contrarios”, así como una revaloración de la memoria histórica, en el marco de la Bienal de Arte Visuales del Istmo Centroamericano (BAVIC) y en colaboración con el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Así mismo, en esa búsqueda de otras lógicas para comunar y activar lenguajes desde lo colectivo generamos Tiro de gracia (2017) junto a Los siempre sospechosos de todo. De nuevo, durante la marcha del 1 de mayo, donde hicimos una estación, habían varios policías de la Unidad de Movimiento del Orden (UMO), a los cuales empezamos a lanzarles tiros o pases con una pelota. Los lanzamientos tenían el objetivo de provocar un acercamiento con los policías; como respuesta, algunos agarraban la onda, otros nos ignoraban, y otros sólo se apartaban. Este espacio de acercamiento, mucho más cómodo desde el fútbol —un deporte que en Latinoamérica es culturalmente fuerte—, cuestiona el actuar policial y las conductas abusivas sobre la población civil a partir de la inversión que hicimos de las condiciones de fuerza. Disparar pelotazos, nuestros tiros de gracia. Con las series de experiencias hasta ahora vividas, en su mayoría abocadas al espacio público, me interesa reevaluar constantemente sus alcances ¿Es posible materializar o corporizar incidencias en los espacios públicos? La incidencia del arte no necesariamente se encuentra en los lugares donde acontece hegemónicamente; está, para mí, dentro de sus dinámicas. Es ahí cuando digo, que la lucha, desde el activismo y el arte debe ser consciente de los lenguajes sociales; como identificarlos y hacer uso de ellos nos conduce a comunar y probablemente a la generación de lógicas críticas. No me refiero solamente a los lugares determinados por la legalidad, también hay que ir hacia aquellos espacios determinados por la ausencia de “derechos humanos” y a aquellos que están restringidos. Concretamente, creo que debemos seguir contaminando, intoxicando, haciendo que mute el discurso que nosotrxs mismxs proponemos como artistas. Quizás posicionarse desde la “post verdad”, la realidad de estos días, nos lleve a entender nuestra ignorancia; una que yo mismo como artista quiero dislocar desde las hipótesis, especulaciones, y quizás, desde lo más malvado del pensamiento, o incluso desde el accionar de formas más infantiles. La improvisación y la indignación también suman, cuando veo las cosas que suceden desde la legalidad —los actos de corrupción que se dejan pasar, los abusos del poder y arbitrariedades— me pregunto: ¿cómo redireccionar la impotencia? Esa sensación, que al final, es lo único que uno tiene.Un cuerpo puede iniciar un diálogo público desde su individualidad solamente si hay una identificación de potencia que haga susceptible trastornar su dirección.
El artista Cracky Rodríguez reflexiona sobre su práctica colectiva en El Salvador, empleando el arte como herramienta para cuestionar y redefinir, a través de distintas expresiones, el imaginario salvadoreño del conflicto.
Esto permite la creación de nuevos lenguajes que no dependen de la tradición, sino que surgen de la necesidad, de una experiencia que se podría focalizar en el lenguaje de la corporalidad compartida; la (re)verbalización del cuerpo, del movimiento, de los gestos respecto a un objeto o un espacio sin remitir a un espectáculo, para ser un diálogo público que alcanzamos con los recursos con los que contamos. Si estos recursos emanan una continua nada, un algo paupérrimo que debemos utilizar y focalizar desde la ausencia y el vacío, ¿cómo podemos tratar de manipular la nada como herramienta para la comunalidad? Si la ignorancia es el recurso con el que contamos, ¿la complejizamos o la simplificamos para canalizarla, catalizarla o materializarla? La ignorancia se rige, se dogmatiza y está institucionalizada desde el clasismo como una periferia del conocimiento. Aún así, esa ignorancia se intersecta con el conocimiento para ser la capacidad o el espacio abstracto que puede fluir, crear incoherencias y posibilidades de cuestionar conocimientos hegemónicos. El fracaso heredado es un principio, tanto de mis prácticas performáticas individuales como de aquellas colectivas, que con relaciones superficiales acota la generación de los espacios para comunar. En este mundo subyugado por la miseria se comuna desde la adicción al consumo en estrecha relación con la soledad, con el espectáculo de la piratería como parte de la canasta básica que deviene forma del placer. La necesidad social por la avidez de afecto se satisface con la distancia de las redes formadas desde los aparatos móviles. Así mismo, comunamos alrededor de bebidas y comestibles artificiales que no discriminan por su precio. Sólo una cínica consciencia podría detectar, admitir y corregir el dolor y la voluntad de un cuerpo. Desde la individualidad no es fácil exponerse, pues, ¿a quién le interesaría estar fuera y dejar de participar en estas dinámicas que nos otorgan bienestar a cuenta gotas? Caminar con el fracaso heredado, por otro parte, podría acercarnos a la sintonía o la frecuencia del comunar, en estrecha relación con la necesidad del comunicador. Pero, ¿qué pasa si nuestro canal es estético? Si asumimos que la colectividad salvadoreña se identifica con nuestros lenguajes, difícilmente lograremos comunar. Es en este contexto que sucede la conformación del colectivo The Fire Theory, conformado por lxs artistas: Melissa Guevara, Ernesto Bautista, Mauricio Kabistán y mi persona. TFT es una organización que dirige su centro de acción a la práctica curatorial, investigativa y artística, basada en el desarrollo de una diversidad de proyectos desde la colaboración y la economía de la amistad. En un principio, debido a la ausencia de curadores, trabajamos en el desarrollo de exposiciones y otras actividades desde el que llamábamos “nuestro pentágono”, el Museo Municipal Tecleño (El Mute) —mismo que fue un antiguo centro para la detención de prisionerxs políticos de guerra—, lo que nos permitió generar los lenguajes con los que queríamos trabajar, así como redefinir los espacios de participación, a través de la apertura de una plataforma distinta para las artes, y de la circulación de ideas desde estrategias como el intercambio de roles entre lxs distintxs miembros del colectivo. Con los años, un cambio en la dinámica de la organización hacia la redefinición de la corporalidad en tono con los fenómenos políticos nos llevó a generar proyectos como El juego (2016), un diálogo entre excombatientes de la guerrilla salvadoreña y la Fuerza Armada de El Salvador, que en el conflicto bélico fueron rivales,[6] En esta ocasión se mezclaron entre los dos equipos en un juego de fútbol, posibilitando a través del camuflaje una reconciliación. El fútbol, uno de los anclajes más importantes del consumismo cultural, fue el escenario para que surgiera un reconocimiento de posibles lenguajes entre “contrarios”, así como una revaloración de la memoria histórica, en el marco de la Bienal de Arte Visuales del Istmo Centroamericano (BAVIC) y en colaboración con el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Así mismo, en esa búsqueda de otras lógicas para comunar y activar lenguajes desde lo colectivo generamos Tiro de gracia (2017) junto a Los siempre sospechosos de todo. De nuevo, durante la marcha del 1 de mayo, donde hicimos una estación, habían varios policías de la Unidad de Movimiento del Orden (UMO), a los cuales empezamos a lanzarles tiros o pases con una pelota. Los lanzamientos tenían el objetivo de provocar un acercamiento con los policías; como respuesta, algunos agarraban la onda, otros nos ignoraban, y otros sólo se apartaban. Este espacio de acercamiento, mucho más cómodo desde el fútbol —un deporte que en Latinoamérica es culturalmente fuerte—, cuestiona el actuar policial y las conductas abusivas sobre la población civil a partir de la inversión que hicimos de las condiciones de fuerza. Disparar pelotazos, nuestros tiros de gracia. Con las series de experiencias hasta ahora vividas, en su mayoría abocadas al espacio público, me interesa reevaluar constantemente sus alcances ¿Es posible materializar o corporizar incidencias en los espacios públicos? La incidencia del arte no necesariamente se encuentra en los lugares donde acontece hegemónicamente; está, para mí, dentro de sus dinámicas. Es ahí cuando digo, que la lucha, desde el activismo y el arte debe ser consciente de los lenguajes sociales; como identificarlos y hacer uso de ellos nos conduce a comunar y probablemente a la generación de lógicas críticas. No me refiero solamente a los lugares determinados por la legalidad, también hay que ir hacia aquellos espacios determinados por la ausencia de “derechos humanos” y a aquellos que están restringidos. Concretamente, creo que debemos seguir contaminando, intoxicando, haciendo que mute el discurso que nosotrxs mismxs proponemos como artistas. Quizás posicionarse desde la “post verdad”, la realidad de estos días, nos lleve a entender nuestra ignorancia; una que yo mismo como artista quiero dislocar desde las hipótesis, especulaciones, y quizás, desde lo más malvado del pensamiento, o incluso desde el accionar de formas más infantiles. La improvisación y la indignación también suman, cuando veo las cosas que suceden desde la legalidad —los actos de corrupción que se dejan pasar, los abusos del poder y arbitrariedades— me pregunto: ¿cómo redireccionar la impotencia? Esa sensación, que al final, es lo único que uno tiene.Un cuerpo puede iniciar un diálogo público desde su individualidad solamente si hay una identificación de potencia que haga susceptible trastornar su dirección.
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