
Cuestionando mecanismos de extractivismo epistémico y de despolitización del conocimiento ancestral afrocolombiano, Claudia Segura conversa con Adriana Ciudad sobre el proceso artístico colaborativo realizado con las Cantoras de Timbiquí, un acompañamiento fúnebre que resignifica el duelo personal desde lo colectivo.
Adriana Ciudad, Allá nos veremos, sin sombra y sin faz, 2018. Óleo sobre lienzo, 150 x 200 cm. Imagen cortesía de la artista
Hemos desaprendido a compartir el duelo, a vivir el afecto y la pérdida en comunidad.Adriana Ciudad: Cuando murió mi madre, el mundo se detuvo para mí. No sentí el piso en mis pies, sólo sentí vértigo y dolor. “Hágase el pecho pedazos y rómpase el corazón. Se me parte el alma y pierdo la cabeza.” Así lo describe un Alabao, un canto fúnebre afrocolombiano. En pleno duelo, y en medio de una investigación sobre conocimientos ancestrales como parte de mi trabajo artístico, llegué por coincidencia a estos cantos en Internet. Al fin escuchaba versos que hablaban de lo que estaba sintiendo. La fuerza melódica y la entonación de múltiples voces cantando en coro un Alabao produce una sensación visceral inmediata que lleva al oyente a una catarsis emocional. Estos cantos fueron fundamentales para sobrellevar el duelo de mi madre. Encontré allí el consuelo que estaba buscando desesperadamente. En las ciudades latinas estamos tan occidentalizados que no acostumbramos hablar de la muerte, vivimos el duelo en soledad y lloramos a escondidas. Es como si existiera un trauma colectivo. Nadie sabe cómo reaccionar ni qué decir ante la muerte. Hemos desaprendido a compartir el duelo, a vivir el afecto y la pérdida en comunidad. Estamos empecinadxs en pensar que lo íntimo no es colectivo. Adriana Ciudad, Hágase el pecho pedazos y rómpase el corazón (fotograma), 2018. Videoinstalación, 13:09 min, 3 canales. Concepto y dirección de Adriana Ciudad y C.S. Prince. Dirección musical y producción por Nidia Góngora. Imagen cortesía de la artista Mi forma de acercarme a las Cantoras de Timbiquí siempre fue desde lo personal. Al presentarme a Nidia Góngora, la cantante líder, le conté que llegué a ella por la muerte de mi mamá, que aún estaba en duelo y que sentía que el conocimiento de sus prácticas fúnebres era un tesoro maravilloso, el cual deseaba entender más a fondo.
Un levantamiento de tumba en Timbiquí
El Remate para Renate: La última noche para despedirnos, mi mamá y yo. 13 Cantores (11 mujeres y 2 hombres) Un altar blanco. Flores. La foto de mi mamá en el centro. Fue mágico. Estremecedor. Todo vibraba. Los cantos abrieron un portal. El altar era la puerta. Los cantos invocaron. El espacio se volvió atemporal. Las mujeres se transformaron en guardianas espirituales, llenas de temple, empatía y amor. Mujeres poderosas acompañadas de dos guardianes masculinos y sensibles. Tremendas mujeres, tremendos cantos. Y de pronto, apareció la mariposa. Me dijeron después las Cantoras, que antes de que me diera cuenta, ya tenía la mariposa dándole vuelta a mi corona: “Revoloteaba alrededor tuyo, hasta que se posó en el altar.” La mariposa negra de tela contrastaba con la mariposa blanca. El ritual de cantos y rezos incrementó su fuerza con la mariposa allí posada. Es en ese momento que los ríos empiezan a salir de mis ojos. Nidia me entrega una vela y todas se paran. Formamos un camino de dos filas hacia el altar. El espacio se llena de luz de velas sostenidas. Los cantos incrementan su vibración y la mariposa se desprende del altar. Las Cantoras se tornan en llaves poderosas, se vuelven mis protectoras y mi sostén. Entro en trance. Siento el primer abrazo que me dio mi mamá al nacer; veo su sonrisa, siento su entusiasmo por la vida que siempre me cautivó, la escucho hablar, siempre tan elocuente y picante, la veo sacar conchas gigantes del mar, la veo bailando sin música, veo también su vulnerabilidad, lo que no pudo superar, pero la siento siempre amorosa, digna y noble, hasta cuando llegó su final de enfermedad. Vuela y vuela la mariposa a mi alrededor, hasta que desaparece por el camino de las mujeres y la luz.
“Tu mamá se acaba de desprender de la tierra. Ya está más allá y en paz,” me susurra Nidia al oído. Oliva se me acerca sonriente y orgullosa me dice: “Yo la ayudé a llorar, ¿oyó?”
Adriana Ciudad, Donde el alma goza en la eternidad, 2018. Óleo sobre lienzo, 120 x 160 cm. Imagen cortesía de la artista CS: Para terminar, me gustaría saber cúal fue la recepción de la comunidad afrocolombiana de Cali, en la exposición que presentaste en el Museo La Tertulia y que recogía todas estas vivencias. No sólo eso, sino que junto con las Cantoras decidiste hacer una ceremonia para honrar a lxs muertxs de la gente. Me interesa, desde tu experiencia, que nos expliques el valor de acoger a esa comunidad en dicho recinto cultural y qué repercusiones políticas, sociales y afectivas desencadenó ese acto de cierre, tanto a nivel comunitario como individual.Cuestionando mecanismos de extractivismo epistémico y de despolitización del conocimiento ancestral afrocolombiano, Claudia Segura conversa con Adriana Ciudad sobre el proceso artístico colaborativo realizado con las Cantoras de Timbiquí, un acompañamiento fúnebre que resignifica el duelo personal desde lo colectivo.
Hemos desaprendido a compartir el duelo, a vivir el afecto y la pérdida en comunidad.Adriana Ciudad: Cuando murió mi madre, el mundo se detuvo para mí. No sentí el piso en mis pies, sólo sentí vértigo y dolor. “Hágase el pecho pedazos y rómpase el corazón. Se me parte el alma y pierdo la cabeza.” Así lo describe un Alabao, un canto fúnebre afrocolombiano. En pleno duelo, y en medio de una investigación sobre conocimientos ancestrales como parte de mi trabajo artístico, llegué por coincidencia a estos cantos en Internet. Al fin escuchaba versos que hablaban de lo que estaba sintiendo. La fuerza melódica y la entonación de múltiples voces cantando en coro un Alabao produce una sensación visceral inmediata que lleva al oyente a una catarsis emocional. Estos cantos fueron fundamentales para sobrellevar el duelo de mi madre. Encontré allí el consuelo que estaba buscando desesperadamente. En las ciudades latinas estamos tan occidentalizados que no acostumbramos hablar de la muerte, vivimos el duelo en soledad y lloramos a escondidas. Es como si existiera un trauma colectivo. Nadie sabe cómo reaccionar ni qué decir ante la muerte. Hemos desaprendido a compartir el duelo, a vivir el afecto y la pérdida en comunidad. Estamos empecinadxs en pensar que lo íntimo no es colectivo. Adriana Ciudad, Hágase el pecho pedazos y rómpase el corazón (fotograma), 2018. Videoinstalación, 13:09 min, 3 canales. Concepto y dirección de Adriana Ciudad y C.S. Prince. Dirección musical y producción por Nidia Góngora. Imagen cortesía de la artista Mi forma de acercarme a las Cantoras de Timbiquí siempre fue desde lo personal. Al presentarme a Nidia Góngora, la cantante líder, le conté que llegué a ella por la muerte de mi mamá, que aún estaba en duelo y que sentía que el conocimiento de sus prácticas fúnebres era un tesoro maravilloso, el cual deseaba entender más a fondo.
Un levantamiento de tumba en Timbiquí
El Remate para Renate: La última noche para despedirnos, mi mamá y yo. 13 Cantores (11 mujeres y 2 hombres) Un altar blanco. Flores. La foto de mi mamá en el centro. Fue mágico. Estremecedor. Todo vibraba. Los cantos abrieron un portal. El altar era la puerta. Los cantos invocaron. El espacio se volvió atemporal. Las mujeres se transformaron en guardianas espirituales, llenas de temple, empatía y amor. Mujeres poderosas acompañadas de dos guardianes masculinos y sensibles. Tremendas mujeres, tremendos cantos. Y de pronto, apareció la mariposa. Me dijeron después las Cantoras, que antes de que me diera cuenta, ya tenía la mariposa dándole vuelta a mi corona: “Revoloteaba alrededor tuyo, hasta que se posó en el altar.” La mariposa negra de tela contrastaba con la mariposa blanca. El ritual de cantos y rezos incrementó su fuerza con la mariposa allí posada. Es en ese momento que los ríos empiezan a salir de mis ojos. Nidia me entrega una vela y todas se paran. Formamos un camino de dos filas hacia el altar. El espacio se llena de luz de velas sostenidas. Los cantos incrementan su vibración y la mariposa se desprende del altar. Las Cantoras se tornan en llaves poderosas, se vuelven mis protectoras y mi sostén. Entro en trance. Siento el primer abrazo que me dio mi mamá al nacer; veo su sonrisa, siento su entusiasmo por la vida que siempre me cautivó, la escucho hablar, siempre tan elocuente y picante, la veo sacar conchas gigantes del mar, la veo bailando sin música, veo también su vulnerabilidad, lo que no pudo superar, pero la siento siempre amorosa, digna y noble, hasta cuando llegó su final de enfermedad. Vuela y vuela la mariposa a mi alrededor, hasta que desaparece por el camino de las mujeres y la luz.
“Tu mamá se acaba de desprender de la tierra. Ya está más allá y en paz,” me susurra Nidia al oído. Oliva se me acerca sonriente y orgullosa me dice: “Yo la ayudé a llorar, ¿oyó?”
Adriana Ciudad, Donde el alma goza en la eternidad, 2018. Óleo sobre lienzo, 120 x 160 cm. Imagen cortesía de la artista CS: Para terminar, me gustaría saber cúal fue la recepción de la comunidad afrocolombiana de Cali, en la exposición que presentaste en el Museo La Tertulia y que recogía todas estas vivencias. No sólo eso, sino que junto con las Cantoras decidiste hacer una ceremonia para honrar a lxs muertxs de la gente. Me interesa, desde tu experiencia, que nos expliques el valor de acoger a esa comunidad en dicho recinto cultural y qué repercusiones políticas, sociales y afectivas desencadenó ese acto de cierre, tanto a nivel comunitario como individual.Pie de foto para Imagen 2
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