
La artista Jota Mombaça pone en cuestión el concepto de descolonización planteado por Frantz Fanon y ahonda en las potencias que emergen de la idea de destruir el mundo como eje medular para el replanteamiento de la colonialidad y, de la mano con ello, imaginar espacios otros que diverjan de discursos de esta índole.
Ventura Profana & Jhonatta Vicente, O reino é das bichas, 2017 (video still). Imagen cortesía de lxs artistas
Se prepara, mona, que a gente tá na pista [1] —Tati Quebra-Barraco
Eu sou bem pior do que você tá vendo [2] —Mano Brown
Frantz Fanon, en su libro de 1961, Los condenados de la tierra, se refiere a la descolonización como “un programa de desorden absoluto” [3], cuya operación no puede darse sin articular una dimensión abolicionista fundamental: descolonizar es, inevitablemente, derribar el mundo colonial y, por extensión, el punto de vista según el cual la colonización es plausible. En otras palabras, la demanda por la descolonización es también una demanda por el fin de un mundo, en particular el mundo inventado y presentado de forma totalitaria, a través de las miradas, epistemologías y ficciones del poder Moderno-Colonial-Racial. Esa relación entre colonización y fin del mundo no es, sin embargo, exclusiva del programa descolonizador articulado por Fanon, pues, al fin y al cabo, el propio colonialismo —con sus invasiones, genocidios y robos sistemáticos— puede ser entendido como una máquina de reproducción de apocalipsis de gente, saberes, redes y modos de vida colonizados. El mundo Colonial-Moderno, anclado por el capitalismo racial global, está construido y sostenido por el fin de muchos mundos, incluso los que están por venir. Así, descolonizar —para seguir con el término escogido por Fanon— adquiere el sentido radical de una oposición cuya orientación es la de llevar el mundo colonial a su límite. Sólo a partir de este punto de inflexión es posible articular y elaborar otras posibilidades de mundo más allá de las coloniales. Sin la descolonización, toda ima- ginación en cuanto a “otros mundos posibles” está en peligro, ya que la colonialidad y el capitalismo son regímenes extractivistas (desde el punto de vista económico, epistémico y ontológico). Lo que implica decir que —en el límite— todo proyecto de mundo, formalmente articulado en la situación colonial, está sujeto al mismo destino de los mundos pre-coloniales. Cuando se piensa desde la parte del mundo hoy comprendida como América Latina, la fecha 12 de octubre de 1492 es extremadamente significativa en cuanto al conocimiento del fin del mundo, teniendo en cuenta el hecho de la invasión colonial de estas tierras por los pueblos europeos —con su propia mitofísica cristiana, humana y de superioridad moral y ontológica— registrada oficialmente en esa fecha. La invasión colonial, cuando es pensada en esos términos, no es nada más el evento apocalíptico inaugural de un modo particular de producción de mundo a través de la destrucción de otros mundos; es una representación brutal de un proceso concreto de extinción de las formas de vida colonizadas en favor de la instalación arbitraria de un proyecto monocultural y genocida, cuyo sentido fue, y es, el de consolidar una forma única y generalizada de existir como Humano.La destrucción del mundo como lo conocemos es el evento que precede y anticipa el mundo descolonizado.
La descolonización, que se propone a cambiar el mundo, [...] no puede ser el resultado de una operación mágica, de un shock natural o de un acuerdo amigable. La descolonización, lo sabemos, es un proceso histórico que no puede ser comprendido, no encuentra su comprensibilidad, no se vuelve transparente para sí misma sino en la medida exacta en que se hace discernible el movimiento histórico que le da forma y contenido. [5]
[El pensamiento radical negro] no diría que los franceses blancos que viven en Argelia deberían ser destruidos porque son antiéticos en sus acciones. Ellos dirían que tienen que ser destruidos porque están presentes, porque están “aquí”. Ellos no dirían “hay buenos y malos capitalistas”. Ellos dirían “el capitalista como categoría debe ser destruido”. Lo que les asusta sobre los análisis de la anti-negritud (Anti-Blackness) es que se aplican a la categoría de Humano, lo que significa que ellos (los blancos progresistas) deben ser destruidos independientemente de su performance, o de su moralidad, y que ellos ocupan un lugar de poder que es completamente antiético, independientemente de lo que hacen. Sin embargo, no harán eso, porque, ¿qué están intentando hacer? Construir un mundo mejor. Y, ¿qué estamos intentando hacer nosotros? Destruir el mundo. Dos proyectos irreconciliables.
Yo, sinceramente, no entiendo por qué las personas quieren posponer el fin del mundo. Si todas las señales que nosotros tenemos indican que no conseguimos dar cuenta de cuidar de ese jardín; si todas las últimas noticias que tenemos es que estamos haciendo una mala gestión, ¿por qué posponerlo? Nosotros podríamos, por lo menos, tener la valentía de admitir el fin de este mundo y ver si somos capaces de aprender algo; y, si tuviéramos otras oportunidades, de ver cómo nosotros nos vamos a comportar en un nuevo mundo, o en un posible otro mundo.
La artista Jota Mombaça pone en cuestión el concepto de descolonización planteado por Frantz Fanon y ahonda en las potencias que emergen de la idea de destruir el mundo como eje medular para el replanteamiento de la colonialidad y, de la mano con ello, imaginar espacios otros que diverjan de discursos de esta índole.
Se prepara, mona, que a gente tá na pista [1] —Tati Quebra-Barraco
Eu sou bem pior do que você tá vendo [2] —Mano Brown
Frantz Fanon, en su libro de 1961, Los condenados de la tierra, se refiere a la descolonización como “un programa de desorden absoluto” [3], cuya operación no puede darse sin articular una dimensión abolicionista fundamental: descolonizar es, inevitablemente, derribar el mundo colonial y, por extensión, el punto de vista según el cual la colonización es plausible. En otras palabras, la demanda por la descolonización es también una demanda por el fin de un mundo, en particular el mundo inventado y presentado de forma totalitaria, a través de las miradas, epistemologías y ficciones del poder Moderno-Colonial-Racial. Esa relación entre colonización y fin del mundo no es, sin embargo, exclusiva del programa descolonizador articulado por Fanon, pues, al fin y al cabo, el propio colonialismo —con sus invasiones, genocidios y robos sistemáticos— puede ser entendido como una máquina de reproducción de apocalipsis de gente, saberes, redes y modos de vida colonizados. El mundo Colonial-Moderno, anclado por el capitalismo racial global, está construido y sostenido por el fin de muchos mundos, incluso los que están por venir. Así, descolonizar —para seguir con el término escogido por Fanon— adquiere el sentido radical de una oposición cuya orientación es la de llevar el mundo colonial a su límite. Sólo a partir de este punto de inflexión es posible articular y elaborar otras posibilidades de mundo más allá de las coloniales. Sin la descolonización, toda ima- ginación en cuanto a “otros mundos posibles” está en peligro, ya que la colonialidad y el capitalismo son regímenes extractivistas (desde el punto de vista económico, epistémico y ontológico). Lo que implica decir que —en el límite— todo proyecto de mundo, formalmente articulado en la situación colonial, está sujeto al mismo destino de los mundos pre-coloniales. Cuando se piensa desde la parte del mundo hoy comprendida como América Latina, la fecha 12 de octubre de 1492 es extremadamente significativa en cuanto al conocimiento del fin del mundo, teniendo en cuenta el hecho de la invasión colonial de estas tierras por los pueblos europeos —con su propia mitofísica cristiana, humana y de superioridad moral y ontológica— registrada oficialmente en esa fecha. La invasión colonial, cuando es pensada en esos términos, no es nada más el evento apocalíptico inaugural de un modo particular de producción de mundo a través de la destrucción de otros mundos; es una representación brutal de un proceso concreto de extinción de las formas de vida colonizadas en favor de la instalación arbitraria de un proyecto monocultural y genocida, cuyo sentido fue, y es, el de consolidar una forma única y generalizada de existir como Humano.La destrucción del mundo como lo conocemos es el evento que precede y anticipa el mundo descolonizado.
La descolonización, que se propone a cambiar el mundo, [...] no puede ser el resultado de una operación mágica, de un shock natural o de un acuerdo amigable. La descolonización, lo sabemos, es un proceso histórico que no puede ser comprendido, no encuentra su comprensibilidad, no se vuelve transparente para sí misma sino en la medida exacta en que se hace discernible el movimiento histórico que le da forma y contenido. [5]
[El pensamiento radical negro] no diría que los franceses blancos que viven en Argelia deberían ser destruidos porque son antiéticos en sus acciones. Ellos dirían que tienen que ser destruidos porque están presentes, porque están “aquí”. Ellos no dirían “hay buenos y malos capitalistas”. Ellos dirían “el capitalista como categoría debe ser destruido”. Lo que les asusta sobre los análisis de la anti-negritud (Anti-Blackness) es que se aplican a la categoría de Humano, lo que significa que ellos (los blancos progresistas) deben ser destruidos independientemente de su performance, o de su moralidad, y que ellos ocupan un lugar de poder que es completamente antiético, independientemente de lo que hacen. Sin embargo, no harán eso, porque, ¿qué están intentando hacer? Construir un mundo mejor. Y, ¿qué estamos intentando hacer nosotros? Destruir el mundo. Dos proyectos irreconciliables.
Yo, sinceramente, no entiendo por qué las personas quieren posponer el fin del mundo. Si todas las señales que nosotros tenemos indican que no conseguimos dar cuenta de cuidar de ese jardín; si todas las últimas noticias que tenemos es que estamos haciendo una mala gestión, ¿por qué posponerlo? Nosotros podríamos, por lo menos, tener la valentía de admitir el fin de este mundo y ver si somos capaces de aprender algo; y, si tuviéramos otras oportunidades, de ver cómo nosotros nos vamos a comportar en un nuevo mundo, o en un posible otro mundo.
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