
La artista Daniela Ortiz esboza una crítica hacia las lógicas de orden colonial que rigen las maneras de coleccionar y exhibir arte en Europa, al mismo tiempo que busca develar los juegos de poder encontrados en la gestión de los expolios que no han hecho más que oprimir históricamente a los pueblos y territorios de Abya Yala.
Incendio del Pabellón de los Descubrimientos durante la Exposición Universal de Sevilla 1992 con motivo de la violenta celebración del V Centenario del inicio del colonialismo Español, 1992. Cortesía de la autora El 13 de julio de 1944, el dictador Francisco Franco y su esposa, Carmen Polo de Franco, inauguraron el museo de América de Madrid. Hasta la actualidad, en el recinto se muestran piezas procedentes de la colección del Real Gabinete de Historia Natural, que fueron expoliadas de los pueblos y territorios de Abya Yala [1] durante el periodo colonial. Varias de estas piezas, como explican las autoridades culturales españolas actuales, fueron “ofrecidas a La Corona” por los propios “conquistadores” en el inicio de lo que serían algunos de los pilares del orden colonial: el expolio de las representaciones culturales de los pueblos de Abya Yala, su secuestro por instituciones europeas y/o eurocéntricas y su interpretación y uso para sostener narrativas históricas que condicionaran el valor político de dichas piezas en relación al discurso impuesto por el colono. De esta forma, se implanta un imaginario que encierra las manifestaciones artísticas de los pueblos oprimidos en las lógicas binarias del indígena sagrado —conectado con un mundo espiritual superior—, siempre contrarrestado por la amenaza del indio violento que pone en riesgo el bienestar y la impunidad de la población blanca en el orden colonial. Este imaginario cultural reproduce las lógicas del racismo a través del paternalismo y la criminalización. Términos tales como viejas civilizaciones, ruinas, precolombino, prehispánico, condicionan desde hace 526 años las narrativas sobre los haceres visuales, poéticos y culturales de los pueblos de Abya Yala. El poder europeo, a través de su maquinaria museística, crea sus propias narrativas sobre los pueblos colonizados. Dicho poder no usa el silencio ni la negación de su existencia, sino que elabora, sobre ellas, interpretaciones y verdades que funcionan para sostener las políticas de violencia y despojo que permiten la acumulación de capital en Europa. Los reyes de España y alcaldes blancocriollos de las capitales latinoamericanas durante la inauguración de los Jardines del Descubrimiento, 1977. Cortesía de la autora En la nota periodística del régimen dictatorial de Franco, emitida en 1944, se narra el evento de la inauguración del Museo de América resaltando la presentación del llamado Tesoro de los Quimbayas, una serie de piezas en oro de figuras humanas extraídas a finales del siglo XIX en territorio colombiano. Las piezas expoliadas fueron inicialmente enviadas a España en 1892, en el vapor “México” de la Compañía Trasatlántica de Barcelona, propiedad del empresario colonial Antonio Lopez i Lopez. Este envío surge en el contexto de la participación de la república colombiana en la “Conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América”; una de las tantas celebraciones del inicio del proceso colonial. La participación en dicho evento de las repúblicas de Perú, Bolivia, Colombia y Ecuador es sintomática de la continuación del orden colonial, apenas siete décadas después de sus declaraciones de independencia. Las declaraciones de independencia criollas fueron el inicio de una nueva fórmula de manutención del orden colonial, mediante la creación de Estados nación que, además de mantener la estructura social racializada, impusieron a los pueblos de Abya Yala formas específicas de organización política, social y económica eurocéntricas, prolongando, así, el funcionamiento del capitalismo racial. Nota periodística sobre la exposición del expoliado Tesoro de los Quimbaya, 1992. Cortesía de la autora
Se confronta de manera tajante, desde lo simbólico, a la imagen, los imaginarios y la acción frente a un sistema de muerte y despojo impuesto por el orden colonial.El obsequio criollo a manera de ofrenda colonial fue primero presentado en 1892, junto con otra gran cantidad de objetos expoliados de los pueblos oprimidos —también ofrecidos por distintos mandatarios de las repúblicas criollas impuestas en Abya Yala. Ya avanzada la década de los años cuarenta, el “tesoro” pasó a formar parte de la colección del Museo de América, en donde también se expuso una colección de objetos enviados expresamente al régimen español por las élites blanco-criollas que controlaban los gobiernos de las repúblicas. Estas élites asumieron el rol del colono y, en consonancia con el poder de la metrópoli, elaboraron nuevas fórmulas institucionales, legales, discursivas y estructurales para mantener un sistema colonial. Estas alianzas coloniales, reforzadas en el territorio de las políticas culturales, son una constante en la historia de la denominada Hispanoamérica. Derribo del monumento al colono Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1992. Cortesía de la autora En el año 1932, durante las celebraciones del 12 de octubre en la Plaza Independencia de Montevideo, es izada por primera vez la Bandera de La Raza, siendo los gobiernos criollos responsables de su creación y reivindicación. La bandera fue denominada también como Bandera de la Hispanidad, y fue adoptada oficialmente por todos los Estados nación impuestos en Abya Yala en el marco de la Séptima Conferencia Panamericana, que tuvo lugar en 1933. Según su descripción actual en Wikipedia, la bandera es de color blanco para representar “la paz” además de “rememorar” el blanco de las banderas del imperio español; las tres cruces descritas como “mexicanas” o “mayas” también aluden a las velas de las tres carabelas —la Niña, la Pinta y la Santa María—; y finalmente el sol, reivindicado por los creadores como “incaico”, es descrito como símbolo “del despertar americano”. Si no se generó ninguna contradicción con el hecho de que un gobierno republicano izara una bandera de “la raza” o “la hispanidad” para celebrar un 12 de octubre —en un sitio denominado Plaza de la Independencia— el inicio del colonialismo, es porque, como lo explica Houria Bouteldja [2], estas independencias no supusieron el fin del colonialismo. De hecho, en el diseño de la bandera se repite la lógica de cooptación de los símbolos correspondientes a pueblos oprimidos, para resignificar su interpretación con el discurso del “mestizaje”, encubriendo la imposición del blanqueamiento como política racial, invisibilizando las resistencias indias, afros e indígenas frente a estas políticas, y normalizando la violencia de un orden estructural e institucional radicalmente racista que explota y extermina a los pueblos originarios. Bandera de La Raza. Imagen cortesía de la autora
La artista Daniela Ortiz esboza una crítica hacia las lógicas de orden colonial que rigen las maneras de coleccionar y exhibir arte en Europa, al mismo tiempo que busca develar los juegos de poder encontrados en la gestión de los expolios que no han hecho más que oprimir históricamente a los pueblos y territorios de Abya Yala.
Se confronta de manera tajante, desde lo simbólico, a la imagen, los imaginarios y la acción frente a un sistema de muerte y despojo impuesto por el orden colonial.El obsequio criollo a manera de ofrenda colonial fue primero presentado en 1892, junto con otra gran cantidad de objetos expoliados de los pueblos oprimidos —también ofrecidos por distintos mandatarios de las repúblicas criollas impuestas en Abya Yala. Ya avanzada la década de los años cuarenta, el “tesoro” pasó a formar parte de la colección del Museo de América, en donde también se expuso una colección de objetos enviados expresamente al régimen español por las élites blanco-criollas que controlaban los gobiernos de las repúblicas. Estas élites asumieron el rol del colono y, en consonancia con el poder de la metrópoli, elaboraron nuevas fórmulas institucionales, legales, discursivas y estructurales para mantener un sistema colonial. Estas alianzas coloniales, reforzadas en el territorio de las políticas culturales, son una constante en la historia de la denominada Hispanoamérica. Derribo del monumento al colono Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1992. Cortesía de la autora En el año 1932, durante las celebraciones del 12 de octubre en la Plaza Independencia de Montevideo, es izada por primera vez la Bandera de La Raza, siendo los gobiernos criollos responsables de su creación y reivindicación. La bandera fue denominada también como Bandera de la Hispanidad, y fue adoptada oficialmente por todos los Estados nación impuestos en Abya Yala en el marco de la Séptima Conferencia Panamericana, que tuvo lugar en 1933. Según su descripción actual en Wikipedia, la bandera es de color blanco para representar “la paz” además de “rememorar” el blanco de las banderas del imperio español; las tres cruces descritas como “mexicanas” o “mayas” también aluden a las velas de las tres carabelas —la Niña, la Pinta y la Santa María—; y finalmente el sol, reivindicado por los creadores como “incaico”, es descrito como símbolo “del despertar americano”. Si no se generó ninguna contradicción con el hecho de que un gobierno republicano izara una bandera de “la raza” o “la hispanidad” para celebrar un 12 de octubre —en un sitio denominado Plaza de la Independencia— el inicio del colonialismo, es porque, como lo explica Houria Bouteldja [2], estas independencias no supusieron el fin del colonialismo. De hecho, en el diseño de la bandera se repite la lógica de cooptación de los símbolos correspondientes a pueblos oprimidos, para resignificar su interpretación con el discurso del “mestizaje”, encubriendo la imposición del blanqueamiento como política racial, invisibilizando las resistencias indias, afros e indígenas frente a estas políticas, y normalizando la violencia de un orden estructural e institucional radicalmente racista que explota y extermina a los pueblos originarios. Bandera de La Raza. Imagen cortesía de la autora
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