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PROYECTOR
"Celaje" (2020) por Sofía Gallisá
Néstor Delgado
Proyector presenta "Celaje" de Sofía Gallisá, un acercamiento a las grietas que surcan la memoria con el paso del tiempo como evidencia de la historia en Puerto Rico.

2020, 40:57. Super8 y 16mm transferido a video HD. Español con subtítulos en inglés.

Video disponible hasta el 29 de agosto

Conoce más sobre el trabajo de la artista aquí.

¿Cómo se formó Puerto Rico?

1.

En 1968, esta pregunta fue el título de un libro de geología del pueblo producido por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. La pregunta está arraigada en la creencia en el progreso; en la formación de la nación dentro de un tiempo geológico más amplio. Es una pregunta que intenta dar cierre a lo inacabable.

Estamos viviendo la muerte del Estado Libre Asociado (ELA), el proyecto que definió la promesa de lo que sería este archipiélago en el siglo XX. Lo que comenzó como una promesa de desarrollo capitalista del Tercer Mundo y autogobierno democrático se ha derrumbado, acelerado por la acumulación de catástrofes naturales, políticas y humanas.

Asimilar y destruir es un proceso de investigación y producción artística que visibiliza las formas en las que el clima condiciona la memoria en los trópicos, experimentando con imágenes producidas por el biodeterioro. El título hace referencia a dos procesos que ocurren simultáneamente durante la descomposición del celuloide, considerando sus implicaciones poéticas y estratégicas para digerir procesos políticos. La búsqueda surge del deseo de aceptar la impermanencia de las imágenes y de la evidencia material de la historia en Puerto Rico. Celaje es la culminación de esta serie de trabajos desarrollados desde 2017.

2.

Hace quince años comencé a filmar a mi abuela, María Luisa Pérez Jiménez, y la lenta desaparición del país del que ella había formado parte. Su vida estuvo entretejida con la narrativa épica de Puerto Rico en el siglo XX; vivió la migración rural-urbana, la diáspora en Nueva York y el regreso a la isla; trabajó en fábricas, hoteles y escuelas, sobrevivió a huracanes, maridos abusivos e inundaciones, crió a dos hijos y finalmente se asentó entre un lago artificial y la playa en la urbanización de Levittown. Los nombres de sus perros iban desde Laica y Daisy Gatsby hasta Chefi (por Ché Guevara y Fidel Castro). Su vida fue inseparable de las contradicciones del colonialismo.

En el pueblo de Toa Baja, el azúcar y el cemento se siguen mezclando. Hombres astutos construyeron una escuela primaria John F. Kennedy y una escuela secundaria Pedro Albizu Campos en el mismo vecindario, un gesto más en una larga serie de reconciliaciones forzadas.

La construcción del plan reticular de Levittown se realizó bajo los auspicios del “progreso urbano”. La propaganda del ELA difundió la paradoja de una comunidad pre-planificada y autosuficiente como parte de una promesa de posguerra a las clases medias. Su construcción trajo aire acondicionado, concreto, cemento, acero, aluminio, asbesto, plafones, lámparas eléctricas, formica, vidrio, plástico acrílico, fibra de vidrio, terrazo, muebles de oficina, electrodomésticos, ventanas Miami, más bancos, préstamos y deudas.

Entre las ruinas de ese sueño de progreso, María Luisa coleccionaba  rocas con la forma de Puerto Rico. Como ya no caminaba por ríos o senderos de tierra, las recogía de tiestos y aceras rotas.

¿Qué buscaban sus ojos en estos minerales?

¿Un emblema de la geografía domesticada o una reliquia de la nación erosionada?

3.

Poco después de la muerte de María Luisa en su casa, en septiembre de 2019, colgué en su patio, junto a la ventana de su dormitorio, una película de 16 mm de nosotras en la playa. La expuse a la humedad, el calor y la brisa. Deseé que otras fuerzas invisibles atravesaran el celuloide y dejaran su huella. Luego enterré la película con tierra, hojas, frutas podridas, insectos y nidos vacíos. Al desenterrarla semanas después, algunas imágenes habían desaparecido por completo y habían surgido otras nuevas.

María Luisa siempre fue coherente con su entorno. Hasta su senilidad parecía estar en sintonía con los tiempos.

Desde abajo hacia arriba, comunidades se involucran en una actividad constante, alimentándose de la descomposición, generando procesos inestables e impermanentes. Son el origen de una exuberancia indiferente a las pretensiones asépticas. Su movimiento solo es visible para quienes  son pacientes y no tienen miedo de mirar de cerca el suelo.

Presionando en su contra, se ha impuesto por la fuerza un relato evolutivo: primero, la plantación, luego, nuevas fronteras de crecimiento económico, una tras otra. Por último, deuda. Siempre, deuda. El discurso cambia de tono, pero la voz sigue siendo la misma; del terrateniente al turista.

Todo esto afecta la visibilidad de las cosas. El visitante escanea la superficie, como la infraestructura que lo conduce por la ciudad, diseñada para evitar el suelo podrido. Su estadía a corto plazo solo permite pensar y gastar a corto plazo. Para él, las cosas no se ven tan mal. Mientras tanto, quienes pagan la deuda adaptan sus ojos al agotamiento físico y psíquico, al calor y la humedad, a la sal, al moho, al polen y la polilla; la recuperación desigual, los árboles deformados y las catástrofes estratificadas.

Ambas son miradas condicionadas por el tiempo.

Ambas miradas disputan el mismo terreno.

En este panorama, el huracán no se distingue fácilmente de la quiebra, la austeridad, los terremotos, la sequía o la pandemia. El trópico se devora las ruinas del progreso rápidamente.

La idea de que la sumisión es una situación irresoluble es continuamente cuestionada por una realidad contingente. La evolución no es complejidad sino diversidad. El futuro está en el desarrollo aleatorio de la vida.

Aquí, actuar como catalizador para acelerar la naturaleza de la historia es solo otro gesto desordenado, construido sobre el amor incondicional por un mundo en constante cambio.

Este texto fue publicado originalmente en el sitio web de la revista Categoría Cinco, revista de política y cultura en Puerto Rico.

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