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27.05.2018
Maria Casado Home Gallery, Buenos Aires, Argentina
May 1, 2018 – June 30, 2018
Escribir sobre arte es poner en escena un estrecho oxímoron. Tal vez, por eso es tan incómodo hacerlo: ese intento por interpretar, razonar y someter en algunas palabras el todo informe de sensaciones que algunas obras nos provocan. Escribir así es performar una contradicción. Porque el lenguaje es límite, supone adoptar una convención dada y apilar sentidos, uno después del otro, que serán compartidos en virtud de la transparencia de este acuerdo tácito al interior de la comunidad con la que creemos que nos estamos comunicando. Sin embargo, la proyección creada por cada obra es de una naturaleza profundamente infinita y polisémica, con cada intento por clausurar su sentido se abrirá una nueva línea de fuga. Así de huidiza es la imagen. Entonces, un texto como el que se está escribiendo ¿debería exponer la tensión que surge de tratar con un imposible (y en ese caso, mantener en simultáneo las diversas percepciones e interpretaciones que se pueden hacer)? ¿o debería, sencillamente, renunciar a la posibilidad de llegar a buen puerto y conformarme con construir un sistema que se sepa fragmentario, desarticulado, pero al menos, unitario?
La verborragia gráfica de San Poggio se caracteriza, entre otras cosas, por la segmentación del plano y la cuidadosa articulación de sus partes, por la recurrencia a la frontalidad de lo representado y por la dispersión de escenas que se repiten obsesivamente. La superficie de sus pinturas se contrae y expande entre la narración de microescenas fragmentadas y el desarrollo de edificios, armazones y todo tipo de dispositivos en forma de patrones que se perciben como infinitos. Las escenas de Poggio se leen, se siguen como el curso de un río oscuro, gracias al rebatimiento del plano –recurso antiguo para exhibir las relaciones entre las partes de una composición. Junto con la imposibilidad de una lectura completa –dado que toda sus pinturas suponen estar frente a un recorte de varias cosas que suceden en simultáneo– se dan territorios indeterminados que contienen partes del cuerpo desmembradas, como piernas o brazos, que a su vez funcionan como superficies para alojar otros relatos, nuevos signos plásticos (tatuajes que actúan como pinturas dentro de la pintura). Sinápsis, obsesiones y loops.
Del otro lado de esta artificiosa polaridad entre el lenguaje y el silencio, tenemos las cerámicas de Andrés Pasinovich. Las podemos percibir como manifestaciones de lo informe, agujeros negros que bien pueden tragarse toda la luz como reflejarla en destellos del entorno (en cualquier caso, ausente de palabras propias, incapaces de conectar con un referente). Podemos pensarlas como esculturas horizontales, cercana al silencioso mundo vegetal, que reptaron en grupos inestables para entrar al living de la casa y así lograr una frágil verticalidad. Estas deformidades mudas también se contraen y expanden en la proximidad de otras piezas, del ambiente, cambian sin hacerlo. Y es al prestarles atención que podemos ver en detalle su superficie y éstas empiezan a hablar. Sin palabras nos cuetan sobre la materia, sobre la presión recibida y los modos en que se puede incidir sobre un cuerpo, deformarlo, estirarlo, volverlo sobre sí.
La estructura de lo que está roto y fracturado; el límite en lo indefinido; la soledad sonora de una figura sin forma; estos son sólo algunas de las paradojas lingüísticas que pone en escena la exposición No es un río que canta es el pantano con obras de San Poggio y Andrés Pasinovich en Maria Casado Home Gallery. Un sistema frágil desplegado entre el lenguaje y el silencio.
Mariana Rodriguez Iglesias
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