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De la ocupación cenital al testimonio nadiral
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Palestina
2024.07.11
Tiempo de lectura: 24 minutos

Como parte de la "cartografía sentimental de la brutalización en curso", invitamos a Elis Mendoza y Sergio Beltrán-García a escribir sobre el genocidio en curso en Palestina. Lxs autores nos comparten su reflexión tomando como punto de partida, la forma en la que las imágenes son capturadas y diseminadas a partir de los marcos que los propios trazos geográficos suponen, haciendo de los mapas elementos necesarios para entender la ocupación colonial y genocida de Israel.

La guerra del Estado israelí contra el pueblo palestino ha desenmascarado una crisis evidenciaria, es decir, un trastocamiento profundo en las formas en que se socializa y políticamente opera la evidencia sobre graves violaciones a derechos humanos. Quedando al descubierto que los mecanismos internacionales construidos a lo largo de 76 años —que presumen de conminar al orden internacional— han fallado en detener los crímenes de la ocupación. Quizás, dichos mecanismos nunca fueron diseñados para frenar a los estados neocoloniales y extractivistas.

Es esencial continuar atestiguando las imágenes y videos que la población gazatí y cisjordana documentan, y mirarlos en contraste con la propaganda sionista del estado de Israel. Acompañar el sufrimiento —aunque sea como testigos— cobra la importancia de mantener viva la posibilidad de valorar cada cuerpo,  cada historia y no como un acto de piedad o compasión, sino de imaginación política, la cual sienta bases para acciones poéticas futuras de reparación del daño causado como posibilidad de una refundación de la política, tal como lo comparte el filósofo mexicano Enrique Díaz Álvarez.

La guerra del Estado israelí contra el pueblo palestino ha desenmascarado una crisis evidenciaria, es decir, un trastocamiento profundo en las formas en que se socializa y políticamente opera la evidencia sobre graves violaciones a derechos humanos.

El atestiguamiento del genocidio también requiere ser analizado a través de los mapas que ha generado la ocupación de cuerpos, territorios e historias palestinas. Con el fin de visibilizar los efectos de tales mapeos, es necesario traducirlos desde la vista de pájaro hacia la escala humana del testimonio. Sabemos que ni la historia ni los archivos que sirven de base para su escritura son objetos neutros, pues ambos son fuentes legitimadoras de poder. Los mapas antiguos, como repositorios de información y artefactos de análisis, han sido tradicionalmente herramientas de expansión colonial. Por ello, podemos leerlos para revelar su funcionamiento como tal.

A partir del advenimiento de las fotografías aéreas, el plano cenital ha sido conferido con un aura de veracidad de facto. Así mismo, se han encumbrado las imágenes satelitales como evidencia absoluta, y se ha asumido que las imágenes producidas por miradas mecánicas o electrónicas no pueden esconder información valiosa o ser alteradas. Sin embargo, desde el momento en que nació la fotografía, también se crearon técnicas para su alteración. Como nos recuerda Susan Sontag, en su escrito “Looking at War”, la fotografía como documento de guerra nace con una contradicción: por una parte, su condición de objetividad es intrínseca, pero inevitablemente asume siempre un punto de vista específico. De la misma manera, en el procesamiento de las imágenes satelitales con la teledetección, existe un punto de vista de quién decide qué y cómo ver las imágenes. Lo que antes eran pies de foto ahora son complejas narrativas producidas por medios de comunicación o expertos a través de aislar, filtrar, intervenir y procesar esas imágenes. Para analizar las imágenes satelitales producidas en masa sobre el conflicto es necesario entender cómo se originó la lectura territorial de ese espacio.

Los mapas antiguos, como repositorios de información y artefactos de análisis, han sido tradicionalmente herramientas de expansión colonial. Por ello, podemos leerlos para revelar su funcionamiento como tal.

El primer mapa, la partición de la ONU

Volvamos al mapa y la vista cenital qué permitieron dividir y arrebatar a los palestinos su territorio, a través de tratados y decretos que empezaron con el trazo de un plumón y hoy hacen uso de la inteligencia artificial. En 1916 —y previendo la caída del Imperio otomano—, Francia e Inglaterra se repartieron los territorios del Levante por medio del acuerdo Sykes-Picot, dividiéndolos en cuatro: aquellos que estaban bajo control francés, los de control inglés y los territorios independientes bajo influencia de Francia o Inglaterra. El mapa, resguardado en los archivos nacionales de Inglaterra, muestra un gran primer trazo azul que iba desde Persia hasta el río Jordán. Dos líneas paralelas más crearon las áreas bajo control europeo. La repartición de lo que consideraron botín de guerra por medio de estas líneas agrupó, segregó y fragmentó a numerosos pueblos, haciendo eco de la división de fronteras políticas de África establecidas en la Conferencia de Berlín de 1885, y que más tarde volveríamos a ver en la partición de la India. Es esencial no olvidar que la derrota del Imperio otomano se llevó a cabo gracias al apoyo de varios pueblos árabes a los cuales Inglaterra había prometido su independencia.

A principios del siglo XX, ya habían empezado las migraciones masivas de personas judías a Palestina, promovidas por el Fondo Nacional Judío, creado en 1901, durante el V Congreso Sionista en Basilea. Su objetivo fue comprar tierras otomanas para el establecimiento de un Estado judío. En 1947, tras el holocausto y una campaña de lobby por parte de la comunidad judía, la ONU decidió partir Palestina en dos partes. El trazo de los límites del Estado de Israel le asignó casi el 55 % del territorio, una decisión que desencadenó enfrentamientos y ataques a villas palestinas. Un reporte de la ONU describe el asesinato de 750 hombres, mujeres y niños por parte de un grupo de terroristas protegidos por la Hagana, la milicia judía que operó en Palestina desde principios del siglo XX. Este acto de terror provocó la reacción bélica de países árabes vecinos, quienes, al ser derrotados, desencadenaron el desplazamiento de cerca de 750.000 palestinos. Este es el acontecimiento que los palestinos llaman la Nakba, la catástrofe.

 

 

La línea verde

Tras la guerra árabe-israelí y como resultado de los acuerdos del armisticio de Rodas, se trazó una nueva división territorial transitoria que le dio control a Israel sobre el 78 % del territorio. A este trazo se le conoce como la línea verde, debido al marcador de cera que utilizó Moshe Dayan, comandante del Distrito de Jerusalén, para trazarla. Paralelo a esta línea, el teniente coronel Abdullah al-Tal trazó también una línea con un lápiz rojo. Estas líneas en el mapa se materializaron en la división del territorio bajo dominio israelí, jordano y nuevas zonas de seguridad convertidas en tierra de nadie. Trazada a mano sobre un mapa impreso en algodón a una escala de 1:20,000, las líneas con trayectorias irregulares en el papel tenían un grosor de 3 mm, lo que se traduciría sobre el territorio en franjas de hasta 60 metros de ancho y hasta 3 kilómetros, que se extendían como dedos de una mano para asegurar a Israel la ocupación, el acceso a las ciudades y puñados de territorios fértiles y cultivos palestinos. El paso de la línea verde condenó al abandono y ruina a 125 casas, además de extensas áreas de Jerusalén.

Estas líneas imaginarias en la tierra se tradujeron en un sistema de fuertes, muros y barricadas en Jordania e Israel. La línea en Jerusalén no se materializaría hasta 1962. Sin embargo, el trazo descuidado y cambiante sobre el papel ha provocado, y sigue provocando, una serie de incertidumbres y conflictos entre los habitantes cercanos a zonas de la línea verde, donde Israel decide hacer cumplir según le convenga. La línea verde también decretó arbitrariamente las nacionalidades y, por lo tanto, los derechos de los habitantes de estas secciones.

El escritor y activista israelí Jeff Halper llamó a esto “matriz de control”: un sistema a través del cual cada uno de los movimientos de los palestinos no solo eran vigilados, sino también ralentizados, desgastando la cohesión de sus comunidades.

La fragmentación de nuevos mapas

En 1967, un nuevo mapa surgió a partir de la llamada Guerra de los seis días entre Israel, Egipto, Jordania y Siria, o la Naksa (el retroceso) para los palestinos. Israel entró en la Franja de Gaza y el Sinaí, y tomó control de Jerusalén del Este y de las principales ciudades Cisjordanas. En Hollow Land, Eyal Weizman describe la expansión del territorio israelí a través de una serie de anexiones de territorios egipcios, sirios y jordanos como el comienzo de una época de prosperidad, producto de la mano de obra barata en los territorios ocupados. Ese año, Israel decide eliminar todo rastro de la línea verde de armisticio, tanto en documentos como en barreras físicas, anexando Jerusalén del este. Weizman argumenta que la división y anexión de territorios obedece a la extracción de recursos, principalmente el acceso al agua que se acumula bajo territorio cisjordano.

El Plan Allon, aunque nunca adoptado oficialmente, se convertiría en la guía ideológica de la expansión israelí. Defendía el dominio sobre áreas estratégicas, maximizando su área de influencia mientras minimizaba la población palestina en esta. A este le seguiría el Plan Wachman, en 1976, con la propuesta de una serie de asentamientos en zonas poco pobladas que efectivamente rodearon a las zonas palestinas más densificadas. Esto facilitó el control de los movimientos de personas palestinas e impidió el crecimiento de sus zonas de vida. Un año más tarde, Ariel Sharon, entonces presidente del Comité Interministerial para los Asentamientos, retomó este plan añadiendo la ocupación de las áreas altas de las montañas y “cinturones” (o bordes de tierras palestinas) con centros urbanos y de desarrollo industrial —todo con la finalidad de fragmentar aún más el territorio palestino. El plan Drobles acrecentó esta terrible atomización de Palestina, proponiendo una serie de conexiones entre los territorios dominados por Israel para transformar el territorio palestino en una especie de archipiélago.

El escritor y activista israelí Jeff Halper llamó a esto “matriz de control”: un sistema a través del cual cada uno de los movimientos de los palestinos no solo eran vigilados, sino también ralentizados, desgastando la cohesión de sus comunidades. Weizman argumenta que para cada desplazamiento de personas palestinas hay un obstáculo correspondiente colocado por las fuerzas israelíes a través de válvulas de movimiento. Con el tiempo, estas lógicas se acrecentaron: terrenos palestinos fueron invadidos con antenas como parte de la imposición de una infraestructura de seguridad necesaria, a lo que seguiría la llegada de guardias y sus familias para pronto convertirse en una colonia que también sería rodeada de áreas de protección. Mientras los palestinos sufrían el acorralamiento, los israelíes inventaron nuevas formas de invasión y movimiento ininterrumpido, dos realidades radicalmente opuestas para dos pueblos viviendo en el mismo territorio.

En 1991, en el contexto de la Guerra del Golfo, los puestos de control se extendieron por todas las envolventes, obligando a los palestinos a pedir permisos administrativos para pasar de una parte a otra de Palestina. Tras los acuerdos de Oslo, en 1995, con la Organización para la Liberación de Palestina (PLO), liderada por Yasser Arafat, Israel retiró sus tropas de Gaza. Sin embargo, en 1995, tras un nuevo acuerdo, el territorio palestino se dividió en tres zonas: zona A, bajo control palestino; zona B, bajo control militar israelí y control civil de la PLO, y la zona C, bajo control israelí.

En el genocidio en curso, el uso de inteligencia artificial ha permitido que la vigilancia y el control del ejército israelí se convierta en la capacidad acelerada y masiva de designar múltiples objetivos.

Revirtiendo la mirada cartográfica: la línea roja

En The Lawless Line, Sandy Hilal y Alessandro Petti, de Decolonizing Architecture Art Research (DAAR), a través de su práctica artística, voltean a ver las consecuencias de estas líneas en la vida de las personas, y describen a Cisjordania como una “geografía permanentemente astillada de múltiples prohibiciones”. Investigan, analizan y construyen narrativas en el espacio físico de la línea a lo largo de los bordes de pueblos y ciudades, atravesando campos, huertos de olivos y frutales, carreteras, jardines, guarderías, vallas, terrazas, viviendas, edificios públicos, un estadio de fútbol, una mezquita y, por último, un gran castillo de reciente construcción. El espacio de la línea ocupa un limbo legal en el que se cruza toda la historia de las divisiones y planes con el crecimiento de todas las instituciones, tradiciones y poblaciones.

La ocupación en todas las dimensiones

El sistema de muros y controles convirtió Cisjordania en un laberinto en tres dimensiones. Para que los israelíes pudieran vivir en la ilusión de ocupar un territorio democrático y libre con estándares europeos, fue desplegada una serie de autopistas, túneles y puentes con trayectos no solo sin fricciones, sino también con vistas ininterrumpidas al paisaje donde los palestinos simplemente no existían; cada vista fue cuidadosamente curada y controlada. De la misma manera, se desplegaron una serie de tácticas extractivistas que controlarían el acceso a los depósitos subterráneos de agua y otros recursos naturales, impidiendo cualquier desarrollo de industrias en el futuro.

La tecnología de guerra desarrollada en Israel se ha convertido en su principal producto de exportación. Al laberinto de vigilancia en tierra se suma un sistema de vigilancia tecnológico que permite al ejército israelí diseccionar paso a paso cómo las vidas palestinas transcurren, pero también dónde y cómo se expresan sus resistencias. En el genocidio en curso, el uso de inteligencia artificial ha permitido que la vigilancia y el control del ejército israelí se convierta en la capacidad acelerada y masiva de designar múltiples objetivos. A través de los algoritmos Lavender y Where’s Daddy?, las fuerzas de ocupación israelí han logrado dejar a computadoras la elección de qué persona palestina es designada como objetivo, con base en los comportamientos, comunicaciones y ubicaciones que vigila. También decide dónde y cuándo atacar a las personas —por lo general, por la noche, mientras están durmiendo con sus familias. Cuando el ejército israelí alega que su sistema de inteligencia artificial tiene un 90 % de precisión, se asoma nuevamente la presunción de neutralidad de los mapas y las imágenes ahora mediadas por IA.

La mirada que decide quién vive y quién muere es “inteligente”, lo cual nos conmina a preguntarnos el significado de este concepto y la responsabilidad de quien ejecuta el programa. Pero también debemos preguntarnos sobre el tipo de imágenes satelitales y de información que alimenta la máquina que, como mencionamos al principio de este escrito, tiene un punto de vista y está seriamente mediada por el que la produce. Esto es especialmente importante de tener en cuenta cuando los grupos de investigadores de derechos humanos registran la destrucción y la crueldad de los crímenes que cotidiana e impunemente comete el Estado de Israel.

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La guerra del Estado israelí contra el pueblo palestino ha desenmascarado una crisis evidenciaria, es decir, un trastocamiento profundo en las formas en que se socializa y políticamente opera la evidencia sobre graves violaciones a derechos humanos. Quedando al descubierto que los mecanismos internacionales construidos a lo largo de 76 años —que presumen de conminar al orden internacional— han fallado en detener los crímenes de la ocupación. Quizás, dichos mecanismos nunca fueron diseñados para frenar a los estados neocoloniales y extractivistas.

Es esencial continuar atestiguando las imágenes y videos que la población gazatí y cisjordana documentan, y mirarlos en contraste con la propaganda sionista del estado de Israel. Acompañar el sufrimiento —aunque sea como testigos— cobra la importancia de mantener viva la posibilidad de valorar cada cuerpo,  cada historia y no como un acto de piedad o compasión, sino de imaginación política, la cual sienta bases para acciones poéticas futuras de reparación del daño causado como posibilidad de una refundación de la política, tal como lo comparte el filósofo mexicano Enrique Díaz Álvarez.

La guerra del Estado israelí contra el pueblo palestino ha desenmascarado una crisis evidenciaria, es decir, un trastocamiento profundo en las formas en que se socializa y políticamente opera la evidencia sobre graves violaciones a derechos humanos.

El atestiguamiento del genocidio también requiere ser analizado a través de los mapas que ha generado la ocupación de cuerpos, territorios e historias palestinas. Con el fin de visibilizar los efectos de tales mapeos, es necesario traducirlos desde la vista de pájaro hacia la escala humana del testimonio. Sabemos que ni la historia ni los archivos que sirven de base para su escritura son objetos neutros, pues ambos son fuentes legitimadoras de poder. Los mapas antiguos, como repositorios de información y artefactos de análisis, han sido tradicionalmente herramientas de expansión colonial. Por ello, podemos leerlos para revelar su funcionamiento como tal.

A partir del advenimiento de las fotografías aéreas, el plano cenital ha sido conferido con un aura de veracidad de facto. Así mismo, se han encumbrado las imágenes satelitales como evidencia absoluta, y se ha asumido que las imágenes producidas por miradas mecánicas o electrónicas no pueden esconder información valiosa o ser alteradas. Sin embargo, desde el momento en que nació la fotografía, también se crearon técnicas para su alteración. Como nos recuerda Susan Sontag, en su escrito “Looking at War”, la fotografía como documento de guerra nace con una contradicción: por una parte, su condición de objetividad es intrínseca, pero inevitablemente asume siempre un punto de vista específico. De la misma manera, en el procesamiento de las imágenes satelitales con la teledetección, existe un punto de vista de quién decide qué y cómo ver las imágenes. Lo que antes eran pies de foto ahora son complejas narrativas producidas por medios de comunicación o expertos a través de aislar, filtrar, intervenir y procesar esas imágenes. Para analizar las imágenes satelitales producidas en masa sobre el conflicto es necesario entender cómo se originó la lectura territorial de ese espacio.

Los mapas antiguos, como repositorios de información y artefactos de análisis, han sido tradicionalmente herramientas de expansión colonial. Por ello, podemos leerlos para revelar su funcionamiento como tal.

El primer mapa, la partición de la ONU

Volvamos al mapa y la vista cenital qué permitieron dividir y arrebatar a los palestinos su territorio, a través de tratados y decretos que empezaron con el trazo de un plumón y hoy hacen uso de la inteligencia artificial. En 1916 —y previendo la caída del Imperio otomano—, Francia e Inglaterra se repartieron los territorios del Levante por medio del acuerdo Sykes-Picot, dividiéndolos en cuatro: aquellos que estaban bajo control francés, los de control inglés y los territorios independientes bajo influencia de Francia o Inglaterra. El mapa, resguardado en los archivos nacionales de Inglaterra, muestra un gran primer trazo azul que iba desde Persia hasta el río Jordán. Dos líneas paralelas más crearon las áreas bajo control europeo. La repartición de lo que consideraron botín de guerra por medio de estas líneas agrupó, segregó y fragmentó a numerosos pueblos, haciendo eco de la división de fronteras políticas de África establecidas en la Conferencia de Berlín de 1885, y que más tarde volveríamos a ver en la partición de la India. Es esencial no olvidar que la derrota del Imperio otomano se llevó a cabo gracias al apoyo de varios pueblos árabes a los cuales Inglaterra había prometido su independencia.

A principios del siglo XX, ya habían empezado las migraciones masivas de personas judías a Palestina, promovidas por el Fondo Nacional Judío, creado en 1901, durante el V Congreso Sionista en Basilea. Su objetivo fue comprar tierras otomanas para el establecimiento de un Estado judío. En 1947, tras el holocausto y una campaña de lobby por parte de la comunidad judía, la ONU decidió partir Palestina en dos partes. El trazo de los límites del Estado de Israel le asignó casi el 55 % del territorio, una decisión que desencadenó enfrentamientos y ataques a villas palestinas. Un reporte de la ONU describe el asesinato de 750 hombres, mujeres y niños por parte de un grupo de terroristas protegidos por la Hagana, la milicia judía que operó en Palestina desde principios del siglo XX. Este acto de terror provocó la reacción bélica de países árabes vecinos, quienes, al ser derrotados, desencadenaron el desplazamiento de cerca de 750.000 palestinos. Este es el acontecimiento que los palestinos llaman la Nakba, la catástrofe.

 

 

La línea verde

Tras la guerra árabe-israelí y como resultado de los acuerdos del armisticio de Rodas, se trazó una nueva división territorial transitoria que le dio control a Israel sobre el 78 % del territorio. A este trazo se le conoce como la línea verde, debido al marcador de cera que utilizó Moshe Dayan, comandante del Distrito de Jerusalén, para trazarla. Paralelo a esta línea, el teniente coronel Abdullah al-Tal trazó también una línea con un lápiz rojo. Estas líneas en el mapa se materializaron en la división del territorio bajo dominio israelí, jordano y nuevas zonas de seguridad convertidas en tierra de nadie. Trazada a mano sobre un mapa impreso en algodón a una escala de 1:20,000, las líneas con trayectorias irregulares en el papel tenían un grosor de 3 mm, lo que se traduciría sobre el territorio en franjas de hasta 60 metros de ancho y hasta 3 kilómetros, que se extendían como dedos de una mano para asegurar a Israel la ocupación, el acceso a las ciudades y puñados de territorios fértiles y cultivos palestinos. El paso de la línea verde condenó al abandono y ruina a 125 casas, además de extensas áreas de Jerusalén.

Estas líneas imaginarias en la tierra se tradujeron en un sistema de fuertes, muros y barricadas en Jordania e Israel. La línea en Jerusalén no se materializaría hasta 1962. Sin embargo, el trazo descuidado y cambiante sobre el papel ha provocado, y sigue provocando, una serie de incertidumbres y conflictos entre los habitantes cercanos a zonas de la línea verde, donde Israel decide hacer cumplir según le convenga. La línea verde también decretó arbitrariamente las nacionalidades y, por lo tanto, los derechos de los habitantes de estas secciones.

El escritor y activista israelí Jeff Halper llamó a esto “matriz de control”: un sistema a través del cual cada uno de los movimientos de los palestinos no solo eran vigilados, sino también ralentizados, desgastando la cohesión de sus comunidades.

La fragmentación de nuevos mapas

En 1967, un nuevo mapa surgió a partir de la llamada Guerra de los seis días entre Israel, Egipto, Jordania y Siria, o la Naksa (el retroceso) para los palestinos. Israel entró en la Franja de Gaza y el Sinaí, y tomó control de Jerusalén del Este y de las principales ciudades Cisjordanas. En Hollow Land, Eyal Weizman describe la expansión del territorio israelí a través de una serie de anexiones de territorios egipcios, sirios y jordanos como el comienzo de una época de prosperidad, producto de la mano de obra barata en los territorios ocupados. Ese año, Israel decide eliminar todo rastro de la línea verde de armisticio, tanto en documentos como en barreras físicas, anexando Jerusalén del este. Weizman argumenta que la división y anexión de territorios obedece a la extracción de recursos, principalmente el acceso al agua que se acumula bajo territorio cisjordano.

El Plan Allon, aunque nunca adoptado oficialmente, se convertiría en la guía ideológica de la expansión israelí. Defendía el dominio sobre áreas estratégicas, maximizando su área de influencia mientras minimizaba la población palestina en esta. A este le seguiría el Plan Wachman, en 1976, con la propuesta de una serie de asentamientos en zonas poco pobladas que efectivamente rodearon a las zonas palestinas más densificadas. Esto facilitó el control de los movimientos de personas palestinas e impidió el crecimiento de sus zonas de vida. Un año más tarde, Ariel Sharon, entonces presidente del Comité Interministerial para los Asentamientos, retomó este plan añadiendo la ocupación de las áreas altas de las montañas y “cinturones” (o bordes de tierras palestinas) con centros urbanos y de desarrollo industrial —todo con la finalidad de fragmentar aún más el territorio palestino. El plan Drobles acrecentó esta terrible atomización de Palestina, proponiendo una serie de conexiones entre los territorios dominados por Israel para transformar el territorio palestino en una especie de archipiélago.

El escritor y activista israelí Jeff Halper llamó a esto “matriz de control”: un sistema a través del cual cada uno de los movimientos de los palestinos no solo eran vigilados, sino también ralentizados, desgastando la cohesión de sus comunidades. Weizman argumenta que para cada desplazamiento de personas palestinas hay un obstáculo correspondiente colocado por las fuerzas israelíes a través de válvulas de movimiento. Con el tiempo, estas lógicas se acrecentaron: terrenos palestinos fueron invadidos con antenas como parte de la imposición de una infraestructura de seguridad necesaria, a lo que seguiría la llegada de guardias y sus familias para pronto convertirse en una colonia que también sería rodeada de áreas de protección. Mientras los palestinos sufrían el acorralamiento, los israelíes inventaron nuevas formas de invasión y movimiento ininterrumpido, dos realidades radicalmente opuestas para dos pueblos viviendo en el mismo territorio.

En 1991, en el contexto de la Guerra del Golfo, los puestos de control se extendieron por todas las envolventes, obligando a los palestinos a pedir permisos administrativos para pasar de una parte a otra de Palestina. Tras los acuerdos de Oslo, en 1995, con la Organización para la Liberación de Palestina (PLO), liderada por Yasser Arafat, Israel retiró sus tropas de Gaza. Sin embargo, en 1995, tras un nuevo acuerdo, el territorio palestino se dividió en tres zonas: zona A, bajo control palestino; zona B, bajo control militar israelí y control civil de la PLO, y la zona C, bajo control israelí.

En el genocidio en curso, el uso de inteligencia artificial ha permitido que la vigilancia y el control del ejército israelí se convierta en la capacidad acelerada y masiva de designar múltiples objetivos.

Revirtiendo la mirada cartográfica: la línea roja

En The Lawless Line, Sandy Hilal y Alessandro Petti, de Decolonizing Architecture Art Research (DAAR), a través de su práctica artística, voltean a ver las consecuencias de estas líneas en la vida de las personas, y describen a Cisjordania como una “geografía permanentemente astillada de múltiples prohibiciones”. Investigan, analizan y construyen narrativas en el espacio físico de la línea a lo largo de los bordes de pueblos y ciudades, atravesando campos, huertos de olivos y frutales, carreteras, jardines, guarderías, vallas, terrazas, viviendas, edificios públicos, un estadio de fútbol, una mezquita y, por último, un gran castillo de reciente construcción. El espacio de la línea ocupa un limbo legal en el que se cruza toda la historia de las divisiones y planes con el crecimiento de todas las instituciones, tradiciones y poblaciones.

La ocupación en todas las dimensiones

El sistema de muros y controles convirtió Cisjordania en un laberinto en tres dimensiones. Para que los israelíes pudieran vivir en la ilusión de ocupar un territorio democrático y libre con estándares europeos, fue desplegada una serie de autopistas, túneles y puentes con trayectos no solo sin fricciones, sino también con vistas ininterrumpidas al paisaje donde los palestinos simplemente no existían; cada vista fue cuidadosamente curada y controlada. De la misma manera, se desplegaron una serie de tácticas extractivistas que controlarían el acceso a los depósitos subterráneos de agua y otros recursos naturales, impidiendo cualquier desarrollo de industrias en el futuro.

La tecnología de guerra desarrollada en Israel se ha convertido en su principal producto de exportación. Al laberinto de vigilancia en tierra se suma un sistema de vigilancia tecnológico que permite al ejército israelí diseccionar paso a paso cómo las vidas palestinas transcurren, pero también dónde y cómo se expresan sus resistencias. En el genocidio en curso, el uso de inteligencia artificial ha permitido que la vigilancia y el control del ejército israelí se convierta en la capacidad acelerada y masiva de designar múltiples objetivos. A través de los algoritmos Lavender y Where’s Daddy?, las fuerzas de ocupación israelí han logrado dejar a computadoras la elección de qué persona palestina es designada como objetivo, con base en los comportamientos, comunicaciones y ubicaciones que vigila. También decide dónde y cuándo atacar a las personas —por lo general, por la noche, mientras están durmiendo con sus familias. Cuando el ejército israelí alega que su sistema de inteligencia artificial tiene un 90 % de precisión, se asoma nuevamente la presunción de neutralidad de los mapas y las imágenes ahora mediadas por IA.

La mirada que decide quién vive y quién muere es “inteligente”, lo cual nos conmina a preguntarnos el significado de este concepto y la responsabilidad de quien ejecuta el programa. Pero también debemos preguntarnos sobre el tipo de imágenes satelitales y de información que alimenta la máquina que, como mencionamos al principio de este escrito, tiene un punto de vista y está seriamente mediada por el que la produce. Esto es especialmente importante de tener en cuenta cuando los grupos de investigadores de derechos humanos registran la destrucción y la crueldad de los crímenes que cotidiana e impunemente comete el Estado de Israel.