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Tiempo de lectura: 6 minutos

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09.10.2021

No te pierdas la muestra "Dibujar los contornos del fuego" de Jerónimo Rüedi en Galería Karen Huber, CDMX

Exposición abierta hasta el 23 de octubre de 2021
Martes a Viernes de 12 a 3 pm y de 4 a 7 pm 
Sábados de 12 a 3 pm

HANG OUT 
Plática en torna a la exposición con el artista y Sandra Sánchez 
Jueves 14 de octubre 7pm 
Acceso limitado (RSVP production@karen-huber.com) + IG Live

Cita previa aquí.
Más información:
Galería Karen Huber
Bucareli 120, Colonia Centro, Cuauhtémoc
06040 Ciudad de México, CDMX
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And when thy heart began to beat,
What dread hand and what dread feet?
William Blake

Antesala 

Quizá la tradición de análisis iconográficos centrados sólo en las formas, en los motivos y en los temas nos ha hecho creer que una pintura es un objeto: una unidad. Como si la suma de las partes diera el todo. La confusión de su supuesto carácter singular también es efecto de pensarla como un objeto tensado por un bastidor: tomas entre las manos toda la pintura, no un color, un gesto o un ritmo. ¡Pero, no! Una pintura nunca es sólo un asunto, una descripción o una mercancía. Decir pintura es decir no-todo, enigma, zona de indeterminación, enunciación sin enunciado fijo, contorno y no siempre forma o figura. El sustantivo es, más bien, poroso y  contiene a lo múltiple. Lo que pasa ahí adentro se vincula con lo que nos ocurre afuera: en el recorrido se constituye tanto la pintura como un lapso de realidad.

 

Drawing the boundaries of a fire

Jerónimo Rüedi presenta una decena de pinturas que abren con un filo sutil el lenguaje, convocando al cuerpo y desbordando al pensamiento. Vayamos por partes, que para ver los flujos bastaría con mirar las pinturas.

En términos de lenguaje, cada una presenta una enunciación clara y premeditada que hace vibrar tanto a la forma como a la palabra cuando el trazo pictórico recorre el lienzo sin complacer a la una o a la otra. Intuimos signos lingüísticos y visuales, pero no están ahí. Lo que el artista ofrece es un sistema estropeado –en relación con la tradición de la retícula moderna, la neurosis obsesiva y la composición yoica– con funciones inconclusas que operan una crítica tanto a la palabra como a la forma.

Las pinturas no complacen a los espectadores con argumentos racionales ni narrativas ópticas biempensantes –con su claridad lógica y su forma definida–, sino que abren la posibilidad de transmitir un sentido que se actualiza con cada mirada / lectura, es decir, que termina de completarse con los referentes imaginarios de los espectadores. Si bien esta característica está presente en el acto mismo de observación, en las pinturas, Rüedi interrumpe cualquier conclusión o comprobación de hipótesis mediante la abstracción, haciendo del signo/forma un imposible en términos de significado. No hay ícono ni símbolo, sino trazo que en su indeterminación abandona el deseo de dominar para ofrecerse como un camino compartido y siempre errante: cuando alguien dice ¡ya sé que es eso!, eso se convierte en otra cosa. Entonces, ¿qué es lo que reconocemos? Me atrevería a decir que el encuentro mismo: el uno al lado del otro que en su relación produce tanto un intermedio como una escena.

 

El cuerpo

Para romper con la figura del pintor como un ente solitario que inventa lo nuevo desde la soledad de su taller, con poco interés en el mundo, me gustaría compartir que entre muchas prácticas de Rüedi, la repetición –asociada al ritual personal– es importante. Esta repetición está integrada por un cuerpo que experimenta la meditación: hay cosas que se mueven y salen, para que otras entren. Este flujo de desprendimiento es importante en tanto tiene un correlato en la producción pictórica. Rüedi renuncia a componer: no quiere formar una imagen o endeudarse con una herencia lejana. La regla autoimpuesta consiste en dejar de pintar cuando el pensamiento llega y obnubila el trazo. Si la composición aparece, no es como ampliación y perfeccionamiento de un boceto, sino como efecto de la práctica de repetición en la que su cuerpo se confronta a la pintura para dejar pasar, salir y entrar.

La consecuencia es un cúmulo de trabajo en el que el ritmo del cuerpo se antepone a la planeación del ojo. Dicho de otra forma, de los poros brotan pupilas para que los ojos se cierren y la piel pinte significantes sin significados: concatenaciones, mapas y conjuros. Conjuro en el sentido de alejar algo al tiempo que se acerca otra cosa: dejar pasar y detener. Un pintor que, a ratos, cierra los ojos porque confía en el cuerpo.

El ensayo pictocoreográfico, accesible a nosotros mediante el lienzo,  nunca llega al mismo puerto, no hay fórmula ni eficacia; podemos constatarlo en las diferencias entre cada cuadro. Aunque el ritual es premeditado, sus huellas son espontáneas y dinámicas. El reto es detenerse ante la tentación de componer y hacer una forma. Inmiscuirse con la potencia del no-hacer –preferiría no hacerlo– permite que las pinturas exhiban sus elementos y espacios desde una apuesta más cercana al tarot, a la adivinación y al movimiento, que a una burocracia de las formas, en donde el orden equivale a prestigio y la técnica a control.

 

El pensamiento

La tentación de mirar las pinturas como si fueran un ensayo… La razón quiere ordenar, producir entendimiento de las capas de pintura lijadas y trazadas con paciencia, de las veladuras que atenúan un signo fantasmal que insiste ante un ojo que se rinde al placer de lo no-nítido. En el conjunto, busca la norma y la estandarización. Quiere saber algo, comunicarlo, hacer del argumento un poder.

Desde el nacimiento de la esfera pública a finales del S.XVIII, el argumento racional es el encargado de otorgar la ilusión de igualdad y de sujeto. Rüedi niega la modernidad al resistirse al pensamiento que se piensa a sí mismo mediante una reducción gramatical, sintáctica y lógica. No hay significado, pero sí pensamiento. No el pensamiento instrumental del patriarca que se presenta como camarada para dictar una sentencia disfrazada de razón, sino un pensamiento rítmico que encuentra en las repeticiones la posibilidad de pasar de un lado a otro. No hay genio, pero sí respiración conjunta.

Un ritmo, nos dicen Deleuze y Guattari en Del Ritornelo, siempre es crítico, mientras que la medida es dogmática. Hay ritmo desde el momento en que hay paso transcodificado de un medio a otro, comunicación de medios, coordinación de espacios y tiempos heterogéneos. Lo vemos una y otra vez en las relaciones interespecies, la abeja que poliniza la flor, la garrapata que espera el cambio de temperatura para caer sobre la piel ajena, el cuerpo que se abraza a otro cuerpo, ahí hay pensamiento rítmico; transcodificación: medio que sirve de base a otro, que se establece en otro, se disipa y se constituye en el otro, dispuesto a repetirse y, por lo tanto, a introducir la variación[1].

Ciertos discursos aún ocultan el pensamiento rítmico –que nunca es individual, sino respons-hábil, móvil y compostable– pero aquí, en estas pinturas, tiene lugar.

 

–Sandra Sánchez

 

[1] Las citas de Deleuze y Guattari en el texto original provienen de: Deleuze y Guattari, «Del Ritornelo», en Mil Mesetas, trad. José Vázquez Pérez (Valencia: Pre-Textos, 2002), p. 320.

 

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