20.04.2020

Un coleccionismo más allá de la compra-venta

Benedicta M. Badia analiza y cuestiona, desde su posición y rol como coleccionista de arte, cómo funciona y sobrevive el mercado del arte dentro de un estado ineficiente y una economía en crisis perpetua como la de Argentina.

Soy argentina, pero hace mucho que vivo fuera de mi país. El exilio y el privilegio de viajar por el mundo me permitieron observar el mercado del arte argentino desde un contexto internacional. Soy, lo que podría llamarse, coleccionista de arte (aunque la definición no me es cómoda). Hace tiempo, me preguntaron cómo me siento frente al privilegio de comprar arte. Respondí automáticamente: “Siento que mi práctica tiene que ver con la responsabilidad social y ser agente en un ecosistema al cumplir un rol determinado”. Sí, linda, bájate de la moto. El comentario destila arrogancia y me da vergüenza, pero no deja de ser una premisa que podríamos aplicar para entender cómo funciona la comunidad del arte, en una economía en crisis, como la de Argentina.
Esta pregunta fue el puntapié que me motivó a analizar roles, responsabilidades y la salud del ecosistema del arte en la Argentina: ¿cómo éste sobrevive a una economía en crisis perpetua y un alto nivel de precariedad? También me cuestioné y verifiqué si realmente honraba la función de la que tanto me jactaba. Mi conclusión: el mercado de arte local argentino no termina de despegar. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué acciones concretas van a ayudar? Y, específicamente, ¿cómo puede ayudar el coleccionismo? O mejor dicho, ¿tiene que ayudar?

Aunque se hayan librado grandes batallas históricas, por definición, el objeto de arte posee la cualidad de unicidad: continúa siendo un bien único, no fungible, para el consumo de unxs pocxs privilegiadxs.

Argentina es de los países más alfabetizados y probablemente uno de los más progresistas en su región. En su momento tuvo gran movilidad social. Han pasado años y varios ciclos de crisis financieras y, a pesar de ello, ese “deseo” de país igualitario y pujante sigue latente. Lxs argentinxs sabemos que tenemos derechos y que existe algo mejor a lo que se nos impone y lo hacemos valer con el bombo y a los gritos en la calle. 
Hemos sido expuestxs a años de incertidumbre y emergencias constantes. Por ello los remiendos apurados, la “ventajita” y los atajos financieros se han normalizado en el quehacer cotidiano. El sistema no ha podido suplir las necesidades más urgentes. Argentina es un país rico, quebrado por los altos niveles de corrupción y una sociedad dividida y doliente. Los gobiernos pasados han chapuceado entre incendios, aplacando a quien grita más fuerte o convoca más “plazas”. En el camino se quedó la responsabilidad cívica, propia de un país maduro, dejando en su lugar la nostalgia como recurso de aquel país de clase media educada y progresista.

Inmersa en esta realidad, la producción cultural emula el modelo europeo en donde el Estado está a cargo de su gestión en nombre de la ciudadanía. Un Estado que, lamentablemente, es ineficiente. Así lo demuestra la falta de políticas públicas culturales de largo plazo a nivel federal, provincial y municipal; idealmente las cuentas cerrarían, el Estado eficiente sería el veedor y administrador de nuestro patrimonio y producción cultural con fondos otorgados a través del pago de impuestos de lxs ciudadanxs.
¿La realidad? Dueña de uno de los discursos más complejos y sofisticados de Latinoamérica y poseedora de grandes cantidades de neurosis, la producción de arte en Argentina mantiene su nivel a través de esfuerzos individuales. Factores como el mecenazgo institucional, las políticas culturales de largo plazo, los subsidios y la filantropía no se han coordinado holísticamente y comúnmente son utilizados como propaganda por los partidos políticos, dejando al sentido común y al bienestar de las políticas públicas futuras, supeditadas al beneficio del gobernante en turno o generando un vacío institucional que exige la participación azarosa, a veces sin escrúpulos, de la gestión e inversión privada.
A la ausencia de un Estado competente y solvente para resolver la emergencia social a corto y largo plazo, agregada al doloroso camino recorrido para recuperar la democracia y los derechos humanos, el arte argentino se convirtió en voz. El activismo político es una presencia constante como recurso y respuesta en el mundo del arte. La denuncia se convirtió en forma de vida, la inequidad social fue abrazada y la precariedad se utiliza como sistema de validación. Es común que la calidad se desprenda de una serie de convenciones y valores pactados en el corazón artístico militante donde el lucro deseable, pero necesario, incomoda. 
El arte es un negocio. Todxs lxs actores del ecosistema tenemos que conciliarnos con la idea de que el actual mercado del arte nace con el concepto neoliberal de individuo. ¿El arte desafía los procesos de socialización e industrialización de la producción en masa del mercado de bienes? Terminemos con esta farsa. Aunque se hayan librado grandes batallas históricas, por definición, el objeto de arte posee la cualidad de unicidad: continúa siendo un bien único, no fungible, para el consumo de unxs pocxs privilegiadxs. Lxs argentinxs padecemos del conflicto que nos presenta el mercado de arte entre la supervivencia personal en un país en crisis y las creencias fundamentales que nos han definido como país, aquellas alrededor del país igualitario, progresista y pujante.

Hay que permitirnos, sin ingenuidad ni cinismo, reconocer y pensar el mundo del arte como un mercado de transacciones comerciales que exigen la profesionalización y la capacitación de sus agentes. Abandonar la informalidad en ciertos aspectos de la gestión, significaría, por ejemplo, un mercado de trabajo bien remunerado, legal y con beneficios sociales, una legislación eficiente, responsabilidad fiscal y políticas e inversiones a largo plazo. Cuestionar los modelos de administración para fortalecer el flujo del ecosistema del mercado local es la base que nos va a permitir proyectarnos internacionalmente. Para recuperar los quiebres del ecosistema actual, todxs lxs actores deben asumir su responsabilidad individual, y a la vez, experimentar otras formas de colaborar como aliadxs: lxs que producen, lxs que gestionan, lxs que compran, lxs que muestran, lxs que guardan, lxs que transportan, lxs que dirigen. Todxs. 
Es fácil decirlo, pero ¿cómo pedirle a un artista o a una galería que piense a largo plazo cuando no sabe si mañana podrá pagar la cuenta de energía eléctrica? ¿Cómo establecer una política de precios coherente con el mercado internacional cuando los precios se basan en el costo de operación anual de un espacio? ¿Cómo establecer un frente común, si todxs desconfían de todxs? ¿Cómo sostener una feria de arte que se realiza en un predio con costos internacionales inaccesibles para lxs actores locales? ¿Quién en su sano juicio va a inmovilizar capital con magras posibilidades de liquidez en un país donde la crisis financiera es moneda corriente y no existe el respeto a las instituciones ni a los acuerdos previos? ¿Por qué invertir en un país que sufre de mala administración, ineficiencia, corrupción y altos índices de evasión fiscal? ¿Quién, en ese escenario, compraría arte en Argentina?
La inversión en arte o cultura, internacionalmente, se materializa con excedente de capital. Las compras institucionales y la filantropía son parte de la planificación impositiva anual. Estas son realidades muy lejanas a la economía y los procesos inflacionarios de la Argentina, tradicionalmente generados por el gasto público y la emisión de moneda sin límites. La inestabilidad económica obliga al ciudadanx argentinx (que puede) a refugiarse en el dólar y/o en ladrillos.[1] Idealmente, el arte también podría funcionar como refugio financiero, como lo es en los mercados maduros; pero hasta que no tengamos un mercado secundario local e internacional sólido que permita liquidez casi inmediata es inviable. Se necesitan compradorxs para que el objeto de arte se convierta en mercancía. Pero el bajo poder adquisitivo del 94.8% de lxs argentinxs les descalifican como posibles compradorxs. Contamos con un magro 5.2%[2] de argentinxs con suficiente capital para permitirse comprar arte. Y estxs son reticentes a invertir en arte sin posibilidades razonables de retorno o liquidez. 
Esx compradorx o coleccionista es una pieza más en un sistema de encastres complejo. Con una ley de mecenazgo deficiente, el rol de lxs coleccionistas no es solamente el de la adquisición del objeto de arte; y mucho menos en la Argentina, donde la emergencia y la precariedad del Estado y el mercado exigen dar respuestas inmediatas y urgentes: un artista que se ganó una beca para estudiar en el exterior, pero necesita apoyo porque no le alcanza para el costo del supermercado; el pasaje de avión del curador; el costo de las residencias; de la edición de libros y catálogos; de la producción de exhibiciones; de los envíos a bienales, etc. ¡Ojo! Terminar con la farsa también implica aclarar que ningún coleccionista es un cándidx inocente en estos apoyos, y algunxs menos que otrxs (somos pocxs y nos conocemos bien). Sin embargo, también hay que reconocer que lx coleccionista argentinx no recibe ningún incentivo fiscal para apoyar la producción cultural como en otros países. No obstante, si ya establecimos que el equilibrio para sobrevivir se encuentra en buscar modelos de gestión sustentables, capacitación y formalización de ciertos aspectos, ¿qué pasaría si quienes apoyamos y compramos nos organizamos para colaborar? Coordinar con eficiencia para maximizar el impacto de esos recursos que individualmente destinamos en apoyos. El programa de residencias Artus[3],  gestionado por patronxs peruanxs, es un claro ejemplo de colaboración entre benefactors. Mi única objeción —y gran preocupación— es que la mayoría de los recursos filantrópicos son destinados al sector que produce el arte (lo que llamo el sexy del arte), olvidando a los sectores que lo gestionan, lo venden, lo muestran, etc. Cuando los recursos son pocos hay que fortalecer al sector en su conjunto, porque si se cae uno, se cae todo.
Lxs artistas, sus obras y quienes las adquieren no están aisladxs, se encuentran rodeadxs de un sistema de trabajadorxs del arte y operadorxs culturales. Es primordial sentarse en conjunto a entender quiénes son lxs agentes más vulnerables del sistema, y que a su vez son esenciales para la salud del mismo. Así mismo, es necesario identificar excesos y monopolios que ahogan a otrxs agentes. Hoy, condicionadxs por el instinto individual de supervivencia, muchxs tienen que subsistir y desarrollarse sin una economía e infraestructura que lxs acompañe. Necesitamos una nueva mirada que esté atada a la realidad nacional. Cualquier propuesta —llámese feria, galería, institución, fundación, residencia o publicación— tiene que partir de la premisa que la Argentina es un país con una economía en crisis. Hoy más que nunca, la gestión tiene que adecuarse a un escenario que exige frugalidad. Cualquier gasto o inversión se debería medir de acuerdo con su impacto en una subsistencia digna, y todo estipendio debería ser justificado. El proyecto debe ser viable, y para serlo, el rigor y la profesionalización del rubro son piezas claves.

A la responsabilidad de la gestión individual le tenemos que sumar el comportamiento grupal. En comunidad, la transparencia y colaboración traen consigo tres elementos fundamentales para que se desarrollen mercados primarios y secundarios sanos: confianza, previsibilidad y certeza para que sus representantes se adhieran al sistema para planificar juntxs a futuro. 
El costo de no tener dichos elementos, ni un mercado secundario sólido, es alto. Analicemos lo que ocurrió hace poco en la subasta local [4] de arte contemporáneo de una colección privada argentina (que incluía obras de varixs artistas vivxs). La subasta fue un éxito, se realizó con rigor y respeto a los precios acordados por el mercado, pero generó gran discordia y varios conflictos que inauguraron una conversación que había que tener sobre regalías por reventa. Es verdad que la legislación argentina no contemplaba el droit de suite, pero si le pagamos regalías a Justin Bieber cada vez que escuchamos sus canciones, no veo problema alguno en honrarle y pagarle a un artista derechos futuros sobre su obra. Para ello hay que reconocer definitivamente al objeto de arte como un bien transaccional inserto en un mercado que busca el lucro. Si es así, a menos que la ley diga lo contrario, el coleccionista está en todo su derecho de vender el bien adquirido. Estaría en su derecho, incluso, si hiciera una transacción de flipping (a mi criterio, esta colección argentina no lo estaba haciendo). Es más, ni siquiera la cortés (pero valiente) petición de las galerías de tener first choice, en el caso de que lx coleccionista desee vender la obra, es legalmente vinculante. La realidad es que ese first choice es un método de buena fe para proteger el precio de mercado vigente y evitar que una venta no genere un caída de precio estrepitosa. Esto sería una situación deseable y una protección para lxs artistas. Pero para que sea efectiva, la galería debería tener liquidez para afrontar ese gasto, lo cual no es una realidad en Argentina. En resumen: dicha subasta es una buena noticia para el mercado secundario de arte contemporáneo; demostró una opción de liquidez legal y viable que anima a lxs que compramos arte a invertir con más confianza. Sin embargo, el reclamo de lxs artistas que se sintieron desprotegidxs y estafadxs es real y desnudó una realidad: la legislación cultural, en cuanto a patrimonio y mecenazgo, no funciona para la protección de lxs artistas de Argentina. A esta informalidad me refiero cuando hablo de la profesionalización del mercado; no existe mercado exitoso que opere sin legislación y cumplimiento de la misma. Las reglas preestablecidas, claras y justas para todxs conservan la amistad. 

Aunque nos dé acidez estomacal, la Argentina tiene que entender que geográficamente no está en Europa. Para ser competitiva internacionalmente necesita desarrollar otra clase de recursos lejos de esas lógicas eurocéntricas.

En los últimos años, las nuevas generaciones de liderazgo de la comunidad del arte argentino comenzaron a vislumbrar que para ser competitivxs necesitan generar cambios y se han comenzado a organizar. Ya no hay lugar para compartimentos estancos y definiciones anacrónicas entre lxs responsables del mercado. La falta de recursos, el aumento de velocidad cotidiana y la competencia comercial demandan que lxs protagonistas se relacionen entre ellxs con gran agilidad, eficiencia financiera y objetivos certeros. Ya existen algunas respuestas concretas que han agilizado al ecosistema: Meridiano, la fundación de la Cámara Argentina de Galerías, ha sido un claro punto de inflexión hacia este rumbo. Las galerías de arte entendieron que, ante la coyuntura en la que existen, para sobrevivir no pueden ser más un agente pasivo. Cuestionaron sus roles y definiciones, enfrentándolas a nuevas formas de gestión y definición. Por ejemplo: con el alto costo fijo que implica, ¿es necesario que una galería tenga un espacio abierto al público todos los días para existir como tal? Cuando las galerías comenzaron a evaluar necesidades concretas en contexto con su realidad, ¿han podido separar lo deseable de lo esencial? ¿Lo físico vs. lo virtual? ¿Cómo se adapta el coleccionismo a las nuevas dinámicas de compra-venta? ¿Qué pasaría si pudiéramos potenciar esta clase de colaboración entre todxs lxs protagonistas del arte? Finalmente, en conjunto, están buscando generar cambios. 

El aislamiento geográfico de la Argentina es otro factor a tener en cuenta. De cierta forma, la ha protegido del cinismo global, lo cual es una de sus grandes fortalezas; su arte mantiene una autenticidad que la hace sumamente atractiva y genera curiosidad y asombro por su complejidad. En contra de toda lógica, la Argentina produce arte con riesgo, inteligente, contradictorio, crudo e incisivo que descoloca. Sin embargo, es ese aislamiento el que también conlleva su mayor debilidad y una de las razones por las que el talento inequívoco del arte argentino no se corresponde como debería en su presencia en la arena internacional. Aunque nos dé acidez estomacal, la Argentina tiene que entender que geográficamente no está en Europa. Para ser competitiva internacionalmente necesita desarrollar otra clase de recursos lejos de esas lógicas eurocéntricas. Muchachxs, ¡Argentina está muy lejos! Cuanto antes lo entendamos, mejor nos vamos a poder preparar. En este sentido, la feria ArteBA ya ha comenzado a generar respuestas. Al leer con certeza el mercado comenzó el proceso de reformulación de su comité y programa internacional de coleccionistas estableciendo alianzas tanto institucionales como individuales. La arena internacional es el lugar fundamental donde todxs lxs argentinxs son embajadorxs y vocerxs de nuestro país. Pero la responsabilidad del coleccionista argentinx en el exterior es mucho mayor, es quien puede acceder a audiencias para capitalizar el capital social, convirtiéndose en quien contextualiza al arte argentino, decodifica nuestra cultura y promueve la cercanía para afianzar vínculos. Aunado a ello, también se trata de ser anfitriones en nuestra tierra. Esfuerzos coordinados que sumen agentes que quieran ser parte de la solución. Esto, por ejemplo, ha sido la gran diferencia que ha posicionado al arte brasileño en el mundo. En contraste, la Argentina siempre tiene buenxs jugadorxs, pero casi nunca un buen equipo. Es momento de parar la pelota.
Las instituciones finalmente están entendiendo que tienen que revaluar sus modelos de gestión. Es evidente que necesitamos reformular la legislación, formalizar aspectos del mercado laboral del arte, buscar la eficiencia, coordinar y aunar esfuerzos, promover la profesionalización que nos permita ser más competitivos y hablar el lenguaje internacional. Estamos obligadxs a reeducar una huella de comportamiento que ha recorrido un largo camino; son años de actitud indolente frente a un Estado paternalista, narrativas quijotescas e ilusiones románticas que revertir. Si logramos sanar nuestro propio sistema y fortalecernos localmente es probable que tengamos muchas más posibilidades de éxito internacional. Si el arte argentino se pretende proyectar internacionalmente de forma contundente, tiene que salir con hacha en mano y machete en boca, porque dicho mercado es un negocio cruel, competitivo y regido por el libre mercado. 
Como decía Palito Ortega: “Yo tengo fe”, y también tengo el hombro listo para empujar.

 

Notas

  1. Inversión en ladrillos: expresión coloquial en Argentina que se refiere a la inversión en el mercado inmobiliario.

  2. Cifras tomadas de la investigación Una aproximación a la estructura social de la Argentina actual después de Macri realizada por Claudio Lozano y Ana Rameriel para el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, Buenos Aires, 2019. <https://ipypp.org.ar/descargas/2019/Argentina%20despues%20de%20Macri.pdf>.

  3. Para más información ver: www.artus.pe

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