27.07.2020

Sentir el arte: afecciones y sensaciones en conversación

A manera de correspondencias, la artista Antonia González Alarcón y la crítica de arte Sandra Sánchez comparten sobre las posibilidades de abordar la práctica artística y el acto de mirar como mediadores de conocimiento desde los afectos.

Sandra Sánchez, Acto de escritura 2, 2020. Imagen cortesía de la artista

Hola, Antonia

Escribo estas palabras para intentar echar a andar la conversación. Siento que este texto, que aún es privado, ya tiene una pretensión pública, lo cual hace que sea más complicado empezar. Así que si me permites, le voy a contar a nuestras (hasta ahora) hipotéticas lectoras de qué va la cosa. Ya les contarás tú también.

Antonia y yo hemos estado platicando acerca de una vía que atraviesa su producción teórico-artística: la sensación, la emoción, el sentimiento. Dado que estamos en un sistema estético aún bastante moderno, se suele pensar que los sentimientos que tenemos ante una obra sólo incumben en lo individual y personal, sin ser relevantes para alguien más. En el ámbito teórico, la sensación y el sentimiento se reprimen y se desplazan a favor de andamiajes lógico-conceptuales que nos competen a todos porque pueden ser objetivados e introducidos en la esfera pública como saberes en pugna.

Tengo la impresión de que esta conversación empezó cuando Antonia me dio la oportunidad de echar un vistazo a su tesis de La Esmeralda, que versa sobre los afectos y sentimientos al producir o ver una obra. Al leerla sentí el problema cercano, pues me preocupa la polivalencia de la estética: sus efectos tanto revolucionarios como fascistas (Terry Eagleton, La estética como ideología).

Hago estas notas porque es importante para mí decirte que no creo que las emociones ocupen un ámbito de espontaneidad metafísica, más bien pienso que de forma consciente e inconsciente las emociones están ligadas a nuestro propio andamiaje ideológico y a una pedagogía que hemos adoptado socioculturalmente comenzando por el núcleo de crianza y lo familiar. Recuerdo al respecto el libro de Roland Barthes titulado Fragmentos de un discurso amoroso. En él, realiza un recorrido por lugares comunes que, sin embargo, cuando uno los vive en primera persona, se sienten súper originales.

Te mando un abrazo,

Sandra

***

Querida Sandra,

A momentos se me hace divertido retomar este tema: parece irreal pensar que aún vivimos de acuerdo a paradigmas de dualidades opuestas, donde separamos la emoción de la razón. Como bien apuntas, seguimos en un pensamiento estético moderno y creo que la modernidad se ha caracterizado por separar.

Cuando escribí mi tesis El puente, mi búsqueda quería atravesar dos inquietudes personales: la de la artista como productora de teoría y las ideas que había absorbido durante mi educación artística sobre crear desde lo afectivo. Era una urgencia el enunciar desde la escritura teórica —siendo demasiadas las veces que leemos a teóricxs que no producen— la idea de enunciarme como artista, con parámetros para mis compañeras y para mí. Por eso fue tan natural y valioso compartir ese texto contigo; el mismo hecho de que estemos escribiendo hoy es, para mí, una muestra de que esto es algo que se tiene que sentipensar[1] más.

Esto lleva a sentipensarme no como creadora, sino como una observadora de arte también. Desde ahí he aprendido a construir y admirar. Cuando me hallo frente a una obra de arte, ésta evoca emociones de todos tonos; para mí es un sinsentido simular que ello no es importante. Esto se vuelve más relevante al ser una artista y entender que mis obras existen con y en relación a las demás y, por lo tanto, a sus emociones ligadas a experiencias singulares.

Al entrar en consciencia de esto, se visibilizan las redes afectivas que acompañan una obra, esas que bien dices sólo compartimos con nuestras cómplices más cercanas. Es como la materia oscura: ahí está, creando tensiones, aunque sea en lo íntimo.

En su ensayo Los niños perdidos, Valeria Luiselli dice que “nunca es la inspiración lo que empuja a nadie a contar una historia, sino, más bien, una combinación de rabia y claridad”. Muchísimas piezas se han creado en este intersticio entre emoción y nombre, y se transforman en obra cuando ese proceso de traducción ocurre. Lo interesante de esto es cuando un otrx se encuentra con dicha pieza e identifica ahí mismo la claridad que le faltaba a su emoción. Pienso tanto como siento, aunque sean lenguajes distintos, éstos se encuentran y se entretejen para crear la obra que me importa.

Ya me dirás qué sentipiensas sobre esto.

Un abrazo de regreso,

Antonia

***

¡Antonia!

Estoy feliz por el taller de bordado que vas a dar, creo que la enseñanza impartida por una artista es algo que pocas veces he experimentado.

Sobre lo que me cuentas, me gustaría preguntarte si tú te preocupas o te propones producir las condiciones conceptuales, materiales y espaciales (de exhibición) para transmitir una emoción específica. Es decir, ¿crees que algo de tu identidad, de tu posición política o de tu nombre propio se juega en el intento de transmitir una sensación y/o una emoción particular? ¿Qué pasa si eso falla?

Me gustaría que nos des brújula introduciendo a las lectoras a estas cuestiones, tomando como punto de partida tu exposición Dónde crecen los claveles (2019), en LOOT Gallery.

También pienso que, en tu tesis, como observadora de arte, das cuenta de cómo varias artistas más se han preocupado por este mismo aspecto, quizá podrías contarnos un poco más sobre tu panteón particular y tu mirada sobre ellas.

Bonita noche,

Sandra

***

Sandra, linda,

Yo igual estoy muy emocionada por el taller. Creo que una de las mejores decisiones que he tomado últimamente fue tomar esta iniciativa y verme ahí, frente a gente con quién compartir espacios, aunque sea online.

Tratar que la gente sienta cosas específicas cuando se enfrentan con una pieza es tremendamente difícil. Cuando estoy trabajando un proyecto, entiendo que hay una emoción que me guía y que muchxs podrán captar la manera en que yo la estoy construyendo. Más bien, al plantear una idea, lo que pretendo es crear un espacio afectivo donde cada quien pueda conectar entre su experiencia y la mía. Como si fuera una constelación de ideas que ellxs conectan como quieran.

Siempre es una moneda al aire; finalmente, no hay receta universal para llegar a todxs de una manera emotiva y tampoco es lo que estoy buscando. La exposición Dónde crecen los claveles es un gran ejemplo para ello. En este proyecto, desarrollé una exploración en torno a la memoria y el luto, guiado principalmente por la idea de la recuperación emocional luego de la dictadura militar de Pinochet en Chile. No habiendo vivido en dictadura, como chilena mi vida siempre ha estado permeada de ella porque quienes la vivieron la reviven todo el tiempo. Lo que yo he experimentado es un dolor de segunda mano o un dolor heredado.

Decidí hablar de ello desde la memoria y el luto porque es lo que me pertenece y lo que conozco. Es lo que me incumbe. De alguna manera, esto iba más allá de la dictadura: trataba de cualquier proceso de trauma, de esta tensión entre la memoria y el olvido. Conozco eso porque lo he vivido. Lo que buscaba en dicha exposición, más que provocar una emoción específica, era provocar una serie de sensaciones que se desarrollarán en este contexto: ¿Qué luto he vivido yo? ¿Qué duelo estoy pasando? Ahora, ¿cómo puedo relacionar eso con alguien que vivió la dictadura chilena? Si había algo específico que busqué evocar fue empatía.

Pensando en lxs artistas que han trabajado con dinámicas similares, surge Raúl Zurita por ejemplo. Artista y poeta chileno, quien construyó todo un universo de sensaciones y de lenguaje para el proceso postdictadura que muchxs chilenxs tienen aún en sus cuerpos. Su pieza Ni pena ni miedo —una intervención de texto en el Desierto de Atacama de 3 km de largo— es muy potente porque algo que ha caracterizado a la chilenidad es la mudez emocional, la evasión, la amnesia auto-inducida.

¿En qué artistas mexicanos piensas sobre este tema? Y, por otro lado, ¿crees que esto cabe dentro del concepto arte relacional?

Además, me encantaría preguntarte sobre alguna experiencia propia que hayas tenido y que puedas relacionar con estas ideas afectivas dentro del mundo del arte. ¿Es algo que te pasa seguido?

Un abrazo,

Antonia

***

Antonia, 🙂

Voy a confesarlo: no he empezado a hacer los ejercicios de bordado. Espero darme un poco de tiempo esta tarde. Mi departamento es muy caliente, le entra mucho sol y tengo que ir a mi recamara por cuatro o cinco horas durante el día, el lugar más fresco. Ahí no hago más que leer y dormir.

Contestando a tu pregunta, encuentro que el trabajo que están haciendo ilustradoras (como tú) se aproxima a sentimientos e ideas que parten de lo personal para dirigirse a un momento público. Últimamente he pensado que la ilustración (como medio y como estrategia) no tiene un valor tan museable porque su discurso es demasiado específico, demasiado literal. Parece que esa operación no es tan cara para los museos y galerías, podemos reconocer ahí un síntoma del deseo institucional.

Me parece relevante que la ilustración lleva a cabo la propuesta de la reproductibilidad técnica trabajada a principios del siglo pasado por autores como Walter Benjamin. Aunque aún un tanto ajena al arte contemporáneo, la ilustración y su reproducción es muy bien recibida por el público en las redes sociales. Ahí, productoras y espectadoras likean, miran, comparten y forman espacios en común, a partir de sentimientos, afectos y luchas compartidas.

Sigo pensando en qué nos llevó a valorar el discurso sobre el sentimiento individual. Como te decía al principio, creo que es importante someter a crítica el propio sentimiento y la sensación porque puede verse como natural. Sin embargo, someter el sentimiento a crítica no quiere decir que debamos cancelarlo u omitirlo porque esto tendría como efecto destinarlo a una metafísica del presente y de la inmediatez.

Estoy tomando un curso con unx críticx de cine. En la primera sesión salió a relucir algo que me hizo pensar en esta conversación: su gusto por una filmografía poética —con una retórica audiovisual compleja— sobre una narrativa, en apariencia, simple. Al parecer favorece la primera porque abre la puerta a una especie de espectadora activa. Creo que su postura, que puedo remitir a la teoría crítica, es interesante: dejar espacios en los que la espectadora elabore para que no se aliene. Sin embargo, también veo la trampa de la proposición: el asombro ante una poética compleja que puede llegar a esconder cierta idea (añeja, pero a veces operante, incluso inconsciente) de alta cultura.

Este mismo año me ha tocado presenciar más de una vez a personas que se jactan de una especie de superioridad por malabarear y conocer ciertos signos y conceptos que, en su ingenuidad, creen aún de operación universal y/o totalizante. En fin, no pienso que encriptar los códigos o no sea el meollo del problema. Más bien creo que culturalmente hemos dado por hecho que encriptar es más complejo que comunicar o que sentir; además se considera que estos últimos son más susceptibles a manipulación que los conceptos redondos y objetivos. ¡Qué problema!

Sobre el arte relacional es ya rumor la crítica que se le hace a este medio de producción artística, la cual señala que utiliza a las personas para los fines del artista o para generar cambios momentáneos y luego “abandonar” a las comunidades. Creo que ambos juicios son válidos, aunque no agotan la pertinencia de las piezas. Personalmente no creo en el paraíso, en ninguno; así que celebro los ejercicios que cambian (aunque sea temporalmente) el ritmo. Debo decir que tendríamos que analizar caso por caso, cada obra para comentarla con el cuidado que merece: cuidar también es someter a crítica, no estar de acuerdo y, aún así, mantener el diálogo: sostener los sentimientos de frustración para intentar encaminarnos hacia otros devenires (probablemente también fallidos). La historia del arte es la historia del no-todo, afortunadamente.

Como ves, tengo muchos sentimientos encontrados.

Beso,

Sandra

P.D.: Gracias por contarnos sobre tu relación con la memoria y el modo en que ésta se tensa con los sentimientos. Por cierto, es tiempo de ir cerrando la conversación, no por falta de ganas, sino por el límite de palabras. Acá te dejo hoja en blanco para una entrada más. Me siento contenta de haber conversado públicamente contigo sobre este tema.

***

Sandra querida,

Durante el taller de bordado he conversado con varias chicas la relación entre el bordar y la temperatura ambiente. Parece que bordar con calor es una contradicción corporal. Me parece divertido pensar que no podría bordar tanto si viviera en la playa o que mis tiempos más efectivos de bordados han sido durante el invierno o los polos.

Esto que mencionas, la reproductibilidad de la ilustración, es algo que se ejecuta más que nunca. En la actualidad puede ser totalmente inmaterial, sostenida por otros elementos virtuales como los seguidores y demás. La ilustración cae en un lugar más ingenuo respecto a eso, que para nada lo pienso como una falla: es más bien algo que nos permite conectar con ello desde otro lugar.

Lo que a mí me alucina de la ilustración y de hacer ilustración es que veo cómo la gente se apropia las narrativas rapidísimo: las imprimen, se las tatúan, las comparten, las comentan. Crea un puente con quien ve o consume ilustración. Además, las ilustradoras tienen la agencia de su sentir-traducir-publicar de manera muy directa, sin mediaciones; tan inmediata como la apropiación que sus creaciones viven. Esto rompe toda formalidad del mercado del arte y del museo.

Antonia González Alarcón, Decálogo de luto. X - silencio, 2019. Imagen cortesía de la artista

 

Qué lindo que justo menciones esta contraposición entre lo narrativo y lo poético en el cine. No sé si conocerás a Jonas Mekas, un cineasta lituano-estadounidense que resulta ser uno de mis favoritos. Él, une la idea de la poética con una simplicidad emocional gigante, el gusto por lo bello y por la felicidad. Estos conceptos parecen contraponerse con lo “interesante” o con lo “intelectual” en los discursos artísticos, por lo que es poco usual verlos incorporados a ellos. Lo que me fascina de Mekas es que su exploración nace de su dolor personal y de una fisura autobiográfica. Esta intersección, donde la simpleza y la emoción se manifiestan a través de lo bello y lo poético, para nada lo disminuye, sino que crea un imaginario complejo y cautivador. Todo esto te lo cuento porque creo que en el cine constantemente nos encontramos con narrativas que muestran lo afectivo o lo emocional como algo burdo y lo poético o abstracto como la alta cultura, cuando hay miles de ejemplos que trenzan ambas cosas de maneras maravillosas. Diciendo todo esto, me leo y me reconozco pensante y cruzada por la emoción, todo al mismo tiempo.

Algo que me resuena de nuestra conversación es una creencia en la posibilidad, sin definitivos, sin amurallar conceptos ni cerrar ideas. Gracias por este espacio de apertura, que se siente tan refrescante en estos contextos donde construimos conocimiento y arte.

Un abrazo,

Antonia

 ***

Este texto forma parte de una serie de colaboraciones entre la artista Antonia González Alarcón y la crítica de arte Sandra Sánchez. En noviembre escribirán a la par para Diario Públicco IG @diariopublicco. Agradecemos a Terremoto darnos un cálido hospedaje.

Notas

  1. Nota del editor: es importante trazar las genealogías del pensamiento detrás de palabras que irrumpen en la imaginación desde vocabularios otros, con la finalidad de reconocer que existen diversas fuentes de conocimiento más allá de lo académico y las formas de hacer del pensamiento occidentalicéntrico. Sentipensar es, entonces, una palabra que describe una ética del pluriverso zapatista en donde la razón se desplaza como eje central de la experiencia cotidiana para dar cabida a los sentires que atraviesan el cuerpo como semilla de experiencias que permitirán “un mundo donde quepan muchos mundos”.

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