Edición 18: De pasadizos y portales

Rafael Toriz

Tiempo de lectura: 9 minutos

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22.06.2020

La sombra y la ceniza

Through a journey, the writer Rafael Toriz articulates a prose that takes us to the deep jungle to evoke, from the opioid, the ancestralities that sustain the tropics while exploring the malleability of their languages.

 I

Erguido en cuatro patas sobre las fauces de la piedra, bajo el cielo donde se encarama una parvada de zanates, domina en su pánica extensión la espesura de la selva. Sobre la tumba de Ukit Kan Lek Tok, cuyo descanso custodio cada noche con sus días, es posible escuchar, entre los rumores de la hiedra, cómo trepa poco a poco el vértigo en la bóveda celeste; dibuja el horizonte y se disuelve en la remota lejanía.

Como la marea, la selva enciende por pedazos sus fulgores al contacto con el viento, en el vaivén iridiscente que respira y que la terquedad de los hombres insiste en seguir llamando verde— a la manera de una bestia dominada por el sueño.

Desde la punta de la Acrópolis alcanza a calibrarse la magnitud del animal. Antiguo como las estrellas, el nahual de los nahuales exige perecer innominado: su último vestigio será el contorno de una huella dibujada en la ceniza.

Según se cuenta en las Relaciones histórico geográficas de la Gobernación de Yucatán, fue el encomendero Juan Gutiérrez Picón, hacia 1579, el primero que dio razón de este lugar en lengua extraña:

Llamóse la cabecera de Tiquibalon [Ekbalam] de este nombre por un gran señor que se llamaba Ek Balam que quiere decir “tigre negro”, y también se llamaba Coch Cal Balam, que quiere decir “señor sobre todos” […] Edificó él uno de los cinco edificios, el mayor y más suntuoso, y los cuatro fueron edificados por otros señores y capitanes; éstos reconocían al Coch Cal Balam por señor y él era el supremo… Se tiene entre los naturales por cosa muy averiguada [que] vinieron de aquella parte del oriente con gran número de gentes, y que eran gente valiente y dispuestos, y que eran castos.

*

Daniel llevaba insistiéndome al respecto mucho tiempo, con la constancia digna del converso, por lo que su ánimo, de natural generoso, me tenía un tanto indispuesto.

Ya no estés mamando el boli y vámonos a la montaña Fay, es algo que necesitas, que todos necesitamos. Si pudiera, llevaría también a mi jefa. Es un viaje de ida carnal, no sé qué tanto estás pensando.

Nunca he precisado guajes para nadar, menos todavía si la invitación a un destino campirano implica explorar alguno de los paraísos sensibles al alcance de la boca. Sin embargo mi encuentro con la lagarta aún no estaba decidido; infiero que a la inteligencia de las plantas les gusta asediar el objeto del banquete hasta que lo encuentra a punto caramelo.

Lo que resolvió la circunstancia no fue tanto la insistencia de Daniel (aunque todo derivó de sus afanes) sino el hecho de que Juan Patricio tuviera agendada una sesión de kambó por el rumbo de las Lomas, lo que serviría como prólogo irrestricto para mi encuentro con la doña en el sureste. O al menos eso me dijeron.

Llegamos aquel sábado con el chamán a un centro de yoga que funcionaba en los fondos como un lugar habilitado para consultas de sanación, con la toxina que secreta la Phyllomedusa bicolor, es decir, la mítica rana kambó, animal de un verde intenso distribuido con profusión por el noroeste de Brasil pero también en Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela.

De acuerdo con los que saben, el veneno de la rana trabaja el eje físico, el psicológico y el espiritual de quien lo ingiere, lo que no dudo sea verdad pero no estuve en condiciones de evaluar, puesto que, luego del contacto con el cuchillo sobre mi piel recién cortada cuatro besos en el hombro como una muerte diminuta una palabra invadió toda mi visión y mi consciencia antes de desplomarme sobre una esterilla de palma: Xkanleox [1].

II

La ceremonia se llevaría a cabo unos kilómetros arriba de la desviación hacia Naolinco, en el casco de un hotel remodelado. Aunque no era época de fríos, en esa zona, a toda hora, se hace espesa la neblina. Pintaba una noche helada, sobre todo para los que cargamos con el trópico en la sangre.

El camino hacia Naolinco siempre ha sido un hijueputa; no sólo por lo serpenteado de la ruta sembrada de difuntos por toda la carretera sino por el fino acero de niebla que pierde a las personas más porfiadas y también a quienes desconocen el camino.

Llegar no fue difícil. Una vez tomada la desviación enfilamos por el camino viejo hacia Los Cedros. Entramos por un zaguán a mano izquierda de la ruta, que luego de una recta de unas treinta varas desemboca en un glorieta escoltada por naranjos y mameyes.

No me quedó claro el momento cuando empecé a delirar. Luego de tomar el brebaje preparado por el chamán y concentrarme vagamente en los ícaros, sentí cómo me anidaba en las entrañas un nudo ciego de escoria, ensopándose en el estómago y subiendo por el esófago hasta llegar a la garganta.

La noche era fría, con unos 10 grados menos que en Xalapa, apenitas habitable. Por ello me impactó la cantidad de gente que atendía la ceremonia. Éramos poco más de cincuenta almas apretadas de muy diversa tesitura, aunque de impronta populachera. Nos metieron a un galpón con paredes de ladrillo y techo de chapa. Parecíamos la población que colma los refugios del gobierno en época de crecidas o temporada de huracanes. El hecho me desconcertó, puesto que tenía otra idea sobre quienes se acercaban a ciertas ramas de la medicina alternativa, tomando en cuenta lo que había visto en el Distrito, siempre con un perfil característico: una extracción urbana y más bien clasemediera, por lo que al conocer lo expandido que estaba el uso de ayahuasca entre la base de la población me resultó coherente la evidencia: en México la realidad lleva tanto tiempo lastimando, que aquel que puede le hace frente a los horrores con lo que tiene más a mano (horror que hace mucho es la forma del quebranto).

*

Eu cacei onça, demais. Sou muito caçador de onça. Vim para aquí para caçar  onça, só para mor de caçar onça. Nhô Nhuão Guede me trouxe para cá. Me pagava. Eu ganhava o couro ganhava dinheiro por onça que eu matava. […] Nhem. Onça preta? Aquí tem muita, pixuna, muita. Eu matava, a mesma coisa. Hum, hum, onça preta cruza com onça: pintada. Elas vinham nadando, uma por tras da outra,  as cabeças de fora, fio: das: costas de fora. Trepei num pau, na beirada do rio, matei a tiro.  Mais primeiro a macha, onça jaguaretê: pinima, que vinha primeira. Onça nada? Eh, bicho nadador!  Travessa rio grande, numa direitura de rumo, sai adonde é que quer[2]

*

De todos los félidos posibles el único al que grande su gabán es al jaguar. Mi piel es infinita pero el esqueleto es un hechizo de ocelote, chita, tigre y leopardo. De allí la robusta perspectiva. El jaguar, al poseer la fortaleza de todos sus agnados y ser vestigio de escritura, es el Dios del universo (el jaguar, en su perfección, da luz a las estrellas en la jungla de la noche).

Pueblos muy antiguos —como la gente del país del hule— viajaron sobre mi lomo para cruzar de madrugada los países de los muertos. El jaguar era también el destructor de cosmogonías, el fulgor de la mañana y el más oscuro de los soles. Se sabe por escrito que un día volverá para beberse nuestra sangre y fundar un nuevo hombre con los cuerpos corrompidos. Pero el jaguar es también múltiple y preciso. Si se lo mira con sigilo, justo antes de atacar, es posible distinguir el contorno de su ausencia, su tiniebla inmaculada: aparece la pantera.

*

No me quedó claro el momento cuando empecé a delirar. Luego de tomar el brebaje preparado por el chamán y concentrarme vagamente en los ícaros, sentí cómo me anidaba en las entrañas un nudo ciego de escoria, ensopándose en el estómago y subiendo por el esófago hasta llegar a la garganta. Un asco de la carne y no sólo por la medicina: lo que estaba supurando era mi propio veneno. Sólo cuando la inmundicia abandonó mi cuerpo, zarandéandome como a un perro de trapo, vi los ojos del demonio sobre el piso y entonces recordé que en el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. La montaña y la estrella son individuos, y los individuos caducan.[3]

En ese recuerdo se manifestó también la figura de Tzinacán junto a la medianera, obsesionado por mirarme a la luz del celador. Fue de a poco que la memoria de mi cuerpo de pantera fue recobrando su apostura, advirtiendo que mi falsa vida de hombre no había sido sino el pretexto para tomar perspectiva y celebrar el nombre y el lugar de mi nahual. La ancestralidad desborda lo humano.

Escribí estas palabras en el cuaderno que llevaba, algo me decía que tenía que conservarlas, pero ahora que las veo no guardan para mi ningún sentido, puesto que las cosas se rebelan contra el destino de ser significadas por las palabras, rechazan ese papel pasivo que el sistema de signos quisiera imponerles, recuperan el lugar usurpado, sumerjen los templos y los bajorrelieves vuelven a tragarse el lenguaje que había tratado de afirmar su propia autonomía y erigirse sobre sus propios cimientos como una segunda naturaleza.

Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad, y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre, que en realidad nunca quiso decir nada.

¿Usté sabe en lo que piensa el jaguar? ¿No sabe? Eh, entonces aprenda: el jaguar sólo piensa en una cosa —que todo es bonito, bueno, bonito, bueno, sin toparse con nada. Nada más piensa eso, todo el tiempo, largo, siempre lo mismo, y así va pensando mientras camina, come, duerme, haga lo que haga… Cuando algo malo ocurre, entonces de pronto chirría, ruge, tiene rabia, pero no piensa en nada: en ese instante deja de pensar. Nada más cuando todo vuelve a estar tranquilo, piensa otra vez, igual, como antes…

En medio de una tensa calma, como un músculo desgarrado a cielo abierto, contemplo la aurora sobre la tumba de Ukit Kan Lek Tok, pensando, entre la dispersión de la ceniza, que ningún hombre diminuto sería de suyo tan porfiado si tuviera que enfrentarse cuerpo a cuerpo con el único señor de esta región.

En la construcción de este relato se intercalaron fragmentos de textos de Italo Calvino, Glauber Rocha, João_Guimarães_Rosa y Jorge Luis Borges, tomados respectivamente de los libros Bajo el sol jaguar, Poemas eskolhydos, Campo general y otros relatos y El Aleph.

Notas

  1. Nombre propio en maya que significa “madre de las diosas” (aunque las fuentes no son precisas).

  2. “Yo cacé jaguares, muchos. Soy muy cazador de jaguares. Vine aquí a cazar jaguares, nada más a cazar jaguares. Ño Ñuan Guede me trajo para aquí. Me pagaba. Yo ganaba el cuero, ganaba dinero por jaguar que mataba… Nhem. ¿Jaguar negro? Aquí hay mucho, pixuna, muho. Yo los mataba lo mismo. Hum, hum, jaguar negro se cruza con el jaguar moteado. Venían nadando, uno atrás de otro, las cabezas de fuera, la línea de la espalda afuera. Me trepé en un palo, a la orilla del río, los maté a tiros. Primero el macho, jaguar-pinima, que venía primero. ¿Si el jaguar nada? ¡Uh, bicho nadador! Cruza el río grande, en derechez de rumbo, sale por donde quiere…” [Traducción al español de Walquiria Wey].

  3. Italo Calvino, “The Forest and the Gods” de la colección de Sand, trans. Martin McLaughlin (Boston, Mariner Books: 2014), 193.

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