Edición 22: Resplandeciente

César González

Tiempo de lectura: 9 minutos

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14.03.2022

La pasión después del encierro

El escritor y cineasta villero César González escribe una crónica sobre el después del encierro donde indaga en la relación entre mercancía y sistema carcelario ¿A quiénes beneficia la “industria del delito”?

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Te diré lo que es la libertad para mí: es la ausencia de miedo.
Nina Simone

El color que reina en la cárcel es el gris, salir de allí es chocarse nuevamente con un mundo cromático olvidado; durante la estadía en ese claustro de vejaciones diarias el gris no sólo amenaza desde las paredes, sino que se va instalando en tus huesos. El ojo del que sale no vuelve a ver, sino que ahora sacude las cosas, las dimensiones de los espacios adquieren más kilómetros, los colores son los mismos pero modificados.

Es que la libertad sólo se entiende y perfecciona a partir de su ausencia.

Cuando salís de la cárcel empiezan a tener un sentido estimulante situaciones que antes pasaban desapercibidas, lo que antes ni siquiera estaba ahora se erige como un monumento. Hay goce en la nada, desaparece la culpa ante el ocio, se robustecen los ruidos, los olores crecen hasta transformarse en entes majestuosos. Los primeros días después del encierro son como una experiencia psicodélica. Se disfruta estar en el mundo bajo cualquier circunstancia. Si hace frío amas y te abrazas al frío, lo mismo haces con su antagonista, el calor sofoca pero nunca tanto como lo hacía allá adentro. Desde lo más espectacular a lo más irrisorio, todo parece recién nacido, hecho al compás del momento en que se lo observa o intuye. Es una agitación de lo perceptivo, no se libera sólo el cuerpo, la mente ahora carga con abundancia de lucidez, tanta que la desborda y la hace explotar de adrenalina. La cárcel te reduce a nivel espacial y sensorial, allá adentro son pocas y repetidas las situaciones, lo que te obliga a encontrarle siempre algo nuevo a la repetición. Eso hace que se fortalezcan cada uno de los sentidos. Pero allá en “la tumba” también las cosas parecieran recién paridas a pesar de mantenerse en un estado de putrefacción constante. La creatividad se impone para llenar el vacío del encierro. Se inventan juegos, o se juega con lo que hay a mano. Una caja de sobrecitos de té sirve para armar un mazo de cartas, siempre y cuando el servicio penitenciario lo permita, depende en qué pabellón y en qué tipo de cárcel estés, hay muchas en donde todo tipo de juego está prohibido. El preso debe cumplir su función de ser un alma en pena. Jugar es demasiada misericordia para que le sea permitido.

El retorno a la calle instala un entusiasmo descomunal e incoherente con la realidad. Son días de andar bajo reiterado encantamiento, un segundo se deshace, el tiempo toma una duración más espesa, aunque todavía no es posible desprenderse del recuerdo latente del encierro cercano. En la espalda aún se siente el peso de las rejas, en el interior aún persisten los miedos, las angustias, esa sensación de una muerte inminente y a la vez ya sucedida. El seudónimo de tumba es justo con su objeto. Al entrar en la cárcel uno siente estar entrando a la muerte, una muerte real, bien concreta. Por eso, al salir, la vida cobra más sustancialidad, se busca recuperar el tiempo perdido, cada primer encuentro con amistades o seres familiares querides tiene la potencia de un acontecimiento feroz. Sería hermoso poder mantener activos esos bloques sensoriales ardientes de asombro durante toda una vida, pero el mundo de los libres aplasta rápidamente el encandilamiento del recién salido.

Presiones económicas, deudas, falta de empleo, falta de vivienda, falta de contención afectiva, son algunas de la continuidad de penurias que le recuerdan al recién salido el mundo en el que se encuentra: una cárcel con un patio más grande. Además, depende cuál sea la condición legal con la que el preso recupera su libertad; si la figura es la de la libertad condicional, entonces estará obligado mensualmente a tener que presentarse hasta finalizar su tiempo de condena a firmar y responder distintas preguntas ante lo que se llama aquí en Argentina “Patronato de liberados”, una institución que en teoría se encarga de hacer el seguimiento del recién salido y ayudarlo a que pueda hacerse un lugar digno en la sociedad. Pero todo eso es en teoría, en los hechos los patronatos de liberados son instituciones que cuentan con muy pocos recursos y que se reducen a trabajadores sociales y psicólogos que sólo ofician de entes temerarios, que le dicen al recién salido en tono paterno-militar: “Si no se porta bien, lo espera una aumentada penitencia”; por lo que el recién salido no hace más que responder acorde a lo que deje a los oídos de les profesionales lo más cómodes y saciades de poder posible.

El encierro provoca traumas y heridas invisibles que son eternas en una persona. Los sueños donde uno vuelve a estar encerrado son recurrentes, la forma de relacionarse con le otre es todo un desafío, hasta hablar fluido cuesta cuando venís de varias temporadas en el silencio. Mucho menos hay habilidad para expresar emociones que tengan que ver con lo tierno; la cárcel te endurece, te embrutece, te ahoga de resentimiento. Pero lo que no se puede evitar es la gratitud. El que sale tiene inventariado cada une de aquelles que se olvidaron de él, que ni siquiera hicieron llegar saludos; por ende, guarda una devoción inquebrantable hacia quienes lo fueron a visitar, le enviaron algún regalo o que simplemente demostraron de alguna manera no haberlo olvidado. Pero al preso le dura poco el enojo, rápidamente perdona y se recobran los vínculos con la misma intensidad de antaño.

Pasados los días de euforia, pasados también los momentos donde los vecinos y vecinas te saludan y te desean lo mejor, todo vuelve a una cruel normalidad, que ya antes de prisión era asfixiante y que ahora ha reforzado sus dosis de adversidades. Si antes ya era difícil encontrar un trabajo por nacer en un barrio pobre, será directamente imposible llegar a uno con el estigma fresco de ser un ex presidiario. La mayoría de los trabajos exigen, más allá del currículum, un informe de antecedentes penales, por lo que lo más probable es que el empleador o empleadora al leer que el solicitante estuvo preso deseche en menos de un segundo la posibilidad de contratarlo. El preso vagabundea por la desocupación y la falta de dinero, el trabajo que encuentre estará rondando siempre en lo informal y superando todo tipo de barrera legal; es decir, trabajará más horas y más días en los trabajos menos calificados y más despreciados por la sociedad.

Ante un panorama tan desolador en términos económicos, el regreso al delito se presenta como una herramienta de subsistencia y progreso, pero sobre todo como casi la única posibilidad de generar un ingreso para sus bolsillos.

La industria del delito es insaciable, completamente enlazada con la división de clases (la cárcel hacina sólo a pobres “descarriados”) tiene en la reincidencia uno de sus principales accionistas. Dicha industria necesita que les delincuentes se mantengan actives hasta que sean asesinades o caigan preses, o que una vez que salgan repitan o mejoren el accionar criminal. Sumado a que el preso encuentra en la fama de ser buen delincuente una de las pocas chances de alcanzar la gloria, ya que nadie idolatra a albañiles, ya que los obreros no suelen ser argumentos de leyendas. Robando una moto grande y al pasearte por el barrio con ella es como modelar por una pasarela de alta costura, desde la altura se perciben un sinfín de miradas fascinadas y envidiosas. Por eso el que trabaja odia al joven delincuente, porque el delincuente exhibe una opulencia de mercancías que el trabajador no tiene. Además, el preso recién salido es difícil que pueda superar o hacer oídos sordos a los códigos morales que tiene cada banda delictiva. Hay toda una cultura y una tradición donde está prohibido abandonar el camino de las armas. Uno debe morir en su ley, aquel que deja de robar después de salir de prisión es considerado un cobarde, alguien que no tuvo el machismo y las agallas suficientes para que la cárcel no lo acobardase.

Son mandatos del más primitivo patriarcado, completamente funcionales a la industria del delito, que así puede asegurarse un largo futuro.

En muchos casos la salvación viene de les mismes familiares o amigues que encuentran algún trabajo para el recién salido, pero el resto de su propia comunidad le da la espalda, aferrada a la moral dominante, que ve en el robo que hacen los pobres la nueva razón del incineramiento de una renovada inquisición.

Mientras tanto, les familiares del preso recién salido que retoma la actividad delictiva sufren y empiezan a prepararse para el peor desenlace. De forma implícita muchas veces se desea la muerte del preso recién salido, porque sería una solución, triste y desgarradora, pero solución al fin, lo otro es una extensión de los problemas ya conocidos. Volver a la cárcel como visita es volver a comerse horas de filas al rayo del sol, o la intemperie de la llanura y el invierno, pelearse con otros visitantes por un lugar en las mesas, someterse a vejaciones rutinarias en cada requisa al ingresar a la prisión.

Cada segundo en el afuera junto a él ahora es como una lenta despedida, se va presenciado lo irreversible. Tarde o temprano el preso volverá a alguna de las dos muertes, una es la tumba clásica en un cementerio cualquiera, la otra es la que está rodeada de inmensos muros y furiosos centinelas. Algo hace que el recién salido no pueda escapar al miedo más originario de nuestra especie, el recién salido prefiere volver a la cárcel antes que morir, ya que a la cárcel la conoce en detalle, se sabe cada truco necesario para una supervivencia lo más calma posible, de la otra muerte sólo hay mitos e hipótesis, pero nada empírico.

Aquel o aquella que sale de la cárcel y puede organizar su vida en torno a la mínima base de dignidad son casos que rigen bajo lo extraordinario y la anomalía. La norma es la reincidencia, todo en esta sociedad mortecina conspira y trabaja para empujarte de nuevo al delito y en consecuencia a la posibilidad de volver a ese infierno humano, demasiado humano.

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