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22.10.2018

La arquitectura no hará ningún cambio social por sí misma

Andrea Pacheco conversa con Jorge Lobos sobre la arquitectura como un derecho humano para la reivindicación de su praxis orientada hacia la equidad social lejos de las lógicas de poder que la sustentan.

Vivienda social, Chile. Fotografía cortesía de EAHR

Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.

— Artículo 25, Declaración Universal de Derechos Humanos [1]

“Esta es la única y primera referencia concreta que existe a la arquitectura en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el primer documento de alcance global. Es breve, precisa y suficientemente sólida para ser considerada como un documento fundacional de nuestra labor profesional en arquitectura”: Jorge Lobos (Punta Arena, 1961) es un arquitecto chileno residente en Dinamarca que desde los años ochenta trabaja en diversos proyectos que permitan sacar a esta profesión del ensimismamiento en el que la ha sumido la doctrina neoliberal, transformándola en una herramienta al servicio de problemáticas urgentes y actuales como los desplazamientos migratorios forzados o las catástrofes humanitarias producidas por desastres naturales o por conflictos armados. Desde su oficina “Arquitectura, Emergencia y Derechos Humanos” (EAHR, Emergency, Architecture and Human Rights), con sede en Copenhague, Roma y Santiago de Chile, Lobos ha impulsado proyectos arquitectónicos en diferentes lugares del mundo. De forma simultánea, ha desarrollado una importante labor teórica y pedagógica que se materializa en la publicación de la serie de cuatro libros Architecture for Humanitarian Emergencies (KADK, Dinamarca), junto a la creación del Máster en Emergencia y Resiliencia adscrito a la Universidad IAUV de Venecia.
En la actualidad son parte de EAHR profesionales de diferentes disciplinas como la sociología, la antropología, la filosofía o el arte, área donde han realizado colaboraciones con diferentes artistas como el colectivo danés Superflex. La siguiente conversación contiene algunos de los pilares fundamentales de este paradigma que ha forjado Jorge Lobos, su director, junto a decenas de colaboradores y aliadxs en las últimas décadas y que podría contribuir en el futuro a acercarse a un nuevo estado social y económico “postcapitalista”, en palabras del periodista inglés Paul Mason, que supere el sistema actual a través de un modelo cooperativo, colaborativo y, por tanto, esencialmente, solidario.

Escuela Pudeto, Chiloé, Chile. Fotografía cortesía de EAHR

Andrea Pacheco: Me gustaría empezar enfocándonos en el lenguaje, en la forma en que ciertos proyectos culturales, artísticos, arquitectónicos, en tu caso, nombran o definen su quehacer. Quisiera comprender mejor el alcance que tiene para ustedes como arquitectxs el concepto de “derechos humanos”.
Jorge Lobos: El énfasis conceptual en los Derechos Humanos es fundamental a la hora de entender los problemas contemporáneos que tensan nuestra profesión, pues no es posible continuar comprendiendo nuestra disciplina únicamente desde el punto de vista artístico y estético. La relación entre arquitectura y Derechos Humanos ha estado ausente en la teoría de la arquitectura. Sostenemos la necesidad y urgencia de profundizar y hacer consciente esta postura ética para nuestro oficio. De esta manera, motivaremos nuevos roles profesionales y podremos llevar la experiencia acumulada por la arquitectura durante cientos de años a miles de millones de seres humanos ignoradxs por nuestra práctica profesional. Estas personas tienen todo el derecho a disfrutar y ser parte de los beneficios que genera el conocimiento producido en el mundo en que todos vivimos.
La humanidad produce constantemente nuevo conocimiento. Este conocimiento está intrínsecamente ligado a la esencia de la humanidad misma, es su razón de ser como ente vital y evolutivo. Este conocimiento se produce gracias a la interacción de todo el colectivo humano, es la sumatoria de las inteligencias individuales e interdependientes entre sí. Cada pensamiento y cada acción de evolución humana depende y se debe al colectivo, aunque pueda cristalizar en un ser humano específico. La arquitectura es parte de este conocimiento acumulado por la humanidad entera y, por lo tanto, debe estar a disposición de todxs. Desde esta perspectiva entendemos la arquitectura como un derecho humano, integrada al contexto humano y al conocimiento que el planeta ha generado. Esta perspectiva nos ayuda a disminuir las ansias de individualismo y poder personal que la figura del arquitecto [2] pretenda tener sobre los demás.

La arquitectura es siempre un acto colectivo, humildemente gregario, puramente social e inherente a la esencia de la humanidad.

AP: ¿Cuál es la génesis particular de este pensamiento en vuestra práctica?
JL: Esta reflexión se inicia hace dos o tres décadas con el proceso teórico de construcción del concepto de “arquitectura cultural” en Latinoamérica. Esta reflexión se produjo principalmente en el Archipiélago de Chiloé, en Chile, donde un grupo de arquitectxs, sociólogxs, artistas e intelectuales se mudaron a vivir en los años setenta y ochenta, escapando de la dictadura militar. Estxs profesionales encontraron un lugar culturalmente fascinante y desconocido. Un universo de madera, que cambió la reflexión de arquitectura de la época. El paso de un concepto a otro, desde los “procesos culturales”, acuñados por nosotros en los ochenta y noventa, a los “derechos humanos” en los dos mil, sucedió como consecuencia de la evolución que tiene todo concepto y especialmente de la evolución de la arquitectura. Quizás un elemento clave fue cuando comenzamos a trabajar en emergencias humanitarias, específicamente, en el terremoto y tsunami de Indonesia, en diciembre de 2004.
Otro motivo de esta evolución es que los procesos culturales son parte de los derechos de todxs, pero no al inverso. Es decir, los Derechos Humanos son un concepto mayor y genérico que contiene a los procesos culturales; son un paraguas conceptual y ético para una serie de preocupaciones sociales que la arquitectura ha tenido durante el último siglo. Por otra parte, cuando el foco se pone en los Derechos Humanos, cambiamos el eje de la autoría y responsabilidad del proyecto. Pasamos desde el arquitecto [2] como portador de la autoridad al usuarix como un ser con derechos y no sólo con necesidades, que puede y debe ser parte activa de la producción del proyecto arquitectónico y urbano. El habitante pasa de ser un agente pasivo, sin voz, infantilizado por la arquitectura, a un agente cultural activo, portador de conocimiento, talentos y responsabilidades en el desarrollo de las ciudades y lugares en que todxs vivimos. El concepto de “derechos humanos” lleva en sí deberes del arquitectx, que el concepto de “cultura” no necesariamente recoge, o que deja al libre albedrío del arquitectx. En el caso de los Derechos Humanos, como eje de la acción urbana, obliga al arquitectx a un cierto comportamiento ético y socialmente responsable que no puede eludir, y más aún, debe compartir con el habitante quien, al ser parte activa del proyecto, comienza a influir en una creación cada vez más colectiva con sus capacidades y valores culturales, y con las responsabilidades que esto implica. Por esta razón la valoración de los Derechos Humanos por sobre los procesos culturales individuales es necesaria y fundamental.

AP: Como herederos de esta “arquitectura cultural”, ¿puedes explicar en qué radica ese “otro” carácter cultural? Teniendo en cuenta que toda arquitectura es, esencialmente, un fenómeno cultural.
JL: Efectivamente todas las arquitecturas son culturales. Lo que en una primera y superficial mirada invalidaría el concepto. Sin embargo, y precisamente porque todas las arquitecturas son culturales, puede existir una teoría de la arquitectura a partir de este concepto inmanente al oficio. Sólo así puede plantearse la posibilidad de potenciar su capacidad de representación de las diversas visiones del mundo que coexisten en el planeta. Esto puede demostrarse a través de la teoría de la arquitectura del siglo XX.
La gran diferenciación que existió en cada uno de los más importantes periodos arquitectónicos del siglo pasado fue tan sólo el énfasis que se ponía en uno u otro de los elementos inmanentes, propios e ineludibles de la profesión, valorándolo por sobre todos los demás. Es así como el movimiento moderno valoró la idea de “modernidad” por sobre las demás condiciones propias del oficio, en un intento por alcanzar el pensamiento social de ese momento. Pero debemos recordar que todas las arquitecturas, de todos los tiempos, son o han sido modernas, en el sentido de novedad y actualidad, o como dice Jorge Luis Borges, “lo único que no podemos evitar es ser modernos”. Es en este sentido que el Posmoderno, también fue moderno, tanto como el Deconstructivismo.
Dentro de este panorama, la arquitectura cultural es la que valora conscientemente los procesos humanos en los distintos territorios, entendiendo cultura en el sentido de la filosofía de la cultura, en el sentido etnográfico de la antropología y en el sentido de las bellas artes.

AP: Continuando con las categorías que aparecen próximas a tu práctica, ¿consideras que tiene un carácter activista? En algún texto aparece la idea de una “arquitectura activista” y me gustaría saber cómo te sientes con esa definición.
JL: No hablamos de “arquitectura activista” pero sí hablamos del arquitectx como unx “activista cultural”, nos interesa ver la arquitectura como una manifestación de igualdad, como una herramienta que lucha por mayor equidad social, aunque estamos plenamente conscientes que la arquitectura no hará ningún cambio social por sí misma.
AP: ¿Por qué? ¿Cuál es el mayor obstáculo para conseguir expandir este paradigma?
JL: La arquitectura en la práctica nunca será objeto ni de vanguardia ni de cambio social, pues existe una ecuación maldita y lógica que lo impide: la arquitectura necesita dinero. El dinero está detrás del poder.

La arquitectura, por consiguiente, es un subproducto del poder.

El poder nunca buscará el cambio social, pues se autodestruye. El poder sólo aceptará algún cambio para perpetuarse en el poder. En consecuencia, considerar que la arquitectura será herramienta para el cambio social es una utopía. Este es el círculo maldito en que la arquitectura está envuelta. Sin embargo, podemos estar atentos a los cambios políticos venideros para los cuales la arquitectura puede construir un escenario favorable. En este caso, vale el esfuerzo pensar en esa utopía y destruir el círculo que ancla la arquitectura como subproducto del poder. Si logramos, por ejemplo, romper esa ecuación maldita y logramos que la arquitectura, en lugar de necesitar dinero para ser construida, produzca dinero y beneficio a sus usuarios, nos desembarazamos del poder y podríamos ser materia de cambio social. Utopía.

AP: La FAO ha definido el concepto de resiliencia como “la capacidad de prevenir desastres y crisis, así como de preverlos, amortiguarlos, tenerlos en cuenta o recuperarse de ellos a tiempo y de forma eficiente y sostenible”. La resiliencia parece ser una de las claves de vuestra filosofía, tal como lo demuestra el enfoque del Máster en Emergencia y Resiliencia que han creado. ¿Qué otras actividades pedagógicas están impulsando desde vuestra oficina?
JL: Tenemos tres sistemas académicos que desarrollamos simultáneamente. En el Máster de Venecia, conectamos a lxs estudiantes con instituciones internacionales que trabajan en el mundo de los derechos humanos y la cooperación internacional, para analizar juntxs cómo desde la arquitectura y las intervenciones físicas en el territorio podemos influir en mejores soluciones para los problemas contemporáneos. Otra herramienta pedagógica es el taller 5×5, que empezamos en 2010 en la Real Academia Danesa de Bellas Artes de Copenhague. Consiste en tomar cinco casos de emergencias humanitarias, en cinco contextos diferentes del planeta, para analizarlos simultáneamente. De este modo, se construye una perspectiva global de los problemas que enfrenta una buena parte de la humanidad. Estos talleres permiten experimentar la posibilidad de realizar un proyecto velozmente y la necesidad imperiosa que tenemos de trabajar colectivamente. Enseña a confiar en lxs demás y a depender lxs unxs de lxs otrxs, experiencia que consideramos fundamental en la vida profesional. Esto es urgente cuando estamos enfrentadxs a una emergencia humanitaria. En los últimos años, hemos extendido el taller 5×5 a países como México, Brasil, Mozambique, Turquía, Chile, Italia y Letonia.
Finalmente, realizamos el taller 1+1=11, donde buscamos personas de distintos lugares del mundo que se unen para trabajar físicamente en un proyecto de cooperación internacional en algún punto del planeta. El foco de este taller es construir colectivamente a bajo costo las soluciones posibles de reinterpretación por la comunidad local. Definitivamente, se utiliza la arquitectura como herramienta del aumento de la resiliencia social.
AP: ¿Cuáles son los proyectos actualmente en desarrollo de EAHR y quiénes son sus aliados?
JL: Estamos ahora mismo con varios proyectos: 100 Classrooms for Refugee Children of The Middle East, donde esperamos construir cien aulas que permitan escolarizar a cinco mil niñxs en campos de refugiadxs en Jordania. También trabajamos en el campo de refugiadxs de Al´Shatila, en Beirut, Líbano, donde estamos construyendo dos juegos infantiles en las azoteas. Estamos colaborando en la reconstrucción de escuelas post-terremoto en zonas rurales de Nepal. Desarrollando un proyecto en tres parques nacionales de Chile, que atienden a niñxs con diversidad funcional; un proyecto de refugios de invierno para vagabundxs en Copenhague; una casa comunitaria en Santa Cruz; Bolivia, entre otros. En todos estos proyectos, nuestrxs aliadxs tienen tres niveles: la comunidad local, con quienes definimos los proyectos y su alcance; nuestrxs socixs estratégicxs, que son los gobiernos, ONGs, organizaciones internacionales; y donantes de fondos, socios o sponsors.

AP: La mayoría de vuestros proyectos están en África, en Sudamérica, en Medio Oriente, en lugares donde hay emergencias humanitarias por catástrofes de distinto tipo. Pero vuestro centro de operaciones está en Europa. ¿Tienen un posicionamiento crítico respecto a esta relación Norte-Sur? Entendiendo esta relación más allá de lo geográfico en donde, detrás de la idea de “Norte”, subyace la explotación por parte de la élite local, el colonialismo, el racismo, la opresión sistemática del patriarcado y la desigualdad de clases.
JL: El eje Norte-Sur es otro intento, fallido, por definir con eufemismos el problema central que es la pobreza y la inequidad. La relación no es necesariamente Norte-Sur, pues en países muy al sur como Chile existe una minoría de millonarios a costa de la mayoría de los ciudadanos. El eje de la discusión no puede desaparecer bajo esta retórica invisibilizante. Norte-Sur no refiere sólo a lo geográfico, hay que crear otra(s) palabra(s) para expresar este concepto de desigualdad. Hay que asumir nuestra absoluta incapacidad de definir el conflicto en el mundo. Algunxs lo llaman “Norte-Sur”, otrxs “centro-periferia”, pero no hay ninguna definición que realmente acierte. En cuanto a nuestra práctica, efectivamente hay una asimetría. Nuestras acciones son parte de esa asimetría. Tenemos el poder cuando estamos haciendo una construcción en un territorio “Sur”. De hecho, llevamos el dinero para pagar a los operarios. Lo único que podemos hacer es intentar ser lo menos asimétricos posible.
AP: En este sentido, ¿qué estrategias utilizar para no replicar este tipo de relaciones tan desiguales, cuyo origen es colonial y, por tanto, racista y patriarcal, que perpetúen de forma indirecta e incluso involuntaria estos paradigmas?
JL: Nuestra acción en terreno se centra en dar un servicio profesional que, si bien disminuye la asimetría, no la elimina. Intentamos eliminar la figura patriarcal del arquitecto como el gran creador decimonónico que controla y dirige todo el proceso de diseño y construcción, para dar paso a la co-creación, co-construcción y aumento de resiliencia de la comunidad transformando en una experiencia humanista la producción de una obra.
Sin embargo, somos conscientes que nuestra posición no elimina esa asimetría, la disminuye pero no la supera. La arquitectura debería proponer un sistema de reglas que estructuren las relaciones sociales para la creación de una obra, pero perdiendo el poder y el control del producto arquitectónico final. Es difícil pues toda nuestra educación universitaria nos ha modelado para tener el poder estético. Nos cuesta mucho visualizar las ideas de otrxs.
En mi caso, al provenir de una región pobre, de un país de medio tono como Chile, se me hace difícil tener esa visión colonialista. Sin embargo, me ha afectado el haber crecido en un país rabiosamente católico, racista y que detesta y se avergüenza de sus indígenas. Nos ha asombrado siempre en cada lugar al que viajamos a construir cómo es la arquitectura tradicional la más sabia y conectada a la naturaleza y las necesidades humanas. Nos interesa mover ideas de un contexto a otro, aunque sean muy diferentes: cómo replicamos la técnica de bloques de sal de los oasis de Egipto en un país sudamericano o cómo usamos las bóvedas de ladrillo de tierra a presión del Medio Oriente en las montañas de Nepal.

Notas

  1. Asamblea General de las Naciones Unidas (1948), Declaración Universal de los Derechos humanos, 10 diciembre 1948.

  2. Uso masculino de la palabra intencionado.

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