30.07.2020

Haciendo de lo [privado] público: resonancias entre arte / activismos / cuidados (1980 – 2080)

Si las lógicas pandémicas traen consigo una ruptura de los modos de vida, el curador Eduardo Carrera revisa la relación entre lo artístico y lo político alrededor de hitos pandémicos, como el SARS y el VIH/SIDA, para preguntarse cómo podemos desarmar el control social sobre lxs cuerpxs y encaminarnos hacia un sistema de salud que permita cuidarnos lxs unxs a lxs otrxs de maneras más justas.

¿Cuál ha sido el vínculo entre el SIDA y las prácticas artísticas? ¿Qué usos críticos o subversivos han encontrado lxs artistas para resistir a la interferencia del Estado sobre los cuerpos? ¿Cómo estas prácticas transforman el sentido de espacio público? ¿Qué otros posibles encuentros permiten las prácticas artísticas entre individuos y comunidades? ¿Son los activismos herramientas para sostenernos en momentos en que la vida se pone en riesgo? ¿En qué formas estas prácticas han intervenido en sistemas públicos legales y de salud? ¿Cuál es la relación entre bioética, cuerpos disidentes y control social? ¿Qué sentimientos importan en la vida pública? ¿Qué sucede con los duelos impedidos, imposibilitados, arrebatados, negados y diferidos? ¿Cómo podremos reelaborar ese espacio del duelo, no ya individual, sino colectivo, y reinscribirlo en el espacio de lo político y de lo público?

Alrededor de estas y otras preguntas en relación con ciertos hitos puntuales de la «comunidad y los activismos LGBTIQ+ y su relación con las prácticas artísticas contemporáneas», buscaré revisar distintas formas de relacionarse entre lxs cuerpxs, la esfera pública, aspectos legales y de salud. Para explorar cómo esas redes afectivas sostienen a comunidades políticas, culturales y sexuales, me interesa reflexionar sobre el activismo y las prácticas artísticas en sus dimensiones afectivas e incluso terapéuticas, para cuestionar las divisiones entre lo público y lo privado, lo afectivo y lo político, en las que se basan tales distinciones respondiendo a una lógica colonial binaria.

El SIDA ha producido formas renovadas de política radical de la sexualidad y erotismo a través de sus vínculos con “vicios” y “perversiones”, como las posibilidades fetichistas alrededor del sexo no-penetrativo, el uso de drogas y el trabajo sexual.

En el vídeo Heaven del artista Luiz Roque ambientado en la segunda mitad del siglo XXI (en el año 2080), se anuncia la existencia de una enfermedad transmitida por la saliva. Una amenazadora epidemia en Brasil que pone en riesgo principalmente a la comunidad trans*. Activistas rechazan esta teoría, alegando que es un déjà vu de las estrategias de segregación y control social que surgieron durante la década de los años ochenta, vinculadas a la crisis del VIH/SIDA. No es casualidad que la narración tenga lugar cien años después del comienzo de dicha década, la cual estuvo marcada por el descubrimiento del virus.

En el video, el imaginario del miedo es alimentado por los medios de comunicación, a la vez que se anuncian las medidas de control: preservativos que cubren lx cuerpx enterx, drones que vigilan el comportamiento de lxs cuerpxs “contagiadxs” y espacios físicos que separan “cuerpxs sanxs” de “cuerpxs enfermxs”. Al inicio y al final de la película vemos a una de las actrices escapar de lo que parece ser un hospital. Con prisa se quita la pulsera de registro sanitario y el goteo intravenoso, enciende un automóvil y a toda velocidad escapa del lugar en el que su cuerpx está siendo clasificado como un objeto de estudio médico infeccioso, y en el que cualquier espacio de cuidado es anulado por el control y la vigilancia. En ese gesto de huida, yace una reapropiación de la agencia corporal que nos recuerda que la biopolítica y sus dispositivos farmacopornográficos también pueden estar bajo nuestro control y deseos.

Con un elenco compuesto por actrices transexuales, Heaven reflexiona sobre la potestad de lxs cuerpxs por parte del Estado —en una condición en la que las fronteras burocráticas conducen a la disociación violenta entre la vida biológica y la existencia. De esta forma, la película plantea la discusión sobre bioética y la interferencia del Estado en lxs cuerpxs como una forma de control político y social. El virus como un agente que ejerce control sobre lxs mismxs, y que lxs despolitiza desde la condición o categoría de “cuerpx enfermx”, “cuerpx contagiosx”, “cuerpx peligrosx”. También despolitiza lo colectivo, las manifestaciones y la participación. Desactiva los espacios públicos y el encuentro social es ahora motivo de riesgo y de contagio.

En el 2003, Hong Kong se convirtió en el epicentro de la crisis del SARS.[1] El cierre de una ciudad del «primer mundo» y la segmentación de la sociedad y en cuarentena llevaron a un cambio inesperado en la conciencia política de la ciudadanía de Hong Kong. Justo después del final de la epidemia, un gran número de personas se movilizó para protestar contra una nueva ley de seguridad interna, que causó el surgimiento de una nueva comunidad política activa.

La ambivalencia en la identidad del pueblo de Hong Kong se reflejó y, hasta cierto punto todavía, en la figura de Leslie Cheung, un actor y cantante queer icónico quien llamó la atención internacional por su interpretación de Cheng Dieyi, la andrógina estrella de la Ópera de Pekín, en la película Farewell My Concubine, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 1993. En 1997, protagonizó Happy Together, dirigida por Wong Kar Wai, un clásico del cine gay sobre una pareja que lucha por encontrar una coexistencia pacífica. En los Premios de Cine de Hong Kong de 1998, describieron al film como una película que haría vomitar a la audiencia. Un video musical que dirigió Leslie, en el que aparecía con el torso desnudo en compañía de un bailarín de ballet masculino, también fue censurado por el principal canal de televisión local. No era un momento fácil para ser marica. La homosexualidad todavía era vista por muchos como una enfermedad y anormalidad en Hong Kong, especialmente después de la aparición del primer caso local de SIDA en 1984. No fue sino hasta 1991 que la homosexualidad fue despenalizada en el territorio y el movimiento LGBTIQ+ finalmente se hizo visible.

Cheung se suicidó en el punto álgido de la crisis del SARS al saltar del Hotel Mandarín Oriental en el centro de Hong Kong. Su impactante muerte jugó un rol importante en la movilización de ciudadanos de Hong Kong. Quienes acudieron al funeral ignoraron las advertencias de salud vigentes en ese momento (políticas del miedo, enfermedad y el espectro de la contaminación en la sociedad y la cultura). A pesar de su subjetividad queer, la vida y la carrera de Leslie han contribuido a forjar un fuerte sentido de identidad para la cultura local de Hong Kong.

La pandemia actual se puede reflejar en el SARS y también en el SIDA. Estas epidemias desencadenan lo que Élisabeth Lebovici llamó epidemia de sentido,[2] hacen que nada vuelva a ser igual: una resignificación de múltiples aspectos de la vida en común, desde la forma de relacionarnos, habitar los espacios públicos, hasta la manera de amar y expresar cariño y construir erotismo.

Para Ann Cvetkovich el SIDA —junto con el Holocausto, la guerra de Vietnam, la Primera Guerra Mundial y otros acontecimientos que definen la nación y el mundo— ha logrado un estatus de lo que llama trauma nacional, al tener un profundo impacto en la historia y la política desde la singularidad de las experiencias involucradas. Sin duda, la atención estatal (y las políticas públicas en sanidad) hacia el SIDA constituyen una considerable victoria, dada la asociación temprana del SIDA con los hombres gais, y de ahí su lugar central en la política contra la homofobia. Por otra parte, el SIDA ha producido formas renovadas de política radical de la sexualidad y erotismo a través de sus vínculos con “vicios” y “perversiones”, como las posibilidades fetichistas alrededor del sexo no-penetrativo, el uso de drogas y el trabajo sexual. Debido a cuestiones como la inmigración, el sistema penitenciario y la economía capitalista nacional y mundial de la atención médica, también ha requerido un análisis y una estrategia política que conectan la sexualidad con la raza, la clase y el constructo de nación. Pero parece que sólo algunas versiones del SIDA llegan a la vida pública nacional o al archivo de la cultura popular, que incluyen productos culturales como los lazos rojos,[3] Rent[4] y Philadelphia,[5] así como la reciente serie de FX, POSE.

Volver a estos relatos para ver lo que queda de ellos no tiene porqué ser un acto traumático; puede ser un recurso terapéutico para sanar el presente y proyectar un futuro.

POSE es una serie sobre el ball-room o la ball-culture[6] y su relación con la comunidad Negra y trans* ambientada a finales de los años ochenta e inicios de los noventa en la ciudad de Nueva York. En uno de sus episodios recrea una de las conocidas acciones del colectivo ACT UP[7] que ocurrió en 1989. Die in consistía en ocupar la Catedral de St. Patrick con cientos de cuerpos desfallecidos en el suelo que protestaban contra el rol de la iglesia y su intervención en las políticas de salud pública en relación al VIH/SIDA. El episodio ofrece una crónica sensible y desgarradora de ACT UP y del activismo contra la estigmatización del SIDA en Nueva York. que detalla cómo el movimiento irrumpió en las iglesias y en los medios de comunicación para que el Estado comenzara a investigar tratamientos efectivos contra el virus y, al mismo tiempo, se produjeran imágenes que aún insisten sobre la resistencia colectiva, el cuerpo en común y los cuidados de unas con otras.

El activismo anti [estigmatización del] SIDA representó un ejemplo significativo dentro de los movimientos activistas de los años posteriores a los sesenta. Se construyó sobre modelos de acción directa establecidos por las luchas sociales por derechos civiles, contra la guerra, de mujeres, y los movimientos de gais y lesbianas, lo que demuestra que aún eran practicables, pero no se trataba simplemente de repetir el pasado, sino que también creó nuevas formas de activismo cultural y mediático, e incorporó un estilo distintivo en lo gráfico, visual y performativo.[8]

Élisabeth Lebovici subraya que la ecuación inaugural SILENCE=DEATH[9] ha permanecido asociada a la pandemia debido a su poder de movilización. Después de ella, explica Douglas Crimp,[10] surge una especie de epidemia gráfica que acompaña el activismo contra el SIDA y que afecta a todas sus acciones en el espacio público, así como los soportes para su comunicación: los propios cuerpos que lucen camisetas, chapas, pegatinas, banderolas; las fotografías y los videos que se hacen de ellos. La teatralidad de lxs cuerpxs en acción, sus gritos, sus cantos, sus sonidos, son indisociables de las imágenes que transmiten. Son profesionales de los medios de comunicación, artistas, grafistas, historiadorxs del arte que se comprometen con la práctica activista y su propia experiencia.[11]

En el Ecuador, las disidencias sexuales fueron consideradas un delito por el cual se podía cumplir hasta ocho años de prisión. No fue hasta 1997 que el artículo 516 del Código Penal, el cual criminalizaba a lxs homosexuales, fue considerado inconstitucional. Apenas en el año 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) excluye a la transexualidad como un trastorno mental. En mayo del 2019, el Frente de Transfemeninas y Gays del Ecuador ‘Nueva Coccinelle’[12] demandó al Estado ecuatoriano por las “graves violaciones a los derechos humanos” perpetradas por la criminalización de la comunidad LGBTIQ+ en Ecuador, en especial a las mujeres trans*, durante el proceso de descriminalización de la homosexualidad. Cincuenta años después de las manifestaciones en Stonewall, en el año 2019, el Ecuador aprueba la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, ofreciendo igualdad de derechos a sus ciudadanxs. Un nosotrxs distorsionado por la agenda gay pro-matrimonio en sintonía con el régimen heterosexual.

Actualmente en Ecuador existen “clínicas o centros de deshomosexualización” cuyos “tratamientos médicos” son ilegales. Según los testimonios y denuncias de quienes han sido internadxs a la fuerza, dichos “tratamientos” incluyen: reclusión y aislamiento involuntario, torturas físicas y psicológicas, humillaciones, privación del sueño y la alimentación, así como violaciones correctivas. En el sentido legal, lxs homosexuales han dejado de ser considerados delincuentes para convertirse en enfermxs.

En el mes de junio de 2011 en el Parque del Arbolito de la ciudad de Quito, se realizó un ‘Juicio Popular’ que sirvió para mostrar al país y al mundo las graves vulneraciones de derechos humanos que sufren las mujeres lesbianas que son internadas en establecimientos de rehabilitación, los cuales, de manera clandestina, buscan modificar la identidad y orientación sexual. Un llamado de atención a las políticas de salud pública y derechos humanos. En la plaza central del parque se instalaron sillas, mesas y otros objetos que simularon un juzgado, un ágora. La activista feminista y rapera Cayetana Salao, la actriz y activista Paula Castello y una mujer lesbiana (sobreviviente de una clínica) iniciaron el juicio. Se leen testimonios, hacen público su dolor e interpelan al estado y a la sociedad civil con palabras en voz alta. Hay varias sillas vacías con los nombres de autoridades del Estado quienes fueron invitadas a presenciar el acto público, y también civiles que acompañan la causa. Hacer públicas estas historias traumáticas sirve como recordatorio de que las experiencias que se documentan son históricamente significativas y compartidas. Volver a estos relatos para ver lo que queda de ellos no tiene porqué ser un acto traumático; puede ser un recurso terapéutico para sanar el presente y proyectar un futuro.

En el Juicio Popular contra la homo-lesbo-trans-fobia estructural del Estado y la sociedad las organizaciones, activistas, colectivos artísticos y lxs afectadxs denunciaron públicamente las omisiones del Estado. Este acto ético-político de expresión del poder popular feminista y las acciones políticas como Die in han sido impulsadas también desde una producción artística, feminista y crítica, que se nutre del acervo simbólico, la documentación de casos y de las mismas acciones de incidencia. Procesos que fueron concebidos, además, como un mecanismo de sanación o duelo para algunxs de lxs afectadxs, así como de sensibilización e información pública y como intervención directa sobre las políticas públicas del Estado y la desinformación de los medios y la iglesia.

Para Ann Cvetkovich estas manifestaciones públicas de afecto añaden un nuevo sentido a la expresión de esfera pública íntima, y contrarrestaran la invisibilidad de los sentimientos de pérdida e indiferencia que suscitan, volviéndolos extravagantemente públicos y construyendo prácticas culturales colectivas que pueden reconocer y mostrar dichos sentimientos. Los duelos y pérdidas son múltiples y diversas; Crimp señala que el trauma adopta muchas formas, que el SIDA no significa solo el fantasma de la muerte, sino la pérdida de formas particulares de contacto erótico-sexual y cultural, y que unx podría llorar la pérdida del sexo sin protección tanto como la muerte de lxs amigxs, la perspectiva de la propia muerte, el encierro, la violencia familiar o las rupturas y separaciones emocionales.

En un futuro próximo la relación entre vida, cuerpo, salud, enfermedad, comunidad, cuidados, leyes y derechos deberá ser cada vez más promiscua. Necesitamos una salud socio-comunitaria para sostenernos unxs a otrxs. Una salud pública resiliente que garantice ciertos cuidados al momento de enfrentarnos con emergencias que ponen en peligro la vida, que escape del control, la violencia y la vigilancia del régimen cis-hetero-patriarcal-racista. También necesitamos de un sistema legal que ponga la vida en el centro, por ejemplo, que obligue a los espacios o infraestructuras arquitectónicas utilizadas para clínicas de deshomosexualización, a ser adecuados como espacios comunitarios, casas de convivencia, lugares de refugio y cuidado para que las disidencias sexuales y cuerpos vulnerables tengan acceso a vivienda y salud. Para nuestras comunidades sexuales, el deseo, la autonomía y la descriminalización son deliberadamente asuntos de salud —usando palabras de Lucas Disalvo.[13] Hablar de cuidados en nuestras comunidades, es reconocer nuestro vinculo político con el deseo, el erotismo y la sexualidad. Allí surge la posibilidad de tejer un común, tejer redes afectivas que nos permitan sostener emocional y materialmente nuestras existencias desde la desobediencia.

Notas

  1. Síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), o síndrome respiratorio agudo severo,1​ también conocido por sus siglas en inglés SARS (severe acute respiratory syndrome), es una neumonía atípica que apareció por primera vez en noviembre de 2002 en la provincia de Cantón, China

  2. Élisabeth Lebovici, SIDA (España: Arcadia, MACBA, 2020).

  3. El famoso lazo rojo tiene su origen en 1991, cuando un grupo de artistas neoyorkinos que, bajo el nombre de Visual AIDS Artists’ Caucus, deciden buscar un símbolo que muestre la solidaridad con aquellas personas que portaban el virus. Así, se organizan y los reparten entre lxs asistentxs a los Premios Tony de ese año.

  4. Rent es un musical de 1995 que describe la vida de varias personas y sus luchas con la sexualidad, las drogas, el pago de su renta y la vida a la sombra del SIDA. Se lleva a cabo en el East Village de la ciudad de Nueva York de 1989 a 1990.

  5. Philadelphia es una película estadounidense de 1993 dirigida por Jonathan Demme y protagonizada por Tom Hanks y Denzel Washington. La vida del joven abogado Andy Beckett (Tom Hanks) cambia cuando descubre que vive con VIH y por ello es despedido de la firma de abogados para la que trabaja.

  6. El ballroom ball-culture nace en los años veinte en el barrio de Harlem como una escena queer: un espacio de articulación de presencia LGTBQ en la comunidad Negra y latina de Nueva York. La eclosión definitiva de este movimiento se produjo en los años ochentas como respuesta a la epidemia del sida.

  7. ACT UP es el acrónimo de la AIDS Coalition to Unleash Power (Coalición del sida para desatar el poder), un grupo de acción directa fundado en 1987 para llamar la atención sobre la pandemia del sida y la gente que la padecía, con objeto de conseguir legislaciones favorables, promover la investigación científica y la asistencia a los enfermos, hasta conseguir todas las políticas necesarias para alcanzar el fin de la enfermedad.

  8. Ann Cvetkovich, Un archivo de sentimientos, trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas (España: Edicions Bellaterra, 2018).

  9. El cartel Silencio=Muerte (1987)  fue usado también por el grupo ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power) como imagen central de su campaña de activismo contra la pandemia de VIH/SIDA.

  10. Douglas Crimp (1944 – 2019) fue un historiador, crítico, curador y activista. En 1987, editó un número especial sobre el VIH/sida de October, titulado AIDS: Cultural Analysis/Cultural Activism (Sida: análisis cultural/ activismo cultural). En la introducción del artículo, Crimp abogó por «prácticas culturales que participen activamente en la lucha contra el vih/sida y sus consecuencias culturales». Durante este tiempo, fue miembro activo de Act Up, grupo militante contra el VIH/sida en Nueva York.

  11. Élisabeth Lebovici, SIDA (España: Arcadia, MACBA, 2020).

  12. El colectivo Coccinelle fue uno de los que participó activamente en la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador en el año 1997. Las integrantes del Colectivo Coccinelle fueron víctimas de tortura, violencia y abuso sexual, y tratos crueles degradantes e inhumanos.  El Estado violentó sus derechos y se exige una justa reparación integral. Es fundamental solidarizarnos con su lucha que es una puerta abierta para que otras personas tomen valor y denuncien los hechos ocurridos ante la Dirección de la Comisión de la Verdad.

  13. Lucas Disalvo, “Un futuro para el sexo” en La protesta sexual. Periódico anarquista discontinuo; año III, número 18. Para consultar su archivo ir a: <https://protestasexual.hotglue.me/>

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