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EDICION 23

05.07.2022

Amuya

Piel de poesía

Imagen 1

Prefacio En los pocos momentos de quietud, con su semblante jocoso, la escuchaba narrando “tímidamente” su pasado y el campo. En su memoria, aún yacía la oralidad de su padre, de su abuelo, de mi bisabuela. Jamás pensé que io tenía bisuabuela pero la tuve, nunca supe su nombre, tampoco se acordaba ella. Le pregunté dónde vivía, cuál era su color... y el olor, qué les gustaba hacer. Pasaron años y silencios, hasta que una vez por la televisión vimos reyes y reinas con sus vestimentas. Ella sólo habló: “había eso antes también. Estaban en el campo. Tu bisabuela me decía le servíamos ¡todo! Éramos sus ¡esclavos! Con el tiempo se fueron, luego llegaron otros señores y se llevaron las ollas… ¡Todo! Pero nunca nuestra tierra, hija”. Aquí comparto esta textualidad que en este voraz de tiempo me permite, desde la poética indígena-migrante y erótica, la memoria y mis lenguas que habitan y tocan la “amuya” emotiva propia y colectiva. Qasiwi[1] Abril todo el año. Pues sí, no podía ser simple, le había robado a una palabra el acento, quería escucharte nombrarla, también se me ocurrió subirme a un metro, tomé prestado un verbo, quería sorprenderte a ti y tus ojitos negros. Recorrí el calendario, toda una travesía, y en la ranura de tu penumbra quería seguir estando, agarrar puntos suspensivos y juegues sin herirnos. En un instante, ya en este siglo, en las calles el mayor habitante era el silencio, algún barco traía bandas de gaviotas, con sus gargantas. Mi tierra dejó de ser un recuerdo, mi pecho sospechaba la llegada de tu canto. Esa vez, ¿recuerdas? Te veía en tu cometa, soltabas un vacío y nos inventamos las siluetas en las sierras y sus tardes. Me levanté, salté, agarré en ese texto el desvelo, te dibujé en mi cosmos. En abril te espere en mi sillón suplente: “¿por qué no amar lo qué nos hace bien?”. Mi lengua suspiraba, esa bravura, buscaba tus dedos cálidos y que cruces mi puente. Apareció una hoja que me besó el cuello, tendió mi estrofa, perdí esa batalla. Y, ¿recuerdas? Aún así, el amor juega con mi estrella y io soy su ventana.

Amtaña[2]

¿Dónde está? Que me desvela de este sangriento dolor. ¿Dónde está? Que me desnuda la resignación. Y desborda sequía donde nació caudal.

Juma tus ojos no saben llorar, te olvidaste esa rebelión, se llama ¡bondad!

¿Dónde está? Que huele a cosas mundanas, se despedaza por desechos, usted, se queda atado al Capital.

Juma y la ranura hierve a perdición. Se apaga el cielo y crecen las cifras. Los cuerpos pesan: ¡me arrancan el corazón!

Me clava el pecho y las navecitas danzan.

¡Kamsaña! Usted guarda los colmos, no quiere cantar y ese rayito la toca, se llama sol. ¡Kamachaña! Usted, quiere derrocar la inocencia, son de 500 años. Aplasta con proverbios. Escuche —¡no es sumisión! Su lengua —¡crucifica! Su garrote ¡machaca las bocas! Usted, no sabe llorar. Los ojos de su espalda —¡explotan!. Me oculto de día y me despierto de madrugada. Usted no sabe de las redadas. Uma, palpita, ia no migran las gaviotas, ia no se escucha a Lorenzo. Inti está cansado, ati lo sabe, pues pronto, ¡(ella) se acabará! ¿Dónde estás? ¿Dónde preguntar por tu identidad? ¿Ahí (usted) está? En el sudor de le niñe que canta en los pies descalzos de la mariposa, en la lucha del caminante, en las guerreras que despiertan esperanza. ¿Dónde está? Mama chuyma —¡el pecho nos arde! Tenemos ¡MEMORIA![3]

J´ampati

Me distrae la sola existencia, pura quieta dura chata.

Me galopea la secuela abyecta.

Un cuerpo que no espera, una excusa que se sujeta al recuerdo del silencio.

Un ensueño desahuciado un recuerdo que no recuerda un espacio que es un vacío un ocaso que no tiene barcos.

… Pero qué decirle al beso que no toca al beso que desborda al beso que sangra al beso que no espera al beso que arranca al beso que sueña al beso que navega al beso de las noches aquel de la mañanita, al beso espinal al que quise tanto.

Al beso que envuelve, al beso que llora

vuela choca y me toca.

Me despedí del amor

Ayer,

me desprendí del último gajo que me quedaba de amor.

Ayer,

intenté morir en ella, ahogarme y chupé mi asfixia.

Ayer,

mi pecho, me succionó el aire y mi corazón saltó.

No pude calmar mis ojos,

no pude hacer muelles o cubrirlos,

se rompieron tanto que me llovieron vidrios.

Y una niña salió de ahí,

una que también se lanzó.

Ayer, entendí porque vivía,

ayer volví a sentir que moría.

Ayer, se me acabó el suspiro y aspiré lo que pude.

Ayer despegó noviembre:

se fue septiembre,

y abril fue mi puente.

Desnudé ese lugarcito

que nos hace ocultarnos de día

y despertarnos de noche.

Me detuve un instante recorrí el mundo,

agarré un bote,

me senté, te escuché sonrojarte.

Ayer,

la glándula, a solas, me delató:

¡maldita sea!

Caudal en vigilia.

Una belleza murió dulce.

Estuve muda, llamé al cosmos, escalé,

irremediablemente

no eras tú y ni siquiera él, no era io ni tampoco ella.

Ayer,

te miré, espere cinco mil años, mis venas descarrilaron,

algún duende brincaba.

Ayer,

abracé tu beso,

sentí tus cuerdas,

abrigué tu tiempo,

brilló tu boca,

apagué el mundo,

chupe tus colores.

Ayer,

morí, viví y solté:

el último gajo de amor.

Pupu

Dibujaste un mapa al pasadizo secreto de los costados de mi boca.

Anclaste el tiempo, ensoñé tu libertad, no era mi interés hasta que me acordé. Te besé mi idioma y mi piel en el otro lado de la historia, envolviste tus ojos en mi selva como amante.

Ninawarmi[5] Esa coca que te calza la lengua jugosa, ninawarmi. La que puede hilar —penas y desentierra el llanto. Canta aguda esa huella en ese despojo de la libertad. Llueve aquí el fuego de tu amor, arrancas el telón, ninawarmi, diluvia en mí tu voz, el dejo del dolor. El único exilio que quiero es aquel que riegue las tierras de tu amor. Abro esa ventana, brilla carcajada de resistencia, te sitúas en mi calor, ninawarmi. Me recuerdas aquella revolución. Envuelta en tu telar soy fiel a tu rebaño, ninawarmi. Me revelas cascadas, ubicas barricadas en mi pezón. Despiertas esa muerte eterna, aquella que adormece. Recorres y ardes, ninawarmi. Vientos son ecos de un mañana, nado y tomo ese sabor. Enciendes tácticas en mis venas, despego y aleteo esta vez, ninawarmi, ¡es rebelión!

¡No más!

El día que grité me mandaron callar, la tarde que lloré me tuve que aguantar, la noche que amé tanto cosieron mi corazón.

Fue un instante que morí, me volví piedra inmóvil y dócil. ¡No más, nunca más!

Ñuñus[6] Cha ́rant ́atsay eufóricas mis tetas se ríen desmedidamente, cada vez que te hamacas en ellas. Cascadas de laruyañas, hacen despertar ese silencio abismal. No paras —no quiero que pares, quiero que te apoyes, me hundas y formes picos en ellas. Mis labios se sonrojan, y enmudecidas quedan, cuando construyes esferas. El pulgar de tus pies las rodean, —suavemente— y me pierdo en esa sonrisa vertical. Plácida —las vulvas se encienden dulcemente— cuento un lunar latente, viertes cascadas —esponjosamente— en esa izquierda rosa. Mojada ia mojada.  

Wassy Kusilla[7]

Casi las tres de la tarde, me levanté y mi bombacha también. Ella estaba toda abrazada, con la parte más muscular, sumaywassy voluptuosa y oculta, me detuvo un instante. Esa especie de rasgueo —continuo— me llevó a no entender nada y vivir.

Piel de poesía

Prefacio En los pocos momentos de quietud, con su semblante jocoso, la escuchaba narrando “tímidamente” su pasado y el campo. En su memoria, aún yacía la oralidad de su padre, de su abuelo, de mi bisabuela. Jamás pensé que io tenía bisuabuela pero la tuve, nunca supe su nombre, tampoco se acordaba ella. Le pregunté dónde vivía, cuál era su color... y el olor, qué les gustaba hacer. Pasaron años y silencios, hasta que una vez por la televisión vimos reyes y reinas con sus vestimentas. Ella sólo habló: “había eso antes también. Estaban en el campo. Tu bisabuela me decía le servíamos ¡todo! Éramos sus ¡esclavos! Con el tiempo se fueron, luego llegaron otros señores y se llevaron las ollas… ¡Todo! Pero nunca nuestra tierra, hija”. Aquí comparto esta textualidad que en este voraz de tiempo me permite, desde la poética indígena-migrante y erótica, la memoria y mis lenguas que habitan y tocan la “amuya” emotiva propia y colectiva. Qasiwi[1] Abril todo el año. Pues sí, no podía ser simple, le había robado a una palabra el acento, quería escucharte nombrarla, también se me ocurrió subirme a un metro, tomé prestado un verbo, quería sorprenderte a ti y tus ojitos negros. Recorrí el calendario, toda una travesía, y en la ranura de tu penumbra quería seguir estando, agarrar puntos suspensivos y juegues sin herirnos. En un instante, ya en este siglo, en las calles el mayor habitante era el silencio, algún barco traía bandas de gaviotas, con sus gargantas. Mi tierra dejó de ser un recuerdo, mi pecho sospechaba la llegada de tu canto. Esa vez, ¿recuerdas? Te veía en tu cometa, soltabas un vacío y nos inventamos las siluetas en las sierras y sus tardes. Me levanté, salté, agarré en ese texto el desvelo, te dibujé en mi cosmos. En abril te espere en mi sillón suplente: “¿por qué no amar lo qué nos hace bien?”. Mi lengua suspiraba, esa bravura, buscaba tus dedos cálidos y que cruces mi puente. Apareció una hoja que me besó el cuello, tendió mi estrofa, perdí esa batalla. Y, ¿recuerdas? Aún así, el amor juega con mi estrella y io soy su ventana.

Amtaña[2]

¿Dónde está? Que me desvela de este sangriento dolor. ¿Dónde está? Que me desnuda la resignación. Y desborda sequía donde nació caudal.

Juma tus ojos no saben llorar, te olvidaste esa rebelión, se llama ¡bondad!

¿Dónde está? Que huele a cosas mundanas, se despedaza por desechos, usted, se queda atado al Capital.

Juma y la ranura hierve a perdición. Se apaga el cielo y crecen las cifras. Los cuerpos pesan: ¡me arrancan el corazón!

Me clava el pecho y las navecitas danzan.

¡Kamsaña! Usted guarda los colmos, no quiere cantar y ese rayito la toca, se llama sol. ¡Kamachaña! Usted, quiere derrocar la inocencia, son de 500 años. Aplasta con proverbios. Escuche —¡no es sumisión! Su lengua —¡crucifica! Su garrote ¡machaca las bocas! Usted, no sabe llorar. Los ojos de su espalda —¡explotan!. Me oculto de día y me despierto de madrugada. Usted no sabe de las redadas. Uma, palpita, ia no migran las gaviotas, ia no se escucha a Lorenzo. Inti está cansado, ati lo sabe, pues pronto, ¡(ella) se acabará! ¿Dónde estás? ¿Dónde preguntar por tu identidad? ¿Ahí (usted) está? En el sudor de le niñe que canta en los pies descalzos de la mariposa, en la lucha del caminante, en las guerreras que despiertan esperanza. ¿Dónde está? Mama chuyma —¡el pecho nos arde! Tenemos ¡MEMORIA![3]

J´ampati

Me distrae la sola existencia, pura quieta dura chata.

Me galopea la secuela abyecta.

Un cuerpo que no espera, una excusa que se sujeta al recuerdo del silencio.

Un ensueño desahuciado un recuerdo que no recuerda un espacio que es un vacío un ocaso que no tiene barcos.

… Pero qué decirle al beso que no toca al beso que desborda al beso que sangra al beso que no espera al beso que arranca al beso que sueña al beso que navega al beso de las noches aquel de la mañanita, al beso espinal al que quise tanto.

Al beso que envuelve, al beso que llora

vuela choca y me toca.

Me despedí del amor

Ayer,

me desprendí del último gajo que me quedaba de amor.

Ayer,

intenté morir en ella, ahogarme y chupé mi asfixia.

Ayer,

mi pecho, me succionó el aire y mi corazón saltó.

No pude calmar mis ojos,

no pude hacer muelles o cubrirlos,

se rompieron tanto que me llovieron vidrios.

Y una niña salió de ahí,

una que también se lanzó.

Ayer, entendí porque vivía,

ayer volví a sentir que moría.

Ayer, se me acabó el suspiro y aspiré lo que pude.

Ayer despegó noviembre:

se fue septiembre,

y abril fue mi puente.

Desnudé ese lugarcito

que nos hace ocultarnos de día

y despertarnos de noche.

Me detuve un instante recorrí el mundo,

agarré un bote,

me senté, te escuché sonrojarte.

Ayer,

la glándula, a solas, me delató:

¡maldita sea!

Caudal en vigilia.

Una belleza murió dulce.

Estuve muda, llamé al cosmos, escalé,

irremediablemente

no eras tú y ni siquiera él, no era io ni tampoco ella.

Ayer,

te miré, espere cinco mil años, mis venas descarrilaron,

algún duende brincaba.

Ayer,

abracé tu beso,

sentí tus cuerdas,

abrigué tu tiempo,

brilló tu boca,

apagué el mundo,

chupe tus colores.

Ayer,

morí, viví y solté:

el último gajo de amor.

Pupu

Dibujaste un mapa al pasadizo secreto de los costados de mi boca.

Anclaste el tiempo, ensoñé tu libertad, no era mi interés hasta que me acordé. Te besé mi idioma y mi piel en el otro lado de la historia, envolviste tus ojos en mi selva como amante.

Ninawarmi[5] Esa coca que te calza la lengua jugosa, ninawarmi. La que puede hilar —penas y desentierra el llanto. Canta aguda esa huella en ese despojo de la libertad. Llueve aquí el fuego de tu amor, arrancas el telón, ninawarmi, diluvia en mí tu voz, el dejo del dolor. El único exilio que quiero es aquel que riegue las tierras de tu amor. Abro esa ventana, brilla carcajada de resistencia, te sitúas en mi calor, ninawarmi. Me recuerdas aquella revolución. Envuelta en tu telar soy fiel a tu rebaño, ninawarmi. Me revelas cascadas, ubicas barricadas en mi pezón. Despiertas esa muerte eterna, aquella que adormece. Recorres y ardes, ninawarmi. Vientos son ecos de un mañana, nado y tomo ese sabor. Enciendes tácticas en mis venas, despego y aleteo esta vez, ninawarmi, ¡es rebelión!

¡No más!

El día que grité me mandaron callar, la tarde que lloré me tuve que aguantar, la noche que amé tanto cosieron mi corazón.

Fue un instante que morí, me volví piedra inmóvil y dócil. ¡No más, nunca más!

Ñuñus[6] Cha ́rant ́atsay eufóricas mis tetas se ríen desmedidamente, cada vez que te hamacas en ellas. Cascadas de laruyañas, hacen despertar ese silencio abismal. No paras —no quiero que pares, quiero que te apoyes, me hundas y formes picos en ellas. Mis labios se sonrojan, y enmudecidas quedan, cuando construyes esferas. El pulgar de tus pies las rodean, —suavemente— y me pierdo en esa sonrisa vertical. Plácida —las vulvas se encienden dulcemente— cuento un lunar latente, viertes cascadas —esponjosamente— en esa izquierda rosa. Mojada ia mojada.  

Wassy Kusilla[7]

Casi las tres de la tarde, me levanté y mi bombacha también. Ella estaba toda abrazada, con la parte más muscular, sumaywassy voluptuosa y oculta, me detuvo un instante. Esa especie de rasgueo —continuo— me llevó a no entender nada y vivir.

Imagen 2

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