25.07.2021

Siete cuestiones sobre "lo cultural” en Michoacán

A partir de su experiencia como trabajadores culturales, los artistas José Luis Arroyo Robles y marco lópez valenzuela comparten algunos cuestionamientos sobre la profesionalización de las artes en Michoacán.

Antes de comenzar, es importante decir que consideramos complejo congregar la totalidad de voces y campos de acción del sector cultural en Michoacán. Por ello, lo vertido en esta opinión corresponde al conocimiento que hemos obtenido como partícipes de dicho gremio. Así mismo, partimos de cuestionamientos, pues creemos en ellos como detonadores de distintas experiencias más que como puntos para establecer respuestas absolutas.

Michoacán, por mencionar algunos eventos, está atravesado por un festival internacional de cine que este año celebra su edición número 19, un festival internacional de música con 33 ediciones, y otro de órgano con 55. Además, durante muchos años, esta ciudad fue sede del Encuentro Iberoamericano de Poetas del Mundo Latino, así como de diversas muestras estatales y nacionales de danza y teatro. Así mismo, entre 2019 y 2021 albergó a la XIV Bienal FEMSA. Este es el lugar desde el que nos cuestionamos.

¿Cómo se nos enseña lo que debemos aprender?

En Michoacán, la oferta educativa de carácter cultural se reduce a una tercia de carreras vinculadas a la producción artística: una a la producción y estudios de patrimonio artesanal y dos al estudio de la historia del arte. A excepción de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán (UIIM), el resto de los espacios educativos se concentran en la capital del estado, lo que funciona como un primer filtro para aquelles que pueden costear el residir en la ciudad de Morelia.

La primera problemática que encontramos con dichos programas —y quizá la más urgente por resolver— es que sus planes de estudio se traducen en gran medida a enfoques eurocentristas, al estudio de les “grandes” teóriques del arte, dejando fuera la revisión de la producción e investigación que sucede al interior del estado, por ejemplo. Tenemos academias artísticas que enseñan a sus alumnes las técnicas de las Bellas Artes, las cuales no consideran las prácticas artesanales regionales como dignas de ser enseñadas, relegándolas a un ejemplo folklórico; quizás la falta de estudios prácticos sobre el textil es la mejor ejemplificación que ilustra dicha ausencia.

¿Cuánto de lo que mostramos da cuenta de lo que hacemos?

Muchas de las exhibiciones presentadas en Michoacán —o mejor dicho, en Morelia, que es donde se concentra la mayoría de los recintos culturales— son concebidas para mostrarlo todo. Resulta importante anotar que la figura del curador o la curadora es apenas visible en el sector cultural de la entidad. Así, el, la o le artista son quienes seleccionan y generalmente deciden que la totalidad de su producción reciente es relevante; sobresaturando la sala, les espectadores llegan a ver nada.

Es decir, en Michoacán se practica la cultura del atasque: atiborrar las paredes, suelos y techos de los espacios expositivos con contenido. Ante esto, debemos preguntarnos, ¿qué podemos hacer para que esto cambie? ¿Cómo podemos aprender a trabajar con les curadores para que las exhibiciones que vemos sean mejores?

¿Cómo reconocer perfiles capaces de tomar decisiones curatoriales? ¿Y dónde están estos perfiles profesionales en la entidad?

En contraposición a lo anterior, hay que destacar las muestras que se encuentran actualmente en el Museo del Estado de Michoacán, Resistencia y ncavo / Convexo; mismas que lograron reconocer la importancia del trabajo interdisciplinario para construir dos proyectos curatoriales que han logrado revisar acertadamente la vigencia del patrimonio artesanal.

¿Cuánto queda de lo que se va?

Desde hace muchos años, como mencionamos anteriormente, Michoacán ha sido sede de eventos importantes a nivel regional, nacional e internacional. El Festival Internacional de Cine (FICM), el antes internacional Festival de Música, y el Festival Internacional de Órgano, todos de Morelia, son ejemplos de ello. El evento más reciente, es, tal vez, la XIV Bienal FEMSA Inestimable Azar, que aunque por su naturaleza nómada no es un evento recurrente, sí fue de relevancia internacional pese a la pandemia que continuamos atravesando.

Entonces, ¿qué es lo que este tipo de eventos dejan más allá de su temporalidad? El FICM, por ejemplo, ha traducido su oferta —fuera de las fechas del festival— a talleres y proyecciones itinerantes; el Festival de Música, a charlas y clases magistrales que aprovechan les estudiantes de la UMSNH y el Conservatorio de las Rosas, aunque fuera de sus fechas apenas y ofrece eventos de recaudación para sus ediciones futuras; mientras que el Festival de Órgano limita su oferta a las clases magistrales que se imparten durante su realización. La Bienal, por su parte, además de las exhibiciones llevó a cabo un programa pedagógico que revisó cuestiones curatoriales, editoriales y de mediación dirigido al público local, así como charlas y talleres impartidos por artistas y gestores tanto locales como internacionales.

Por ello, nos preguntamos qué tanto los contenidos de estos eventos inciden en la formación y profesionalización de agentes en las disciplinas que abarcan. Quizá tenga que pasar más tiempo para poder reconocerlo, o quizá —en algunos casos— ya es tarde para ello.

¿Y qué hacemos nosotres?

Históricamente, pareciera que la noción de “centro” está intrínsecamente relacionada a la de “ciudad”, y en particular a la de la idea de “capital”. Así, Morelia no sólo concentra los tres poderes del Estado, sino también los títulos de Patrimonio de la Humanidad, Joya Virreinal de América y Ciudad de Festivales, obsoletos, a nuestro parecer, para los tiempos actuales donde la apuesta es por descentralizar y decolonializar la oferta cultural.

Ante ello, únicamente cuestionamos la forma en que nuestra capital no es consciente del territorio al que pretende representar.

Une como sea, ¿y las criaturas?

El ombligo llama, dicen por ahí. Frase que proviene de la (no tan) antigua tradición de dar a luz en casa y enterrar el cordón umbilical en el sitio donde se recibía a la criatura recién nacida. Y, sin embargo, cada vez se cumple menos: cuando muches se marchan y no vuelven debido a la falta de condiciones —existentes en otros lugares— para ejercer y darle rienda suelta a las ocurrencias que une tenga.

Crecemos pensando que triunfar es vivir en la casa más grande, ser quien gana más. Que hacerla, es salir de donde creciste. Y así, es poco lo que nos preocupamos por lograr que nuestras comunidades crezcan. En ese sentido, Michoacán siempre ha sido un ejemplo. Desde los años sesenta ha exportado mano de obra a Estados Unidos, y las remesas que les trabajadores envían a sus pueblos, más que afianzarlos, destruyeron su identidad. Y en el arte, el caso no ha sido muy diferente.

Algunes —con toda razón— se van para nunca volver, pero hay quienes eligen quedarse a cultivar escenarios cuyo fruto, tal vez, podrá cosechar alguien más.

¿Cómo se llama lo que no tienes?

Les artesanes construyen sus propias herramientas, reconociendo que son elles quienes saben lo que necesitan para facilitar la producción de sus piezas. Si de esto aprendiéramos, podríamos comenzar a encontrar la manera de utilizar lo que tenemos a la mano para resolver las carencias que identificamos. Pero para ello, primero debemos señalarlas.

Identificamos el individualismo. La forma anquilosada de trabajo gremial. La envidia. Las venganzas personales y de grupo. El protagonismo disfrazado de colectividad. La desestimación del talento amenazante. El menoscabo a las “artes populares”. La institucionalización de la vocación. La falta de reconocimiento a la voluntad de los espacios.

Y al final de este malpaís: ¿cómo abrir brecha?

¿Por qué cambiar, cambiando? O lo que no se mueve no se mejora

El cambio, en tanto desconocido, aterra. Cambiar parece ser una modificación de todo, cuando sólo implica atenderse a une misme en relación al entorno. El cambio, entonces, es estar abierte a crecer, a reconocer las diferencias mientras se construye a partir de las afinidades. Y es cierto que no resulta sencillo en la práctica, a pesar de ello es posible.

Hay una cierta corriente de pensamiento que dice que nuestro mundo se determina según lo que enunciamos. Por eso preguntamos: ¿cómo podemos empezar a pensar en nuestras propias maneras de enunciar el mundo? Tal vez sea momento de concentrarse un segundo en lo que sucede aquí, sin que importe lo que sucede tan allá.

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