Reportes - CDMX - México

Helena Lugo

Tiempo de lectura: 6 minutos

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13.01.2023

Safe Space: la búsqueda del ritual ante un mundo acelerado

Abierto al público en Proyecto Público Prim

Uno de los imaginarios utópicos más avezados del mundo contemporáneo, propuesto en mayor medida por teóriques y sociólogues, pero enraizado en propuestas políticas de la izquierda radical es, sin duda, el imaginario en torno a la existencia de un futuro post-trabajo. La propuesta, que busca escapar del neoliberalismo, aspira a la creación de una sociedad donde el trabajo no rija la vida, donde el salario no sea el mecanismo primario de distribución y donde la productividad o la creatividad no estén ligadas a las relaciones laborales. En cambio, propone el desempleo como forma de equilibrio entre las fuerzas políticas, sociales y económicas, a fin de que haya menos trabajo, se explore una economía de la democracia y se libere a la humanidad. Para ello, entre sus implementaciones está la automatización de la economía a través de máquinas que suplan la labor humana, la reducción de la semana laboral, la puesta en marcha de un salario universal (Universal Basic Income) y, sobre todo, en el cambio de paradigma en torno a cómo concebimos y entendemos la noción de trabajo.

El carácter alucinante de los llamados post-work imaginaries —que parecen estar más bien extraídos de la ciencia ficción— proponen una serie de cambios a largo plazo en torno a las formas en las que las sociedades conciben la competencia, el trabajo, la productividad, la remuneración e incluso el tiempo. ¿Pero qué nos hace recurrir a imaginar sociedades tan alejadas de las nuestras? ¿Por qué imaginar constantemente teorías que eluden el vértigo del mundo contemporáneo? ¿Cuál es el síntoma que yace bajo estos constructos? Las utopías, por más alejadas de nuestras sociedades, son también las brújulas que comienzan por señalar aquello que no funciona en nuestras realidades.

En la sociedad contemporánea, el trabajo, la competencia, la explotación, la velocidad, la lucha por espacios definen prácticamente cada sector de nuestra vida. Hemos aceptado que el mundo actual y sus políticas capitalistas y neoliberales tomen el control de nuestras subjetividades. La explotación de los cuerpos, revestidos de trabajo, no sólo es una obligación ética sino un medio para definirnos a nosotres mismes y a les demás como sujetos políticos y sociales. Los espacios comunes cada vez están más desgastados a causa de las solitarias relaciones sociales que el capital nos ha reservado.

Aunado a esto, la tecnología que pareciera facilitar diversos procesos, reducir trabajos, y promover la conectividad; es también una especie de yugo que nos ata permanentemente tanto a nuestros trabajos a través de correos, llamadas telefónicas y notificaciones constantes ––o peor aún, a la agenda capitalista que las redes sociales tienen programada para sus usuaries. Todas nuestras formas de estar, incluso más allá de lo laboral, toman los espacios digitales. La conectividad y democracia del conocimiento que prometía la utopía tecnológica digital parece haber rebasado su propósito para convertirse en uno de los elementos más importantes donde el capitalismo ejerce poder sobre nuestras vidas. Como resultado, la tecnología ha incrementado el poder sobre los individuos, mientras que la mayoría de los humanos se transformaron en meres usuaries de algoritmos incomprensibles que escapan a la lógica.

¿Hacia dónde recurrir? ¿Cómo escapar de las narrativas de la explotación, de la tecnología, del trabajo, de las relaciones laborales? ¿Qué espacios-rituales, espacios-descansos, espacios-vacíos tenemos para pensar, ensayar acaso otras narrativas y aproximaciones al mundo? ¿Acaso las prácticas artísticas y curatoriales son espacios de resistencia o de búsquedas colectivas o individuales en donde se reflexionan las formas en las que el trabajo, la tecnología y los mundos acelerados definen la vida? O, más bien, ¿son también un entramado de engranajes donde la competencia, la velocidad, la (in)visibilización, la lucha por becas, espacios y puestos institucionales generan diversas problemáticas, sobre todo, para artistas, curadores y gestores emergentes?

La precarización del sector cultural obliga a agentes culturales a realizar trabajo gratuito y simbólico bajo la consigna de visibilidad y prestigio. La competencia que yace bajo las convocatorias, las becas, los espacios institucionales, les artistas representades o sin representación es definida por la competencia: siempre habrá menos lugares para que entonces tengamos que estar peleando por ellos. La pregunta regresa: ¿qué espacios-rituales, espacios-descansos, espacios-vacíos podemos hacernos ahora y aquí desde nuestros sistemas artísticos?

Ubicado en Proyecto Público Prim, existe un nuevo espacio de meditación diaria abierto y gratuito para todo público, que propone un pequeño y momentáneo  refugio  ante el vértigo contemporáneo, ante los sistemas individualistas, ante la aceleración, ante la cárcel de las pantallas. Desde su apertura en 2022, Safe Space se ha convertido en un refugio mental  para artistas, curadores y el público en general, proponiendo un espacio para la calma, el pensamiento y la interioridad. En el espacio, la luz se transforma todo el tiempo convirtiéndose en una especie de experiencia física envolvente, pero también metafísica puesto que pareciera condicionar por un momento nuestra percepción del mundo. Safe Space nos conduce al instante. Es un espacio en donde está estrictamente prohibido ingresar con celulares, cámaras o cualquier dispositivo conectado a internet, pues busca liberar momentáneamente a les participantes del yugo de la pantalla.

Safe Space es un espacio-ritual, un espacio-descanso, un espacio-seguro que busca que nos cuestionemos nuestra posición ante el mundo y sus velocidades. La curadora Ana Castella entiende este espacio como un desaprender: “La cultura visual en la que estamos inmersos como profesionales del arte nos obliga a consumir imágenes todo el tiempo. Safe Space no sólo es la desconexión de una pantalla, sino de las imágenes en general. Pese a que la meditación sea con una obra de arte enfrente con cambios sutiles de luz, la experiencia es más bien cerrar los ojos todo el tiempo. Es un aprender a desaprender, es una invitación a ver, escuchar y hablar con más cuidado”.

Safe Space recurre a la meditación colectiva; invoca una práctica milenaria basada en la atención y la respiración como instrumentos para regular la energía del cuerpo y la mente, alcanzando un estado de profunda relajación y auto-observación. El ejercicio busca también recurrir a la escritura como una herramienta que permita ordenar ideas —como una especie de técnica propia del surrealismo bretoniano que busca alejarse de la razón y dejar fluir el pensamiento. Bajo este tenor, el artista visual Avantgardo lo entiende como un espacio para pensar su propia práctica: “Pese a que no sea una persona sumamente espiritual, realmente he descubierto que es una manera muy sana de empezar el día. A mí me ha proporcionado un momento donde puedo visualizar mi día de antemano, la gente con la que tengo que hablar, qué debo decir y qué no, qué imágen quiero proyectar. Además, me ayuda a estar presente. De alguna manera es muy empoderante. Los últimos meses, antes de entrar, he estado leyendo un texto de Lipovetsky titulado El lujo eterno. De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas, y elijo una frase para analizar después de la meditación. Para mí es importante  este ejercicio pues justo es un tema que atraviesa toda mi práctica”.
Con este pequeño gesto diario, algunes artistas y gestores han encontrado en Safe Space un espacio para el descanso mental y el desarrollo de la creatividad. Tal vez, la meditación colectiva sea también un espacio en donde momentáneamente la comunidad cultural y el público en general puedan seguir ensayando otras formas de habitar el mundo, de imaginar espacios post-trabajo, post-competencia que escapen de las exigencias del mundo.

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