Reseñas - Santiago - Chile

César Eduardo Vargas Gutiérrez

Tiempo de lectura: 7 minutos

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16.12.2022

Mundial de taca-taca

Mundial de Enrique Flores en Sagrada Mercancía

Una de las cualidades más sobresalientes del artista Enrique Flores es su facilidad para volver personales los asuntos artísticos con los cuales se compromete. El ilimitado juego del gusto por la cultura popular lo ha hecho dueño de una producción constante de avatares y múltiples figuraciones de lo que puede ser une artista. Más aún, y de forma quizá excepcional, se ha hecho dueño de esa distancia en loop que recorre el ciclo de transformación por el cual alguien ––él mismo–– deviene artista. El camino vital de lo que puede hacer y ser une artista incluso cuando no está siendo artista, y viceversa —como diría el futbolista Iván Zamorano. Es esa distancia la que se vuelve materia de representación procesual en cada uno de los proyectos artísticos de Enrique. Ese tránsito de ida y vuelta —en la distancia— es el que lo dirige y lleva a traducir a su propio antojo los gustos y pasiones que fue coleccionando en su vida, los gustos y pasiones que hoy se detienen en esta nueva exhibición.

El presente proyecto arrancó desde un horizonte contextual y con el deseo de articular dos hitos referentes al planeta fútbol: el mundial de Qatar 2022 en curso y la conmemoración de los 60 años del mundial de 1962, del que Chile fue sede y en el que logró un histórico tercer lugar. Siguiendo ese deseo —y tal como alguna vez dijo Carlos Caszely (otro histórico del balompié local) en su famosa frase post-descartesiana: no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso; a la que une podría agregar: ni mucho menos con lo que piensan les artistas—, se dio el afortunado caso de que el artista tuvo la genial y divertida idea de pensar esos niveles de relación temporal del fútbol celebrando un mundial de taca-taca, metegol, futbolín o minifútbol. Así, se dio cita un cruce de narrativas y ficciones que conectaron de forma paródica el evento de la copa del mundo y el pequeño mundial de taca-taca en nuestra galería (por fin teníamos el honor de llamar galería a nuestro espacio).

No alcanzamos a estar seducides por el ambiente próximo que trae el deporte rey, y ya estábamos dentro del proceso de volver realidad el campeonato mundial de taca-taca. El artista desafió el espacio y transformó su operación en una instalación de carácter relacional. Una operación que, con el filo deformante del humor y la ironía, se convierte en una lúcida manera de escenificar modos de ausencia en relación a las diversas selecciones de fútbol —del pasado y presente— que no tienen y no tendrían ocasión de participar en la competición del mundial en curso. Ya sabemos la dialéctica propia de este asunto: desde la micropolítica a la geopolítica, el fútbol siempre irrumpe como una filosofía de la historia entre países opresores y oprimidos.

La estrategia fue aprovechar el contexto y revivir el campeonato de 1962, reuniendo parejas de jugadores que representaran a cada uno de los 16 países que asistieron a dicho mundial. La fase inicial de grupos se reviviría igual que los países que participaron y que actualmente ya no existen como la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia. Todo iba a volver a pasar, pero ahora al interior de las cajas rectangulares de cuatro taca-tacas, que representan los cuatro estadios del mundial de 1962.

Las llaves de encuentros seguirán la condicionante establecida por la fase de grupos, pero los resultados serán los que marquen la pasión y talento de cada partido de taca-taca (cada match será de dos tiempos de seis minutos más los descuentos establecidos por el árbitro). Esto le da sentido y vida propia al carácter relacional del proyecto, al mismo tiempo que abre su propio relato y cadena de triunfos y derrotas. El campeonato mundial de Enrique se desarrollará durante el mes que dura el mundial en curso y finalizará el mismo día de la final del campeonato de Qatar. En esa yuxtaposición y cruce de acontecimientos, tendríamos la oportunidad de ver el próximo 18 de diciembre un nuevo campeón de fútbol (cosa totalmente regular que se da cada cuatro años); pero, por primera vez, tendremos la ocasión de ver y celebrar un campeón de taca-taca (fenómeno único en la historia y, más todavía, en la historia del arte latinoamericano). Es parte fundamental del nivel performático y participativo de la obra saber recoger este paralelismo planetario y marcar sus proporciones —lo menor, una filosofía del taca-taca.

Lo clave de esta instalación es que se creó un espacio nuevo con sus propias reglas de uso y participación, un espacio perfectamente equilibrado entre lo funcional y lo decorativo. El registro fotográfico muestra fielmente cómo la instalación deviene en sí misma un mundo estético propio, un club social de minifútbol para todo tipo de aficionades, con una paleta de colores pasteles que se deja apreciar en cada dispositivo de juego y que, bajo un diseño geométrico lineal en las paredes, permitió dar un tono más que atmosférico del carácter institucional que debía poseer la naturaleza de este certamen. Enrique que, en su propia exposición relacional, es también el árbitro de los encuentros ha jugado a los disfraces en un nivel subjetivo, espacial y arquitectónico como ningune otre artista lo ha hecho en el arte local. No debemos olvidar que este artista cuenta, además, con el “Récord Guinness nacional” en cuanto al número de espacios de arte levantados de forma independiente, colectiva y autogestionada. Trato de buscar la medida asociativa de este sentido del humor y la inteligencia, y creo, sin exagerar, que este artista ha conspirado desde sí mismo en un arte que, siendo muy chileno en el imaginario de sus referentes, comparte algo totalmente no-chileno. Ese factor no-chileno de la inteligencia estética de Enrique Flores es simple: saber divertirse y gozar con el arte. El hecho de colectivizar un espíritu del juego y lo ligero me hace ver acá una actitud profundamente spinoziana y goldmaniana (de Emma Goldman), una forma de la sensibilidad tan radical y singular, y no por eso menos política respecto al cuerpo dogmático de todo cuanto se dice debe corresponder al llamado histórico arte político de esta triste franja de tierra.

Las obras de Enrique y, especialmente, este proyecto titulado Mundial no comparecen como un mero comentario crítico de sí misma, ni tampoco como una consigna de agitación ideológica para quedar bien con la tribuna de expertes en arte y política. El arte de este performer está antes de la cosificación epistemológica de esa materia y más allá de la moneda de cambio regular con la que se ha escenificado. El carácter siempre colectivo de sus procesos configura una práctica de comunismo lúdico que, a esta altura del partido, ya ha hecho historia y marcado distintas épocas de producción del artista. Pintura, performance y arte relacional, todo eso ha ido cuajando una forma de vida en la que el arte se ofrece como condición de posibilidad de lo común y popular. El arte de Enrique es profundamente de él, identitariamente pictórico por fuera, y por dentro hermosamente comunista-libertario. Un trabajo de recursos pobres pero que, a la mano, obren la construcción de mundos populares; es más, abren lo menor de ese mundo y exponen el fundamento vital de lo político en el arte: transformar la resistencia en lucha y la lucha en alegría.

Quizás lo más potente de todo esto es que en sus obras se terminan por difuminar los límites del adentro y el afuera. Eso es, precisamente, por la total entrega a la condición de proceso con que opera cada una de las experiencias artísticas de Enrique. Desde ese vital espíritu de experimentación y transformación, se establece la conexión personal del artista con el mundo, una conexión que es la condición de posibilidad de toda obra. Las obras de este artista son también estrategias para hacer amistad. Siempre nos muestran la construcción de una forma de expresión propia, un ethos lúdico de vida que se abre libremente a todo tipo de despersonalización y encuentros de orden subjetivo y presencial. Por ello, resulta tan importante que las cosas del arte se vuelvan personales; y es que, en realidad, siempre lo son, pero sólo cuando nos volvemos a poner en juego en el mundo del arte nos damos cuenta de tamaña forma de tocar lo universal, lo planetario y el goce crítico —y transindividual— que engendran.

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