05.09.2024
Fotografías, videos y objetos que conforman la impronta de algunos de los performances de lx artista Lechedevirgen fueron presentados en «Actos de desobediencia», exhibición individual de lx artista, docente e investigadorx queretanx dentro de la galería Libertad (Julio-Agosto 2024), venganzas simbólicas tejidas a través de distintas complicidades.
Desobedecer es hacer caso omiso a lo establecido; es romper con las reglas de manera consciente, sabiendo que se navega a contracorriente. Desobedecer es disentir y cuestionar la norma. Cuando somos pequeñxs, si no hacemos lo esperado, nos dicen que desobedecemos, que somos rebeldes, maleducadxs, y nos regañan por ello. Nos disciplinan para cumplir con lo establecido, lo considerado como moralmente correcto por el mundo adulto, obligándonos a modificar nuestros comportamientos.
En ocasiones, cuando cuestionamos las actitudes o las formas de las personas adultas, éstas responden que saben más por el simple hecho de ser adultas y que las cosas son así porque así deben ser. Esto ha ido cambiando poco a poco en algunas latitudes y en ciertos grupos donde las jerarquías y la perspectiva adultocéntrica se han ido diluyendo. Sin embargo, quienes detentan el poder y se encuentran en la punta de esas jerarquías inventadas, defienden su posición, ya sea por comodidad, por costumbre, por creencia, por miedo o simplemente porque ahora es su turno.
Hay quienes mantienen el sistema axiomático heredado, sin cuestionarlo ni modificarlo, otorgándole continuidad social. Pero, existimos otras personas que sí lo cuestionamos, para quienes frases como “porque así lo digo yo”, o, “porque siempre ha sido así”, no son válidas. El diálogo asertivo es necesario en el momento de disentir, volviéndose importante sostener la argumentación desde un bagaje amplio, con fundamentos y posibilidades de apertura al cambio ―porque las sociedades cambian y las culturas se modifican.
Lechedevirgen es unx artista que disiente de aquello que no le checa. Educadx en una sociedad heteronormada, patriarcal y católica, dentro del contexto latinoamericano, ha tenido mucho contra qué disentir. Estudió artes visuales en la Universidad Autónoma de Querétaro, y desde hace años ha expuesto su obra en galerías, museos y foros dedicados a la exhibición de arte alrededor del país y en el extranjero. ¿Una contradicción? Quizás.
Platicando con ellx sobre esta exhibición, Actos de Desobediencia, presentada del 5 de julio al 11 de agosto en la Galería Libertad (en las mismas fechas que el Mes del Orgullo), me decía que no se compra el boletito de exhibir en un espacio así para luego “catapultarse” a otros espacios de mayor renombre. Al final del día, confirma que no necesita legitimación institucional y que si vende o no su obra expuesta le da lo mismo.
Le pregunté ¿para qué lo hacía?; ¿para qué exhibía en un espacio en el que no cree?; ¿para qué alimentar el simulacro de la inclusión de la población LGBTQI+ en la institución gubernamental?; ¿para qué exhibir su obra en una galería si no busca vender, crecer ni legitimarse como artista? Me respondió que se veía allí, junto con su obra, como contaminantes.
Contaminar es corromper, ensuciar, enfermar, contagiar, estropear. Polución y suciedad son palabras semánticamente conectadas al acto de contaminar. Si estamos fuera de un recinto podemos echarle basura alrededor, sobre la acera; podemos pintarrajear sus muros, vandalizar el espacio circundante; pero esto siempre lo haremos desde la periferia, desde la marginalidad. Ahora bien, si nos permiten entrar y nos abren la puerta de par en par, podemos ensuciar el lugar desde adentro: que el cubo blanco ya no sea tan blanco, sino que ahora esté corrompido por textos subversivos, por imágenes posporno y críticas al sistema del arte. La obra de Lechedevirgen es abyecta: cuerpos desnudos, transformados, protésicos, acciones anales, fluidos corporales, sangre simulada. También es contestaria: en contra de la homolesbobitransfobia, del colonialismo, del extractivismo, de la historia del arte, de los estados genocidas. Lechedevirgen es performer, acciona con su cuerpo, desde sus experiencias personales y no por ello privadas, sino más bien políticas. Sus performances son viscerales y cuando pide la participación de lxs espectadorxs, estxs no siempre quieren participar ―parece que les da miedo que lx artista les reconozca alguna fobia en ellxs.
Pero, a diferencia de sus performances, la exhibición Actos de desobediencia es tibia, no atraviesa el cuerpo. Presenta textos con tonos academicistas y frases conceptuales junto a objetos que usó en tal o cual acción (el hacha con la que despedazó varios clósets, el rifle que se metió por el ano, la joyería que utilizó al convertirse en mariposa, el libro que quemó, la figurilla vudú que ató, la corona fúnebre, el detector de extractivismo, etc.). En esta exhibición, solo nos encontramos con el archivo de las acciones pasadas, con los objetos utilizados y con el registro fotográfico y audiovisual.
El performance puede catalogarse como un arte del cuerpo y también como un arte del tiempo: lxs artistas ponen el cuerpo, a veces invitando a lxs espectadorxs a participar; la acción dura un tiempo determinado, tiene un comienzo y un final ―es efímera, transitoria, sucede temporalmente―. El performance es una práctica artística no-objetual. Desde luego, puede haber utilería para ser usada durante el acto, pero solo como coadyuvante de la acción. En este sentido, si lo que me encuentro en la exhibición de unx artista performer es un libro quemado sobre un pedestal o un rifle colgado sobre una pared, estos objetos no me dirán mucho del performance; a menos de que lea todo un texto explicativo al respecto. Y allí creo que el performance pierde fuerza, porque para sentir e introyectar, hay que leer primero.
¿qué hace Lechedevirgen exhibiendo su registro performático dentro de lo institucional?
Escribía que la obra de Lechedevirgen es visceral, atraviesa el cuerpo, la puedes sentir en la entraña, en la piel, erizando los poros y las vellosidades que la cubren; puede ser incómoda, la puedes sentir sobre los hombros, la espalda, el cuello; puede tensar el cuerpo. Al ser un arte del cuerpo y del tiempo, el performance posibilita que las personas espectadoras atravesemos el momento desde una experiencia vivencial. Al mirar la utilería que se usó para su desarrollo y leer la explicación sobre el trasfondo social y político, no se revive la experiencia del performance, sino que nos informamos de sus características: dónde, cuándo y cómo sucedió, quiénes participaron y cuál era su objetivo sociopolítico. El registro no logra atravesar el cuerpo, no como lo hace el performance.
Entonces, la exhibición Actos de desobediencia iba sobre eso: un registro de lo hecho con anterioridad, acompañado por textos y enmarcado y montado prolijamente. Y claro, aunque un lugar institucional haya abierto sus puertas a unx artista como Lechedevirgen, ellx debe cuidar su accionar dentro del recinto. Desde luego que está permitido criticar el quehacer institucional desde lo que escribe y presenta, desde el archivo de sus desobediencias al sistema rancio y podrido, pero siempre con mesura –al menos aquí dentro tiene que tener cuidado, debe de ser estratégicx–. Honestamente, me es difícil imaginar que un performance sangriento, escatológico, posporno y posthumano –característico de su obra– fuera bienvenido en las salas blancas de piso de duela e iluminación cálida de la Galería Libertad.
Esto no solo por un tema de gustos y preferencias, sino porque la hegemonía se mantiene y aunque busquemos la subversión, gente conservadora tiene el poder y nosotrxs seguimos actuando desde el margen. Lechedevirgen es cautelosx en su actuar, porque las consecuencias existen. No solo las consecuencias de un castigo institucional, de un “no te vuelvo a prestar el espacio”, o de censura de la exposición, sino consecuencias físicas a una persona particular cuyo cuerpo y actitudes no son leídas como hegemónicas sino como lo otro, que si se pasa de la raya puede ser eliminado.
No soy tu cuota, la trampa de la inclusión (2024) es una pieza colaborativa entre Lechedevirgen y Todo Woooow. Es de las pocas piezas conceptuales dentro de la exhibición y que además no es archivo. Dicha pieza consiste en un letrero en el que se lee la palabra “inclusión”, enmarcada dentro de una trampa de acero para osos. La trampa es lo suficientemente grande como para atrapar un pedazo de tu cuerpo si decidieras tomar la senda de la inclusión simulada, aunque en realidad está desactivada y colocada sobre un pedestal que te impediría entrar a su perímetro. La pieza es un comentario directo a la galería: sabemos que la inclusión simulada (basada en la inclusión de ciertos contenidos) no sirve de mucho, sino que más bien perpetúa los actos de discriminación y desigualdad que están siendo denunciados por las comunidades marginadas.
Entonces, ¿qué hace Lechedevirgen exhibiendo su registro performático dentro de lo institucional? Jugar el juego con la institución artística que lo engulle todo, tratando de que en el siguiente bocado esta se asfixie, o al menos se contagie. Sus tareas son contaminar, ensuciar y estropear el cubo prístino, limpio y puro del cubo blanco, al tiempo que cuestionar las ideas hegemónicas de su rol como artista. Este no es el único ámbito en el que Lechedevirgen desobedece, pues desobedecer es un modo de operar generalizado, porque lo dado no es suficiente. Hasta ahora, lo dado ha provocado mucho daño a personas y colectivos particulares que no cuadran dentro de lo hegemónico. Ante estas realidades, no queda más que cuestionar, disentir y desobedecer.
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