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19.08.2021

"La palabra casa tiene dos techos". Exposición doble con Gabriela Estrada y Pedro Montilla en Policroma, Colombia

Medellín, Colombia
8 julio, 2021 – 20 agosto, 2021

“El hombre debe ser considerado como habitante o parte constructiva de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad.”

—Henry David Thoreau

Huimos de la ciudad. Hoy vivimos en una casita en la montaña. La hicimos toda con nuestras manos. Regresamos a lo elemental, a iluminarnos por la luz del sol, de la luna y de las estrellas. En las mañanas no usamos zapatos, es mágico poder siempre tocar el pasto con la planta de los pies. El sol atraviesa las montañas a las ocho. Antes hay luz y una bruma gris que viste el portal del monte. Hay una parte del potrero que es amarilla, quemada por ser nuestro baño. Cuando el sol golpea el valle, se abren los dientes de león. Hay mariposas que entran a la casa y se posan en nuestros dedos. Nuestros perros vienen y van. Por las tardes nos visita un colibrí mientras almorzamos. Respirar en verde es más llenador. La casa es amarilla y está torcida. El sol de la tarde hace que la madera cruja y la sala se caliente, lista para recibir la noche. Cuando llega el atardecer el cielo se pinta de rosado y la montaña vibra naranja. Ya no se ve el sol. Salen las sombras silentes de la luna. Las noches llegan frías pero la cama siempre está caliente, llena de nosotros y de los perros. Antes de dormir se escuchan zarigüeyas caminando por el techo. Vuelve a amanecer. Vivimos día a día en un rito.

HOY VIRIDIANA. Gabriela Estrada Loockhartt

Tejer es un acto evocativo. Al tejer, las abuelas y las mujeres buscan traer al presente alguien que no está o que aún no ha llegado. Le tejen un saquito al nieto no nacido para adelantar el tiempo y casi llegar al futuro cuando el bebé ya lo tiene puesto. Sentarse a tejer congela el presente, es un rito al ahora que siempre sueña con el futuro. Tejer es entonces una manera no destructiva de habitar. El humano suele habitar a un ritmo poco consciente el lugar en donde está: con afán del futuro, del ascenso. Al tejer no hay afán, se habita con la calma y con la escucha del presente, sabiendo que el futuro y la culminación de una pieza solo llegará con la sabiduría de ser paciente. Eso es habitar un lugar amablemente. Tejer es crear un vacío que será llenado por un cuerpo. Tejer es evocar la ausencia de algo o de alguien, soñando con su propia llegada. El tejer una casa y la sensación que vive dentro de ella, viene directamente desde el útero: me permite cargar mi casa, el vientre donde me guardo y me acurruco como un pájaro en su nido, en cualquier lugar. Tejer me permite guardar mi casa en una maleta y viajar acompañadas. Tejer también es una travesía hacia el sueño de algo que todavía no existe, es un viaje a la ausencia de un lugar que aún no tiene mi casa: un baño. Aunque también tengo un baño que es un potrero.

Tejer trae la transparencia de una ventana. Hay varios tipos de ventanas. No todas las ventanas deberían ser iguales. Las ventanas son los ojos de una casa con los que puede mirar hacia afuera o con los que podemos mirar hacia adentro. En mi casa, las que miran hacia afuera ven: un jardín con pensamientos, montaña y el potrero que es un baño. Las que miran hacia adentro llegan a lo profundo de una casa, a lo que no se ve: a la madre loba, al acurrucamiento intenso y a los pájaros que todos llevamos dentro. Tejer otra vez se convierte en la herramienta para transportar las ventanas de mi casa a otros lugares. El acto de tejer es habitar el cuerpo, habitar la casa, habitar el mundo.

La cerámica es tierra, es barro. La tierra negra también la puedo cargar, puede viajar y así llevar territorio de un lugar a otro. Sumergir y plantar los pies en esta tierra, al cerrar los ojos, me hace sentir en casa. Una gran matera transporta terreno de la casa a un piso ajeno, que en su imaginario siempre cargará sus huellas.

La tierra y la lana conversan a través de una flor que carga en su nombre mis pensamientos sobre ser habitante de mi propio cuerpo, de mi casa y de la tierra.

AHORA ROSADO. Pedro Montilla

Vivimos proyectando, anhelando la llegada del futuro, lamentando la fuga del pasado. Y mientras tanto, nos perdemos del presente al que ineludiblemente estamos atados. Como si habitáramos todos los lugares del tiempo menos este, en el que se paran nuestros pies.

La pintura me sugiere quietud y atención. Me da un respiro. Una pausa. Los colores resuenan y se sincronizan en mí, conmigo. Me hacen detenerme. Me llevan a pensar y a intentar percibir señales de lo que me envuelve día a día. Mi entorno respira conmigo. Unos perros, unos chivos, una vaca, unos pájaros que respiran el aire de la noche. Las piedras, los troncos, las flores del jardín, los cactus y sus espinas que reverberan con los colores del sol. Todo respira. Todos respiramos. El cielo, la montaña, la quebrada, el charco sobre el que nunca llueve. Cuerpos de agua llenos de aire. Mi piel, la de ella. Nosotros dos. Todo hace parte del paisaje.

La pintura existe más allá del taller, de lo material, de lo inmediato. Su espíritu es doble. Participa del tiempo y del espacio. Explora los límites entre el sueño y la vigilia, entre cercanía y lejanía, entre mi entorno y yo. Los desdibuja. Me invita a pensar en lo que hay en medio. Habla de la constante dualidad entre magia y ciencia. Evita que pasen desapercibidas en la tensión del presente.

Bajo el prisma de la pintura, el presente se suspende y pendula. Se aleja de la línea horizontal del tiempo. Resuena en paralelo, vibra en el vacío, fluye en el espacio de la nada.

Los sueños suben a la vida consciente. Un presente doble: místico y racional. Una auto-ficción.

Gabriela Estrada Loochkartt (Bogotá, 1995), es una artista joven que vive en una montaña en una casita amarilla que hizo con sus manos.

Su arte gira en torno a la constante búsqueda de un rincón propio en la tierra. Su obra responde a la necesidad humana y femenina de habitar. Habitar el cuerpo, habitar la casa, habitar para sobrevivir en el mundo. Gabriela adoptó el nombre de Viridiana. La casa y Viridiana conviven en una relación estrecha e intensa en la que a partir de la intimidad comienza la creación.

Gabriela es maestra en artes plásticas de la Universidad de los Andes del 2020, su trabajo de grado obtuvo mención de honor y es cofundadora de los colectivos Mezcoliche y Severas Nenas. En el 2020 participó del programa Artecámara, en el marco de la feria ArtBO y de la muestra virtual ¿Qué se teje, borda y cose en tiempos de pandemia? del Museo La Tertulia de Cali.

Pedro Montilla (Bogotá, 1997), es un artista joven que vive y trabaja en el campo.

Su obra surge a partir del entendimiento de la pintura como un ser místico en el que convergen la ciencia y la magia. La investigación estética de Pedro se centra en un diálogo constante entre él mismo y la pintura, que se nutre de experiencias personales, ideas y reflexiones sobre su entorno.

Pedro es maestro en artes plásticas de la Universidad de los Andes del 2020, su trabajo de grado recibió mención de honor y se expuso en la sala de proyectos de la Universidad de los Andes en el 2019, hizo parte de la edición 2020 del programa Artecámara en el marco de la feria ArtBO, curado por Emiliano Valdés, titulado Antes de que todo sea polvo.

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