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12.04.2021

Juanca Vargas presenta "Yo, Chambero" en espacio onder, Ecuador

Guayaquil, Ecuador
31 marzo, 2021 – 10 abril, 2021

Yo, Chambero: micro tesis sobre la obra de Juanca Vargas

Contexto conciso: ¡Botella vacía, periódico!

Hay instancias en que correlacionar un tipo de práctica artística con fenómenos sociológicos es imperativo, y me inclino a ello en el caso de Juanca Vargas (Guayaquil, 1992) porque hay algo tremendamente guayaquileño en su obra, alrededor de lo cual vale elaborar. Me gusta pensar que aquí en esta ciudad inventamos el reciclaje; pero claro, antes de que se imponga en su sentido actual como aquella palabra lugar común del léxico de la corrección política que tiene alelado a medio mundo, y que lo hace pensar que está contribuyendo a la tarea de —¡nada más y nada menos!— “salvar al planeta”. Aquí, como en tantos otros contextos precarios, imperaba desde mucho antes de esa triquiñuela discursiva la lógica de supervivencia propia del cachinero y del chambero (palabra que solo en nuestro país describe a los que viven de la basura): un sistema donde se fagocita exhaustivamente cualquier material u objeto que pueda tener una segunda o tercera vida en usos derivados.

Genealogía comprimida

El mundo del arte local también ha reflejado estos hábitos, por ejemplo, en prácticas escultóricas alrededor de los 70s, donde se hablaba coloquialmente de una vertiente de artistas “chatarreros” cuya obra se caracterizaba por la reutilización de repuestos y partes metálicas de todo tipo para crear representaciones tridimensionales. Esta forma de hacer se prolongó y tiene una genealogía trazable en la que se hilvanan nombres como los de Velasteguí, Barragán o Suarez Bango con artistas como Pablo Gamboa y hasta Ilich Castillo, entre muchos otros donde se manifiesta este fenómeno ya en la era del plástico generalizado. El tema da para tesis y muestra. 

A veces se me ocurre perversamente que, en el Ecuador, usar basura en el arte no es un gesto outsider, sino algo que se debe entender como parte de la cultura “oficial”, que tiene mucho de marginal. Luego se me pasa.

4 caprichosas hipótesis

1) La forma de emplear materiales desechados en la práctica de Juanca Vargas es más cercana (en espíritu, en cuanto estética y como procedimiento) al chamberismo que a las lógicas del reciclaje o del collage. Él mismo ha reconocido que potencia sus obras con “el gesto mismo de un vagabundo, recolector, archivador”. Así logró su recordada instalación Vargas Photo (2014-2017) —recopilando desechos fotográficos—, uno de los más interesantes ejemplos de postfotografía en el arte contemporáneo local. Siguiendo esta lógica, su trabajo resulta, en cierto modo, un nítido reflejo de la informalidad de la ciudad en todos sus registros: del maltrecho y estridente carácter visual que rezuma por doquier, más allá de ciertos enclaves donde la autoridad pugna a contra pelo por establecer un orden. En la mezcla azarosa de imaginarios culturales —que van del álbum familiar al cine erótico vintage, pasando por la publicidad datada e imágenes de revistas viejas— su obra no es más que un eco de la mezcolanza, el barullo, el desbarajuste y la confusión que nos rodea. Es más, el espíritu despreocupado hacia la recepción de sus resultados plásticos puede entenderse como un eco de la actitud “ya qué chucha” que nos ha marcado a fuego.

2) Vargas no “interviene”, sino más bien vandaliza de manera lúdica una amplia gama de impresos pre-existentes con una actitud anárquica y una figuración esquemática y violenta. Tampoco provoca el desvío irónico o crítico que es frecuente en la mayoría del arte contemporáneo que emplea ephemera caduca. El encuentro que promueve el artista genera sentidos de otro tipo. Deposita aquí y allá claves de su anecdotario de vida personal, de sus filias, pasatiempos y memorias, y va tejiendo en la acumulación de estos una suerte de gran retrato personal pero que también tiene algo de colectivo, donde la imagen vetusta se tuerce en función de una sensibilidad afinada con su presente: si prestamos atención pareciera que lo que desea hacer es lograr un tránsito que va de un “lo que fue”, a un “lo que somos”.

3) Y si bien pervive en los “monstruitos” que dibuja una vibra punk que arrastra desde sus días de trueno y gloria como skater, hay en ellos mucho juego y desenfado: son criaturas de rasgos sencillos y caricaturescos que evidentemente tienden a la travesura más que a la moraleja. Tal vez —especulo— esto sea un efluvio emocional donde se manifiesta también su joven paternidad: es la ternura travestida, donde el desconcierto que provoca el contraste del soporte original bajo los expresivos rasgos de sus animales (conejos, gatos) lo prefiguran como un Esopo con harta calle.

4) A pesar de que en esta muestra hay obras pequeñas, celebro la escalada en tamaño que ha procurado Vargas en varios trabajos donde transmite con mayor vigor sus farragosos impulsos. La proliferación de “obritas” tiene en nuestro contexto su explicación. Por un lado, la realidad es más dura que una roca y había que plantearse cómo sobrevivir durante la pandemia. Y, por otro lado, al igual que la gran mayoría de artistas locales, es difícil no sucumbir al síndrome de pequeño formato que pulula en el comercio de arte de la ciudad en los últimos años, basta navegar por Instagram, la gran bahía digital donde cada quién ha montado su caramanchel electrónico.

Conclusión apresurada

Inmersos como estamos en una fanesca de prácticas culturales precarizadas y pos-pos-pus-modernas, me da por pensar que Juanca Vargas es tal vez quien de manera más auténtica epitomiza el estadio cultural de informalidad extrema en que naufraga nuestro triste trópico. Tiene la virtud, parafraseando a Cerati, de haber sacado belleza de este caos. Pasen, vean.

—Texto y curaduría por Rodolfo Kronfle Chambers

Juan Carlos Vargas Espinoza (Quito, 1992)

Vive y trabaja en Guayaquil. Actualmente es co-director de espacio ONDER y papá de Sol. Se formó como artista en el ITAE (Instituto Tecnológico Superior de Artes del Ecuador). Paralelamente, realizó estudios de diseño gráfico, fotografía y video. En el 2018 obtuvo una Licenciatura en Artes Visuales, con mención en Medios Digitales por la Universidad de las Artes UArtes. En el 2017 fue el ganador del Premio Brasil —beca de viaje con la videoinstalación INPUT (NEXT/ HOME).  En el 2019 formó parte del equipo de comunicación del MAAC (Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo). Ha participado en varias exposiciones colectivas entre ellas: Elipsis/agujero, MAAC, 2015; Gramaje, DPM gallery, 2016; Rompeflasche, H2 museo, Alemania, 2016; Lo-fi baja calidad y virtud, Violenta, 2017; Triplete, Nolugar, 2018; Vestigio y suvenir, Nolugar, 2019. Entre sus muestras individuales están: VEALED\REVEALED, galería NOMINIMO, 2017; Ecos espaciales, khora, 2018; Castillo hobo, Violenta, 2019.

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